32. Jugada maestra
“Todo es un tablero de ajedrez
de noches y días,
donde el destino juega
con los hombres como piezas”
~ Omar Jayam
La vaga luz de una farola encendida en la calle, ilumina la oficina desde la ventana. El lugar esta casi en la penumbra. Sólo la pantalla del computador brilla en el reflejo de los ojos oscuros.
Documentos y carpetas se encuentran ordenados a un lado del escritorio.
El hombre, sentado sobre su cómoda silla, mantiene un cigarrillo en su boca y se entretiene moviendo las piezas de ajedrez de un pequeño tablero sobre su mesa. Le ayuda a relajarse cuando su mente se siente estresada.
Está esperando un email que debe llegar en pocos minutos.
Suena una pequeña alarma melodiosa de la computadora y revisa el último correo electrónico recibido.
Alza una ceja al leer el nombre de cierta ciudad que se le hace tan familiar.
"- Objetivo viajará a Yeosu en dos días."
Yeosu.
Aquella maldita ciudad que hizo trizas su infancia. La ciudad donde vivía su abuelo, el que nunca lo reconoció como nieto, pese a llevar su sangre.
La ciudad donde se ahogó el niño que jugaba a los marineros. El mar que se llevó con él los sueños de su padre y la vida que soñaba.
El hombre mueve una pieza negra del ajedrez y dejar caer una de las piezas blancas, rompiendo la defensa de las figuras más importantes del tablero.
Deja el cigarrillo en el cenicero y exhala todo el humo en sus pulmones.
Está dispuesto a hacer pagar a Seokjin por cada lágrima que derramó cuando su padre murió. Por cada minuto de soledad que vivió en aquel orfanato.
Pero el tiempo se agota.
Teme ser descubierto.
No puede dejar que el detective Kim arruine una vez más sus planes.
Debe actuar rápido.
Si quiere que esta vez sus planes den en el blanco, deberá ejecutarlo él mismo y hacer pagar a su estimado primo con sus propias manos.
Utiliza la red encriptada de internet de la comisaría, la que sabe que jamás será rastreada por ser de uso exclusivo policial, para ponerse en contacto con quienes sabe que podrán ayudarle en la ansiada tarea de tomar venganza por su cuenta, con total discreción y siendo totalmente desapercibidos.
A los pocos segundos recibe la confirmación. Están disponibles para actuar esa misma noche.
Son su gente de confianza. Una ventaja de saber a quién del bando contrario recurrir cuando se tiene un alto cargo como el suyo.
Pero esta vez debe ser cauteloso.
Sus planes han fallado muchas veces.
No obstante, la primera vez que falló, fue la que más lamentará toda su vida.
Cierra los ojos y su mente rememora esa misma oficina, hace poco más de seis meses atrás.
El día era soleado.
Una cabellera alborotada unida a una sonrisa encantadora, asomaba por la entrada de la puerta del despacho.
—Jimin, me alegra verte.
—¿Se puede pasar?
—Sabes que siempre eres bienvenido.
Jimin caminaba contento por la oficina hasta sentarse en la silla frente al escritorio.
El día había sido terrible. Cargado de trabajo extra, de expedientes por revisar, órdenes de la oficina central y un dolor de cabeza infernal. Pero Jimin había llegado y su sola sonrisa lograba iluminar todo el lugar, haciendo que se le olvide todo lo malo.
Una pequeña luz de esperanza que volvía cálida su ensombrecida y desdichada existencia.
Y él quería poseer ese rayo de sol. Que su luz lo iluminara sólo a él. Ser el dueño de esos ojos que hacían agitar su corazón cuando los veía cada mañana.
—Dime Jimin, ¿En que puedo ayudarte?
—Es... sobre las vacaciones. Sé muy bien que se deben solicitar con un mes de anticipación pero me gustaría saber si podría pedirlas para dentro de dos semanas.
—¿Dos semanas?— cuestionaba, revisando el calendario de vacaciones del personal en una carpeta de su cajón. —No sé si sería posible... Uhmm... Tengo apuntado que coincidirían con las vacaciones del detective Kim.
—¿Habría problema si coinciden? Oh. Vaya...— decía el joven con tristeza en la voz, dejando caer con pesadez sus manos sobre el escritorio. —Tenía unos planes muy especiales para esos días.
Las pequeñas manos eran cubiertas por unas más grandes, que acogían delicadamente las suyas.
—Si es tan importante para ti, quizás puedo hacer algunas modificaciones. Podría hablar con Namjoon para que cambie algunos días de sus vacaciones y ...
