34. Sublime sacrificio (Taeh 6)
Taeh, el príncipe sin rostro (6)
...
Taeh se dejó envolver por la fuerte fragancia y dejó a sus instintos tomar posesión de su ser, entregándose al Alfa sin dudarlo.
Entre sus fuertes brazos se sintió en el cielo.
El ángel perdido había encontrado por fin su hogar.
El impetuoso sonido del agua cayendo desde la cascada, despertó a Guk.
La claridad del amanecer se abrió paso por la entrada de la cueva y el trinar de algunos pájaros se confundieron con el rumor del bosque.
El guerrero abrió los ojos.
Boca abajo, mantenía su rostro hacia un lado, apoyando la mejilla sobre una cálida superficie, observando adormecido la entrada de su refugio y parte del agua de la catarata que caía embravecida.
Pestañeó un par de veces, sintiendo su cuerpo agotado. La pequeña marca de la luna, cerca de sus pestañas, se contrajo con los ligeros movimientos que hizo el Alfa al despertar, despegando su rostro del agradable sitio donde durmió plácidamente algunas horas.
Intentó levantarse del cómodo lugar.
Un dulce aroma a miel le rodeó y se quedó sentado sobre las hojas secas del improvisado lecho.
Repentinamente dejó de parpadear.
Estupefacto, sus ojos se abrieron de par en par al notar que descansó la mitad de su cuerpo toda la noche sobre la espalda del joven muchacho, el mismo que hace algunos días rescató del lago.
Pequeñas estrellas se veían dibujadas en parte de su hombro y caían cual esplendorosa lluvia de perseidas hasta la mitad de su espalda.
Estrellas...
Por un breve momento, su mente se iluminó al recordar las sabias palabras de la adivina de su aldea.
"En el sendero de estrellas,
la luna encontrará su remanso
y un nuevo sol brillará."
La luna era el símbolo del Clan Jeon.
¿Era éste el sendero de estrellas que debía encontrar?
¿Era este joven, el regalo que la Diosa Luna le había enviado?
Una gran sonrisa se formó en los labios del guerrero. Pasó tímidamente sus dedos, delineando los astros de la piel ajena y se deleitó con la suavidad de la misma.
Tan hermoso.
Tan cautivante.
Tan irreal.
Tan... ¿Desnudo?
Guk se asustó y se separó rápidamente de la tentadora silueta.
Aún somnoliento, cerró los ojos, intentado recordar qué había podido suceder días atrás.
Su memoria le trajo imágenes cada vez más nítidas de las últimas tres noches, las que solía durar su tiempo de calor, recreando cada sensación vivida.
Sus grandes manos recorriendo cada parte de la delgada figura. Sus dedos apretando la suave carne. Sus ardientes deseos siendo saciados al fundirse una y otra vez en su delicado cuerpo. Los gruñidos escapando de su boca. El sonido de los dulces gemidos contrarios, arrancados con cada embestida. Su lengua degustando la tersa piel excitada y su boca muriendo en el cálido refugio de su cuello, donde dejó vía libre a sus caninos, marcando al Omega, dos, tres, seis veces...
El guerrero abrió los ojos aterrorizado.
Con extremo cuidado, levantó algunos mechones del ondulado cabello y observó la fresca y enrojecida marca que sus dientes dejaron.
¡Por todos los dioses!
¿Qué había hecho?
¿Había marcado a ese precioso Omega sin su consentimiento?
Sólo tenía vagos recuerdos de él mismo en su forma animal. Recordó que de improviso su celo se hizo presente y nubló todo juicio en su mente. No sabía a ciencia cierta qué sucedió después.
¿Y si obligó al joven muchacho?
¿Y si le hizo daño?
Sabía bien lo salvaje que se volvía su lobo en época de celo. Su Alfa interior tomaba posesión de su conciencia y lo convertía en un ser que ni él reconocía. Irascible, tosco e irritable. Arisco, siempre mostraba los dientes y no aceptaba que ningún Omega se le acerque. Es como si estuviera esperando por un lobo en especial. Uno que le complementara. Por ello, en cada ciclo de calor, solía irse tres días de su pueblo, hasta que los síntomas hubieran desaparecido.
Sin embargo, esta vez su lobo había dejado que un Omega pasara con él su celo.
Y no sólo eso.
¡Lo había marcado!
Guk se levantó súbitamente de su lugar y comenzó a vestirse de prisa con algunas prendas suyas que encontró desperdigadas por el suelo.
