Día 8: ESPECTRO, BIBLIOTECA, SUICIDIO
(14/08/2021)
Ya casi nadie visitaba la biblioteca local porque decían que el edificio estaba embrujado. Brenda adoraba el empleo que tenía allí, pero los rumores sobre el lugar amenazaban su sustento. Aquella misma mañana despidieron a dos personas con las que había trabajado por mucho tiempo. Temía ser la siguiente o que clausuraran el edificio, pero hasta que eso sucediera, debía seguir asistiendo.
— Hoy te toca ir, ¿verdad? Porque no te ves ni un poquito asustada. —le preguntó Saúl a Brenda.
— Si, hoy toca. Pero yo no creo en esas cosas. —respondió, acomodando periódicos y revistas en un carrito.
— Ni yo, pero si admito que la Sección Negra se siente pesada.
— ¿Así le llaman ahora? —Brenda bufó.— Por gente supersticiosa nos podemos quedar sin trabajo, ¿sabes?
— Y no los culpo. Yo no podía entrar sin desmayarme.
— Mera sugestión, Sául. Yo entro como si nada.
— Justo por eso te mandan. —hizo una pequeña pausa.— Y porque nadie más quiere ir.
— Porque no soy cobarde, como otros aquí presentes... —agregó, sonriendo.
Sául hizo una mueca falsa de dolor al oír aquello. Lo miró una última vez antes de alejarse, empujando el carrito por los pasillos. Eran pasadas las seis, y a esas horas solo quedaba el personal. Brenda ya llevaba año y medio atendiendo la hemeroteca, la mal llamada Sección Negra, y siempre era lo mismo. Sus compañeros la veían como si se dirigiese a su funeral. Algunos levantaban los pulgares para darle ánimo. Cómo detestaba su actitud.
La recibió el olor a papel viejo al entrar. Empezó a apilar el contenido del carrito en una mesa. Miró a su alrededor, mientras se encendía el equipo para digitalizar. Ese era su refugio. Iba allí a descansar de las personas, y no entendía como un lugar tan tranquilo lograba asustarlos tanto. Al acomodar la última pila, un titular llamó su atención.
"Hallada sin vida en biblioteca Joaquín Beleño".
Estaba fechado hace cuatro años, pero si estaba en el carrito, era porque no había sido digitalizado aún. La hemeroteca se actualizaba por trimestre. Era imposible que no estuviera en la base de datos después de tanto tiempo. Eso despertó su curiosidad. Fue a la página de la nota, y leyó:
"Hace dos semanas, una joven de treinta y cinco años fue hallada sin vida en la biblioteca Joaquín Beleño. No ha sido identificada ni reclamada por algún familiar, y no llevaba pertenencias consigo. La forma en la que murió aparenta suicidio, pero esta suposición queda descartada, debido a sus averiguaciones (...)
Brenda bajó rápido a la parte que explicaba lo anterior.
"(...) La joven frecuentaba la sección de periódicos, mismo lugar donde fue encontrada. Según el personal, siempre pedía consultar lo mismo: publicaciones de un pueblo de la localidad llamado Santa Carietta y de sus alrededores, que por lo general tenían que ver con personas desaparecidas y obituarios. Se cree que buscaba a algún conocido, pues los colaboradores aseguran haberla notado ansiosa y recelosa durante sus visitas (...)
Así que eso era lo que había desatado los rumores. No era para menos que no hayan querido explicarle nada del asunto. A pesar de lo horrible allí ocurrido, nunca experimentó nada "paranormal". Todos juraban haber sentido náuseas y mareos, incluso desmayos. Que objetos se caían o se movían solos. Más de uno aseguró haber visto el espectro de una mujer, que se sentaba mirando a la pared central. Se sentía como el gaslighting a la inversa más berraco de la historia: o ella estaba demasiado cuerda, o lo demás demasiado locos.
Brenda empezó a sentirse algo incómoda. Lo que decía la nota sucedió, eso era un hecho. Pero siempre pensó que la gente inventaba aquellas historias de fantasmas. Decidió no darle más vueltas porque debía ponerse a trabajar. Dejaría de último ese periódico, y luego notificaría su retraso.
Pasadas unas horas, tres pilas habían disminuido de tamaño. Decidió tomar un pequeño descanso. Cenó un café cargado y un emparedado, en una mesa alejada del material. Cerró los ojos un momento porque le dolía la vista. Cuando volvió a abrirlos, la luz se había apagado. Buscó su teléfono por instinto. Encendió la linterna, y se dirigió a la puerta para pedir ayuda, pero no se abrió.
Se decía que a lo mejor se les olvidó que estaba allí. Buscó entre sus contactos y llamó a Saúl, pero no había señal. A lo mejor podía salir por alguna ventana. Total, se encontraba en la primera planta del edificio. Se dirigió a una, pero tampoco abrió. Las otras estaban igual.
¿Y si le estaban haciendo una broma? Nunca la habían dejado olvidada antes. ¿Qué fue diferente ese día? Era muy amiga del conserje, que era el último en irse. Jamás se olvidaría de ella, ¿verdad?
A no ser que...
No, imposible. Se estaba sugestionando como los demás. Leer ese periódico fue un error, ahora lo sabía. Se aferró al hecho de que necesitaba salir, y empezó a buscar ideas.
Pero de pronto empezó a hacer mucho frío.
Brenda vivía en un país tropical. Había visitado algunas de sus zonas templadas, pero nada se le comparaba a eso. Con la linterna aún encendida, pudo ver las vaharadas causadas por su aliento. Le castañeaban los dientes, empezó a tiritar. Luego se sintió derrotada, consumida, como si la felicidad se hubiera escapado de su cuerpo.
Y la vio.
