Día 9: CHICA PANTERA, BOSQUE, EMBOSCADA
(27/08/2021) (06/10/2021) (01/11/2021) (29/12/2021)
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Gabriel esperaba desde su posición en los árboles, junto a muchos otros. Era de noche y seguía dudando de si el bosque era su aliado o su enemigo. La oscuridad parcial les había permitido esconderse, pero también albergaba un mal que buscaban erradicar desde hace un tiempo. Así que allí se encontraba, agazapado en las ramas, bien armado, y como los otros, buscando vengar a un amigo, a un hermano, a un conocido. En el caso de Gabriel, a su padre.
La bestia llevaba meses masacrando a la gente de Sarmiento: el pueblo que lo vio nacer, del que nunca se iría y el cual estaba dispuesto a proteger a como diera lugar. Aquella era la quinta noche de vigilancia de la que participaba, y aunque estaba cansado, su sed de venganza no le permitía irse a casa a sobrepensar sobre la almohada.
— Atento —le susurró su compañero en la trampilla de arriba.
Algo se movía a raz de suelo a gran velocidad, casi imperceptible, camuflado entre las sombras. Gabriel y su compañero dispararon de pronto, errando el tiro a propósito. La criatura cambió de rumbo hacia el lugar planeado y cayó directo en la red que habían puesto hacía unas horas.
Bajaron a toda prisa. Gabriel fue el primero en llegar, pero en cuanto revisó la red, la criatura ya no estaba. La emboscada había fallado. Las sogas estaban rasgadas tan inteligentemente, que parecía demasiado bien hecho, demasiado humano. No hubo tiempo de pensar. Se dio la vuelta y gritó a todo lo que daban sus pulmones:
— ¡Vuelvan! ¡Vuelvan! ¡La emboscada falló!
Fue inútil.
El alboroto fue inmediato. Los gritos de horror, los escopetazos, los perros ladrando, todo confundió tanto a Gabriel, que cuando se dio cuenta, la bestia lo tenía acolarrado contra los mismos árboles que antes le brindaron cobijo. Gabriel apuntó y por desgracia esta vez, erró el tiro.
No había nadie cerca y se creyó perdido cuando la bestía le rasguñó el brazó. "Hasta aquí llegué", pensó. Su sangre cayó en el suelo y en algunas plantas. Profirió un grito de dolor que recorrió el bosque, esperanzado en que los otros dieran con él pronto.
Gabriel había soltado su arma en cuanto la bestia lo atacó. Esta aprovechó y se abalanzó sobre su pecho. Estaba a punto de dejarlo sin rostro de un zarpazo, pero se detuvo en el último momento. Gabriel se atrevió a mirar y se encontró con unos ojos ambarinos profundos. Contuvo la respiración por lo que parecieron horas.
Luego el animal se alejó un poco, pero no se fue. Gabriel sintió alivio al no tener ese peso sobre el pecho. Recuperó rápido la escopeta y le apuntó, pero no disparó. Lo llevaría vivo a la aldea para enseñarles al mal encarnado y luego lo mataría él mismo, de la manera mas lenta y dolorosa.
— Quieta, bestia.
Entonces, ante la mirada atónita de Gabriel, la pantera se convirtió en una mujer. No llevaba ropa en lo absoluto y unos brazaletes de oro adornaban sus muñecas. Sus formas, atléticas y sensuales, no lograban distraerlo tanto como aquellos enigmáticos ojos. Si no hubiera sido por la escopeta que llevaba en las manos, habría olvidado la misión que debía cumplir.
— Bestia... —repitió la mujer, frunciendo el ceño. Lo analiza, y comprende lo que le provoca su desnudez. Aún así se rehúsa a cubrirse la piel, oscura como la noche.— Las bestias son ustedes, que aún usando ropa, no conocen el respeto por el cuerpo ajeno.
Gabriel quedó perplejo. Fue a cazar a un animal, y los animales no hablaban, ¿o si? No recordaba la última vez que había escuchado hablar a sus vacas o a sus gallinas. ¿Había prestado suficiente atención? Los animales no razonaban como los humanos. Por supuesto que tenía muchas preguntas, pero ahora solo le interesaba una en concreto.
