21. Violetas
Diversos colores llenaban la hoja de papel. Rosas, amarillos, rojos, celestes y verdes. Pequeñas y delicadas flores que el niño de cabello castaño iba dibujando.
El niño más alto lo acompañaba, leyendo un libro a su lado. Ambos recostados en una fina manta sobre la arena de la playa. El moreno niño intentaba concentrarse en su lectura sobre los planetas y el viaje del hombre a la luna... pero sus ojos irremediablemente terminaban sobre el pequeño. Delineaban con lentitud su perfil atento y dedicado. Sus radiantes ojos sobre el papel, la fina nariz y sus mullidos labios, fruncidos cuando los pétalos de las flores no le salían de la forma que deseaba.
Sabía que el pequeño estaba muy concentrado y no quería interrumpirlo, pero le causaba curiosidad saber para quién era ese dibujo.
—¿Es un regalo para tus abuelos, Jinnie?
—No. Es un regalo para mamá. Pronto será su cumpleaños y los abuelos prometieron enviarle una carta con dibujos míos.
—Es muy bonito. Me gustaría alguna vez tener un dibujo tuyo.
El menor se sentaba sobre la manta y sacudía la arena de su uniforme escolar. Miraba brevemente al mayor y bajaba su rostro hacia las manos en su regazo, jugando nervioso con sus dedos.
—Yo... Yo te hice uno ayer— decía el pequeño niño sonrojado. —Pero aún no lo he coloreado.
—¿Puedo verlo?
El castaño rebuscaba en la carpeta sobre la que dibujaba y extraía una de las pulcras hojas con un boceto en blanco y negro.
—Pensé en dártelo un día antes de mi viaje— pronunciaba con tristeza en su voz y le entregaba el dibujo al niño más alto. —Son las Camelias que me regalaste.
—¡Ohhhhh! ¡Son preciosas! Me gustan así, sin colorear.
Para el mayor, cada cosa del pequeño era único y especial. Al igual que su risa contagiosa y su mirada color avellana, envuelta en ese haz de luz dorada en los que siempre se perdía, fascinado con su poder hipnotizante.
El dibujo de las Camelias era realmente hermoso. El moreno niño sonreía para sí mismo, con un suave rubor en sus mejillas. Imaginaba que en el futuro, cuando sean mayores, podría regalarle muchas más flores al lindo castaño. ¿Violetas tal vez?
Observaba nuevamente al pequeño, que esta vez había bajado su vista a la arena. Sabe que su pequeña cabecita estaba pensando algo, por la forma en la que movía la nariz y mordía ligeramente su labio.
—¿Qué sucede, Jinnie?
—Yo... Yo quisiera también... tener algo tuyo, Namu— afirmaba, levemente ruborizado.
—¡Oh! Bueno, yo no tengo nada interesante y tampoco dibujo tan bien como tú— le decía, mientras su mirada se posaba en el libro que leía, en el capítulo sobre los astronautas. Miraba detenidamente la foto que le sirve de separador de hojas. Una instantánea que le tomó su madre hace casi dos años, justo antes de ir a trabajar a Seúl. —¡Pero tengo esta foto mía!— exclamaba triunfante al encontrar el regalo perfecto, mientras colocaba su rostro al lado de la foto y sonreía de la misma forma que la imagen reflejaba.
El niño menor reía al verlos casi idénticos y enseguida cubría su boca, avergonzado por el visible agujero del diente faltante que se le cayó hace un par de días.
De repente, los ojitos azules del mayor volvían a mirar las páginas del libro, justo donde se mostraba la imagen de un gran cohete espacial y las excavaciones en la superficie lunar. Su mente imaginó una fantástica idea. Se sentaba sobre la manta con rapidez, buscando en su mochila el estuche metálico de lápices y vertía todo el contenido para dejarla vacía.
—Jinnie, ¿Te gustaría hacer una cápsula del tiempo conmigo? Podríamos colocar tu dibujo, mi foto y todas las cosas que quisiéramos guardar en esta caja. La enterraremos ambos en nuestra cueva. Será nuestro tesoro. Así cuando vuelvas de tu viaje, podremos desenterrarlo juntos.
Los castaños ojos del pequeño niño destellaban de emoción, pero en seguida su semblante se volvía triste y apagado, regresando a mirar la arena que movía con sus pies.
