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7. Taeh, el príncipe sin rostro

El baño de burbujas de vainilla y miel es muy relajante. Seokjin frota suavemente su cuello, intentado liberar un poco la tensión acumulada en su cuerpo.
 
Coloca sus brazos a los lados de la bañera de hidromasaje y deja reposar su cuello hacia atrás, dando pequeños suspiros de gusto y placer.
 
La tarde junto a los pequeños le había sentado de maravilla. Jugar a las burbujas y los deseos le hizo sentirse niño otra vez. Pero ahora de nuevo en la soledad de su habitación, en el silencio de la noche, el escritor recuerda que la vida no es tan fácil como un juego de niños.
 
Cierra los ojos, meditando sus próximos pasos. Sabía que seguía siendo amenazado, sabe que aquel sobre negro que recibió sólo será el primero de muchos. Pero a quien sea que quiera intimidarlo piensa hacerle frente.
 
Él no considera dejar de escribir por nada ni nadie. Sus obras son como sus pequeños hijos. Los ve nacer y crecer. El se siente un dios capaz de crear nuevos mundos imaginarios y cambiar el pasado y el futuro de los mismos. Crea sus personajes con mucho mimo y esmero. Y si decide acabar en la historia con alguno de ellos es para darle su merecido final: la inmortalidad en la mente de muchos lectores.
 
Escribir es su pasión.
 
Cuando creó el omegaverse lo hizo pensando en aquel lazo especial que siempre quiso tener con alguien. Una promesa que hizo desde niño. Imaginó un mundo diferente, de hombres lobos adorando a la diosa luna, una tierra llena de fragancias especiales, de alfas y omegas, donde reinaba el instinto animal, el mismo que podía hacer engendrar a los hombres y amarse sin límites.
 
Un mundo ideal.
 
Pero el verdadero mundo le enseñó que la realidad duele, que las personas homosexuales como él sufren desprecio y humillación, que la sociedad odia lo que no conoce, y que lamentablemente encontrar la felicidad en esta dañada humanidad es una utopía.
 
Seokjin sabe que es afortunado al tener de su lado la fama y la popularidad. Es testigo de cómo el dinero puede convertir a la gente, haciendo incluso que le acepten falsamente. Una sociedad de sonrisas hipócritas que él aprendió a diferenciar.
 
El dinero puede hacer muchas cosas... Pero no te da la felicidad.
 
Por eso siempre esperó por esa persona que lo acepte como es, que cambiara su universo, que le diera la felicidad que ansía, que llegara a tocar las fibras sensibles de su alma... alguien a quien pudiera entregar de lleno su herido corazón.
 
Y mientras eso suceda, Seokjin piensa seguir escribiendo y encontrando en sus propias historias los pedacitos de felicidad que anhela.
 
Después de recibir varias amenazas e intentos de agresión cuando publicó el final de su última obra, decidió darse un descanso de escribir.
 
Su compañía editorial no estuvo en desacuerdo. Afortunadamente todas esas acciones descabelladas de algunos seguidores, hicieron que las ventas de sus obras subieran como la espuma.
 
Eso le dió un tiempo de relajo. Sus obras seguían generando suficientes ingresos mientras él descansaba y ordenaba sus ideas.
 
Pero su mente incansable y creativa seguía funcionando, justo como ahora, mientras termina su relajante baño y piensa en las escenas ficticias de los personajes de su futuro proyecto.
 
La dulce fragancia de las burbujas de baño determina el olor que caracterizará su próximo omega. Sus dedos comienzan a picar y sabe que pronto tendrá que escribir todas esas ideas que cruzan por su mente.
 
Pero ahora necesita relajarse y liberar tensiones antes de escribir.
 
Dentro del agua, recostado en la bañera, encoge un poco las piernas, terminando de enjabonar las mismas, soplando de a pocos la espuma que sobresale por encima de sus rodillas. Pasa calmadamente la suave esponja por su esbelta figura y se detiene en su pecho al rozar uno de sus pezones.
 
Está duro y sensible.
 
Deja la esponja flotando y comienza a masajear su cuerpo, descargando el estrés del día, recorriendo lentamente con la mano sus abdominales, subiendo con parsimonia hacia su cuello y bajando nuevamente por su pecho donde termina pellizcando el sensible botón que allí yace.
 
Maldición.
 
Baja su mano suavemente hacia su entrepierna y cierra los ojos, echando nuevamente su cabeza hacia atrás. El agua tibia ayudando a relajar sus músculos y sintiendo su miembro endurecerse con los pequeños masajes que empieza a darse a si mismo.
 
