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2. El mayor admirador

Viernes, siendo casi las once de la mañana, aterriza el vuelo desde Seattle en el aeropuerto internacional de Incheon en Seúl.

De las puertas de desembarque, entre tanta gente, camina un hombre de cabello castaño, alto y delgado, arrastrando una pequeña maleta rosa. Lleva lentes de sol pese a que el día está aún nublado. Porta un abrigo beige en sus fuertes hombros y sus pasos galantes acompañado de sus finas facciones en su blanca piel, lo hacen parecer a algún actor recién salido de filmar una película.

El joven hombre lleva sus pasos hacia la primera cafetería abierta que encuentra en el aeropuerto. Se sienta en una silla libre y deja caer su brazos sobre la mesa, acomodando su cabeza entre ellos, decidido a cerrar los ojos por un momento.

El jet lag lo está matando.

—Disculpe.— Lo interrumpe un muchacho por cuyo impecable uniforme verde y negro, podía saberse que era uno de los camareros del lugar. —¿Puedo ofrecerle algo de beber?— y agachando su cabeza hacia el hombre recostado, agrega en voz baja casi en un susurro. —Lamento molestarle, pero mi jefe ha insistido en acercarme a su mesa. Es mi último día de trabajo y quiero dejarle una buena impresión.

El hombre voltea su rostro hacia el joven y se incorpora en su asiento. Se quita las gafas de sol y las deja cuidadosamente en la mesa, mientras cruza las piernas, volviendo nuevamente sus ojos castaños al muchacho pelinegro enfrente suyo, que lo mira al principio con cierto nerviosismo pero al segundo abre aún más sus brillantes ojos, dejando su boca abierta.

—¡Oh, Dios mío!, ¡Es usted el señor Kim Seokjin!, ¡El famoso autor del libro La venganza de la Luna!, ¡Dios, Dios, Dioooooosss!— exclama el muchacho dando pequeños saltitos en su sitio. —Soy gran fan de su trabajo, sé todo sobre usted y he leído todas sus obras. El final de su último libro me dejó en shock. Sé que muchos de sus seguidores no estuvieron de acuerdo en que muriera el personaje principal, pero para mí fue un final épico. ¡Su trabajo es arte, señor!— Y acercando uno de sus bolígrafos al mencionado escritor, quien dudoso asió el objeto en sus manos, agrega —¿Podría darme un autógrafo, por favor? Puede firmar aquí mismo en mi brazo. Pienso tatuarme su firma.

Seokjin mantiene el bolígrafo en sus manos, dudoso, alzando una ceja y mirando los grandes ojos negros y radiantes de aquel muchacho. Es como mirar un cervatillo ilusionado.

¿Aquel muchacho había dicho tatuarse su firma?

—¿Haz dicho que firme allí?— pregunta confundido el famoso novelista, mirando el fuerte brazo donde las cortas mangas del uniforme dejan ver también otros pequeños tatuajes en color negro.

—Sí, señor. Por favor— afirma el joven pelinegro, acercando un poco más su brazo hacia el hombre.

—¿Haz pensado en que al ducharte se borrará la tinta?— inquiere el escritor, meneando el lapicero en sus dedos.

—¡No pienso ducharme hasta el lunes, señor! ¡Por nada del mundo perdería esta oportunidad!

Seokjin estalla en carcajadas. Definitivamente aquel chico era muy particular, pero le gusta su honestidad y su personalidad abierta y simpática.

—Hagamos un trato, Jungkook-ah— habla Seokjin, entrecerrando sus ojos para leer el nombre que lleva escrito aquel chico en su uniforme y colocando una de sus manos bajo su propia barbilla, agrega —Ya que dices saber tanto sobre mí, te haré tres preguntas. Si las respondes correctamente, te conseguiré un nuevo empleo y te pagaré el tatuaje. ¿Qué te parece?

—¿Es una broma, señor?

—¡Claro que no, muchacho! Imagina que soy como tu hada madrina y hoy es tu día de suerte— afirma el escritor, sonriendo y guiñándole un ojo pícaramente.

—¡Puede preguntarme lo que quiera, señor! Soy su mayor admirador— asegura el pelinegro, aún sin creer que está enfrente de la persona que más admira.

—De acuerdo. Uhm... ¿A que edad comencé a escribir mis libros?, ¿Cuántas obras tengo en total? y... ¿Cuál es mi perfume favorito?

Jungkook no se toma ni dos segundos en responder.