Empezó a caminar en círculos dentro de la cueva, pensando en mil y un formas de cómo afrontar la situación cuando el muchacho despertase.
Sólo rogaba que aquel pequeño joven no rechazara su marca. Eso sólo podría significar su muerte. Los Omegas que eran marcados a la fuerza, podían rechazar el lazo. Dejaban de comer para evitar el desarrollo de algún vínculo en su ser y se dejaban morir al no reconocer a su compañero.
Pensar en ello le partía el alma.
Extrañamente, su lobo estaba muy quieto en su interior. Lo vislumbraba recostado tranquilamente, con su hocico sobre sus negras patas recogidas, hecho un ovillo, moviendo su cola lentamente. No se mostraba arrepentido. Estaba seguro de lo que había hecho.
"Lobo testarudo", se regañaba Guk así mismo.
El guerrero acomodó una ligera tela sobre el blanco cuerpo, cubriendo la inmaculada piel de la espalda ajena, que ahora se encontraba adornada con algunos arañazos y rojizas marcas.
La faz del joven se veía relajada mientras dormía. Sus lindas pestañas caían sobre sus pómulos, definidos con las minúsculas estrellas y sus rojos labios expulsaban suavemente el aire al respirar.
El pelinegro suspiró.
Era realmente hermoso.
Quería ese bello Omega para él y estaba dispuesto a convencerlo.
Un extraño sonido irrumpió sus pensamientos. Su propio estómago rugió en protesta por la falta de alimento durante tantos días. Pensó que antes que el joven despertase, era mejor primero traer algo de comida a la guarida.
Planeaba cazar un jabalí y cocinarlo en una pequeña fogata. Quizás al ver el delicioso manjar, el hermoso Omega le perdone por marcarlo sin su permiso.
Una hora después, el guerrero regresó a la cueva y se sorprendió que aquel joven siguiera dormido.
Utilizando su espada, despedazó en grandes trozos la carne del animal que cazó. Juntó algunos troncos que trajo del bosque y armó un improvisado asador.
El delicioso olor, unido a las finas hierbas aromáticas que recogió de algunos arbustos, hicieron que el lugar se inundara de un exquisito aroma.
Taeh comenzó a despertar, atraído por el suculento olor. Se sentó sobre el lecho y observó al guerrero de espaldas.
Guk no llevaba prenda alguna sobre sus hombros. Sus fuertes brazos troceaban la carne y los músculos de su espalda se tensaban cada vez que recogía un nuevo tronco para reunirlo en la fogata.
El tatuaje de una gran luna menguante marcaba su fornido hombro.
Su tez canela le recordaba las tres inolvidables noches qué pasó rosando infinitas veces esa misma piel.
Su celo, a diferencia del Alfa, sólo había durado un día. Sin embargo, su lobo arañó su interior, obligándole a continuar al lado del Alfa, saciando sus ansias, cediendo a cada deseo del pelinegro.
El segundo día tuvo un extraño despertar. Era consciente que la noche anterior su lobo se había presentado finalmente como Omega y su dulce e intenso aroma adormeció sus propios sentidos. Al abrir los ojos, sintió un placentero ardor quemar en su cuello. Había sido marcado por aquel apuesto joven del que nada sabía. Pese a ello, su lobo saltaba y daba brincos de gozo en lo profundo de su ser.
Aún no había aprendido a conectar con su propio Omega, pero sabía que por alguna extraordinaria razón, entregarse al Alfa había sido lo correcto.
Cada vez que intentaba moverse de la improvisada cama, el pelinegro le gruñía. Lo abrazaba posesivamente de la cintura y volvía a recostarlo con suavidad sobre las hojas secas, posándose encima de su cuerpo y volviendo a proclamarlo suyo.
"Mío... ¡Mío!..." Demandaba el Alfa.
Sin embargo, no era rudo con él. Llenaba cada rincón de su cuerpo con caricias y besos. Olfateaba su cuello y volvía a marcarlo con sus dientes, mientras se introducía en la húmeda cavidad de su piel una y otra vez.
Cuando terminaba de anudarlo, lamía nuevamente su marca y se quedaba dormido en su regazo, mientras el príncipe acariciaba sus largos y negros cabellos. Horas después despertaba y repetía la misma sesión de mimos y besos.
Era como un gran y fuerte cachorro, dominante y caprichoso, pero dulce y atento a la vez. Taeh incluso llegó notar cómo el joven evitaba usar toda su fuerza en cada embestida, conteniendo de desatar a la bestia en su interior. Cuidándolo como un preciado objeto de cristal que temía dañar y romper.
