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Capítulo 1. Pluma de cisne negro

Las bibliotecas siempre han tenido el poder de atraer a todo tipo de personas. Hay quienes entran corriendo con la intención de buscar, aunque sea un baño porque todos los bares los han encontrado cerrados. Hay personas que buscan silencio o tranquilidad al estar acostumbrados a un mundo de ruido. Otros se disponen a comer a escondidas las lentejas que les ha hecho su abuela que les han sobrado de la cena o cierran los ojos y se ponen los auriculares para escuchar música hasta quedarse dormidos.

Si hablamos de lectores también nos ponemos en una situación complicada. En un rincón se encontraba una persona escondida porque hacía un mes que había empezado una novela de trescientas páginas y todavía estaba en la primera. Sentía que pasaba por una situación traumática porque solo había sido capaz de ojear el libro y pasaba horas observando la portada y contraportada detenidamente. Quizá no había cogido el libro adecuado o tenía el angustioso parón lector.

¿Qué le pasa a la gente en la cabeza cuando le da tiempo a masticar galletas, tomar el té, pasar la página, chatear por el móvil, leer y comprender la historia? Nos da miedo juntarnos o sentarnos al lado de ese tipo de personas por si se nos pega algún mal hábito, pero las admiramos por ser capaces de hacer tanto a la vez. Aunque también nos dan pavor las personas que aunque no coman están plenamente enganchados en la lectura y están quietos que parecen estatuas porque no se mueven y no pestañean un segundo. Son los que alimentan el cuerpo con conocimiento. Se fijan en todas las comillas, las comas, los acentos, los puntos e intentan interpretar cada metáfora de las frases de cinco maneras diferentes. Es curioso cuando al lado de este lector se sienta otro que coge un libro, lo abre y no lee. Se dispone a mirar a la pared y sopla con cansancio. Estos parece que quieran leer por telepatía sin mirar las letras. Hay lectores que se sientan en un sillón con una pila de revistas al lado. Cogen lo primero que pillan sin mirar y empiezan a cotillear revistas para saber la vida privada de la gente y es increíble la velocidad con la que pasan las páginas. Empiezan a reírse solos y mueven mucho las piernas y te fijas que el bibliotecario los mira con cara de pocos amigos. Menos mal que la mayoría solo van los domingos, o sea leen un día a la semana. Están los que leen por Internet. Se sientan frente al ordenador con la página del navegador media hora mirando la pared y cuando se cansan leen pequeños textos y frases.

Por todo este tipo de personas se encontraba rodeado Ashter Clark. Él era un lector que escribía y muchas veces se sentía diferente por esa cuestión. Se sentía un creador de libros que un día publicados depositaría en su templo que era la biblioteca. Sentado en una silla de madera y apoyado en una mesa con una enorme tabla lisa estaba leyendo un libro llamado: El mundo de los sueños. Una novela de realismo mágico con misterio subyacente. Se lo había encontrado de casualidad en la biblioteca. Le encantaba ir a las estanterías para descubrir el libro que más le llamaba la atención. Lo cogía sin mirar la sinopsis y no le importaba quién lo había escrito. Para él solo tenía relevancia el contenido de dentro. Le quedaba poco para terminar la lectura y cuando leyó la última página se levantó del asiento y dejó el libro donde lo había encontrado la primera vez hacía una semana.

En ocasiones, se detenía a ver el escenario y el encanto de la biblioteca a la que siempre visitaba. Le gustaba el olor que invadía el lugar a papel y a madera. Pero lo que más le encantaba era estar rodeado de personas que amaban los libros y pensaba si alguna vez ellos leerían los suyos cuando fuese a publicarlos. Le pareció extraño que estuviese saturada de gente, no había ningún asiento libre, pero había mucho silencio. Todo el mundo estaba callado y ojeaba los libros sin distraerse. Las mesas y las sillas estaban por todos los rincones y las estanterías clasificaban los libros por historia, religión, filosofía, arte y muchos más apartados. Cuando entraba a la biblioteca sentía que estaba en un santuario donde cada día podía cumplir un sueño.

