Día 7: HUÉRFANO, CASA NUEVA, MISTERIO
(05/08/2021)
Para Sergio, que hizo posible la idea de este proyecto.
Mateo veía receloso la imponente casa. No lo parecía a simple vista, pero había algo maligno en ella. Podía sentirlo. Bajó antes del auto, para explorar. Al llegar al pórtico, tocó el pasamanos de la escalera, pero no percibió nada. Nada de nada. Eso lo asustó porque nunca le había pasado. Desde que tenía memoria, Mateo podía leer a las personas, objetos y lugares. Un toque y podía conocer las intenciones, eventos pasados, esencias. Tocó la puerta, las ventanas, el suelo. Nada.
No quería que una casa tan silenciosa como esa fuera su nuevo hogar. Empezó a asustarse mucho. Era imposible que no sintiera nada. Algo siempre quedaba impregnado en las cosas, así fuera mínimo. Se entretuvo tanto, que no notó que sus nuevas madres, Melisa y Cristina, lo observaban intrigadas.
— ¿Qué haces, mi cielo? —preguntó Melisa, sonriendo, pero confundida. Ambas cargaban con sus maletas.
Mateo tenía que ser cuidadoso. Parecían buenas personas, pero sabía por experiencia que lo devolverían al orfanato si supieran su secreto. No había entrado y salido del sistema de adopción en múltiples ocasiones solo porque sí.
— Es que es una casa muy bonita. —respondió. Por la espalda le bajaba un sudor frío.
Melisa y Cristina solo se miraron y sonrieron. Entraron. Luego de la cena, lo instalaron de inmediato en la que sería su nueva habitación. A la hora de dormir subieron para darle las buenas noches. Ya estaba en cama luego de una larga ducha. Lo notaron ausente, mirando todo.
— ¿Te sientes bien, cariño? ¿Todavía te da miedo la oscuridad? —preguntó Cristina.
Negó con la cabeza. Mateo nunca le había temido a la oscuridad. Su mayor temor era el contacto físico, pero prefería poder percibir algo que el silencio. Sentía que las paredes lo miraban, que lo amenazaban. Sucedía algo justo frente a sus narices y no saber qué era lo asustaba.
— Bueno, mi cielo. Si necesitas algo, estamos en la habitación de al lado. —agregó Melisa. Le revolvió el cabello y salieron. No percibió nada de ese contacto. Esa noche no durmió.
Pasaron los meses, y Mateo seguía teniendo la sensación de estar ignorando algo. Cristina y Melisa se portaban muy bien con él, pero aún no se sentía cómodo para conversar. Temía delatarse y ser devuelto por milésima vez. Ya casi era un adolescente, y nadie quería adoptar a un adolescente.
Una tarde de domingo estaban almorzando en el parque comunitario, a unas cuadras de casa. Habían organizado un picnic con toda su comida favorita. No quería admitirlo tan pronto, pero se había encariñado ya con ellas. Aunque él no conversara mucho, siempre estaban pendientes a lo que necesitara. Eran muy dulces con él. Una sombra de preocupación cruzó su mirada. "Esto no durará por siempre", pensó angustiado.
— ¿Qué tienes, cariño? —preguntó Cristina, mientras le servía más ensalada.
— No me devuelvan, por favor... —y rompió a llorar ahí mismo.
Las dos se acercaron de inmediato para abrazarlo, muy preocupadas, y sucedió. Habían estado intentando tener un bebé propio los últimos tres años, pero sus intentos siempre fracasaban. Vio su dolor, sus lágrimas, luego su resignación. Y luego vio la casa y sus espejos. Una podredumbre se había pegado a ellas. Vio ira y muerte, pero no provenían de sus esencias.
— No me gusta esa casa. No me gusta... —dijo Mateo, luego de que se apartaran.
— ¿Por qué dices eso, mi cielo? El primer día dijiste que era muy bonita. ¿No te gusta tu cuarto? Podemos remodelarlo si quieres... —Melisa hablaba en tropel, pero Cristina le pidió con la mirada que se detuviese.
— La casa tiene algo. Y les está haciendo daño. —susurraba, pero ambas podían escucharlo. Lloraba, la cara entre las manos.— No quiero que les haga daño...
Cristina y Melisa se veían verdaderamente preocupadas. No se alejaron ni un poco. Conocían bien su historial de adopción, y pensaban que a lo mejor esa reacción era una secuela.
— Explícanos. ¿Qué quieres decir con "algo"? —preguntó Cristina.
Mateo se percató de que las perdería si se callaba tanto como si no. Desconocía la naturaleza de la casa y su historia. Seguía sin entender el silencio. Quizá la situación era más grave de lo que se temía. Decidió que prefería ser devuelto a que inocentes resultaran lastimados.
— Puedo ver cosas a través del tacto. —hizo una pausa para ver sus expresiones.— No espero que lo entiendan ya mismo, pero sé que estuvieron tratando de tener un bebé y no pudieron...
La impresión era imposible de disimular. Mateo había abierto viejas heridas, pero no lo hacía con la intención de lastimarlas. Algunas lágrimas rodaban por sus mejillas.
— Desde que llegué supe que la casa ocultaba algo. No sé que es, pero sí sé que les hace daño, y que se les ha pegado.