—Comenzó a escribir a los quince años, durante los años de rehabilitación después de un accidente que tuvo en su niñez. Aunque fueron cuentos simples sobre el mar y las ballenas, que no llegó a publicar. A los dieciocho escribió su primera obra completa, "Autumn outside the post office", así que podría decirse que fue su primera obra a nivel profesional. Al ser usted tan joven y venir de un país tan reservado como el nuestro, generó un gran revuelo y fama en Estados Unidos al tener como protagonistas a dos hombres. Después inventó usted el género Omegaverse de las que escribió tres sagas "Awake" "Epiphany" y "Tonight". Hace un año escribió "La venganza de la luna". Actualmente está trabajando usted en una nueva obra, pero al no estar terminada no podría considerarla aún, por lo que contando los libros de cada saga darían un total de... ¡Treinta y dos obras completas!— dice el joven muchacho, retomando el aliento, ya que había soltado tanta información cual si fuera un trabalenguas e inmediatamente golpea su cabeza con una de sus manos al recordar una información a su parecer importante. —Aunque en la entrega de los premios Quill Award de hace tres años, en su discurso dijo que tenía una obra terminada pero que aún no había publicado y que lo haría cuando cumpliera los treinta años, por lo que entonces serían treinta y tres obras completas— reafirma, ahora sí contento con su respuesta. —¡Ah!, lo olvidaba, su perfume favorito es Candy de Prada. En una de las últimas entrevistas de televisión de la cadena NBC, hace dos años comentó que le encantaba su fragancia casi similar al algodón de azúcar, igual a su dulce preferido.

Kim Seokjin se queda boquiabierto. Aquel chico le ha sorprendido de sobremanera. Algunos datos ni siquiera recuerda haberlos expuesto a la prensa y sobre la obra terminada y no publicada, es un hecho que pocas personas recuerdan. Realmente el chico debe ser uno de sus más grandes fans, a menos que sus razones fueran diferentes.

—Jungkook, ¿Eres algún tipo de acosador?— pregunta Seokjin, incorporándose hacia atrás con recelo en su propio asiento.

—¡Oh! No señor, por favor no piense eso— responde el menor, sonrojado hasta las orejas. —Para mí... bueno... sus obras fueron una vía de escape en mi adolescencia. Mi padre nunca entendió mis preferencias por los chicos y tuve que irme de casa para evitar problemas. Sus libros me acompañaron en el instituto y la universidad. Siempre me encantó su forma de expresarse, la magia que creaba a través de sus palabras y sus hermosos finales. Sus libros eran casi la biblia para mí. Señor, si pudiera, ¡Yo le besaría el cerebro!

Seokjin bufa de manera burlona y sonríe divertido. Realmente este chico era un caso curioso y especial.

—Disculpe— los interrumpe una delgada muchacha quien se acerca a la mesa. Hace un pequeña reverencia hacia el hombre sentado y dirige seguidamente su vista hacia el pelinegro —Kook, tu turno ha terminado. El jefe dice que puedes pasarte por su oficina para recoger tu liquidación. No te preocupes, yo seguiré atendiendo por ti— termina por informar la joven. Pregunta hacia el cliente —¿Puedo tomar su orden, señor?— y se sonroja al tomar atención de lo apuesto que es el hombre sentado en aquella mesa, incluso cree recordar haber visto su rostro antes, mientras Seokjin sigue mirándola expectante con sus profundos ojos cafés.

—Sí, por supuesto— afirma el escritor carraspeando un poco y aclarando su voz. —Tráeme dos chocolates calientes para mí y... mi nuevo asistente— dice sonriendo hacia el pelinegro que permanece aún de pie a su lado. —Jungkook-ssi, ¿Prefieres una o dos cucharadas de azúcar?

—¿Yo?... eh... dos... dos cucharadas— balbucea el pelinegro, sin perder su cara de estupefacción.

—Perfecto. Dos chocolates con dos cucharadas de azúcar y me trae también un trozo de pastel de nata y fresas para llevar— confirma hacia la muchacha que toma apunte en su libreta. Ella hace una pequeña reverencia y se retira de la mesa, mirando a Jungkook con extrañeza mientras se dirige hacia la barra.

—Señor, ¿Es una broma?— pregunta el joven en voz baja, por segunda vez en el día, sentándose en la silla enfrente del escritor.