Deja caer sus pestañas e intenta concentrarse en algo que pueda excitarle, algo que pueda encenderle. Su mente vuela hacia los recuerdos de Kevin... encima suyo...
 
Definitivamente es un mal recuerdo.
 
Menea la cabeza despejando sus pensamientos, intentando recordar la última revista de atractivos modelos que leyó hace unos días, procurando enfocarse en algo que le hubiera llamado la atención...
 
Y de repente su imaginación le muestra la imagen de una mirada profunda y azul. La intensidad de unos iris azulados haciendo ceder a sus sentidos, cayendo en un mar infinito de deseos.
 
Seokjin mantiene los ojos cerrados. Su mano cuidadosamente sigue dándole el placer que necesita, subiendo y bajando por la extensión de su rígido falo.
 
Su mente ya no sólo le muestra los recuerdos de una pupilas oscuras como el océano, le está mostrando ahora la imagen completa que tuvo de aquel moreno y alto muchacho a la salida del bar.
 
Recuerda los músculos de sus piernas amoldándose a la tela ajustada de sus jeans azules desgastados. Recuerda su camisa entreabierta hasta el tercer botón, marcando los surcos de su bien formada y vigorosa figura.
 
La mano del escritor aumenta la velocidad, subiendo y bajando por su necesitado miembro, sus ágiles dedos acariciando la sensible punta y llegando nuevamente a la base, haciendo que el agua alrededor se agite aún más. Las burbujas producidas por la bañera alimentan la sensibilidad de su piel, enviando exquisitos escalofríos en las zonas más al sur de su cuerpo, generando pequeñas corrientes de agua que golpean su estrecho orificio y sus puntos más sensibles.
 
Su memoria divaga en el imponente perfil de aquel joven, en los fuertes hombros acoplándose perfectamente a su chaqueta de cuero, su estilado cuello moreno por donde bajaba un gota de sudor que se perdía en su tonificado pecho.
 
El castaño siente la ansiedad a flor de piel y no puede más. Muerde su labio inferior para callar sus gemidos. Lleva sus dedos hacia su entrada, introduciendo dos de ellos en su angosta cavidad, el agua facilitando la dulce labor, friccionando su anillo muscular una y otra vez, una y otra vez, estimulando su deseo.
 
Recuerda su marcada mandíbula, su tostada piel, sus grises cabellos revueltos, su aliento a menta y alcohol, sus gruesos labios apetecibles y provocadores, que incitaban a morderlos.
 
Seokjin boquea en busca de aire. Echa la cabeza hacia atrás y cubre su boca con la otra mano, ahogándose en jadeos y pequeños gritos, sucumbiendo ante el impulso y el placer, mientras se deja llevar por los pequeños espasmos en su cuerpo al sentir su orgasmo ser liberado.
 
Acaba de correrse pensando en un desconocido.
 
El escritor recupera el aliento y no puede evitar reírse solo, imaginando en lo pervertido que debe verse en esta situación.
 
Hace mucho tiempo que no tiene sexo con alguien. Desde que terminó su noviazgo con Kevin, fue muy reacio a cualquier tipo de relación.
 
Encontró en algunos juguetes sexuales la manera de autosatisfacerse, pero definitivamente eso no se podía comparar al sexo real.
 
Incluso intentó tener encuentros casuales en alguna discoteca o bar. Pero no pudo. No se sintió capaz. Para él el sexo era la cumbre de la entrega mutua y total.
 
Se siente estúpido y romántico. Pero así es él. Un idiota sentimentalista, un soñador que sigue creyendo en el amor.
 
Seokjin termina de lavarse, sale de la bañera y se seca, colocando una blanca toalla en su estrecha cintura. Revisa su reflejo en el espejo y admira su rostro casi perfecto sin llevar una gota de maquillaje. Su cabello húmedo dejando caer finas gotas escurriendo por su mejilla y cuello, llegando algunas hasta su amplio pecho y perdiéndose en su silueta hasta su plano abdomen. Sabe que le encantan los dulces y agradece a la genética de su madre que pueda mantenerse así, sin ejercicio alguno.
 
Gira su cuerpo levemente y aprecia en el espejo los marcados músculos de su espalda y hombros a través de su reflejo. Incluso la forma de su acentuado trasero que se dibuja a través de la toalla.
 
Le gusta lo que ve.
 
