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31. Ángel (Taeh 5)


-Lobito, si sigues haciendo eso, no podré salir nunca a comprar.

Seokjin, trepado sobre el fuerte cuerpo cual koala, apresa de frente la fibrosa figura del peligris, mientras éste intenta caminar lentamente hacia la puerta con el castaño a cuestas. Sus carnosos labios reparten besos y suaves mordidas a cada lado del moreno cuello. El escritor se deleita con los aromas combinados que yacen allí, al unirse las fragancias de su varonil perfume con el dulce olor que suele impregnarse en la chaqueta Dior.

Madera, almizcle y algodón de azúcar.

Una adictiva combinación que enciende lo sentidos del novelista.

-No- beso -te- beso -vayas.

-Debo de hacerlo, bebé. En el refrigerador sólo queda tu helado favorito. Además, tus pastillas se han agotado. En la farmacia compraré un nuevo vendaje también para tu tobillo. Algo me dice que el que llevas puesto no durará mucho en su sitio.

-QUÉ- beso -DA- mordida -TE.

Namjoon continúa sosteniendo de los tiernos muslos al novelista. Sus largos dedos acarician el firme trasero desnudo, debajo de la ligera tela de la bata que lleva puesta desde esta mañana. Cambia el rumbo de sus pasos y lleva al castaño hacia el comedor. Lo sienta sobre la mesa y siente su cuerpo temblar por el frío contacto de su piel contra la superficie.

El detective mira la hora en su reloj. Faltan veinte minutos para las nueve de la noche. Calcula rápidamente en su mente el tiempo que tardará en conducir su motocicleta, llegar al supermercado, hacer las compras y volver.

Sí. Efectivamente, tiene al menos diez minutos de sobra.

-Tendrás que conformarte sólo con mis labios, cachorro. No hay tiempo para más. Hoy no pude hacer mi rutina de ejercicios por la mañana. ¿Sabías que besar quema 6,5 calorías por minuto?

-¿Estás insinuando que haga ejercicios contigo? ¿Me estás llamando gordo?- pregunta el castaño con indignación. -Ok. Pues veamos cuantas calorías puedo quemar así- dice con gracia, mientras forma con sus esponjosos labios un adorable morrito.

-Cariño, tú no harás absolutamente nada- afirma el peligris, dejando un rápido beso en los mullidos belfos contrarios. -Los ejercicios los haré yo.

Repentinamente el cuerpo del escritor es tumbado hacia atrás, quedando apoyado sobre sus codos. La fina bata rosa se abre, cayendo a ambos lados del delgado cuerpo y quedando la figura de Seokjin totalmente expuesta, cual delicioso manjar sobre la mesa.

Las morenas manos abren gentilmente las suaves piernas y el rostro del detective se hunde con rapidez en las profundidades de su ser.

Acaricia cada espacio.

Besa cada milímetro de piel.

Lame con su diestra lengua el centro del nenúfar una y otra vez.

El castaño lleva su cabeza hacia atrás, cubre sus ojos con su delgado brazo y gime bajito, dejándose llevar por el inmenso placer que le proporciona el peligris.

Un ángel recibiendo un regalo divino.

Diez minutos en el paraíso.

¿Qué más podría pedir?

Taeh, el príncipe sin rostro (5)


...

Bendita sea la llamada de la naturaleza.

Benditas las divinidades del cielo, del mar y de la tierra.

Bendita Diosa Luna.

Bendito sea el día que lo llevó a encontrarse con tan hermoso ser de pelaje cobrizo, el único compañero de vida que su alma reconocía.

Su Omega había entrado en celo y con aquel dulce gesto por fin lo estaba aceptando.

El iris del lobo se expandió en su máximo esplendor.

Los celestes ojos del animal destellaron aún más, pasando de color cielo a tonalidades turquesas.

El Omega en su interior tomó posesión total del cuerpo del pequeño lobo y adormeció la conciencia de Taeh.

El cachorro marrón se levantó con rapidez de su lugar y se acercó hacia el de pelaje negruzco.

Lo rodeó lentamente, una, dos y tres veces. Frotó su cuerpo continuamente contra el oscuro pelaje, impregnándose de su olor. Finalmente se colocó frente a él y se sentó en sus patas traseras. Acercó su hocico al cuello ajeno y frotó su húmeda nariz sobre él.

Sus sentidos volvieron a reconocer el fuerte aroma del Alfa. El cítrico olor de la ciruela lo hacía relajarse y sentirse a gusto cerca de la imponente presencia del gran lobo.

El negro animal se había quedado petrificado. El fuerte y embriagador aroma de vainilla y miel lograron avivar el instinto Alfa y con él despertó también la conciencia de Guk.

El guerrero, aún en su forma animal, podía percibir el celo del lobo cobrizo. Sentía su hocico frotarse sobre su cuello, incitándolo a marcarle con su olor de la misma manera.

Desde que se presentase como Alfa, Guk había pasado más de dos años de ciclos de calor en soledad. Por más que buscó entre su gente o en los clanes vecinos, nunca encontró un Omega con el que su Alfa aceptara aparearse.

Incluso consultó su extraña situación con la adivina de su pueblo, una de las más prestigiosas en toda la región. Ella sólo le repitió un misterioso vaticinio, el mismo que recitó también a sus padres el día que Guk nació:

"La oscuridad reinará.

El dolor no tendrá descanso.

En el sendero de estrellas,

la luna encontrará su remanso

y un nuevo sol brillará."

La familia del guerrero no comprendió aquella predicción. Sólo confiaban en que llegado el momento, su sangre Jeon, la más pura del Clan de la Luna, le dictara lo que debía de hacer.

Y ahora se encontraba allí, en medio del bosque, con un pequeño lobo que acababa de despertar su instinto Omega y lo incitaba con tiernos y dulces gestos.

Guk era totalmente inexperto. Pero su razón le ordenaba poco a poco lo que debía de hacer.

El lobo azabache alzó la cabeza y contempló el cielo gris, que con el pasar de los minutos comenzaba a oscurecerse aún más.

Su prioridad era mantener a su Omega a salvo de los depredadores del bosque.

El negro hocico se acercó al cuello contrario y frotó un par de veces su nariz sobre las suaves hebras cobrizas.

El pequeño lobo marrón meneó la cola, feliz de verse correspondido.

Las grandes patas caminaron despacio nuevamente rumbo hacia su guarida. El lobo negro giró su cabeza, esperando ser seguido por el de pelaje marrón.

El pequeño lobo entendió que debía acompañar al Alfa y se colocó contento al lado del gran lobo negro, caminando a su vera en la misma dirección y frotando continuamente su lomo contra el oscuro pelaje.

Llegaron pronto al lago, justo cuando la noche ya había acaecido, cubriendo los árboles con su negro velo.

Una hermosa luna brillaba en lo alto y reflejaba su clara luz sobre las tranquilas aguas.

Repentinamente el dulzor del aire en el ambiente se volvió aún más fuerte e intenso.

El instinto Omega comenzaba a despertar.

El pequeño lobo se vio atraído por la claridad del reflejo de la luna y mojó sus patas en la orilla del inmenso lago.

Destellos blancos y amarillos rodearon el pequeño cuerpo del lobo cobrizo y lo convirtieron finalmente en el apuesto joven de finos ropajes que una vez Guk vio.

Hechizado por la magia de la Diosa Luna, de espaldas, el príncipe comenzó a deshacerse de sus prendas una a una, dejándolas flotar alrededor.

Su inmaculada piel era un poema.

Las ondas de sus cabellos eran las rimas que acompañaban la belleza de su cuerpo. Sus muslos delgados y firmes, un camino de versos que Guk se veía deseoso por recorrer. La fina línea donde terminaba su espalda, era la lírica perfecta de la dulce piel por la que su boca quería perderse.

Una musa de sonetos, hecha sólo para él.

Taeh soltó la última prenda. Retiró la máscara que cubría la mitad de su rostro y desnudo se giró. Con la mirada nublada por el comienzo de su ciclo de calor, buscó la adictiva esencia de canela y ciruelas que llamaba su atención.

El gran lobo negro lo miraba expectante. Su cuerpo animal se sentía distinto y la temperatura corporal del mismo comenzó a elevarse.

Taeh observó al imponente lobo negro que lo miraba con ansiedad y devoción. Reconoció el fuerte aroma que emanaba de él y su Omega interior arañó su ser desde dentro, pidiéndole ceder a sus instintos. Exigiéndole entre aullidos reconocer a su Alfa.

El príncipe comprendió lo que debía de hacer.

Extendió sus brazos hacia el lobo azabache, invitándole a reunirse con él.

El Omega llamaba a su Alfa.

Un extraño fulgor resplandeció sobre el oscuro pelaje del majestuoso lobo. Los ojos ámbar se volvieron casi escarlata, la clara señal del inicio del celo en el Alfa. Finas partículas blancas envolvieron su figura, hasta convertir al gran lobo en su apariencia humana.

Guk se mostró ante el joven.

Su cabello largo y negro caía por los fuertes hombros, hasta la mitad de su ancha espalda. El pecho desnudo se elevaba y contraía en agitadas respiraciones, cual animal intentando contener su instinto de caza ante la cercana presa.

Dio un par de pasos hacia el Omega, arrastrando por la húmeda tierra las desgastadas telas que enredadas en su cintura, caían por sus fuertes piernas.

Detuvo su andar a escasos centímetros de él.

Taeh acercó su delicada mano y la posó sobre el fuerte pecho ajeno. Instantáneamente la respiración del Alfa se calmó.

La cercanía hizo que Guk contemplara la belleza del Omega, aún mejor que aquella primera vez que lo recogió herido en el lago.

Sus celestes y verdosos ojos se iluminaron con una nueva luz cegadora.

La mitad de su rostro estaba al descubierto y el Alfa observó maravillado lo que ocultaba debajo de la lujosa máscara de nácar. Lo que pensó el guerrero que sería la cicatriz de algún desventurado encuentro, se mostraba por fin ante sus ojos.

Más no era la marca de alguna herida.

Era un hermoso camino de pecas que adornaban su faz, desde su mejilla hasta su frente.

Al mirarlas más de cerca, distinguió cada una de las marcas. Eran estrellas. Minúsculos astros impregnados en su preciosa piel, haciéndolo aún más celestial.

Guk se atrevió a pensar que quizá la Diosa Luna le había enviado un ángel.

Un ser divino para ser su compañero de vida.

Un ser que brillaba bajo la luz de la luna.

Y era realmente hermoso.

Etéreo.

Casi irreal.

Su cuerpo era un oasis que le llamaba a descansar en su tersa piel. Un jardín cuidado y tranquilo, que la selva indomable de su cuerpo le pedía poseer.

Las fuertes manos recorrieron la fina silueta del Omega, delineando su espalda y los finos brazos. El tacto de su piel era suave terciopelo entre sus dedos.

Guk se encontró perdido en sus encantos.

Llevó su fuerte mano a la tersa mejilla, acariciando las pequeñas estrellas de su rostro y Taeh cerró brevemente los ojos, disfrutando del suave contacto.

El Alfa lo vio ladear la cabeza y mostrar sumiso su largo cuello en ofrenda hacia él. Sin pensarlo dos veces, acercó su rostro y hundió su nariz, aspirando con ansiedad contenida todo el dulzor acumulado en cada poro de su piel.

Miel, vainilla y avellanas.

El Alfa no tenía dudas.

Era él.

Era su Omega destinado.

Aquel que tanto esperó.

En un suave movimiento, el guerrero cargó sobre sus brazos el frágil y desnudo cuerpo del hermoso joven, conduciéndolo lentamente hacia su cueva detrás de la cascada.

Taeh cerró los ojos y se dejó llevar.

Junto a su pecho se sintió tranquilo y seguro. Cada latido era un llamado, que su corazón poco a poco correspondió palpitando a la par.

El príncipe esbozó una suave sonrisa y acomodó su rostro en el ajeno cuello. La esencia de canela despertó sus sentidos. El Omega en su interior estalló en júbilo al reconocer el aroma del compañero que tanto ansió.

Taeh se dejó envolver por la fuerte fragancia y dejó a sus instintos tomar posesión de su ser, entregándose al Alfa sin dudarlo.

Entre sus fuertes brazos se sintió en el cielo.

El ángel perdido había encontrado por fin su hogar.

El teniente Yoongi entra a su oficina hecho una furia. Patea su escritorio y se sienta de mala gana sobre la silla giratoria.

Ha sido regañado por el Superior Kim, por no supervisar correctamente el trabajo del detective. No ha presentado el último informe de la semana y los anteriores se encuentran incompletos.

Coge su teléfono e intenta llamar al peligris, pero sólo le contesta el buzón de voz.

"Maldito Namjoon", gruñe entre dientes y busca en sus cajones la cajetilla de cigarrillos a medio terminar. Se acerca al balcón y espera disipar con el humo toda su frustración.

Namjoon es como un hermano pequeño, pese a ser mucho más alto y grande que él. Rebelde, arisco e inmaduro. Era uno de sus mejores amigos, pero sigue siendo casi como su hermano al fin y al cabo. Aunque el moreno casi ya ni le hable.

El teniente ha salvado el pellejo contrario muchas veces. Y no porque haga las cosas mal. Sino porque Namjoon quiere hacerlas a su modo, al filo de las normas que odia seguir.

Siempre impetuoso y dominante.

Yoongi se cuestiona qué pudo ver Jimin en él.

Jimin era como una flor en pleno desierto. Entre tanta gente sombría y cansada, su presencia destacaba en toda la comisaría.

Alegre, risueño y carismático.

Un pequeño rayo de sol en ese mundo tan gris.

Su trabajo era impecable. Siempre puntual y responsable. Era dulce y atento. Incluso con sus superiores y con él. Querido y admirado por todos. Fue imposible no caer rendido por sus preciosos ojos, convertidos en medias lunas cada vez que sonreía.

Oh, Jimin...

Yoongi se sentía avergonzado cada vez que lo veía. Su corazón latía sin control con cada gesto suyo, ilusionado como un adolescente. Quiso hablarle muchas veces y no sobre banalidades del trabajo. Quería conocerlo más, tener una cita quizás. Cada día quería intentarlo, pero no tenía el valor.

Los días pasaban y sus sentimientos crecían cada vez más.

El día que por fin se creyó valiente, salió de prisa de comisaría, a la hora exacta del horario reglamentario, con la intención de hablarle antes de que saliera del edificio.

Y de repente ocurrió.

Vio a Jimin a la salida del trabajo. Sus pequeños pies se empinaban para acercar sus rosados labios hacia los de Namjoon.

Faltando pocos milímetros para conseguirlo, Yoongi decidió que ya había visto suficiente. Se sintió herido y traicionado. Giro sobre sus pies para regresar sus pasos por el mismo pasillo por donde vino, chocando en el trayecto con el Superior Kim y disculpándose antes de salir casi huyendo hacia un baño cercano.

Se encerró allí durante una hora. Sentado sobre el suelo, apoyando su espalda sobre la puerta, llorando amargamente como un niño.

Namjoon tenía a todos a sus pies. Tanto hombres como mujeres. Nunca le faltó compañía cada fin de semana. ¿Pero por qué también Jimin? ¿Por qué él entre todas las personas del mundo?

Jimin no se merecía ser uno más en esa larga lista de ligues sin importancia del moreno.

Jimin era un ser especial.

Y si le hubiera dado la oportunidad, Yoongi lo hubiera tratado como el tesoro que era. Lo hubiera cuidado y protegido.

Porque Jimin era un ángel.

Y como tal, se fue de este mundo, protegiendo a la persona a quien su corazón pertenecía.

Después de la fatal misión, el teniente sólo se dedicó a encerrar sus sentimientos y culparse cada día de no haber actuado antes. Quizás de haberlo hecho, no hubiera sido compañero del peligris en aquel caso y podría haberse evitado la tragedia.

Si Namjoon está vivo, es por ese ser celestial, indigno para este cruel mundo.

Y aunque a Yoongi le duela aceptarlo, Jimin tomó su decisión.

Sólo un ser tan puro como él, podía conocer el amor en su más hermosa expresión.

Dar la vida por amor.

Yoongi termina su cigarrillo y camina un par de pasos dentro de su oficina. Se detiene frente a la estantería, al lado de su escritorio, donde reposa el cuadro de aquella foto con la condecoración por la exitosa misión, la misma que posee Namjoon y todos los que aparecen en la foto grupal con un ramo de flores.

Observa la dulce risa de Jimin.

Le encantaría poder regresar el tiempo, le encantaría verlo de nuevo sonreír.

Si Jimin ya no estaba en este mundo, Yoongi se encargaría de hacer todo lo posible para vengar su muerte.

Es una promesa que se hizo así mismo desde aquel fatídico día.

Desde el día que el corazón del teniente se hizo pedazos y dejó de latir.

Repentinamente vibra su teléfono celular sobre la mesa. Se acerca y revisa el último mensaje recibido.

"Email enviado.
Pendiente de instrucciones"

Yoongi dibuja en su rostro una melancólica sonrisa.

Pronto cumpliría su promesa.

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