"Alfa... ¡Alfa!..." Repetía el joven en su mente, en cada gemido de placer que arrancaba de su boca.
Extrañamente, no habían cruzado palabra alguna.
Ni si quiera sabía su nombre.
Fue el primer celo que había experimentado Taeh y aunque había leído sobre ello en sus libros de ciencia que guardaba en el sótano del castillo, la experiencia real había superado con creces sus conocimientos.
Atrás habían quedado sus deseos de haber querido presentarse como Alfa para ganar la aprobación de los Reyes y ganar su libertad.
Ser Omega ya no le parecía tan funesto.
Los Reyes...
El príncipe deseaba con todo su ser que al menos su madre hubiera podido sobrevivir al cruel ataque de los clanes rebeldes.
No sabía cuándo podría volver a su hogar. De momento, sólo pensaba en recuperarse completamente y disfrutar de la presencia del nuevo compañero que el destino le había enviado.
De improviso, una singular sensación invadió su interior.
"Preocupación".
Pero no era suya, eran sentimientos que experimentaba a través del nuevo lazo creado a través de la marca.
Pequeños brotes de angustia crecían en su pecho.
Volvió a observar al guerrero y la vista se le hizo realmente atractiva.
A pesar que su celo ya había pasado, su cuerpo parecía ser atraído como un imán hacia aquel hombre. Su mirada se perdía en la dorada y curtida piel, en las gotas de sudor que caían de su espalda. Inevitablemente su ojos claros se deslizaban por cada curva de su musculosa figura.
¿Qué sería lo que preocupaba tanto al Alfa?
El príncipe se colocó la prenda interior que encontró a un lado suyo. Extrañamente, toda la vestimenta de la que se deshizo noches atrás, se encontraba doblada junto al lecho de hojas. Dispuso una traslúcida tela encima de sus hombros, la cual cubría hasta la mitad de sus muslos y amarró una cuerda en su cintura para sujetarla.
Caminó descalzo por la cueva, con intención de sorprender juguetonamente al de largo cabello negro, pero pisó el trozo de una pequeña rama.
El crujido puso en alerta al guerrero, que de un solo movimiento se giró en posición de ataque, sosteniendo su espada contra el cuello del príncipe, creyendo que pudiera ser un extraño.
El tiempo se paralizó.
La velocidad de la espada fue detenida súbitamente.
Taeh se quedó quieto, mirando fijamente los ojos ámbar del Alfa. Cerró sus párpados, inspiró y le sonrió. Un aura dorada emanó del cuerpo del Omega. Una fuerza superior que forzó a Guk a dejar caer su espada en el acto.
El guerrero no tuvo tiempo de pensar en la extraña energía que lo había llevado a soltar el arma de acero. Solo atinó a abrazar al joven frente a él con rapidez, asustado por el daño que pudo haberle causado.
El príncipe dejó con gusto que los fuertes brazos lo sostuvieran. El fulgor en su cuerpo desapareció y Taeh abrió los ojos. Era la primera vez que su ser reaccionaba de aquella forma ante un ataque.
El guerrero inspeccionó con angustia el cuerpo ajeno y vio que no tenía daño alguno.
Volvió a cruzar su ojos con el Omega que seguía observándole con curiosidad y una suave sonrisa en sus labios.
El guerrero fijó su vista en la rojiza marca de su cuello y recordó todo el discurso que había estado pensando, durante el tiempo que tardó en recoger las prendas que encontró a orillas del lago y caminó cargando con ellas hasta su guarida, dejándolas a un lado del joven mientras dormía.
Su semblante se volvió serio, frunció las cejas y antes que pronunciara palabra alguna, sintió unos suaves labios dejar un dulce beso en su mejilla para tranquilizarlo.
Guk se sorprendió por el acto del joven.
A través del lazo, Taeh pudo saber el motivo que tenía angustiado al Alfa.
El muchacho puso sus dedos en forma de cruz, sobre su propia boca, meneando levemente la cabeza.
Se separó del guerrero y recogió una fina rama del suelo. Se agachó y con ella empezó a escribir sobre la tierra:
"Soy Taeh. Tu Omega"
El príncipe no podía hablar. Según los grandes hechiceros, era un castigo de los dioses, quienes también habían sellado con estigmas su rostro y su cuerpo, para señalarlo como el ser que traería la desgracia al reino. Motivo por el que quisieron deshacerse de él cuando nació.
El pelinegro entendió los gestos del joven.