— Perdóname por ser tan indiscreto. —bajó la mirada, le ardían las mejillas. Decidió centrarse en sus ojos.— Si no eres una bestia, ¿qué eres entonces y por qué atacas nuestro pueblo?
— No ataco su pueblo. Lo libro de la peste.
Tomó los brazaletes de sus muñecas, y al juntarlos, se convirtieron en una fina diadema. La colocó sobre su cabeza, y Gabriel entendió aquel aire de superioridad tan impropio de un animal.
— Soy la reina Calena. —respondió, elevando el mentón.— Y soy una pantera, reina de este y de todos los bosques.
— Eres una mujer. No me quieras tomar por tonto.
— Fui una mujer.
¿Qué se suponía que debía hacer o decir? Era un hombre de campo que no conocía más que la hierba alta y los cultivos. Nunca había estado en presencia de una reina, ni siquiera de una humana.
— Si me disculpas, buen hombre, tengo asuntos por resolver.
Calena volteó, y fue cuando escuchó la escopeta amartillándose a sus espaldas. Se mantuvo inmóvil, esperando recibir una bala entre los ojos, pero no sucedió.
— Si me hubieras querido asesinar, ya lo hubieras hecho. ¿Qué te lo impide?
Gabriel tomó aire, le palpitaba a mil el corazón.
— Mataste a mi padre. Quiero saber por qué.
— No necesitabas un por qué hace unos minutos.
— Los motivos cambian, alteza. —respondió, enfatizando la última palabra.
— Solo hago lo necesario para proteger a mi pueblo y al bosque.
— Nosotros hacemos lo mismo por los nuestros.
— Sus motivaciones no son válidas para mi.
— ¡Basta! No vine a un seminario de filosofía. Responda la pregunta.
— Por supuesto, buen hombre. Pero tengo condiciones. —volteó por fin, para encararlo.
Gabriel se lo pensó mucho. Necesitaba respuestas y ella parecía dispuesta a cooperar. Decidió escucharla, pero si hacía una locura, no dudaría en jalar el gatillo. Ambos escucharon pasos furiosos y perros acercándose. La confusión inicial había sido superada. Los demás no tardarían en encontrarlos, así que Calena se apresuró a decir:
— Acompáñame. Si lo que te digo esta noche no te hace cambiar de opinión sobre mis acciones, entonces te dejaré libre. —respondió dándose la vuelta y empezando a moverse.— Cada historia tiene dos versiones, buen hombre.
Con la escopeta siempre apuntándole, la siguió a través del bosque. Los ruidos de la partida de búsqueda quedaron pronto atrás. Subieron y bajaron colinas, vadearon algunos riachuelos. Gabriel miraba atrás de vez en cuando, percatándose de lo lejos que se hallaban del pueblo. Unos cuantos kilómetros más adelante encontraron el cauce principal del río. Sus turbulentas aguas arrastraban árboles enormes y se presumían muy profundas.
— Hay que cruzar.
— Gabriel. —objetó.— Me llamo Gabriel. Y está loca si piensa que voy a cruzar.
Calena no le dio importancia al comentario.
— Hay que cruzar, Gabriel. Al otro lado se encuentra mi reino.
El joven la miró. ¿Cómo saber que no era una trampa? Él y los suyos habían intentado tenderle una. Ella podría estar haciendo lo mismo. De pronto se estremeció al caer en cuenta de que estaba solo, indefenso. El arma en sus manos se sentía inútil estando en sus dominios.
Ella, por su parte, empezó a caminar hacia el borde del río. Gabriel la tomó del brazo por instinto y negó. Ella pudo haberle arrancado la mano de un mordisco, pero no lo hizo. El muchacho le sacaba una cabeza de altura, y aún así, ella podría haber acabado con él con facilidad.
— No necesito que me cuiden, Gabriel. —se soltó y continuó caminando hacia el agua.
Sus pies se sumergieron en la parte llana del cauce. Cerró los ojos unos minutos. El río reflejaba el cielo nocturno, el viento movía los árboles. Calena abrió los ojos, y casi susurrando, dijo:
— He vuelto.