—No, no. No por favor. —decía Jimin preocupado. —Es que... mis planes especiales... lo incluyen también a él— termina por decir, levemente avergonzado.
Su tersa piel sonrosada asemejaba los cerezos en flor antes de caer en el otoño.
Era hermoso.
Pero su rubor no se debía a él.
Su deseos pasaban inadvertidos ante aquel dulce chico que se ruborizaba sólo por mostrarse interesado en otra persona.
Alguien que no era él.
Tantas noches soñando con poder acariciar esa suave piel bajo sus dedos... poder pasear su nariz por su blanco cuello... respirar el olor de su perfume que quedaba impregnando en el cuello de su uniforme. Porque sí. Él muchas veces se escabulló en su taquilla para oler sus prendas y guardar en su memoria su olor... ansiando poder respirarlo algún día de su misma piel.
Pero sus sueños se habían convertido en pesadillas.
Nuevamente aquello que creía podía ser suyo, le era arrebatado.
Sabía que no tendrá nunca el poder de mandar sobre la voluntad y los sentimientos de las personas. Pero hay piezas en el ajedrez que pueden moverse, de forma que un simple Peón pueda ser devorado a la distancia por otra pieza mayor, sin que sus movimientos puedan ser advertidos. Avanzaría sigilosamente sobre ese tablero y analizaría cada jugada, con intención de llegar a la Reina, su premio mayor. Si no hay nadie alrededor, los ojos de la Reina solo podrán fijarse en él. Solo es cuestión de eliminar todas las piezas...
—Jimin, no te preocupes— decía, dando un par de palmaditas sobre sus manos. —Es posible que después de apoyar la misión de Incheon, ambos tengan que tomar una merecidas vacaciones. Déjame ver lo que puedo hacer.
—¿En serio? ¡Muchas gracias!— decía el joven ilusionado, mientras sostenía las manos ajenas, agitándolas con alegría. —Prometo dar lo mejor de mí en la última misión, antes de irme de vacaciones. No lo defraudaré.
—Nunca me defraudarías, Jimin. Sólo quiero que sepas que cuando las cosas se tornen difíciles, recuerdes que estoy aquí y podrás contar conmigo siempre.
—Lo agradezco infinitamente, de verdad. Es la hora de salida. Debo irme para revisar algunos últimos detalles para esos días. Con un poco de suerte, mis planes saldrán perfectos ¡Será genial! ¡Mil gracias!
El brillo del lugar se apagó cuando Jimin salió por aquella puerta.
La mente de aquel hombre maquinaba mil y un formas de poder deshacerse de la pieza sobrante del ajedrez.
Era bien sabido en toda la comisaría de las malas formas del detective Namjoon. Odiaba ponerse el chaleco antibalas. Se creía un ser inmortal. Menos se lo pondría si sólo se trataba de apoyar a otro equipo en el arresto y traslado de traficantes, cuando ya había pasado toda la acción. Pensaba que ese tipo de misiones carecían de emoción.
¿Y si... alguien daba un falso aviso sobre la hora de llegada del cargamento de droga?
Eso haría que el equipo de apoyo llegara antes del arresto, cuando aún no habrían descargado la droga en el embarcadero. En el medio del caos, balas y descontrol que seguramente se formaría al ver los coches policiales llegar, sería muy común que algunos agentes salieran heridos. Incluso podría situar en el puerto de Incheon algún enviado suyo que tuviera en la mira directamente al detective Kim. Nadie tendría por qué saber que esa bala no pertenecía a la propia banda de narcotraficantes.
Y seguramente Jimin estaría tan dolido por la pérdida, que buscaría refugio en él.
El plan perfecto.
Sin embargo, nadie podría imaginarse la gran decisión que tomaría Jimin aquel día.
Porque en el ajedrez hay muchas jugadas maestras... e incluso la Reina puede sacrificarse para salvar a su Rey.
Una llamada del SINC, Servicio de Inteligencia Nacional de Corea del Sur, alertó a uno de los altos cargos de la Comisaría Metropolitana de Seúl.
Durante meses estuvieron investigando la misión fallida de Incheon y estaban al tanto sobre el aviso erróneo de la hora del cargamento de droga que llegaría al embarcadero aquel día.
Luego de algunas averiguaciones, se pudo confirmar que el falso aviso se realizó desde la propia comisaría. ¿Pero quién podría haber dado el dato erróneo? ¿Cuáles serían las intenciones de originar una conspiración en contra del propio cuerpo policial, un complot que pudo haber acabado con la vida de todos los agentes del equipo de apoyo?