—Claro que no, Jungkook-ssi. Soy un hombre de palabra. Respondiste correctamente y éste es el puesto de trabajo que te ofrezco. Tendrás que estar disponible casi todos los días ya que tengo una agenda muy ajetreada.— Rebusca en el bolsillo de su maleta y extrae una libreta rosa. Se la extiende al aún incrédulo muchacho, junto con un bolígrafo de brillos plateados. — ¿Puedes ir apuntando?— El pelinegro asiente varias veces, abriendo la libreta de prisa, no perdiendo detalle de todo lo que el novelista pronuncia. —Mañana tendré que buscar un departamento. Te agradecería si contactas con las inmobiliarias y me envías las fotos de los tres mejores que hayas visto. Odio perder el tiempo. El domingo tendré que recoger el nuevo Maserati que reservé por internet. Espero que tengas carnet de conducir.— El pelinegro asiente nuevamente varias veces, la emoción no permitiéndole pronunciar palabra alguna. —¡Ah! Y tengo una cita para el lunes a las cinco de la tarde sobre un asunto policial, pero por la mañana iremos a hacerte ese tatuaje— afirma Seokjin, divertido y jovial. —Por cierto, no me llames Señor, dime Hyung, me haces sentir viejo. ¿Crees que puedes decir viejo a este hermoso rostro, Jungkook-ssi?— agrega sonriendo, colocando ambas manos en su propio rostro, formando con ellas casi un corazón.

—¡Oh, no señor! Digo, señor Hyung, digo Hyung-nim— el pelinegro repite nervioso. —¡Su rostro parece estar tallado por los mismos dioses! Usted puede llamarme como quiera: Jungkook, Kook o Kookie, como me llama mi madre. Si no le gusta, puedo cambiarme hasta el nombre si prefiere.

Seokjin ríe nuevamente. No lo conoce, pero este chico le parece adorable.

—De acuerdo Jungkookie. Te espero mañana a las doce en mi hotel— agrega extendiéndole una tarjeta con los datos, que el pelinegro recoge con cuidado. —Y esta otra tarjeta...— se la acerca no sin antes advertirle —tiene mi número de teléfono personal y mi email. Está de más decirte que no puedes compartir estos datos con nadie — reafirma serio, levantando una ceja.

El joven la recoge con solemnidad y se lleva la tarjeta al pecho con una mano mientras levanta la otra con la palma hacia afuera a modo de juramento.

—¡Prometo protegerla con mi vida, Seokjin-Hyung!

El escritor lo mira risueño, posando una de sus manos bajo su barbilla y apoyando su codo en la mesa, sin dejar de mirar al muchacho de relucientes ojos negros.

—Creo que nos llevaremos muy bien Jungkookie.


Varios documentos desordenados podían verse sobre el escritorio de la habitación. Algunas carpetas que indicaban en su portada como Confidencial y otras con fotos, notas de paquetes y floristerías, apuntes y cartas escritas a mano. El hombre sentado en la amplia silla junto al escritorio, removía una vez más algunos papeles y se quedaba viendo una fotografía a color. En ella, un apuesto hombre de cabello castaño sonreía recibiendo lo que parece ser una estatuilla dorada o un premio de algún tipo de evento.

—Qué suerte tienen algunos— murmuraba para sí mismo —mientras otros nunca podremos alcanzar la felicidad.

Chasqueaba la lengua y recogía nuevamente un cigarrillo a medio terminar del cenicero junto a su laptop, abierto en la página de su correo electrónico. El aparato hacía un leve sonido, similar a una campanilla y el hombre volvía su vista hacia él, revisando el nuevo mensaje que acaba de llegar.

De: ss@redcode.kr
Para: b.ret@niw.kr
Asunto: Avance sobre objetivo - Kim Seokjin

Estimado Señor,
Adjuntamos los últimos datos de nuestra investigación.
- Vuelo de Seattle a Seúl. Aerolínea Korean Air. Asiento 8B, primera clase. Llegada prevista a las 10:45 horas. Terminal 4. Aeropuerto de Incheon.
- Hotel Signiel Seoul. Habitación 980. Chek-in previsto a las 13:00 horas.
- El objetivo asistirá el lunes a las 17:00 horas a la Estación de Policía Metropolitana de Seúl en Sajik-dong. Motivo aún desconocido.
Seguiremos informando.

El hombre gesticulaba una mueca en una media sonrisa. Daba una larga calada y dejaba nuevamente el cigarrillo en el cenicero. Sus ojos reposaban esta vez en un libro de su mesa en cuya portada se leía La Venganza de la Luna. Volvía su vista a la foto que aún sostenía en una de sus manos y se quedaba mirando fijamente aquellos ojos marrones que parecían mirarle también, hablándole a la imagen aunque sabe que no le va a responder.

—Mi querido escritor... Parece que tu suerte esta por acabar.

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