Caminando por la acera, me encuentro por un óvalo. Maravillado por el cielo, las nubes y el color de tal magno paisaje. Mientras la bulla que provocan los vehículos, yendo y viniendo, se juntan en una especie de armonía rara. Son esos instantes donde se disfruta la vida o se reflexiona sobre esta. Personas bajan y suben, van y regresan, siguen y se detienen. Las luces de los semáforos no se hacen notar mucho durante el día o la tarde, pero por la noche parecen hacerse notar como nunca. Un bello espectáculo tan artificial como común. Unos andan enfocados en su trabajo, en sus estudios, en su hogar, etc. Ciertamente todos andamos ensimismados en nuestras propias cosas. Pero todos están ahí, por más o menos tiempo, pertenecen a un mismo lugar, a un mismo contexto. El que va cambiando con los años, porque alguna vez aquel lugar fue, a parte de carreteras, pura tierra. Lleno de árboles muertos como su propia infraestructura ya antigüa. Colmada de polvo y basura. Sin embargo, la gente no ha cambiado mucho, la basura sigue existiendo. Aunque todo se ve de mejor forma. Quizás pasarán los años hasta que todo se vuelva a ver descuidado. Pues lo que ahora se ha construido, aún con diversas falencias, puede perfeccionarse. Mas si la gente no toma aquel mismo rumbo, se volverá al mismo tiempo pasado. Aún con ello, se podrá disfrutar de ver el exterior de siempre, de escuchar los carros apresurados, los pasos mudos, las voces diferentes. Aun cuando todo esté polvoriento y destrozado, el sol brillará, la lluvia caerá y una sonrisa melancólica en mi rostro se formará.