Taeh se acercó de nuevo a él y volvió a sonreírle. Recogió con suavidad una de su grandes manos junto a la suya. Las apoyó sobre su propio pecho, para que el fuerte hombre pudiera sentir sus calmados latidos y dejara de preocuparse, quería hacerle entender que todo estaba bien.
El guerrero se tranquilizó y sintió una enorme paz en su interior al saber que su lazo no había sido rechazado. Sostuvo esta vez ambas manos juntas y las deslizó hacia su propio pecho.
Lo miró fijamente y pronunció:
"Yo soy Guk. Tu Alfa"
Taeh volvió a esbozar una cálida sonrisa. Afianzó el agarre de su mano y entrelazó sus dedos con los ajenos. Observó la piel sudorosa del Alfa y corrió contento hacia la entrada de la cueva, tirando del guerrero junto con él. Mojó con gracia su cuerpo bajo el agua que caía de la cascada y reía travieso, haciendo que ambos quedasen empapados.
El cuerpo húmedo del Omega era una gran tentación para Guk, quien sólo horas atrás había terminado su ciclo de calor. La tela semitransparente se ceñía a cada lado de su estilizada silueta, delineando cada apetecible lugar donde el Alfa quería volver a hundir su dedos, como en las noches pasadas.
El guerrero tiró de su manos unidas, haciendo que el joven Omega quedara pegado junto a su pecho.
Su clara piel era una dulce provocación que se apoderaba de sus impulsos. Sus celestes ojos lo embelesaban, fundiendo sus suaves pupilas en las suyas.
Su risa llenaba de magia el vacío en su interior, cual melodiosa poesía.
Las estrellas en su rostro iluminaban el vacío de su alma. Los pequeños astros hacían que la noche se convirtiera en día y el día aprendiera a ser noche estrellada.
El agua cristalina caía sobre sus cabellos. Una de las manos del Alfa se deslizó sobre la delgada cintura y apegó aún más las finas caderas a su cuerpo.
El Omega acortó el espacio entre los dos y juntó sus labios con los ajenos, obedeciendo los deseos de su lobo que aullaba jubiloso en su interior, dejándose envolver por el fuerte aroma de ciruelas que desprendía el Alfa.
Ambos lobos se reconocieron mutuamente y sus corazones danzaron al unísono.
Y el instinto se volvió caricia.
Las caricias se volvieron necesidad.
Porque sobraban las palabras cuando el amor se hacía presente.
Repentinamente, unos gritos sorprendieron a ambos en su pequeña burbuja. Fueron rodeados por diez hombres quienes les apuntaron con flechas y ballestas, cuyos plateados y verdes ropajes reconoció Taeh al instante.
"¡En nombre del Reino Vante y de su Majestad la Reina, quedan ustedes bajo arresto!"
Semanas atrás, los soldados del castillo habían logrado vencer a los clanes que osaron invadir el imperio. El Rey había muerto. Todos sus hijos habían cursado la misma desdichada suerte. La Reina, única sobreviviente de la familia real, había ordenado arrestar a todo aquel rebelde que hubiera huido hacia el bosque, para ser juzgados y ejecutados.
Guk, al sentirse atacado, intentó defenderse y una de las flechas fue disparada hacia él.
El delgado cuerpo se movió con rapidez, cubriendo el pecho de su Alfa.
La flecha quedó incrustada en el hombro del menor y las pequeñas estrellas de su piel comenzaron a teñirse de rojo escarlata.
Un ronco grito se oyó en el lugar.
El guerrero dejó de pelear y sostuvo con horror en su mirada al herido Taeh entre sus brazos. Conteniendo su rabia, ocultó las garras de su lobo y se dejó capturar, evitando que hicieran más daño a su Omega.
Ambos jóvenes fueron apresados y llevados al castillo.
Sólo un milagro de la Diosa Luna podría cambiar el cruel destino.
-¡Agente Jeon Jungkook, Servicio de Inteligencia Nacional! ¡Queda usted detenido!
Los oscuros ojos no pierden de vista al sujeto que lo apunta fijamente. Lleva uno de los brazos anudado con un pañuelo al cuello, sin embargo, sostiene con tenacidad el arma en su otra mano.
Su pulso no tiembla ni un milímetro.
La vista se mantiene fija en su objetivo.
El porte de aquel hombre le hace notar que tiene experiencia suficiente para dispararle sin fallar.
-¡Suelte el arma!- insiste el agente. -Sus hombres han caído ¡El juego ha terminado!
Uno...
Dos...
Tres segundos...