El SINC siguió la primera pista. Tenían constancia que el aviso erróneo fue recibido desde la propia sede policial. Más concretamente, desde uno de los servidores de las oficinas de los altos cargos. No podían permitir que uno de los suyos estuviera actuando en contra de la ley, manchando el propio honor de la Policía Nacional de Seúl.
Realizaron un seguimiento de las redes internas y esperando encontrar pistas sobre aquella misión, encontraron correos electrónicos sospechosos. No sólo sobre la misión de Incheon, sino sobre amenazas hacia una persona famosa del extranjero. No sería un caso extraño, si no fuera porque la misma persona había solicitado investigación y protección al residir ahora en Seúl.
De alguna forma tendría que haber una relación de ambos casos o bien puede que no existiera conexión alguna. Sin embargo, desde aquel momento, cada caso y expediente sería revisado minuciosamente por el SINC, incluido redes internas y correos electrónicos que entrasen y saliesen del sistema policial. Un sistema altamente seguro y cifrado, una vía que alguien de manera astuta estaría utilizando al saber que no sería inspeccionado por gozar de libertad sin vigilancia.
Para ayudar en tal labor de investigación, el SINC instaló a diversos agentes encubiertos en distintos departamentos de la comisaría, con el fin de mantener en estricto seguimiento cada movimiento de todos los que trabajasen allí, pero sin levantar sospechas.
La investigación estaba dando sus frutos.
Pronto, quien estuviera detrás de todo aquello, daría un paso en falso y sería descubierto.
—¡Otro beso! — demanda el castaño, mientras continúa sentado en la mesa del comedor, con las manos hacia atrás sobre la superficie, apresando con ambas piernas al peligris.
—Bebé, dije que sólo tenía diez minutos.
—Y yo dije O-T-R-O.
Rendido, el moreno sucumbe a los pedidos del escritor, volviendo a degustar la esponjosa boca, haciendo que el minuto se hiciera eterno. Mueve sus labios lentamente sobre los ajenos, jugando con su lengua entre los blancos dientes. Succiona la lengua del castaño y deja una pequeña mordida en el labio inferior, gruñendo sobre su boca antes de apartarse.
—Ahora sí, debo irme— dice el peligris, acariciando los muslos que lo tienen apegado al cuerpo del novelista.
Cada beso.
Cada mordida.
Cada caricia.
Cada suspiro.
Todo es como en un cuento de hadas, uno que a Seokjin le encantaría que no tuviera fin.
En los cuentos, hay caminos que han sido trazados desde el principio. Existen héroes y existen los villanos. Y también existen tramas donde los errores marcarán el giro de la historia. Esos errores son los más difíciles de confesar, porque pondrán a prueba el lazo rojo del destino, el mismo que une a las almas gemelas y los guían a encontrarse. Todo depende de la fuerza de ese lazo, porque si se rompe, nunca podremos soñar con un final feliz.
Repentinamente el rostro de Seokjin se vuelve sombrío y baja la mirada al suelo. Las delgadas piernas se abren, liberando al detective.
—¿Sucede algo, Seokjinnie?
—Nammie, hay algo importante de lo que quiero hablarte... Pero prefiero que lo hagamos cuando lleguemos a Yeosu.
—¿Estás preocupado por la lujosa cena de Navidad de tu madre? Sé que asistirán todas sus famosas amistades. No te preocupes. Prometo comportarme. Intentaré no romper nada. No me moveré de mi silla hasta que termine la reunión.
Los labios de Seokjin se curvan en una sonrisa y deja un nuevo beso en la boca del peligris.
—Tontito. Eso no me preocupa. Ya te dije que puedes romper todo lo que quieras. Incluso yo estoy incluido en la lista.
Esta vez, es la boca de Namjoon la que se curva en una insinuante sonrisa de medio lado. Coloca las manos a ambos lados del cuerpo del castaño, apoyándose sobre la mesa.
—Se me ocurren mil maneras en las que me gustaría romperte— dice el detective, mirándolo fijamente a pocos centímetros de su rostro, sin dejar de sonreír. —De acuerdo. No me gustan las sorpresas, pero esperaré pacientemente a llegar a la ciudad.
Deja un pequeño beso en la punta de la nariz de Seokjin y se aparta de la mesa, caminando algunos pasos hacia la puerta.
—No tardaré, cariño. Lo prometo. Estaré aquí en una hora. —mira su reloj y agrega. —Si quieres, puedes esperarme con las orejitas de lobo puestas.