El río se alzó con violencia. El agua formaba un túnel y continuaba su rumbo por encima de sus cabezas. Gabriel no creía lo que veía. Luego Calena volteó y señaló el camino con un movimiento de la cabeza. Él dudó y miró hacia atrás. Debía correr y salir de allí, eso era lo lógico. Entonces pensaba de nuevo en su padre y sus pies se soldaban al suelo. Estaba asustado pero la verdad necesitaba salir a la luz.
Cruzaron el túnel juntos. A pesar de que era de noche, aquel era un espectáculo digno de ver. Criaturas y plantas se movían por encima de ellos. La reina mandaba, pero no perturbaba la vida del bosque con sus acciones, que parecía estar a sus pies.
¿Sería tal vez el primer hombre en contemplar aquello? A lo mejor si. ¿Qué tenía él que otros no hubieran tenido? ¿Por qué la reina lo había escogido a él? ¿Por qué no se había deshecho aún de él? Esperaba saberlo pronto, incluso si moría en el intento.
Al llegar al final del túnel, el agua descendió de forma gradual. Calena se rió un poco de la palidez de su rostro, y volteó hacia los árboles.
— Abran paso, pequeños.
También obedecieron. Dejaron ver un camino, y conforme lo cruzaban, se iba cerrando detrás de ellos. Nadie daba nunca con Calena y Gabriel entendió por qué. Ella cuidaba al bosque y el bosque la cuidaba a ella también.
Mientras subían la pendiente, Calena empezó a hablar:
— Algunos hombres de tu aldea han secuestrado a mis hijas. Las aves me dijeron que han estado haciéndoles mucho daño, y los olores que me trae el viento lo confirman.
— ¿Qué clase de daño?
El tono de voz de Calena cambió.
— Mis hijas también pueden transformarse en mujeres. ¿De qué daño piensas que hablo?
A Gabriel le bajó un sudor frío por la espalda. Buscaba a aquellos malditos entre los rostros de sus conocidos y no lo conseguía. Tampoco ubicaba a los fallecidos haciendo lo que ella decía. De pronto se preguntaba si su padre estaría involucrado. Esperaba que no.
Siguieron subiendo.
— ¿Cómo sucedió? —preguntó Gabriel.
— El bosque sólo puede protegernos hasta el río. Cuando salimos más allá, nos arriesgamos a encontrarnos con un humano...
— No todos los humanos somos iguales. —la interrumpió Gabriel.
— Pero todos le dispararían a una pantera de tenerla enfrente.
Gabriel no respondió. Aquello era cierto. Él mismo había estado a punto de hacerlo. El miedo seguía siendo el peor enemigo y la mayor motivación del ser humano.
— Su curiosidad las llevó una noche a salir del límite de nuestro reino. —prosiguió Calena.— Se acercaron a tu pueblo, y para explorar mejor, se transformaron en mujeres. No son como yo. No nacieron como mujeres y no conocen nada del mundo humano.
Gabriel no respondió de inmediato, pero algo hizo clic en su cabeza.
— "Las bestias son ustedes, que aún usando ropa, no conocen el respeto por el cuerpo ajeno." —recordó Gabriel.— No sabían que debían llevar ropa, como los demás.
Calena asintió. Su mirada era lejana y reflejaba mucho pesar.
— ¿Qué es la ropa para una pantera que siempre está vestida de noche? No parece tan lógico cuando siempre has sido un animal.
Gabriel entendió entonces la ira de la reina. Entendió el derramamiento de sangre, pero aún tenía muchas dudas.
— ¿Qué tiene que ver mi padre en todo esto?
— Tu padre organizó todo...
Gabriel se detuvo, y un metro más adelante, también Calena. El arma se sentía más pesada y de pronto fue muy consciente de cuantos cartuchos le quedaban. La reina se veía tranquila incluso después de su declaración.
— El bosque te enterrará vivo antes de que dispares, buen hombre.
— ¿Cómo te atreves? —susurró Gabriel.— Mi padre sería incapaz.
Se sostenían la mirada en silencio. Gabriel le apuntaba, tratando de no dejarse llevar por la rabia del momento. Sus palabras le quemaban por dentro, pero tenía que saber más. Bajó el arma poco a poco, sin dejar de mirarla.
