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Festejando los cumpleaños

¡Qué lindo es ver las reuniones que se hacen para celebrar los cumpleaños de los más pequeños!
Hace apenas un año y medio atrás, estas celebraciones eran cosa de todos los días, pero hoy, apenas saliendo de la pandemia, los cumpleaños son una de las excusas perfectas para reunirnos.
Cumpleaños de los más chicos, de 15, de 16… en fin, somos de festejar. Como buenos uruguayos nos encanta sentarnos alrededor de una mesa y comer todo lo salado que nos presentan, para luego darle a los postres. Esto no es novedad para nadie. Forma parte de la idiosincrasia uruguaya.
El año pasado fue diferente. Celebramos sí, pero cada uno en su burbuja. Y si bien se extrañó, sobre todo en los festejos de los cumpleaños de niños en edad escolar, el alegre bullicio de los compañeritos de clase, más los hermanos, los primos, los amigos, los vecinos, los tíos, los abuelos, el festejar un poco más solos no dejó de tener su encanto.
De hecho lo hablé con Luli, cuando cumplió sus nueve añitos, el año pasado.
Invitó a tres amigas a su casa, al mediodía. Se quedaron hasta la media tarde y luego nos reunimos en familia.
Cuando le pregunté cómo había pasado, su respuesta me hizo reflexionar mucho. Luli me dijo que había disfrutado mucho, ya que al ser tan poquitas, no se tuvo que repartir entre sus invitados.
-Viste iaia que cuando somos muchos uno tiene que estar un poco con todos. A veces hay amigas que se enojan porque estás poco con ellas, pero hay que estar con todos. Este año éramos cuatro, pasamos todas juntas y eso fue buenísimo. No nos peleamos, nadie se puso celosa. ¡Fue lindo en serio!
    Al escucharla se me vinieron a la memoria mis propios cumpleaños, los de mis hermanos, mis primos, mis amigos y mis hijos.
Los festejos siempre eran en nuestro hogar. Se comía lo que se hacía en casa, ¡todo casero!
Las pizzas jamás faltaban y nunca llevaban muzzarela, pero sí esa salsa espectacular y abundante en la que no se usaba salsa de tomates, sino tomates de verdad. Los sandwiches los hacíamos en casa. Se encargaba el pan de molde a la panadería, lo cortaban y en casa se rellenaban. ¡Era el momento en que ya nos sentíamos de fiesta!
Tortas de fiambre, fainá, empanadas caseras, completaban la mesa salada. Para la gente grande un poco de carne y ta. Algunos refrescos y algo de vino, cerveza y whisky berreta.
La torta rellena con dulce de leche y cubierta con merengue, ese que solíamos probar si ya estaba pronto, justo encima de alguna cabeza. ¡Ah! Encima del merengue, las perlitas plateadas que eran como chumbos, duras, durísimas, las mismas que aparecían esparcidas por el suelo, ya que después de chupetearlas un poco, todos los niños las escupíamos aburridos, pues no se gastaban ni se ablandaban nunca.
¡Jamás un toro mecánico asistió a esos festejos! Los más chicos nos subíamos a las espaldas de los más grandes y jugábamos a las embestidas, a ver quién se caía primero. ¡Era muy divertido!
El juego de las escondidas también tenía su encanto, pues cuando se hacía la noche los patios quedaban"negritos", iluminados apenas por la luna y las estrellas. Jugar a la escondida entre los maizales de abuela Maruja era toda una aventura pues sabíamos que al otro día, cuando abuela viera las plantas pisoteadas y quebradas, los coscorrones los llevaríamos nosotros. Pero eso jamás nos detuvo pues era diversión asegurada.
No éramos muchos, apenas los que jugábamos todos los días. Pero el día del cumple era especial; recibir un regalito, en el que no se gastaba demasiado, ¡era fantástico!
Después que terminaba la fiesta, doblábamos los papeles para usarlos en los regalos que nos tocaría a nosotros. Era común pedir papeles de regalo a nuestros vecinos, cuando a alguno se le habían acabado.
¡Qué lindo que pasábamos!
No se necesita nada más que tener las ganas de disfrutar con la gente amada, para ser feliz.
Tal vez esta nueva normalidad nos ayude a entenderlo mejor.

ilargiluna
12/11/2021

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