12. La pieza perfecta
La soleada tarde iba llegando a su fin. El profundo océano, cual espejo de la naturaleza, reflejaba los últimos destellos sobre sus aguas. Algunas gaviotas inquietas daban saltitos en la arena comiendo los trozos de pan que el pequeño niño de pelo castaño, sentado cerca de la orilla, iba lanzando de a pocos.
Diminutas lágrimas caían de sus hermosos ojos, mientras abrazaba fuertemente su mullida ballena de felpa.
— ¿Por qué lloras, Jinnie? — preguntó el moreno niño, sentado a su lado.
— Es por mamá... Ella... Ella dice que cuando termine el año, me llevará a Estados Unidos. Pero... Yo no quiero. Antes sí, pero ahora ya no quiero.
Las suaves manos del mayor acariciaban sus sedosos cabellos, intentando reconfortarlo. — Ella te quiere mucho.
— Lo sé. Pero... yo también te quiero mucho. Yo... Yo no quiero dejarte. No quiero que me olvides.
El rumor de las olas se oía en la desolada playa y el agua bañaba por momentos sus pies descalzos.
— Jinnie, ¿Recuerdas lo que decimos siempre que jugamos con los rompecabezas? Nunca estarán completos hasta que colocamos la pieza final. Podemos intentar poner otras piezas, pero sólo hay una correcta. Y ese espacio faltante siempre esperará que llegue la pieza perfecta. — suspiraba y recogía con suavidad la mano del pequeño, enlazando afectuosamente sus dedos — Tú eres mi pieza, Jinnie.
Los ojitos del pequeño castaño lo miraban ilusionado, mientras secaba sus lágrimas con las mangas de su celeste jersey con rayas blancas.
El niño mayor buscó en sus bolsillos y extrajo un pequeño llavero en forma de ballena. Lo colocó enfrente de su rostro y lo movió de un lado a otro, sonriendo.
— Además, Kori se queda conmigo. Nunca voy a olvidarte, Jinnie.
— ¿Lo prometes, Namu? — preguntaba el pequeño, abrazando con cariño al niño cuyas palabras habían llenado de calidez y esperanza su tierno corazón.
— Te lo prometo.
La agitada mañana transcurrió con la rapidez de un suspiro.
Seokjin se encuentra listo en el salón, vestido impecablemente para la ocasión con un exclusivo traje negro de Dior, en un claro detalle hacia el anfitrión del evento.
Revisa su reloj y queda poco tiempo para que llegue el auto que lo llevará hacia una de las más lujosas zonas de Seúl.
Camina hacia un enorme espejo cerca de la entrada del departamento e intenta acomodarse un brillante alfiler en la fina corbata rosa en tono pastel que complementa su ostentoso ajuar.
El ruido de unos pasos detrás suyo hace que gire sobre sí, quedando anonadado con la magnífica y elegante visión del hombre que se acerca a grandes pasos hacia él.
Namjoon termina de bajar las escaleras, llevando una corbata celeste en sus manos. Sus pasos firmes y seguros calzan ágiles en unos brillantes mocasines negros a juego con un traje de igual color y de líneas simétricas, finalizando con un perfecto peinado que acomoda sus cabellos grises hacia atrás, despejando completamente su frente.
— ¿Podrías ayudarme con esto, por favor? — pregunta el detective. — Soy incapaz de ponérmelo. Gracias por el traje, pero llevo sin usar uno desde que me gradué de la academia policial y además creo que esta corbata me odia.
Seokjin no puede quitar sus ojos del moreno frente a él. Le es casi imposible resistirse a la vista tan imponente y atractiva del peligris que parece no darse cuenta de lo mal que le hace tenerlo cerca. Es como una adicción, un deseo frustrado que poco a poco se ha colado bajo su piel y que se niega a abandonarle.
Solo es atracción física, sólo es eso...
— ¿Seokjin? — vuelve a insistir el peligris sonriendo con unos ligeros hoyuelos en el rostro.
El escritor parpadea un par de veces y asiente ligeramente con un leve movimiento de cabeza. Toma la corbata de las manos de Namjoon y se acerca a él, rodeando con sus brazos el cuello del moreno, mientras acomoda la corbata por sobre la camisa del mismo.
Una fuerte fragancia de almizcle y tonos amaderados inundan sus fosas nasales.
Es cautivante.
Despiertan en él un sentimiento de vitalidad. Tan salvaje. Tan animal.
Sus castaños ojos, antes entretenidos en la tarea de anudar la corbata al peligris, se posan en los profundos y azulados orbes contrarios, que no han dejado de mirarle en ningún momento.
Están muy cerca uno del otro. Tan cerca que el escritor siente que ha perdido el aliento y la respiración. Todo a su alrededor huele exquisitamente a él y pese a gustarle las cosas dulces, el perfume del detective le atrae significativamente. El rubor sube por sus mejillas y aunque es una sensación que le agrada, le asusta al no tener control sobre el mismo.