— Tenías una hermana, ¿verdad?
— Tengo. —escupió Gabriel.— Tengo una hermana. Y sé que sigue viva.
— Así es. —dijo Calena.
A Gabriel casi se le sale el corazón del pecho. ¿Cómo era posible que supiera aquello, de la desaparición de su gemela? Miró las ramas mecidas por el viento. Ya no podría verlo ni a las aves de la misma manera a partir de entonces.
Calena le dio la espalda, observando a lo lejos.
— Tenía mis dudas de si dejarte vivir o no, pero luego te olfateé con atención. Hueles igual a ella.
Gabriel se sentó en una roca enorme junto a Calena, temiendo desvanecerse en cualquier momento. Se encontraban en la cima de una colina, con el viento a sus espaldas. No se había percatado, pero más abajo había un valle profundo y cargado de niebla. Ambos observaban el paisaje.
— No entiendo nada, alteza. ¿De qué forma se relacionan mi padre y mi hermana con sus hijas?
— La noche que mis hijas bajaron a la aldea, fueron capturadas por unos cuantos hombres y luego llevadas ante tu padre, preguntando qué harían con ellas. —se detuvo un momento, algunas lágrimas en sus ojos.— El resto ya lo sabes.
Gabriel ya se temía lo peor. Calena continuó.
— Las criaturas hablan, y me contaron que no solo tenían a mis hijas, sino a algunas hijas de aquellos mismos hombres y de otros. Una especie de horrible club privado.
¿Cómo era posible todo aquello? Había vivido toda su vida en Sarmiento, con las mismas personas, conociendo las mismas cosas. ¿Cómo había sucedido todo eso en frente de sus narices? ¿Por qué nadie hablaba de ello? ¿Sabían si acaso?
A Gabriel le daba vueltas la cabeza y sentía un hueco en la boca del estómago. Pensó en su padre, en los tratos que tenía con su hermana. Buscó en su memoria algo que le indicara que era un maldito depravado, y no logró encontrar nada. Qué bien se esconde el lobo entre las ovejas.
— ¿Mi hermana está con ellas?
Calena asintió.
Gabriel vomitó por fin. Siempre que algo le impresionaba demasiado le pasaba aquello. Pensaba en su gemela, en lo devastada que debía de estar. Llevaba casi dos meses desaparecida, y saber eso le hacía hervir la sangre en las venas. Su padre, un hombre al que admiró toda la vida por su sabiduría y rectitud, terminó siendo mas desagradable que la gallinaza.
— Necesito tu ayuda, buen hombre.
— ¿Pero por qué yo? —preguntó, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
— No eres como tu padre.
— Pero vine a liquidarte.
— Porque pensabas que hacías lo correcto para proteger a tu gente. —Calena lo miró.— Necesitan saber lo que causó nuestra ira. Necesitan saber que los actos tienen consecuencias.
Gabriel estaba de acuerdo con eso, pero no podía ayudarla así nada más. Debía hacer algo. Su hermana y las demás lo necesitaban. De pronto recordó algunos episodios a los que jamás les dio la importancia que merecían. Recordó cómo su padre siempre tenía ciertas atenciones con la hija de Don Fabio, el mecánico del pueblo. Y Don Fabio, a su vez, las tenía con su hermana...
Las palabras de Calena cobraban algo de sentido. La hija de Don Fabio también había desaparecido, aunque no al mismo tiempo que su gemela. Sentía náuseas potentes de solo pensar en tan asqueroso intercambio. Pensaba en las inexpertas hijas de Calena y sentía más rabia aún. No quería imaginar cuántos más habrían hecho lo que su padre, pero estaba decidido a hacer que parara.
Se levantó de la piedra, a tiempo para ver el amanecer. La luz, que bajaba poco a poco por la colina, disipó la niebla e hizo aparecer altas columnas rocosas en el valle, más abajo. Dedujo entonces que era la corte de Calena. Lo llevó ahí, incluso si eso significaba poner en riesgo a su gente. No podía simplemente estar mintiendo.
La mente de Gabriel trabajaba a mil por hora, barajando las posibilidades.
— Tengo un plan.
— Te escucho, buen hombre.