Los que le bastaron al hombre de negro traje para darse cuenta que si aquella persona realmente era del SINC, significaba que todo su plan había sido descubierto.
Ya no podría tomar venganza sin pasar desapercibido.
El alto rango que ostenta no le valdría de nada ante un Tribunal Policial.
Su jugada maestra había fallado. Pero aún podía hacer un último movimiento.
Si tenía que caer, lo haría llevándose con él la satisfacción de ver cumplido al menos una parte de sus planes.
El hombre gira súbitamente sobre su sitio y dispara sin contemplaciones.
El seco sonido de dos balas retumba en las cuatro paredes.
Jungkook corre hacia el centro del lugar.
La pequeña flor roja cae al suelo, junto con el hombre de mirada oscura. La pistola se desliza de sus manos y sus rodillas golpean el duro suelo, mientras grita de dolor sosteniendo su mano ensangrentada.
Jungkook patea el arma, alejándola del sujeto y se agacha mientras esposa al hombre que se retuerce de dolor por su brazo herido.
-Superior Kim Taehyung, queda usted detenido por filtración de información confidencial, obstaculizar un caso policial, utilizar de forma fraudulenta la red interna nacional, secuestro e intento de homicidio.
El Superior Kim, adolorido, gira su vista hacia la gran ventana desde donde le han disparado y ve al Teniente Yoongi que sigue apuntándole con su arma.
-¿Qué espera, teniente? ¿Por qué no dispara de nuevo?- le pregunta el superior. -Imagino que ya debe saber que fui yo quien dio la orden de disparar en la misión de Incheon. Siempre supe de sus intenciones con el detective Park, pero no era rival para mí. Mi objetivo siempre fue deshacerme del detective Kim ¿Usted no quiere vengarse también por la muerte de Jimin?
-Estoy vengando su muerte en este mismo instante, Superior Kim- dice con seriedad, mientras guarda el arma y mueve su cuerpo ágilmente, saltando a través de los vidrios rotos de la ventana. Entra finalmente en la habitación y camina hacia al hombre que sigue arrodillado en el suelo mientras es esposado. -Ver como se pudre en la cárcel de por vida será la mejor manera de honrar su memoria. Es lo que Jimin hubiera querido.
-Es usted muy blando, teniente- afirma con acidez en su voz.
Yoongi se agacha a la altura de su rostro, mirándolo fijamente.
-Dije que era lo que Jimin hubiera querido. No lo que yo hubiese querido- termina de pronunciar y arremete un duro puñetazo en la mejilla contraria.
El Superior Taehyung cae de lado, inconsciente.
-Tome eso como un adelanto de lo que yo hubiese hecho- le habla al cuerpo sobre el suelo, aunque sabe que no recibirá respuesta. Seguidamente vuelve su mirada hacia Jungkook.
-Agente Jeon, le agradecería si evita poner este último incidente en su informe. Suficiente tiempo pasé en comisaría viéndole la cara a este sujeto todos los días y conteniéndome hasta que tuviésemos suficientes pruebas en su contra.
-No se preocupe, Teniente Min. En lo que a mí respecta, este hombre se golpeó solo al caer y quedó inconsciente en pleno arresto.
-Veo que nos entendemos. Ha sido un gusto trabajar con usted.
-¡YOONGI! ¡JUNGKOOK!- grita con desesperación el peligris desde el fondo de la habitación.
Ambos hombres se giran hacia Namjoon y lo ven junto a un cuerpo tendido en su regazo. Los fuertes brazos del detective continúan amarrados a la columna y sólo puede ver con impotencia como la respiración del castaño va debilitándose poco a poco.
-¡ESE MALDITO DISPARÓ A SEOKJIN! ¡ESE MALDITO LO HIZO!- exclama el detective con rabia contenida, mientras mira con enrojecidos y llorosos ojos, casi en shock, el fino cuerpo sobre sus piernas.
Seokjin, en un último momento de lucidez, fue capaz de moverse al encontrarse rota la cadena que lo ataba, consecuencia de la primera bala que le hirió el tobillo. Se arrastró hasta la figura arrodillada del peligris, mientras el Superior Kim continuaba de espaldas, encarando al Agente Jeon. Al ver que la vida de Namjoon corría peligro, se lanzó hacia él en el último segundo y lo abrazó con la poca fuerza que le quedaba, anteponiendo su cuerpo al suyo antes que le disparasen.
La jugada maestra fue interceptada.
La partida continúa, pero al más alto precio.
Una nueva Reina ha sido sacrificada por el Rey.
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