La figura brumosa de una mujer atravesó la pared central, y se detuvo a tres metros cerca de Brenda. No gritó ni se movió. Mirarla directamente hacía que desapareciera por momentos, pero ella sabía que estaba ahí. Y sus ojos. Sus ojos eran aterradores. No porque estuvieran salidos, o porque sus cuencas estuvieran vacías, sino porque era lo más legible en su rostro. Tenía la boca cosida, y su expresión denotaba desesperanza. Se miraron la una a la otra, hasta que el espectro volteó, y se sentó en una silla situada frente a la pared.
Era la primera vez que a Brenda le pasaba algo parecido. ¿Qué debía hacer ahora? Jamás fue creyente de nada. Nunca sintió la necesidad. ¿Tenía que estar asustada? Pues lo estaba un poco, pero algo le decía que debía quedarse. La curiosidad fue más, así que se acercó a la silla con paso lento. El frío alrededor de la mujer era cien veces el de la sala. Esta la miró. En aquellos ojos había desesperación.
"Ayúdame".
Señaló la pared frente a ella. ¿Qué necesitaba mostrarle? Cuando iba a dar un paso en esa dirección, la mujer le agarró el brazo, y el mundo se desvaneció.
Brenda estaba en una estación de policía. Era de noche. Había un auto estacionado fuera, con las intermitentes encendidas. En el mostrador, un agente aburrido y desganado, atendía a la joven frente a él. El letrero sobre sus cabezas ponía "Estación de Policía - Santa Carietta".
— Soy Esther Martans, y estoy buscando a mi hermana, Ana. Hace un mes que ella y su familia están desaparecidos. —la mujer sacó una foto, en la que también aparecía.— Lo último que supe de ellos, es que se mudaron a este pueblo, pero que luego se marcharon. ¿Puede ayudarme?
El agente tomó la foto y se puso sus gafas.
— Si, se fueron de aquí tiempo después de mudarse. Parece ser que no les gustó del todo el lugar. —el hombre la observó, y le devolvió la foto.— Se largaron hace más de un año, joven. ¿Por qué buscarlos aquí?
Ella no respondió de inmediato.
— En una ocasión me llamó muy asustada. Dijo un montón de locuras sobre este pueblo que no entendí. Dijo también que los estaban siguiendo. —se detuvo para pensar.— Pude calmarla esa noche, pero cuando traté de ponerme en contacto días después, no me contestó. Esa semana los reportamos como desaparecidos.
El agente estaba inexpresivo.
— Bueno, no puedo ayudarle, joven. No creo que sea el lugar más indicado para buscar. —miró hacia fuera.— Su auto tiene las luces encendidas.
No volteó. Ya lo sabía. Se quedó mirándolo un momento, afligida. Luego volvió a su auto, mientras guardaba la foto. Brenda la siguió. Vio como sacaba algunas cosas de la guantera: eran recortes de periódico y mapas, todos dentro de una libreta.
La joven volvió a mirar a la estación de policía. El agente, antes desinteresado por todo, estaba teniendo una acalorada discusión por teléfono. Brenda vio el terror dibujado en su cara. Arrancó, y se marcharon de ahí.
Volvió a la realidad. De alguna forma, Brenda había llegado al librero empotrado que señalaba la mujer. Estaba a su lado, su mano colocada en el fondo. Sus ojos estaban muy abiertos, como indicándole que se apresurara. Brenda inspeccionó el punto con la linterna de su teléfono. La madera allí tenía un color distinto. Le dio un golpecito, y descubrió que sonaba hueco.
Agarró un pisapapeles de una mesa cercana, y lo estampó repetidas veces contra la superficie. Metió la mano. Extrajo la misma libreta que había visto en la visión, solo que ahora estaba más llena que la última vez. Dentro había mapas, nombres de personas, fotos de un cementerio, transcripciones de llamadas, recortes de periódicos, correos electrónicos con sus claves. Por lo que se veía, el pueblo tenía un enorme historial de desapariciones.
"Que se sepa la verdad", dijo la mujer. Su voz viniendo desde todas partes. Luego se esfumó.
Las luces volvieron, de repente ya no hacía frío. Brenda sabía que no podía estar soñando, pues agarraba la libreta con fuerza. Le sudaban las manos, y tenía las piernas flojitas. Se sentó como pudo en el suelo, el corazón desbocado. ¿Qué haría con lo que acababa de descubrir? Solo era una bibliotecaria que nunca se había metido con nadie. Odiaba la violencia, y ese pueblo ocultaba algo muy oscuro. Y esa pobre mujer, y su familia... ¿Qué era tan macabro que debieron callarlos? ¿Seguirían vivos, o Esther habría sido la única asesinada por indagar más?
Brenda se percató de que ahora ella también sabía de esto. Tal vez estaba en peligro, como ellos lo estuvieron. Se levantó de inmediato para salir de allí. Ya vería qué decir al día siguiente. Tomó el periódico con el titular de la chica. Lo metió en su mochila, junto con la libreta, y salió al pasillo.
Al llegar a recepción no encontró a nadie. Seguía temblando un poco. Esperaba que no se le notara lo cagada que estaba. Salió del edificio, rumbo a los estacionamientos. Buscó sus llaves, y cuando entró, lloró con la cara entre las manos.
¿Qué acababa de pasar? ¿Qué le diría a la policía? ¿Que una mujer muerta le había revelado algo terrible, y le había ayudado a encontrar pruebas de ello? Absurdo e irreal. Sin embargo, no quería abrir su mochila, temiendo que de verdad la libreta estuviera ahí.
— Se vive bien en Santa Carietta, Brenda. No creas las mentiras que te acaban de mostrar...
Era la voz de Saúl.
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