Pero no fue ése su fin al voltear, sino el de contemplar aquel singular grabado en su piel. En la mitad de su espalda, por encima de sus costillas, tiene un extraño tatuaje. A simple vista parece que fueran simples y curiosas líneas geométricas que unen sus diversos lunares, pero sólo alguien entendido en el interesante mundo de las ciencias podría saber que se trata de Cetus, la constelación de la ballena.
 
De pequeño recuerda las tardes de verano que solía jugar en la playa con aquel niño de piel canela y al salir cansado del agua, tendiéndose boca abajo en la arena, sentía sus suaves dedos jugar haciendo formas en su espalda, uniendo imaginariamente los pequeños lunares. "Tienes a Kore grabado en tu piel" le decía aquel niño, y Seokjin suspiraba contento, encantado por las caricias, oyéndole hablar de las estrellas y el universo.
 
 
El escritor camina semidesnudo hacia su cama y deja encendida su laptop mientras se viste con su pijama favorito. Fue un regalo de su madre y se siente a gusto en él. Cualquiera podría pensar que es infantil usar un pijama de unicornio a sus veintiséis años, pero el adora su suavidad y sus colores. Le hace sentirse como un niño otra vez y lo transporta a sus mundos de fantasía que suele escribir.
 
En su vacía cama de hotel echa de menos todos los peluches que solía tener en su enorme habitación en Seattle. Pero ahora se siente solo, sin tener algo que abrazar mientras duerme. Le gusta dormir rodeado de suavidad mientras los muñecos le hacían compañía alrededor. De allí obtuvo la idea de los "nidos" de los omegas. Pensó en que los omegas al estar gestando necesitarían sentirse seguros y acogidos con varios objetos alrededor que le recordaran a su alfa.
 
Muchos de esos peluches que Seokjin extraña fueron regalos que Kevin le enviaba siempre por mensajería, incluyendo flores y bombones de chocolate. Posiblemente para tenerlo contento mientras lucraba con su relación a distancia. Por eso la mejor idea que tuvo fue donar todos esos regalos a un orfanato antes de viajar.
 
Ahora necesita algunos peluches nuevos... una chaqueta nueva... y unos nuevos lentes de sol. Piensa en que posiblemente se los encargue a su nuevo asistente durante la semana, cuando se haya instalado por fin en su nueva casa.
 
Una vez acomodado en su cama, sentado  con el laptop en sus piernas, reposando la espalda en unas mullidas almohadas, se dispone a iniciar el borrador de su nueva creación omegaverse. Como siempre, será un esbozo de la trama principal, los capítulos detallados y diálogos los incluirá al final.
 
Suspira complacido mientras teclea las primeras letras, dando la bienvenida a su nuevo retoño.
 
 

 
 
       TAEH, EL PRINCIPE SIN ROSTRO

El gélido frío de la noche recorre sus mejillas y siente el viento colarse entre las hebras de su pelaje cobrizo.
 
Corre atravesando el oscuro bosque como si su vida dependiera de ello, sus ágiles patas rompiendo arbustos y pisando afiladas rocas. El hermoso lobo aúlla de dolor en cada tropiezo que da, pero no detiene su camino.

Huye despavorido porque sabe que sus captores están muy cerca, puede olerlos.
 
Sus garras sangran y lleva una herida profunda en el costado que dificulta sus saltos. Esta asustado y exhausto. Teme poder desfallecer en cualquier momento.
 
 
Taeh nunca pensó que desde esta mañana su vida cambiaría radicalmente.
 
Llevaba oculto en los sótanos del castillo toda su vida. El día de su llegada a este mundo, la reyna al darlo a luz lo miró con desprecio y repulsión al ver el horrible defecto en su rostro.
 
Los reyes consultaron varios adivinos de distintos pueblos vecinos y todos sus vaticinios eran iguales. Aquel niño traería la desdicha al reino y llevaría la marca defectuosa en su rostro como signo de su desventura. Debían deshacerse de ese niño con premura, antes que se cumplieran los terribles presagios.
 
Los reyes, incapaces de asesinar a su propio hijo, anunciaron a todos la falsa muerte del heredero. Decidieron cubrir su rostro con una máscara de plata y engastes de nácar, y encerrarlo en las profundidades del castillo, donde sólo una cuidadora estaría a su cargo y no podría tener nunca contacto con el mundo exterior.
 
Taeh pasó diecisiete años en aquellas mazmorras, lejos del cariño de su padres, sin conocer a sus nuevos hermanos y sin saber nada del mundo, salvo por los libros que le llevaba su cuidadora.
 