Ambos volvieron a la aldea seis noches seguidas. Las partidas de caza eran cada vez más difíciles de sortear. El pueblo en general estaba atento y alerta, armado con palos y herramientas de cultivo. Se dispuso incluso un toque de queda estricto. La seguridad había subido de nivel, pero Gabriel contaba con eso cada vez que regresaban.
Calena decidió transformarlo en pantera para que fuese más sencillo ocultarse, y con su ayuda, deshabilitaron muchas trampas y mapearon con éxito el terreno. Pudo ver, escuchar, sentir y olfatear como lo hacía la reina, pero ella era quien interpretaba mejor al viento y a las criaturas a su disposición. Se sentía poderoso en su nueva forma y casi de inmediato cayó en cuenta de que sería temporal. Se dijo que lo disfrutaría mientras durara.
Al poco tiempo de ser transformado pudo entender por qué Calena no había podido encontrar aún a sus hijas. Un olor característico en el aire lo confundía con mucha facilidad. Dedujo que provocaría el mismo efecto en perros de búsqueda, que tendrían difícil la tarea de encontrar a las chicas desaparecidas. Por suerte podían confiar en algo más que en el instinto: el conocimiento que tenía Gabriel sobre su padre fue crucial para la operación, pues sabía de sus andanzas, que aunque extrañas, nunca cuestionó. Sentía culpa de no haberlo hecho antes, pero no era momento de lamentarse por el pasado.
A la séptima noche bajaron a la aldea, ahora acompañados por guardias reales: quince panteras enormes, hembras y machos entre ellos, dispuestos todos a dar la vida por su reina, de la misma forma en que ella lo haría por ellos de ser necesario. Necesitarían de fuerza bruta para llevar a cabo el plan.
Rodearon la aldea con sigilo, cubriendo terreno lo mejor posible. Al llegar a los límites del bosque, ocultos todos en la oscuridad, pudieron ver que los cazadores se encontraban desconcertados. Ningún animal era capaz de desactivar trampas, cosa que los asustó mucho.
Gabriel observó al líder de la partida ordenando a los demás formarse. Luego un hombre se le acercó, y le dijo algo al oído: "no tenemos munición, el almacén fue desvalijado". Gabriel pudo ver como su rostro cambiaba de color, incluso siendo de noche. El líder les gritó que subieran a los árboles para tener algo de ventaja al menos, y el mismo hombre le contestó que las trampillas habían sido desmanteladas.
Los demás empezaban a darse cuenta de que algo pasaba. Gabriel olía su miedo y su frustración, escuchaba sus murmullos. Empezaban a cuestionar la causa por la que estaban luchando, a temer por su seguridad. Esa misma seguridad que sentían sólo si tenían un arma cargada en las manos.
"¡Ahora, mi reina!", le gritó Gabriel en su idioma, y los demás supieron qué hacer. Los guardias comenzaron a hacer ruido, sacudiendo matorrales y profiriendo gruñidos que rasgaban la noche. Trepaban a los árboles, pisaban fuerte la tierra.
Por instinto, los cazadores comenzaron a disparar a la nada. El líder gritaba que se detuvieran, pero entre tanto barullo no se pudo dar a entender. Sin saberlo, se habían terminado las pocas municiones que quedaban, y ninguno pudo darle al enemigo.
Ahora indefensos, los cazadores huyeron hacia el pueblo lo más rápido que pudieron. Corrieron tras ellos. Cinco guardias se abalanzaron sobre algunos que luchaban en vano por zafarse de su agarre. Ninguno fue herido. La reina ordenó llevarlos al lugar acordado, y así lo hicieron.
Gabriel iba junto a Calena, a la cabeza. Pudo ver cómo la gente empezaba a asomarse a las ventanas. Veían a los cazadores pasar corriendo, metiéndose a patios ajenos, huyendo de temibles y enormes panteras.
Otros ocho guardias habían llegado primero al pueblo, y aprovechando que las personas abrirían las puertas de sus casas para darles auxilio a los cazadores, empezaron a llevarse a alguna mujer o niño que se les atravesara.