No dijeron nada por un rato. Él sabía lo que estaba por venir, así que les pidió llevarlo a la casa. Si iban a devolverlo, al menos se iría con la tranquilidad de haberlas ayudado. Llegaron en pocos minutos. A pesar de lo extraño del relato, no lo juzgaron. Ellas nunca le revelaron lo del bebé, así que existía una gran posibilidad de que fuese cierto lo que decía.
Mateo entró a la casa. Melisa y Cristina lo siguieron, aún un poco escépticas, pero mirando todo con otros ojos. Mateo tenía una noción de dónde empezar. Recordaba espejos en su visión. Luego de años de conocer su don, sabía mucho del mundo de lo oculto. Los espejos eran utilizados para que no se pudieran romper maldiciones. En la casa había varios.
Se acercó al de la sala de estar, sobre la chimenea. Era horizontal y alargado, antiguo. Les pidió ayuda para bajarlo. No tenía nada por detrás, pero notó que el marco era demasiado grueso. Al desarmarlo encontraron algo aterrador. El marco contenía tres espejos en lugar de uno: el primero era el que daba hacia el exterior, para disimular; los otros dos estaban colocados uno frente al otro, y había un símbolo escrito en el último. Mientras se mantuvieran así, cualquier intento de romper el maleficio no funcionaría. Tenía sentido que fuese indetectable.
Examinó el símbolo. Era un círculo dentro de un triángulo invertido, con una línea horizontal dividiendo ambas figuras.
— El triángulo hace referencia al útero. El círculo, que se repite varias veces sobre sí mismo, la vida. Y la línea horizontal, algo que los divide. —dijo Mateo.
— ¿Qué significa? —preguntó Cristina. Melisa le tomaba la mano.
— Infertilidad. Daño al útero, y a cualquier criatura que albergue. Dividir, fragmentar, asesinar.
Ellas supieron entonces que había mucho de cierto en lo que decía Mateo. Los espejos y muchos de los muebles venían con la casa. Hace tres años que se habían mudado. Hace tres años que se habían rendido al tener un bebé. Eran demasiadas las coincidencias.
No pretendían quedarse más de una semana, así que subieron a empacar sus cosas. Mientras ellas organizaban la mudanza, Mateo desarmó todos los espejos. Todos estaban igual que el primero. Destruyó todos, excepto los que tenían el símbolo. Tenía que saber por qué alguien se había tomado tantas molestias. Aquello se veía muy personal.
Mateo las llamó desde la escalera, y les pidió que se quedaran con él. Era momento de descubrir el misterio, y necesitaba estar acompañado en caso de sufrir daño físico. Tocó el símbolo y se dobló de dolor. La casa había decidido revelar sus secretos.
Había sido construida en 1823, cuando la esclavitud aún no había sido abolida. Perteneció a un francés pudiente y a su esposa. El hombre era dueño de todos los campos de caña de azúcar de la región, y tenía a muchos esclavos bajo su poder. Tuvo un amorío hasta que su esposa lo descubrió. Ella lo enfrentó, pero él la desterró, la humilló. Tiempo después supo que estaban tratando de tener un hijo. Fue cuando decidió vengarse e impedirlo. Durante cinco años lo intentaron, hasta que la mujer falleció, podrida desde adentro debido a la maldición. Los hizo sufrir a ambos, hasta que la mató. La ira con la que hizo el hechizo provocó que se extendiera. Nunca podría concebir ninguna mujer que se quedara más de cinco años en la casa. Fallecería al tiempo, sin imaginarlo jamás.
Cuando Mateo salió del trance, sudaba frío y sangraba un poco por la nariz. Entendió todo por fin, y se compadecía de la esposa, pero no podía justificar el daño que estaba haciendo a gente que no lo merecía. A pesar de lo horrible que era la historia de la casa, sonreía. Melisa y Cristina aún podían salvarse. Aún había oportunidad para ellas. Les contó todo y luego destruyeron el resto de los espejos.
Cuando tenían empacado lo necesario, se reunieron en el comedor, y se quedaron un rato en silencio. No podía mirarlas a los ojos, no luego de enseñarles su poder.
— Saldrán de aquí a tiempo. Podrán tener sus propios hijos... —dijo Mateo con tristeza.
Cristina y Melisa se miraron, tomadas de la mano. Sabían bien a qué quería referirse.
— No vamos a devolverte, mi vida. Eres nuestro hijo. Llegaste justo a tiempo a nuestras vidas. —dijo Melisa. Ambas sonreían.
A Mateo se le iluminaron los ojos, y luego se fundieron en un cálido abrazo. Ya no percibía muerte en sus esencias. El maleficio se había roto.
Huyeron de esa casa y de su maldad, y lo último que supieron de ella fue que quedó reducida a escombros días después de que se fueran, de forma misteriosa. Todos se alegraron al enterarse.
Al año siguiente, Mateo descubriría por casualidad que tendría una hermanita. Aprendió que siempre pueden haber cosas buenas en las cosas que creemos malas, y que la vida siempre coloca todo donde debe estar. Que las maldiciones son frágiles como los espejos. Pero el amor, el verdadero, el sacrificado, jamás se doblega ni se rompe.
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