Vio que era tarde, se adentró entre la multitud y salió de la biblioteca para dirigirse a casa. De repente, sintió un escalofrío y una pluma negra cayó sobre sus pies. Como si hubiese viajado a otro lugar vio en el cielo relámpagos y rayos que caían estruendosos a su alrededor entre la niebla. Había una persona siniestra con una túnica negra que sostenía un libro. Pudo ver que esbozaba una sonrisa maléfica que duró un segundo y al instante estaba de nuevo en la salida de la biblioteca con una pluma negra en el suelo. La cogió con delicadeza y la acarició; dudaba si era de cuervo o de pato. Miró a su alrededor, pero no vio ningún animal que estuviese cerca de él. La tiró al suelo sin importancia. Quiso recordar los instantes de la visión que tuvo, pero le dolía demasiado la cabeza para intentarlo.

Unos maullidos de gato le desconcentraron de lo que estaba pensando. Era su gato Orwell. Era la tercera vez que se escapaba de casa durante la semana. Hacía cuatro años atrás, en un día de lluvia cuando volvía Ashter de estudiar del instituto, escuchó maullidos repetidos de un gato pequeño. Al seguir el rastro, dentro de una caja de cartón encontró a un gato negro con los ojos amarillos y le despertó mucha ternura y preocupación. Tenía el pelo mojado y tiritaba de frío. Sin duda lo habían abandonado a su suerte. Asther no dudó en llevarlo a casa a escondidas por miedo a que sus padres rechazasen al gato. Lo escondió dentro de la mochila con la cremallera un poco abierta para que el animal pudiese respirar. Al llevarlo a la cama de su habitación secó al gato con una toalla y le dio agua y jamón dulce para comer. El gato enseguida ronroneó y se dispuso a dormir. Asther no sabía cómo decirles a sus padres que había llevado a casa un gato y quería quedárselo. Nunca había tenido una mascota y el gato se había hecho su amigo al salvarlo del frío, la lluvia y la soledad. Al irse a dormir, pensaba nombres para darle a su nuevo amigo, pero no daba con uno en concreto. A la mañana siguiente, cuando despertó no encontraba al gato. De repente, se empezaron a caer libros de la estantería y Asther saltó de la cama corriendo. Se preocupó por si el gato se había hecho daño, pero solo había libros en el suelo. La portada del libro de 1984 del autor George Orwell estaba totalmente arañada. Le daba mucha rabia que un libro se le estropeara.

—Ya sé cómo te voy a llamar, Orwell.

El gato maulló mirándole fijo y sentado con sus ojos amarillos esperando más comida. Sus padres entraron a su habitación tras el estruendo que habían escuchado. La sorpresa fue ver al gato y Ashter tras varias suplicas pudo quedarse con Orwell.

—¿Qué haces aquí esperándome?

Orwell solía escaparse de casa. Por la noche solía saltar por la ventana y subirse al tejado para admirar la luna y las estrellas. Ashter siempre se preguntaba qué pensaba su gato. También se escapaba de casa para cazar pájaros o mariposas en el parque y Ashter lo observaba por la ventana. A veces robaba comida a los niños que jugaban o cogía sigilosamente comida de las bolsas de compra de la gente. Orwell era un gato travieso y cuando Ashter pasaba mucho tiempo fuera de casa se preocupaba por él. Se dirigía por las calles al instituto, a casas de amigos donde solía ir su dueño o a la biblioteca hasta por fin encontrarle.

—Siempre sabes dónde encontrarme, Orwell.

En el cristal de una de las puertas de salida de la biblioteca a Ashter le llamó la atención un cartel. Leyó que era un evento de realidad virtual para escritores donde te adentrabas a un mundo llamado Escrayber. Asther Clark había pensado en más de una ocasión dedicarse a la escritura y publicar al menos un libro, para tenerlo en la estantería de su habitación como un logro. Era consciente de su juventud y de su inexperiencia. Todavía veía muy lejano el objetivo de publicación de sus obras, pero él iba a poner todo su empeño para lograrlo. De camino a casa con Orwell a su lado, decidió leer más información del mundo virtual de Escrayber por el móvil. Justo había acabado los estudios y tenía la idea de hacer la carrera de periodismo en la universidad, pero había cambiado de planes. Quería ir a Escrayber, pero no tenía idea de cómo ir e iba a decírselo a sus padres. Los padres de Ashter sabían que a su hijo le gustaba escribir, era su afición desde que era un niño, alguna vez leyeron varios fragmentos de las historias que escribía. Decían que tenía talento, aunque por las caras que ponían en ocasiones, el chico podía observar que le quedaba mucho por aprender y que era mejor que se dedicara a otro oficio. No veían que se pudiera ganar la vida escribiendo historias y lo más probable nadie más iba a leerlas.