Los gritos de los secuestrados desataron el infierno. Las personas estaban ahora en las calles, incapaces de razonar con claridad. El pánico se había apropiado de ellos. En medio de toda la confusión, Calena restauró a Gabriel a su forma original, que gritó desde su escondite:
— ¡Ármense! ¡Ármense con lo que sea!
Todos buscaban de donde venía la voz. Miraban en todas direcciones, desconcertados. Calena, desde otro punto, también gritó:
— ¡Se llevaron a mi hijo! —profirió unos sollozos bastante creíbles.— ¡Debemos ayudarlos mientras podamos! ¡Se los ruego, se los ruego!
Entonces un hombre entró a su casa y tomó las dos hachas más pesadas que tenía. Le entregó una a su hijo, que se miraron y gritaron con determinación. Poco a poco fueron uniéndoseles los demás, decididos a atacar y librar juntos al pueblo, cansados ya de tanta desgracia. Se encendieron lámparas, antorchas y linternas a batería, y emprendieron la marcha.
Los últimos dos guardias esperaron hasta el final para llevarse a dos niños más, y como les había indicado Gabriel, corrieron lo suficientemente lento como para que los siguieran. Calena y Gabriel volvieron a su forma felina, y siguieron el trayecto para cuidarles las espaldas.
Cuando los pueblerinos les alcanzaron, lo que vieron fue de locos. Los secuestrados se hallaban colocados frente a una gran casa aislada. Las panteras se movían de lado a lado, custodiando a los cautivos. Se mantuvieron a una distancia prudente.
Calena y Gabriel llegaron junto a los demás. Observaron con detenimiento a la turba. Se veían perplejos y asustados, y por increíble que fuera, no parecían dispuestos a atacar, al menos no aún. Debían actuar rápido.
Ante su atónita mirada, Gabriel adquirió su forma humana. Una exalación recorrió a la multitud al reconocer a su vecino de toda la vida, a quien creían muerto por la sangre encontrada en el bosque. Él y Calena habían acordado que debían verlo a él, para que no supieran de su existencia. Un guardia le proporcionó algo para cubrirse.
Luego empezó a caminar de lado a lado, igual que las panteras, para asegurarse de que lo hubieran visto bien, para que no pensaran que aquello era producto de la agitación previa. Nadie se movió, a la espera. Gabriel miró a los cautivos un momento.
— ¡Libérenlos! —gritó, para que todos pudieran escucharle.
Los guardias así lo hicieron. Se apartaron del camino, pero ninguno de los presos se movió. La confusión era evidente en sus rostros. Gabriel prosiguió.
— Los hemos traído esta noche para destapar un mal que ha venido azotando nuestra comunidad sin que ninguno se haya dado cuenta. Me incluyo también... —hizo una pausa, los miraba a todos directo a los ojos.— ¡La Huerta! —gritó de pronto con furia.— ¡La Huerta es el problema!
Algunos de los cazadores a sus espaldas y gente de la multitud reaccionaron de pronto al escuchar aquel nombre. Mujeres y hombres empezaron a correr, empujando a los de la multitud para escapar. Calena rugió y los guardias fueron tras ellos. Los tenían, tenían a los que faltaban.
— Que el resto de prisioneros se vaya. —dijo Gabriel.
Los que nada tenían que ver volvieron con sus familias.
— Confiesen lo que han estado haciendo, damas y caballeros. O los torturaremos muy despacio.
Lloraban sin consuelo, presas del terror al saber que tenían garras y dientes tan cerca de la carne. Uno a uno empezaron a hablar de su abominable club privado, presionados por la presencia de las bestias que parecían estar al mando de Gabriel. Padres se desmayaron, parejas rompieron en llanto, amigos gritaban el nombre de quienes habían perdido. Algunos se mantenían aún escépticos, pero escucharon con atención.
Por años habían culpado al bosque de las desapariciones, cuando en realidad el mal caminaba a plena luz junto a ellos. Gabriel pidió a los guardias mantener a raya a la multitud, que en cualquier momento podía estallar de forma violenta. En medio de sollozos, se hizo oír:
— Si no me creen, créanle a quienes se encuentran detrás de esos muros. A quienes aún siguen con vida. —dijo Gabriel, señalando la casa.— Mi hermana —aguantó un sollozo al decir aquello.— y muchas de sus hijas están dentro. ¿Cuántas veces no escuché a mi propio padre decir que tenía que venir a ocuparse de "la huerta"? —caminaba lento, penetrándoles el alma con la mirada.— ¿Cuántas veces se lo habrán dicho sus conocidos y ninguno sospechó nada?