Nunca le faltó nada, lo vestían con lujosas prendas y comía deliciosos manjares. Su cuidadora le enseñó a leer y escribir. Aprendió el resto él solo. Devoraba los libros de matemáticas y ciencias. Le apasionaba el arte y la lingüística. 
 
Aprendió a transformarse en su forma animal con el poder de la concentración. Sabía que tarde o temprano su cuerpo le pediría presentarse como omega o alfa. Rogaba poder ser alfa y guardaba la esperanza de que al serlo sus padres por fin lo liberarían.
 
Lo que él más deseaba era salir del castillo y conocer la vida allá afuera. Rezaba por aquello cada noche a la diosa luna.
 
Y la diosa escuchó sus plegarias, pero de la manera más funesta.
 
El castillo fue invadido por clanes rebeldes que buscaban derrocar el poder del Reinado Vante. La ciudad fue saqueada, algunos sirvientes del reino pudieron huir, pero otros, incluyendo varios soldados y el rey, fueron finalmente ejecutados.
 
Entre tanta conmoción y disturbio, Taeh recibió la herida de una espada enemiga, pero pudo huir, tomando su forma animal y corriendo lo más rápido que sus jóvenes patas pudieron alejarse.
 
En otras circunstancias hubiera sido feliz al estar por fin en su anhelado mundo exterior, pero sabía que su hogar estaba destruido y su padre había muerto.
 
Llevaba corriendo todo el día hasta que oscureció. Sus fuerzas le abandonaron poco a poco.
 
Exhausto llegó hasta un arroyo cerca de una pequeña cascada, arrastró su adolorido cuerpo hasta la orilla y mojo sus pequeñas patas, cayendo desmayado cerca de unas rocas y su cuerpo tomando nuevamente la forma humana.
 
Un majestuoso lobo azabache vigilaba sus pasos desde lo alto de la cascada.
 
Alertado por los sonidos lastimeros que inundaban el lugar, salió de su escondite y la oscuridad de la noche le permitió pasar desapercibido.
 
Creyó que se trataba de algún clan enemigo y siguió atento los pasos del pequeño lobo marrón hasta que lo vio caer lánguidamente en el agua.
 
Se acercó a grandes saltos hacia el cuerpo de aquel joven. Se compadeció de él al verlo solo y herido. El oscuro lobo retomó su forma humana para poder ayudar al muchacho, convirtiéndose en un apuesto joven guerrero. Llevaba su larga melena negra semirrecogida y en su rostro, cerca de su ojo derecho, la pequeña marca de la media luna del Clan Jeon.
 
Guk se arrodilló cerca del cuerpo y tomó al muchacho por la espalda, recostándolo en su brazo, intentado hacerle reaccionar dándole pequeños toques con la otra mano. Una suave y dulce fragancia de vainilla y miel provenía del joven en su regazo.
 
El guerrero aspiró lentamente de aquel perfume embriagador, sintiendo su lobo interior rebosar en júbilo, como si hubiera encontrado por fin el tesoro que tanto buscaba.
 
Retiró de su rostro los castaños cabellos contrarios y miró con extrañeza la máscara que sólo dejaba ver la mitad de su faz. A pesar de la oscuridad de la noche, el ápice de luz de la luna llena dejaba ver las espesas pestañas que adornaban la blanca piel de aquel joven.
 
Era hermoso.
 
Por un segundo el muchacho abrió lo ojos y sus claros orbes lo miraron fijamente, iluminados por la tenue claridad, cerrándolos nuevamente y cayendo rendido otra vez en manos del guerrero.
 
Guk sólo necesitó ese segundo para saber que su lobo pedía a gritos proteger ese delicado ser entre sus brazos.
 
Su instinto alfa por primera vez en su vida exigiendo ser escuchado.
 
Y él lo haría, aceptaría la voluntad de su lobo, su instinto animal no se equivocaba.
 
Guk aún no lo sabe pero esa noche la diosa luna cambió su fortuna enviándole el más hermoso regalo: su pareja predestinada.
 
 


 
El escritor cierra su laptop y gira su rostro hacia el gran ventanal de su habitación, situada en una de las plantas más altas del lujoso hotel.
 
Mira la imagen de la luna llena iluminando los edificios de la ajetreada ciudad, que a esas horas de las madrugada descansa en paz y quietud.
 
Seokjin descansa sus agotados párpados y en silencio le pide a la luna que el hilo rojo del destino le permita algún día tener la misma suerte que Guk.

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