—Namu, yo... no podré. Yo no sé... cuándo volveré.
El niño más alto observaba sus preciosos ojos decaídos, brillantes por las lágrimas que intentaba retener. Odiaba verlo llorar. El menor se había convertido en alguien muy importante para él y aunque no tenía mucho conocimiento sobre la vida, sabía que si él sonreía, era lo único que necesitaba para ser feliz.
Sus morenas manos alzaban el cabizbajo rostro del pequeño y dejaba un tierno beso sobre su frente. Recogía suavemente la delicada mano de su regazo y enlazaba ambos dedos meñiques frente a sus ojos.
—Lo haremos juntos, aunque pasen cincuenta o cien años. Yo te esperaré, Jinnie. Lo prometo.
Sonreía el pequeño nuevamente, vislumbrando sus dedos unidos y el mayor caía rendido ante su hermosa sonrisa. Como cada día a su lado, sus avellanadas pupilas le llenaban de calidez y su interior era invadido por las agradables cosquillas de millones de peces nadando en su interior.
Los suaves latidos del peligris acompasan la respiración del escritor.
Seokjin despierta lentamente, sintiendo un leve dolor de cabeza y los labios resecos. Consecuencias del exceso de alcohol de la noche anterior.
Se incorpora de su cálido refugio, dándose cuenta que había descansado casi la mitad de su cuerpo sobre el detective, siendo su fuerte pecho el que dio cobijo a su despeinada melena y sus latidos los que escuchaba entre sueños.
—¿Ya despertaste, bonito? Ten, bebe esto. Es tu té favorito, sabor caramelo con una hoja de menta. Te sentará bien después del vino de ayer.
El castaño recibe la taza y siente el frío líquido humedecer su garganta. Mientras bebe sentado sobre el tapiz, observa al más alto que se mantiene recostado sobre varias almohadas del nido. Sostiene en sus manos una tablet, donde al parecer está revisando algunos documentos de su investigación. Los lentes de anchos bordes negros enmarcan perfectamente los azules orbes, que se mantienen atentos a su lectura. El escritor baja su vista por el moreno cuello, delineando algunos lunares. Al seguir bajando cae en cuenta que no lleva camiseta, sólo unos cómodos pantalones grises deportivos.
Sus ojos se pierden en las curvas de su marcado vientre y observa cómo una de las grandes manos acaricia suavemente su propio torso, repasando con sus dedos los surcos de sus propios músculos, clavando unas sugerentes y anhelantes pupilas en las suyas.
—¿Prefieres que tu alfa te dé el desayuno frío o caliente?
Seokjin se ahoga con el té y comienza a toser exageradamente, enrojecido hasta las orejas.
El detective ríe por la reacción a sus traviesas palabras. Nunca se cansa de descubrir las innumerables facetas del escritor. Serio, indiferente, decidido, encantador, sexy, dominante, ardiente, dulce, tierno, sumiso, caprichoso, inocente... todas hacen que se enciendan cada uno de sus sentidos, aunque intenta controlarlos a cada momento.
Contenerse de por sí ya es una tarea difícil. Estuvo acostumbrado durante años a obtener lo que quería en el momento que quisiese, con sólo una llamada o entrar a un conocido bar y chasquear los dedos. Pero está decidido a aprender a hacerlo para no agobiar a Seokjin. No quiere parecer ansioso, como un animal en celo.
Supone que eso es lo correcto en una relación.
¿O quizás no?
Deja a un lado la tablet y se sienta sobre la alfombra, enfrente de Seokjin, dando pequeñas palmaditas en la espalda del escritor.
—Tranquilo, cariño. Sólo era una broma... a menos que no quieras que sea una broma— pronuncia la última frase en tono sugerente, sonriendo de medio lado.
El escritor recupera el aliento y da pequeños golpes con el puño en el desnudo y fuerte pecho contrario.
—¡Casi me muero, Nam!
—No podría haber dejado que suceda eso, bebé. Estaba preparado para hacerte reanimación boca a boca.
El detective sostiene la barbilla contraria, acariciando los mullidos belfos con el pulgar y entreabriendo el tentador labio inferior del escritor. Seokjin se muestra dócil ante su toque, hundiéndose en el océano de sus azules ojos, acercándose poco a poco a los carnosos labios que parecen llamarle, como suaves corrientes de marisma hacia su orilla.