Su habitación se había convertido en una biblioteca. Estaba llena de estanterías con libros y de cuadernos donde había escrito varias novelas. Desde niño, siempre que tenía una idea para escribir le era inevitable crear una historia, crear personajes, inventar un mundo inmenso en un libro tan pequeño. Lo mejor de todo es que Asther se sentía el creador porque él era quien decidía lo que tenía que ocurrir, dónde tenía que ocurrir, el aspecto y carácter de cada personaje que se inventaba, las relaciones sociales y cómo se enfrentaban a los problemas.

Todos los escritos los guardaba en los cajones de la habitación. No le gustaba la idea de publicarlos en internet, ni de escribirlos por ordenador. Él lo escribía todo a lápiz y no usaba bolígrafo porque le resultaba incómodo. Nunca tuvo un hermano o una hermana. Alguna vez pensaba qué hubiera pasado si hubiera tenido y si le hubiera gustado la escritura como a él. Consideraba la escritura como la hermana que nunca tuvo y que siempre le acompañaría.

A la hora de comer, les comentó a sus padres lo que leyó en el anuncio. Ellos se miraban indecisos de poder inscribirlo a tal evento. Lo primero que querían saber era el precio, porque no iba a ser gratuito. Ante la duda buscaron de nuevo por internet: Escrayber. Era como se llamaba el mundo virtual. Entraron a la página web y ahí pudieron informarse y verlo en imágenes.

«El ciberespacio de Escrayber.

Es un mundo virtual donde las personas pueden adentrarse en él con las redes digitales y tecnología. Las personas de Escrayber acceden a él a través de terminales personales y datos informáticos que proyectan tu imagen física y sensorial en realidad virtual en una gran calidad, a través de una cápsula tecnológica que te adentra al ciberespacio en primera persona.

Es un mundo abierto y paralelo a la realidad con diferentes espacios virtuales muy amplios. Una vez dentro puedes adquirir una experiencia multidimensional con personas para visitar lugares y entretenerte.

Los arquitectos más importantes del mundo han construido en el espacio virtual numerosas ciudades de construcción ficticias y digitales, así como entornos naturales de fauna y flora y el relieve de montañas y ríos. Toda edificación de una ciudad o espacio abierto natural es una representación visual detallada al milímetro que toma aspecto del mundo real.

El entorno en el que te sitúas, está sometido a todas las leyes de la física real. Los espacios virtuales son totalmente inmersivos, en los que la persona se sumerge en una experiencia de contacto con todo elemento que le rodea y puede percibir en su campo de visión».

Pese a ser virtual las fotos eran reales, porque Asther se había imaginado los edificios o las calles con los gráficos de un videojuego y diferente a lo que había pensado. El mundo parecía ser muy grande y más inmenso de lo que imaginaron. El precio de inscripción era razonable, así que sus padres dejaron a su elección de asistir o no porque él tenía pensado hacer la carrera de periodismo en la universidad.

El curso en el mundo virtual de Escrayber, duraba dos años y la administración a la que debía dirigirse estaba un poco retirada de su ciudad. Iba a asistir a todo tipo de clases que se dividían por géneros: Romance, fantasía, acción, terror, aventura, ciencia ficción... Ashter no pensaba que a tanta gente le gustara escribir como a él. Era una oportunidad única. Declaró a sus padres que quería iniciar el curso en Escrayber cuanto antes. Ellos aceptaron porque veían que su hijo tenía mucha ilusión y siempre habían querido lo mejor para él. Lo único que tenían que hacer era pagar el importe anual del curso.

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