Día 4: DOS AMIGOS, BAR, PERSECUCIÓN
(14/07/2021)
Para @darkj010 en Instagram
— Deben estar buscándonos hasta por debajo de las piedras —le dijo John a Michael, nervioso, mirando a su alrededor sin disimular.
El bar estaba a tope esa noche por la tormenta que se acercaba al puerto. La gente charlaba animosa, el humo del cigarrillo invadía el lugar, una banda de jazz local entonaba el ambiente. Sentados en la barra, eran los únicos que se notaban tensos, aunque nadie les prestaba atención.
— Ya sé, idiota. Ya sé. Pero por ahora debemos quedarnos quietos. Eso los confundirá. No creo que nos estén buscando en un bar de mala muerte como este —contestó Michael, que no se notaba nada preocupado de que agencias internacionales les estuvieran siguiendo la pista.
Por su parte, John era un manojo de nervios. Siempre fue de esa forma. En cada operación, John era el que se descontrolaba si algo salía mal (o de por sí era el que lo provocaba todo), y Michael, el que encontraba soluciones casi mágicas. Aún así, hacían un gran equipo y juntos se habían cuidado bien la espalda.
— Esto es como en Haití. Estoy seguro —dijo John, recordando cuando casi fueron detenidos por las autoridades corruptas del país y llevados ante los federales.
— Para nada. Esto es más como en Panamá —contestó Michael.— ¿Te acuerdas de ese presidente autoproclamado? El muy maldito hizo de las suyas y se limpió las manos con nosotros.
— Me acuerdo. Yo mismo delaté su escondite cuando empezaron a cazarlo —dijo John, riendo. Michael se contagió al instante, y por fin se relajaron un poco. Nunca dejaban que nadie saliera librado, y a eso era a lo que se dedicaban.
Por años habían localizado y desmantelado toda clase de organización criminal. Habían sacado del poder a unos cuantos dictadores, habían forzado a gobiernos a detener guerras en unos días. Por desgracia, seguían apareciendo nuevos conflictos. No podían decir que les faltaba trabajo. Lo malo, aunque no lo peor, radicaba en que eran considerados enemigos de las agencias internacionales. Hacían el trabajo que sus agentes deberían (o no les convenía) hacer.
— También me acuerdo que te metiste con su esposa y su hija mayor. Yo también me hubiera molestado un poquito. —dijo Michael, y con "un poquito'' se refería a que casi fueron fusilados en una selva sin nombre.— Al menos aquí no te has metido con la esposa de nadie. Eso es nuevo.
John explotó en una carcajada y escupió su cerveza.
— Bueno, en Panamá hicimos muchas locuras, colega. —contestó, cínico.— El golpe de estado que íbamos a organizar aquí no venía con esas deliciosas distracciones.
La bebida empezaba a hacer efecto. Habían subido el volumen de la conversación y pronto se mezcló con todas las otras. Su impertinencia aumentaba con cada trago.
— ¿Hicimos? No hables por mí. —agregó Michael, dándole un sorbo a su whisky. — De todas formas, aquí ya no podemos hacer nada. Mañana mismo tomaremos un avión de vuelta. ¿Especificaste horario nocturno, verdad? —preguntó Michael.
— Que sí, animal. Que sí. Siempre dudas de mi.
Llevaban un rato bebiendo, así que Michael contestó muy salido de sí, casi gritando:
— No dudo de ti. Dudo del hombre que una vez nos mandó a Turquía por no leer bien.
— Que bajo caíste. Me acuerdo, desafortunadamente, de nuestro primer trabajo en Japón. Se me revuelven las tripas sólo de acordarme. Que vieras mucho anime no quería decir que ya dominaras el idioma —se rió, y esta vez Michael pegó la carcajada. Empezaban a llamar la atención.
— ¡Fue una etapa! —gritó Michael riendo, pero un poco irritado por recordar ese pasado.— El que me tenía la navaja al cuello se rió al menos.
— Bueno, más de una vez esas estupideces nos salvaron el cuello. 一John se levanta de su asiento, tropezando, y se dirige al resto del bar.— ¡Brindo por ser astutamente estúpidos! ¡Salud!
Algunos le siguen el juego, y otros solo ven a dos extranjeros borrachos hablando idioteces. Se acerca el bartender, que había estado pendiente de su conversación, y les pregunta si ya acabaron el espectáculo. Le dicen que si, pagan la cuenta de más y empiezan a levantarse de sus asientos. Michael trastabilla al levantarse.
Salen al callejón, y se encuentran con un viento recio y una lluvia potente. Van tambaleándose un poco, abrazados, cantando. Los siguen, pero ellos hacen como si nada.
Saben que los han encontrado, saben que el bartender estuvo pendiente de ellos, y que más de cinco personas en el lugar también. Los han encontrado, pero siguen haciendo su papel de borrachines.
La costa está bordeada de acantilados. Los siguen un poco de cerca, pero ellos continúan. Habían planeado todo desde que llegaron a aquel país. Desde el hospedaje, cerca de allí, hasta la conversación que habían tenido en el bar aquella noche.
Beben de una petaca que alguno sacó de su bolsillo. Siguen cantando, caminando a duras penas, y al llegar a su cabaña, en el risco más alto, los otros piensan que ya ganaron. Michael trata de abrir la puerta, pero no lo consigue.
— ¡La cerradura está del otro lado, animal! —le grita John, burlándose. Michael le lanza una patada que ni cerca está de llegarle.
Por fin logran entrar, dando un portazo. Se encienden unas cuantas luces, se oyen un par de risas más. Pasan unos diez minutos y luego ya no hay movimiento. Desesperados, unos seis agentes quizá, los acorralan poco a poco, pero no tienen tiempo de nada. Una explosión sacude el risco, mandando todo al carajo.
La cabaña termina hecha polvo. No queda nada que arrestar, nada que extraditar. Los agentes que sobrevivieron asumen que Michael y John han escapado de alguna forma, hasta que el jefe les comenta que la bomba era suya. Alguno de los imbéciles a su cargo la accionó antes de tiempo.
— ¡Maldita sea! —gritó el jefe, que vio todo a cinco metros de allí. Se fue a la mierda toda una operación de años, todos los recursos invertidos a la basura.
A pesar de haber revisado bien, no se dieron cuenta de que la explosión sepultó la boca del túnel que John y Michael venían cavando hace meses. Desembocaba en la pared del acantilado, por donde habían escapado. Sabían que los federales se adelantarían, que eran demasiado impulsivos para esperar más. Tenían órdenes y de seguro los estaban presionando mucho para terminar la captura de una buena vez. Esa fue su ventaja, siempre fue su ventaja. La bomba solo fue la cereza del pastel, y ellos la colocaron.
Michael y John huyeron, se hicieron con nuevos nombres, nuevos rostros y nuevas vidas. Continuaron en lo suyo desde las sombras, indetectables. Se volvieron fantasmas, pero a día de hoy siguen brindando, riendo y cantando.
¡Salud, por ser estúpidamente astutos!
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