Es increíble el efecto que tiene Namjoon sobre él. El fuerte muro que tardó tanto tiempo en construir a su alrededor, es derribado en segundos con la profundidad de su mirada. Cual solitaria rosa que el invierno volvió arisca, pero a su tacto entibia y vuelve blandas sus espinas.
Namjoon se acerca unos milímetros más y aprisiona con suavidad su dulce y mentolada boca.
El delicado contacto de los esponjosos labios de Seokjin sobre los suyos se siente mágico. Le hace perder la noción del espacio y del tiempo, como si sus pies despegaran del suelo, como si pudiera volar.
Una placentera sensación le invade por dentro. Percibe un suave hormigueo subir por su vientre y sabe que no son mariposas. Es como si miles de peces nadaran en su interior y sus pequeñas aletas lo rozaran desde dentro, causando agradables cosquillas debajo de su piel.
Peces.
Los pequeños peces que nunca creyó nadarían nuevamente dentro de su ser.
¿Es correcto volver a sentirlos?
¿Se estará olvidando de aquel tierno recuerdo de su niñez?
Por un segundo le invade la melancolía. No quiere traicionar el dulce recuerdo de aquel niño, su pequeño príncipe amante de las ballenas. El niño de brillantes ojos y suave melena castaña que se alborotaba con la brisa del mar.
Namjoon abre los ojos y se separa con suavidad de la boca de Seokjin. Lo observa de cerca y es tan hermoso, etéreo, casi irreal.
El futuro puede ser incierto, pero está seguro de lo que siente ahora. Sabe que en ese futuro quiere que Seokjin esté presente. Que sus bellos ojos sean lo primero que vea al despertar y lo último antes de dormir.
Porque sabe que en el inmenso mar ha encontrado un tesoro y está seguro de querer protegerlo y conservarlo por siempre junto a él.
Quizás es hora de cerrar el ciclo.
Han sido muchos años de autoculparse por todo lo que sucedió.
El día de su habitual rutina anual de depresión fue cambiado mágicamente por la presencia de Seokjin. Por el grato recuerdo de la primera vez que pudo ser dueño de sus ansiados labios, por la vez que pudo escuchar sus ardientes gemidos, por la vez primera en que probó el fascinante sabor de su piel, seducido por su dulce fragancia.
Tal vez es hora dejar ir el tierno recuerdo de aquel niño.
Quizás es hora de empezar a ser feliz.
—¿Seokjinnie, qué me haz hecho?— pregunta Namjoon, casi para sí mismo, mientras cierra brevemente los ojos y posa su frente en el hombro del castaño.—¿Por qué no puedo dejar de pensar en ti?
Los largos dedos de Seokjin se pasean por las hebras del cabello gris, acariciando con lentitud cada mechón desordenado.
—Es el efecto Seokjin ¿Lo recuerdas? Ya te lo había advertido.
Namjoon suelta una pequeña risa y lleva su rostro hacia el cálido refugio del cuello del escritor, aspirando de él, embelesado con su dulce aroma. Fija su mirada en la marca que dejaron sus dientes aquella apasionada noche, pero esta vez es menos vistosa, solo una pequeña mancha rosácea. Es normal que desaparezca con el paso de los días, pero aunque parezca tonto pensarlo, él hubiera preferido que se quede allí grabada para siempre, cual tatuaje en su piel.
Deja un húmedo beso sobre la pequeña marca, sintiendo como el cuerpo del escritor se estremece con el leve toque de sus labios.
Su toque.
El peligris sonríe. Se siente dichoso de ser quien tenga ese pequeño poder sobre él, su dulce omega.
Después que Seokjin se quedara dormido anoche, Namjoon empezó a leer una de las obras del escritor y descubrió información muy interesante sobre los alfas.
Sus cautivadores labios esbozan una suave sonrisa.
Es hora de aplicar sus nuevos conocimientos.
—¿Te gustaría que esta noche volviera a reforzar mi marca, pequeño lobito? ¿O debo esperar a tu próximo celo?— susurra el peligris cerca de su oído.
Seokjin enrojece hasta la nariz.
¿"Reforzar la marca"?
