(02/07/2021)

La escena era bizarra, más bizarra de lo que la detective quería admitir. Las paredes del museo, antes llenas de vida, eran ahora el lienzo macabro de un despiadado asesino. "El mundo está podrido", pensó, mientras fotografiaba los cuerpos soldados a los muros con cera.

Notó incluso que el desgraciado se había tomado el tiempo de descolgar los cuadros, haciendo espacio para su obra. Había visto tanto durante sus años de carrera, y aun así los criminales se las arreglaban para dejarle atónita. 

Este en especial había captado su atención por lo que había grabado en la carne de sus siete víctimas: A mi musa Daiana, el hada de la tortura. "Qué sádico, qué maldito. Qué... soberbio detalle", pensó, sonriendo, tomando más fotos. Ningún humano le había dedicado un regalo antes, y no podía sentirse más que halagada. 

Daiana salió de aquel museo, sintiéndose orgullosa. Tenía un trabajo magnífico. Sin duda la fachada perfecta para presenciar a gusto la corrupción humana.