Vio en sus rostros el cruel entendimiento. Habían escuchado a los culpables decir lo mismo, aunque nunca les pareció extraño.
— No fuimos capaces de ver las señales, pero no nos culpo a ninguno de nosotros. Estos malditos supieron jugar bien sus cartas. Y esto, esto acaba hoy.
Calena miró a los guardias, que derribaron las puertas del lugar entre varios. Algunos aldeanos se acercaron para comprobar todo lo que habían dicho los hombres, y en efecto, todo era verdad. Haber escuchado algo tan atroz era una cosa. Comprobarlo otra.
— ¡Dicen la verdad, dicen la verdad! ¡La mayoría está dentro! —gritó una mujer, que parecía buscar a alguien.
Enseguida entraron los que pudieron en tropel, ignorando por completo a las bestias. Familias se reunieron, pero otras, por desgracia, no lo hicieron. Cubrieron como pudieron a los prisioneros (porque se daban cuenta ahora de que también había chicos en el grupo), y fueron llevándoselos poco a poco. Los guardias seguían vigilando a los desgraciados.
Ante la sorpresa de todos y faltando a lo pactado, Calena volvió a su figura humana. Gabriel le ofreció algo para cubrirse, y entró con los demás. Encontró a sus tres hijas que, ayudadas por los aldeanos, llevó fuera para dar su versión de los hechos a quienes estuvieran escuchando. Lágrimas rebosaban sus ojos, pero su voz era firme.
— Mis hijas, al igual que muchos de sus hijos, fueron víctimas también. Esta masacre no fue un capricho del bosque. Solo respondimos a su crueldad. ¡Buscábamos justicia, como sé que ahora ustedes buscarán la suya!
Dicho esto, y para que todos supieran que no mentía, abrazó a sus hijas, que volvieron a su forma animal. Calena vio a su alrededor. Podía oler la sed de venganza en el pueblo, la ira. Veía la tristeza y la culpa, la enorme cicatriz que quedaría luego de esto. Gabriel y ella acordaron que les dejarían escoger qué hacer con los depravados que quedaban, que solo les mostrarían la verdad.
La reina se acercó a Gabriel.
— Gracias, buen hombre. Lamento que todo haya tenido que ser así.
— Yo también...
Se abrazaron, pues también sentían pesar. Nada de esto tuvo que haber pasado, pero la bestialidad humana afloró de las peores formas.
— Reúnete con tu hermana, buen hombre.
Gabriel asintió y salió disparado hacia la casa. Ella estaba acompañada de algunas mujeres del pueblo, sentada y llorando, pero en cuanto lo vio, su semblante cambió. Abrazarla fue como haber recuperado parte de sí mismo, y aunque quedaba mucho por reparar, sabía que ella volvería a ser la de antes. Él estaría presente en todo el proceso, apoyándola.
Pasaron muchos años y Gabriel envejeció, pero su cuerpo nunca perdió la magia de la reina Calena. Su nombre fue barrido por el tiempo, pero su leyenda perdura: un hombre que se transforma a voluntad en pantera y que protege al bosque, el mas leal soldado en la corte de la Reina Pantera.
Buenas, gente:
No me gusta poner notas al final de los relatos, pero a la mierda. Para empezar, esta es una nota de disculpa. No para ustedes, sino para conmigo misma. Si ven al inicio del capítulo, hay muchas fechas. Todas son fechas en las que traté de escribir y continuar este relato, pero nunca se daba o mi mente no me dejaba. Han pasado un montón de cosas en mi vida desde la primera fecha hasta acá y no quería que esas mismas cosas me impidieran seguir haciendo lo que amo. Asi pues, aquí estoy, actualizando casi dos o tres meses mas tarde desde la última vez. Espero que el 2022 sea mas provechoso para mi y para ustedes, cualquiera que sea el proyecto que estén llevando. Les deseo un feliz Año Nuevo y muchas bendiciones.
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