¿Dijo "Celo"?
—Yo... Emm...
¿Por qué está titubeando? ¿Por qué le ha llamado lobito? ¿Por qué le gusta avergonzarlo?
—¿Me haz dicho lo-lobito?
—No creo que esas orejitas sean de gatito, cariño —afirma divertido el detective, guiñando un ojo.
Seokjin lleva las manos a su cabeza y toca las mullidas y suaves orejas. Se quita la diadema y con ella en las manos comienza a recordar parte de lo que sucedió anoche, haciendo que el color carmín inunde aún más sus mejillas.
—¿He llevado esto toda la noche? ¡Dios! ¡Debo haber hecho el ridículo!
Namjoon la recoge de sus manos y vuelve a colocarla sobre los castaños cabellos, apreciando de cerca su bello cachorro.
—Corrección uno: para mí eres adorable— le dice, mientras lo sostiene de las mejillas. —Corrección dos: si insistes en que te ves ridículo lo aceptaré. Pero eres MI RIDÍCULO, que no se te olvide— finaliza, dejando un pequeño beso en su ahora roja nariz.
—¡Buenos días, Hyungs!— se oye la alegre voz de Jungkook desde el salón. —¡Ya llegó el desayuno!
Namjoon se pone de pie sobre la alfombra y extiende uno de sus brazos. Ayuda a levantarse a Seokjin y lo lleva de la mano, corriendo contento escaleras abajo.
—¡Hola, Kook! ¿Trajiste lo que te pedí?
—¡Claro que sí, Hyung! Fue difícil pero lo conseguí— afirma, mientras de una bolsa extrae una curiosa diadema de orejitas grises que entrega al mayor.
Los asombrados ojos del escritor lo ven colocarse las peludas y esponjosas orejas sobre su propia cabeza, acomodando sus grises cabellos. El detective voltea feliz a verlo. —¡Ahora seremos ridículos los dos!— le dice, sonriendo con dos medias lunas en el rostro y un precioso par de hoyuelos.
¡Dioooooooos!
¿Cómo pudo adivinar sus pensamientos?
¿Como pudo saber exactamente lo que quería?
¿De que forma pudo entrar en su mente y también en su corazón?
¿Qué hizo en su otra vida para merecer el privilegio de tener sólo para él este enorme lobo feroz lleno de músculos?
Seokjin suspira, lo mira y comienza a reír.
—Pero que quede claro que yo soy más hermoso.
—Eso es indudable, cariño.
—Namjoon-Hyung— interrumpe el asistente —también traje las flores que me pidió.
Jungkook se acerca hacia otra bolsa de papel y de ella obtiene una maceta de pequeñas flores púrpuras que deja en manos del escritor, antes de dirigirse con las demás bolsas hacia la cocina para alistar la mesa para desayunar.
El escritor mira encantado las lindas y minúsculas flores.
—¿Violetas?— inquiere alzando una ceja hacia el peligris.
—Sí, son Violetas.
—El morado es uno de mis colores favoritos. Creo recordar que las Violetas significan modestia, timidez o inocencia. Gracias, pero ¿Estás seguro que son para mí? — pregunta el castaño con una traviesa sonrisa.
—Las violetas comunes suelen tener esos conceptos. Sin embargo, su sentido es mucho más profundo. Significan también promesa y lealtad. Pero las que llevas en las manos es además una variedad especial. Son Violetas de Parma. Estas flores nunca las he obsequiado a nadie.
—¿Y qué significan las Violetas de Parma?
Namjoon sonríe a su cachorro con dulzura, destilando miel de sus azuladas pupilas, sin perder de vista sus fascinantes ojos y las peludas orejas marrones que sobresalen de su castaña melena.
—En tu libro leí que los alfas eligen una forma de cortejar a los omegas cuando deciden iniciar una relación y mostrar su formal interés.— El peligris da un par de pasos hacia el escritor, quedando frente a él. —Puede que tú ya lo tengas todo y que yo no pueda ofrecerte mucho, pero espero que aceptes éstas flores. Son mi señal de cortejo.— Namjoon posa sus fuertes manos en la fina cintura de Seokjin, acariciando con suavidad, manteniendo las pequeñas flores entre ambos. —Significan "Déjame amarte".
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro