22. Azaleas
Suave como mantequilla,
te derrito el corazón en dos.
~Butter~ •|Bts|•
Los curiosos ojos de Jungkook viajan de un lado a otro, viendo pasar trozos de frutas y dulces galletas con chips de chocolate. Observa cómo sus Hyungs, manteniendo sus graciosas y peludas orejitas en sus cabezas, se alimentan mutuamente con los palillos sobre la mesa del comedor.
Ellos se encuentran sentados uno frente al otro y el asistente a un costado, en medio de ambos tortolitos.
Jungkook lleva hablando prácticamente solo casi media hora. Recibe por respuesta pequeños monosílabos del escritor.
Ninguno le están prestando atención a la importante información de la que está platicando.
—Entonces Jefe-nim, como le estaba diciendo, dentro de dos días es la entrevista en el programa Good Morning América, donde hablará sobre su última saga de sus libros.
—Ajá.
Trozo de sandía viene.
—Y nuestro vuelo a Nueva York sale mañana a las diez de la mañana.
—Uhum— responde el castaño con la boca llena.
Trozo de galleta va.
—Y ya está realizada también la reserva en el hotel y he coordinado los traslados, el vestuario, el estilista y el vuelo de regreso.
—Ok.
Trozo de fresa viene.
Jungkook deja de mirar a ambos lados y pone los ojos en blanco. No quiere ser mal tercio o interrumpir el agradable momento, pero es necesario.
Sólo intenta hacer bien su trabajo.
—Hyung, ya arreglé la documentación para pasar toda su fortuna a mi nombre— comenta el asistente intentando llamar su atención.
—De acuerdo.
Trozo de sandía va.
—Y también pondré a mi nombre este departamento.
—Perfecto.
Trozo de fresa vuelve a venir.
—¡Y me llevaré el Maserati!
—Está bi... ¿QUÉ?— el escritor alza la voz, ahogándose con el último trozo de fruta.
—¡Por fin me escucha!— exclama cansado el asistente.
—Lo siento Kook. Estaba distraído.
—Ya me di cuenta.— Suspira nuevamente Jungkook, mirando a ambos lados a sus Hyungs. —Le decía que mañana sale nuestro vuelo a Nueva York.
—Sí, sí. Recibí ayer tu email. Perfecto. No olvides reservar también un billete de avión para Nam.
—Pero...— Namjoon se despoja de las orejitas grises de lobo y las deja a un lado de la mesa, pareciendo un tanto serio. —Yo no voy viajar con ustedes.
Jungkook lo mira sorprendido.
¿Quién no quisiera viajar gratis a Estados Unidos?
—¡Oh!... Lo siento, Nam. Yo... Yo no quería obligarte a ir. —El escritor retira de su cabeza también la diadema de esponjosas orejitas, titubeando nervioso. —Es decir, tienes... tienes razón. Tendría que haberte preguntado primero. Si.... Si no quieres ir, está bien, no hay problema. Entiendo que tu trabajo está aquí y contraté tus servicios en este país. Nunca se acordó que tu trabajo sería también fuera de Corea. Siento... siento haber supuesto que querrías venir conmigo.— Finaliza con tristeza, desviando la mirada hacia el último trozo de fruta que queda en el plato.
El detective observa las decaídas pestañas sobre sus preciosos ojos y esboza una suave sonrisa. Posa una de sus manos sobre la de Seokjin que se mantiene sobre la mesa y acaricia levemente el dorso de su fina piel.
—Cariño, no quise decir eso. Me refería a que no podía, no que no quisiera.— Namjoon recoge la diadema de orejitas de lobo y vuelve a colocarla encima de los desordenados cabellos de Seokjin. —Perdí mi pasaporte hace unos meses y ya que mis misiones siempre fueron dentro del país, no tuve necesidad de obtener uno nuevo.
—Oh, Nammie...
—Pero dados los últimos acontecimientos, comienzo a pensar que estarás más seguro allí que aquí.— El moreno toma las delicadas manos del escritor sobre las suyas. —No te lo mencioné antes para no preocuparte, pero cuando visité a Jackson en el hospital, él tenía en su habitación las mismas Azaleas rojas que te llegaron a ti, salvo que esta vez, las flores llevaban una tarjeta dirigida a mi nombre. Ésta mañana me llegaron por email los datos de la floristería desde donde fueron enviadas.
Namjoon observa los preocupados ojos de Seokjin y acaricia con suavidad sus manos con los pulgares, dándole la seguridad de que todo estará bien. —Hace unos días me enviaron desde comisaría las imágenes de las cámaras de seguridad del evento Dior, pero al estar el estacionamiento en total oscuridad y el coche implicado no llevar matrícula, lamentablemente no pude obtener mucha información de los videos.
El peligris suspira, pero mantiene un pizca de esperanza en su mirada, para no angustiar al castaño. —También tengo por fin los datos de la agencia encargada del catering de los premios Yi-Sang, con las fotografías de todo su personal, para intentar indagar sobre quién de los camareros me dió aquel vino. Ayer también obtuve los últimos datos de las fábricas donde confeccionan las singulares cartas amenazantes que te solían llegar, hechas con fibra de bambú. Tendré que visitarlas personalmente.
Namjoon dibuja una leve sonrisa en su rostro, tranquilizando a su querido escritor. —Como ves, estaré muy entretenido mientras estés fuera del país. No te preocupes, bonito. Tu alfa esperará por ti.
Jungkook suelta una pequeña risita ante la última frase de su Hyung. Al ver su seria y penetrante mirada azul puesta ahora en él, cubre su boca y tose un par de veces, intentando disimular.
—No se preocupe, Jefe-nim. Yo cuidaré de usted .
—Más te vale que no te despegues de él en ningún momento— advierte Namjoon con seriedad.
—¡Sí, señor!
Seokjin sonríe ante el gracioso gesto de su asistente, simulando un saludo militar.
—¿Puedo llamarte cuándo esté en Nueva York?— pregunta avergonzado el escritor, mirando de nuevo al peligris. —No quiero ser agobiante. Sólo... quizás alguna llamada... para escuchar tu voz.
Namjoon le sonríe con ternura.
Es él quien temía atosigarlo. Es él quién pensaba que tendría que retener las inmensas ganas de escribirle o de llamarle. Pero ahora su cachorro acaba de decir que quiere oír su voz todos los días.
¿Como podría ser más feliz?
—Puedes llamarme todas las veces que quieras, cariño. A cualquier hora del día... o si me necesitas por la noche.
El escritor se sonroja y Jungkook vuelve a toser.
—Bien. Iré a preparar mi maleta para el viaje— confirma el asistente poniéndose de pie. —Mandaré el auto mañana temprano a por usted, Jefe. Por favor Namjoon-Hyung, no me lo agote con tantos "ejercicios", sino mañana podríamos perder el vuelo.
Rápidamente Namjoon se levanta de su asiento con intensión de ahorcar a Jungkook y éste sale corriendo de la cocina mientras ríe a carcajadas por todo el salón.
—¡Adióooooos Hyuuuuungs!— dice divertido antes de cerrar la puerta del departamento.
El detective vuelve a sentarse en la silla del comedor mientras los graciosos ojos del castaño siguen sobre él, sonriendo mientras sostiene su propio mentón con una de sus manos.
—¿Te divierte, eh?— cuestiona el peligris.
—Me encanta ver como alzas una ceja y entrecierras uno de tus lindos ojos, cuando pareces estar serio o enfadado.
—Así que te gusta verme enfadado.— El detective mueve una de sus cejas un par de veces de forma sugerente. —¿Y cuál es mi recompensa por dejar ir con vida a tu asistente?
Seokjin se levanta de su asiento y rodea la mesa. Da unos pasos hacia el peligris y se inclina hasta estar a la altura de su rostro, acercándose a su oreja.
—Tu recompensa podría ser yo... —susurra tentadoramente. —Pero temo que puedas caer en un vicio.
El escritor se incorpora triunfante. Adora ver el semblante enrojecido del detective cuando intenta provocarlo. Se gira con intención de recoger los platos del desayuno pero es sorprendido por la fuerte mano de Namjoon, que lo sostiene del brazo y lo atrae hacia él, sentándolo de un rápido movimiento en sus propias piernas.
Seokjin lo mira con asombro y el peligris le sonríe de medio lado, sintiendo el ligero peso sobre sus muslos y admirando nuevamente las esponjosas y peludas orejitas marrones sobresalir de su castaña cabellera.
Namjoon se pierde en el universo de sus brillantes ojos, un destello natural que parece encerrar diminutas estrellas. Una hermosa constelación que siempre lo deja absorto.
—Caería contento por ese vicio, lobito mío.
Sus morenos dedos se posan en la tersa mejilla del escritor y se acerca presuroso a probar los ansiados labios de Seokjin, que ahora le saben a fresas y sandía, degustando el dulzor en cada milímetro de piel.
Suspira complacido sobre su boca al sentirlo derretirse en sus brazos, cual sutil mantequilla ante su cálido tacto.
Embriagado por su perfume y la suavidad de su belfos, termina por aceptar que el escritor tiene toda la razón.
Está totalmente perdido.
Esos labios suyos son su perdición.
Besarlo se ha convertido en su nuevo vicio, porque jamás una boca le hizo regresar tantas veces por un beso.
De: [email protected]
Para: [email protected]
Asunto: Avance sobre objetivo - Kim Seokjin
Estimado Señor,
Adjuntamos los últimos datos de nuestra investigación.
- Vuelo de Seúl a New York. Aerolínea Korean Air. Asiento 17A, primera clase. Llegada prevista a las 10:30 horas (hora local). Terminal 2. Aeropuerto Internacional John F. Kennedy.
- Four Seasons Hotel New York Downtown. Habitación 210. Chek-in previsto a las 12:00 horas.
- El objetivo acudirá el día siguiente a las 11:15 horas al programa Good Morning América.
Seguiremos informando.
Los oscuros ojos releen nuevamente los datos del último email recibido.
Deja el cigarrillo a medio terminar sobre el cenicero y reposa su cuerpo en el amplio respaldar del sillón. Lleva una de sus manos hacia su rostro, cerrando los ojos, masajeando levemente el puente de su nariz.
Está cansado.
Cansado y harto de tramar mil y un formas de deshacerse del escritor. Aquel detective siempre está en medio, lo había subestimado pero está echando a perder cada uno de sus planes. Es peor que un ángel guardián del que sabe tendrá que deshacerse primero.
No debe ser tan difícil. Finalmente a todo ángel se le pueden cortar las alas.
Detesta ver la forma en que Seokjin vive su vida sin importarle nada ni nadie. Pareciera que la suerte y la fortuna siempre están de su lado.
El sólo hecho de existir, hizo su vida miserable. Disfrutando de atenciones y lujos que deberían haber sido suyos.
El hombre dirige su cansada vista hacia la rojas flores que reposan en la mesa del salón.
Recuerda su triste y solitaria niñez, siendo las Azaleas su única alegría y los oscuros cuervos sus únicos amigos.
En aquellos años de su infancia era común verle en los jardines del orfanato. Regaba sus preciadas flores carmesí y barría las negras plumas que dejaban sus pequeños amigos los cuervos, después de haberles alimentado con semillas de trigo y algunos gusanos que encontraba en la tierra recién abonada.
Era el único momento en el que podía sonreír.
El resto del día la pasaba en silencio, con alguna pluma negra en la mano, observando el tiempo pasar a través de una vieja ventana.
Los otros niños del lugar eran mucho más pequeños que él y vivían en su propio mundo.
Los adultos lo miraban con lástima. Él sabía que estando por cumplir los catorce años, sería muy difícil que alguna familia quisiera adoptarlo.
Pero él no quería ser adoptado.
Sólo quería que su vida fuera como antes. Que su padre volviera y le dijera que todo había sido una terrible pesadilla.
Seguía sin comprender cómo su vida pudo cambiar de un día para otro.
Un día, estaba con su padre, que se veía radiante de felicidad porque al fin tendría el lugar que merecía en aquella empresa de la que tanto hablaba. Por fin podrían vivir en un lugar mejor y pagarían todas sus deudas.
Y al día siguiente...
El nieto del dueño de aquella gran empresa tuvo un accidente en el mar. Su vida se derrumbó por un maldito niño que quiso jugar a los marineros.
El patrimonio de aquella adinerada familia fue a parar a los cuantiosos gastos de mantener a ese niño con vida en el extranjero. Varias sucursales de la empresa tuvieron que cerrar y con ello se fueron los sueños de su padre.
Los sueños de un futuro mejor.
Su progenitor lo había cuidado él solo durante años, desde que su madre muriera al darlo a luz. Sin ayuda de nadie pudo criarlo con el poco sueldo que ganaba, pasando penurias en un cuartucho de mala muerte.
Innumerables fueron las noches que su padre le contaba aquella vieja historia del niño bastardo que el viejo empresario tuvo a escondidas con una criada. Aquel niño del que nadie sabía pero que guardaba la esperanza de regresar algún día a reclamar su lugar como el primogénito y heredero que era.
Aquel niño era su padre y después de años de rogar y suplicar a su propia sangre, el dueño de la renombrada empresa lo había escuchado y por fin podría tener su sitio en el gran imperio. Sería un puesto de bajo rango, pero era un trabajo digno al fin y al cabo. Su padre tenía la ilusión de demostrar su valía ante el orgulloso dueño y así escalar a lo más alto.
Pero todos sus sueños se desplomaron cuando le informaron que el puesto no le sería otorgado.
No pudo soportar tal decepción.
Nuevamente fue rechazado por su propio padre. Echado de lado como un objeto inútil, un desecho del que nadie quería saber, cayendo finalmente en los vicios de las apuestas y el alcohol. Agobiado por las deudas, terminó quitándose la vida, dejando a su propio hijo a la deriva.
La vida de aquel pequeño abandonado a su suerte fue realmente difícil.
El humo del cigarrillo en el cenicero disipa sus dolorosos recuerdos.
Hoy, ese niño amigo de los cuervos, transformado ahora en un apuesto hombre que goza de una buena posición en la sociedad, vuelve a mirar en su mesa aquellas Azaleas rojas que tanta compañía le hicieron en su niñez.
Años después lo supo.
Esas flores significan venganza.
Quizá su destino siempre fue ese, vengar su pasado y el cruel destino de su padre.
Fue una gran casualidad enterarse por las noticias que el afamado novelista era quien él andaba buscando durante muchos años. Estaba vivo. Aquel estúpido pequeño finalmente había sobrevivido al fatal accidente.
Hacerse pasar por uno de sus tantos obsesionados fans fue también un juego de niños, donde disfrutaba hacerle la vida imposible pese a estar tan lejos.
Porque a ese niño, convertido ahora en famoso escritor, la suerte no podría sonreírle siempre.
Él se encargaría de que su querido primo no volviera a sonreír.
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