Cierra los ojos por un momento para intentar aclarar su mente, frunciendo levemente las cejas.
Namjoon siente aún los fríos dedos contrarios rozando su cuello. Mira hacia su pecho y ve la corbata a medio terminar. Vuelve la mirada al frente y vislumbra al castaño con los párpados cerrados, su extraño semblante completamente enrojecido.
¿Estará enfermo?
Preocupado, el peligris se acerca un poco más y lleva una de sus manos hacia el castaño, posando el dorso de la misma sobre su mejilla, intentando confirmar si el escritor puede tener fiebre.
Seokjin abre los ojos ante su toque y se sorprende al tener el rostro del peligris a escasos diez centímetros de él. No puede dejar de ver sus atrayentes labios que parecen pedirle probarlos, como una jugosa manzana a la espera de ser mordida. Aprieta ligeramente su labio inferior con los dientes, intentado frenar el impulso.
Si avanzara tan sólo unos centímetros...
Quizá...
Podría...
De repente suena el timbre del lugar, un par de toques en la puerta y la recepcionista indicándole que el auto abajo le espera.
El escritor tose un par de veces antes de terminar de acomodar ágilmente la corbata del peligris y correr hacia la puerta. Al cruzar el umbral, se gira y le lanza unas llaves que el detective atrapa con tenacidad.
— Puedes conducir mi Maserati ¡Te veo allí! — grita antes de salir rápidamente.
El espejo refleja la varonil figura del peligris, que sigue de pie en su mismo sitio y lleva una de sus manos hacia sus labios al sentir un ligero hormigueo. Cierra sus azulados ojos y se da una ligera palmada en la mejilla a modo de castigo por lo que inconscientemente podría haber hecho.
Quien había quedado profundamente prendado con la presencia del castaño había sido Namjoon y si hubiera pasado tan sólo un minuto más, no habría podido resistir la tentación y el deseo de besarlo.
Dos horas transcurren entre la inauguración y el desfile Dior. Atractivos y elegantes modelos lucen los mejores trajes del diseñador. Seokjin y Jungkook se encuentran sentados, uno junto al otro. El asistente toma nota de los conjuntos que su jefe le va dictando y de los cuales seguramente pedirá una que otra pieza para su propia colección.
De vez en cuando vira su cabeza hacia atrás y le tranquiliza divisar a Namjoon en medio de la multitud, quien asiente ligeramente con la cabeza y le muestra una cálida sonrisa cada vez.
Seokjin había confirmado su presencia al evento junto con sus dos asistentes personales, haciendo pasar a Namjoon por uno de ellos y estando el peligris de acuerdo en adoptar ese papel ante cualquier persona.
Al finalizar el desfile, todos los invitados son llevados a una lujosa fiesta en la que abundan las personas de alto estándar, modelos, famosos, empresarios y mucha gente influyente del país.
Los camareros van y vienen con copas de champagne, martinis, gin tonics, vinos espumosos, entre otras bebidas y canapés junto con aperitivos cuidadosamente elaborados.
Jungkook adora las fiestas, pero había tenido que marcharse pronto ya que al día siguiente tenía dos exámenes importantes en la universidad.
Seokjin charla amenamente con un grupo de empresarios extranjeros, a los que reconoce por otros eventos en EEUU y gira su vista hacia una de las columnas de estilo barroco que adornan la entrada del recinto. En ella se encuentra recostado el peligris, de pie y con una bebida en la mano, mientras revisa su celular de vez en cuando.
El escritor se disculpa un momento y se acerca a la barra para pedir otra copa de vino dulce.
Se sobresalta al sentir una presencia a su lado y una mano posarse en su baja espalda. Por un breve momento su cuerpo se relaja creyendo que se trata del peligris, pero inmediatamente su sentidos se crispan al notar el acento en su voz.
— ¿Me extrañaste, honey?
El barman coloca la copa de vino en la barra y Seokjin la bebe de un solo trago antes de responder sin mirarlo.
— Le agradecería que no me siga llamando así, señor Larts. — Y dirigiéndose al barman agrega — ¿Puede darme otra copa, por favor?
— Otra igual para mí — afirma Kevin, recogiendo sus rubios cabellos hacia atrás con una de sus manos, acomodando su traje gris sobre sus hombros. — Cuánta frialdad, Seokjinnie. Esperaba una bienvenida más acogedora.
— No tengo por qué darle la bienvenida, señor Larts.
— Si me guardas rencor es por que no me haz olvidado aún. ¿Estoy en lo cierto?
El barman vuelve para dejar las copas solicitadas y se marcha para seguir atendiendo a otros comensales.
Seokjin mira fijamente la copa en sus manos, moviendo ligeramente su contenido, pensando en lo que Kevin acaba de decir. Ha pasado casi un año desde que terminaron y cierto es que aún recuerda los momentos juntos, pero no son recuerdos felices. Son recuerdos llenos de odio y de culpa, de rabia e indignación al haberse sentido un títere más en sus manos.
El escritor retiene las ganas de lanzarle la bebida a la cara y prefiere beber nuevamente la copa de un sólo sorbo. ¿Cuántas lleva ya desde que llegó al lugar? ¿Cuatro? ¿Cinco?
Gira totalmente su cabeza y posa sus almendrados ojos en los verdes contrarios y lo observa intentando responderse a sí mismo qué fue lo que vio en él hace un año. Qué fue lo que hizo bajar sus defensas y caer enamorado tontamente. Cómo es que no pudo ver aquel brillo de deseo en sus ojos. Sólo eso. Deseo. Se sentía un objeto hermoso en sus manos, halagado y querido. Pero eso no era amor. Nunca fue amor.
— ¡Otra más! — exclama el castaño al camarero que pasa por su lado y le brinda una copa de su bandeja. Seokjin coge dos copas sin saber lo que llevan, pero igualmente se las bebe de un trago sin contemplaciones.
Kevin sonríe y acerca su rostro al castaño, susurrando suavemente en su oído.
— Aún recuerdo que mañana es tu cumpleaños. ¿Qué te parece si esta noche lo celebramos juntos en mi hotel? — el rubio vuelve a recomponer su postura en la barra, bebiendo de su copa y sonriendo con autosuficiencia. —Considéralo un regalo... por los viejos tiempos.
El castaño levanta una de sus manos dispuesto a abofetearlo, pero es detenido a tiempo por una mano que gentilmente lo sostiene.
— ¿Hay algún problema, señor Larts? — pregunta el peligris con un perfecto acento inglés.
Seokjin gira la cabeza hacia Namjoon que baja suavemente la mano del castaño y la mantiene unida a la suya, dándole la fuerza y apoyo que necesita. El peligris sabe perfectamente quien es el hombre enfrente suyo, lo leyó en los informes sobre el escritor, incluso lo considera uno de los principales sospechosos del caso.
— Veo que no haz perdido el tiempo en Corea, cielo. — comenta Kevin hacia el castaño, ignorando completamente la presencia del peligris. Termina su copa y deja una tarjeta encima de la barra, cerca de Seokjin. — Este es mi hotel. Estaré en Seúl una semana. Si te aburres de tu nuevo pasatiempo, ya sabes donde encontrarme. — le guiña un ojo y se retira hacia un grupo de famosos modelos que charlaban a pocos pasos suyos, uniéndose a su conversación como si nada hubiera pasado.
La fuerte mirada de Namjoon se mantiene fija en el rubio hasta que lo ve perderse entre el grupo de gente alrededor. Vuelve su vista hacia Seokjin y lo ve de perfil, mientras gruesas lagrimas caen se sus tristes ojos almendrados.
Namjoon afirma el agarre en la mano del escritor y lo aleja de la multitud para que nadie pueda verlo en ese estado, llevándolo a pasos rápidos hacia las afueras del recinto, pasando por unos elegantes jardines y siguiendo un camino de piedras blancas hacia unas bancas, enfrente de una pequeña fuente de agua en una esquina poco iluminada.
Ambos se sientan en la banca, sin soltarse de las manos.
— Hey ... Tranquilo. Todo estará bien. — pronuncia suavemente el peligris, mientras de su bolsillo le tiende un pañuelo al escritor para que pueda limpiar su rostro.
— Lo... Lo siennnto. Debo... vermmme horrible. — pronuncia a duras penas el castaño, el vino afectando a su capacidad de hablar.
Si Seokjin hubiera tenido el poder de leer la mente, sabría que lo último que pensaría el peligris era en ese basto adjetivo. ¿Horrible? Para el detective, el hombre frente a él era hermoso, incluso con las lágrimas cayendo por sus mejillas, la nariz sonrosada y los ojos enrojecidos. Era hermoso porque le mostraba la parte más vulnerable de su ser. Quería protegerlo, de todo y de todos. No quería que nada volviera a dañarlo nunca más.
Algunos minutos transcurren hasta que el escritor termina de desahogarse, limpiándose la nariz con el pañuelo, recuperando el aliento e intentando volver a hablar.
— Me siento mareadooo. ¿Podemmmos volver a caaasa?
El peligris le sonríe. Incluso ebrio, Seokjin le sigue pareciendo hermoso.
Peligrosamente hermoso.
Lo lleva de la mano y lo conduce hacia el estacionamiento del lugar en un parking subterráneo, mientras el castaño balbucea y ríe al mismo tiempo, hablando solo y tropezando con sus propios pies.
Seokjin se suelta súbitamente de la mano del peligris y corre con los brazos abiertos al divisar cerca su Maserati azul, cual niño ilusionado con su juguete favorito.
— ¡Mi autooooo bonitoooooooooo!
Un automóvil se encuentra a pocos metros de él, el conductor al acecho, esperando en la penumbra y al observar la presencia del escritor, acelera intempestivamente hacia él.
El fuerte chirrido de las ruedas sobre el pavimento hace poner en alerta a Namjoon, quien observa con horror la dirección que lleva el auto. Corre desesperadamente hacia Seokjin y lo lanza hacia un lado de la vía, abrazándolo y rodando ambos sobre el piso, terminando el peligris encima suyo y protegiéndolo con su propio cuerpo.
Aún en el suelo, el peligris apoya su peso en los brazos, gira su vista hacia el auto que no lleva matrícula y que sale huyendo del lugar rápidamente, dejando atrás a su paso tres plumas negras esparcidas sobre el camino.
— ¿Te encuentras bien? — pregunta el detective preocupado, fijando su vista en el castaño debajo de suyo.
Seokjin rompe a llorar nuevamente y pone un brazo encima de sus ojos, para evitar que el peligris siga viéndolo a la cara.
— ¿Por qué... todos... me odian? — pronuncia el castaño hipando. — ¿Por... qué... se alejan... de mi?
Namjoon no puede verlo a los ojos, pero sí puede ver sus hermosos labios balbucear las afligidas palabras.
— ¿Por qué... nadie... me quiere? — sigue preguntándose y llorando sin remedio.
El detective quiere consolarlo, quiere hacerle entender que no importa lo que suceda, que él estará aquí, que no se irá de su lado y que lo defenderá pase lo que pase.
¿Por qué este hombre despierta su necesidad de protegerlo mucho más allá de un simple trabajo? ¿Por qué todo su ser parece llamarle con una fuerza superior, incapaz de resistir? Su corazón se agita y comienza a palpitar rápidamente, como si la respuesta a todas sus preguntas estuviera ante sus ojos, como si hubiera encontrado por fin la pieza que falta en su caótica vida y que encaja correctamente. Porque sin saberlo es la pieza que estaba buscando.
La pieza perfecta del rompecabezas...
Y quizás el peligris no lo sabe, pero ese espacio faltante en su interior es el que siempre le perteneció, siempre fue su lugar.
Le duele escuchar al escritor hablar de aquella triste manera. Sólo quiere hacerlo sentir seguro y querido.
Sólo desea verlo sonreír.
Se acerca lentamente hacia el castaño y pese a odiar los besos, los que nunca otorga porque los siente como algo muy suyo y especial para entregar a cualquier persona casual, con temor cierra los ojos y roza delicadamente sus labios con los suyos. Apenas un tenue toque para callar sus tristes palabras.
Seokjin deja de hablar al sentir la tibia piel sobre su boca. Duda en quitar el brazo de sus ojos y se queda quieto. Por un segundo se vuelve consciente de todo a su alrededor, del frío suelo tras su espalda, de sus lágrimas recorriendo sus mejillas, de sus labios siendo besados por unos ajenos que se mantienen ligeramente sobre los suyos y del placentero peso encima de su cuerpo que no podía pertenecer a nadie más que a él.
Sólo a él.
Namjoon.
¿Y qué más da si decide arriesgarse de nuevo? ¿Qué más da un parche más en su roto corazón?
Prefiere echarle la culpa al alcohol de sus actos y comienza a mover suavemente sus labios, atrapando con lentitud los carnosos belfos contrarios que ha deseado probar incluso en sueños.
Namjoon sigue sus movimientos, degustando el dulce sabor del vino en sus labios. Siente sutilmente la lengua del escritor lamer con suavidad la comisura de su boca y el peligris lo deja recorrer el agradable sendero por su sensible piel, finalizando en su labio inferior y succionándolo levemente. El detective acoge nuevamente los esponjosos labios entre los suyos en un delicado contacto, tomándose su tiempo en explorar cada centímetro de la boca del joven, dejándose embriagar una vez más por su dulce sabor, convirtiéndose el licor en sublime almíbar del que desea beber hasta saciarse.
Con suavidad desplaza el brazo del castaño, dejando a la vista sus abatidas pero aún preciosas pestañas, húmedas a causa de sus lágrimas.
Abandona sus labios por unos segundos para besar cada uno de sus párpados, empapando su boca con cada gota, intentando borrar todo rastro de tristeza y de dolor, pretendiendo besar las heridas de su alma y en cada beso haciendo callar la guerra entre su conciencia y su razón.
Porque en su mente ya no hay más conflictos.
Su corazón esta vez ha ganado la batalla.
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