Seokjin alza una ceja y ríe divertido.
—Ok. Buscaré la cola también.
Namjoon abre la puerta y envía un beso a la distancia a Seokjin antes de salir por el umbral.
Tan solo quince segundos después, el timbre del departamento suena con insistencia.
Seokjin baja de la mesa y acomoda sobre su cuerpo la fina bata rosa. Aún con el pie vendado, camina descalzo por el salón, pues no sabe donde pudieron quedar sus pantuflas.
Abre la puerta sin revisar por la mirilla, asomando sólo la cabeza.
Su cuerpo repentinamente es empujado hacia dentro de la casa. Se oye la puerta cerrarse y una fuerte figura lo arrincona a un lado de la pared de la entrada.
Los carnosos labios de Namjoon atacan los suyos sin compasión. Levanta las manos del escritor por lo alto de su cabeza y las mantiene sujetas con fuerza contra la pared. Lo besa con ansiedad, con ganas de comérselo entero, como un tigre degustando la carne de un ciervo, probando bocados de su presa antes de devorarlo por completo.
Seokjin, asombrado al principio por el impacto de su espalda contra la dura superficie, sigue gustoso el rudo juego del peligris. Abre la boca aún más para él, dándole vía libre de besarlo y morderlo a placer. Dejándose devorar una y otra vez.
Una de las manos del moreno mantiene sujetas ambas muñecas del escritor. La otra se desliza con prisa por el contorno de su silueta, colándose por la bata entreabierta, acariciando sus caderas y llegando hasta las suaves nalgas que amasa y aprieta sin compasión.
—Me vuelves loco, Seokjin— gruñe el peligris sobre los labios del novelista.
—Lo sé— afirma divertido, mordiendo la boca del peligris. —Provoco ese efecto en todos mis fans.
En un ágil movimiento, Namjoon gira el cuerpo del escritor y vuelve a apresarlo contra la pared. Su fuerte pecho presiona la espalda del castaño, dejándolo casi sin poder respirar.
—Descarado...— murmura el detective sobre su cuello, succionando su piel. Apega más su entrepierna, rozando el trasero del castaño. —Regresaré a castigarte. Espero que estés preparado.
Las manos del detective bajan por sus costillas y su fina cintura, por sobre la tela de la suave bata. Una de las morenas manos termina por dar una ligera nalgada al escritor, antes de separarse del delgado cuerpo.
Seokjin, aún sobre la pared, gira levemente la cabeza hacia atrás para mirar al peligris.
—Te estaré esperando, Alfa.
Namjoon le sonríe con lascivia.
Se acerca a dejar un rápido beso en los rojos labios y sale nuevamente por la puerta.
Cinco minutos después, el timbre del departamento vuelve a sonar con insistencia.
Seokjin sólo había dado un par de pasos hacia el salón. Al escuchar el ruido, sonríe y regresa nuevamente hacia la entrada, teniendo cuidado de no apoyar sobre el suelo su adolorido pie.
Abre la puerta de par en par con una gran sonrisa.
Pero su sonrisa se queda a la mitad, desencajada en un rostro de confusión al ver a la persona cuyo rostro reconoce.
—Buenas noches, Señor Kim.
El hombre de oscuro traje lleva una pequeña Azalea roja enganchada a la solapa de la chaqueta.
Tiene la mano extendida hacia el escritor, como si quisiera estrechar la suya en un cordial saludo. Estupefacto, el novelista baja la mirada y fija su vista en la marca de la muñeca del brazo ajeno.
Aquel lunar familiar tan característico...
El escritor vuelve a mirar asombrado los oscuros ojos y antes que diga palabra alguna, el hombre enfrente suyo lo sostiene con rapidez del brazo, tira de él con fuerza y acerca un pañuelo hacia su rostro.
Con la fuerte esencia que inhala, Seokjin se desvanece entre los brazos de aquel hombre.
Antes de perder la conciencia, la última imagen que ve es la de Namjoon a espaldas de aquel sujeto, sostenido de los brazos por tres desconocidos.
Amordazado, el peligris intenta soltarse con desesperación al ver caer a Seokjin.
Rabia.
Ira.
Dolor.
Angustia.
Temor.
Un abismo de sensaciones en el que Namjoon siente quebrarse cada parte de su ser.
El segundo ataque al Rey que sobrevivió al primer movimiento hace más de seis meses.
"Jaque"
Esta vez, su jugada maestra podrá acabar con dos piezas a la vez.
La venganza ha comenzado.
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