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Deslizándose entre el tiempo.

La sangre corre mientras el agua se la lleva al drenaje donde se perderá junto a las muertes o a los sedientos que ellos saben que existen en su mundo. Los cabellos caen sobre su piel y trata, de verdad trata, de fingir que no puede verlos. Las heridas que separan su piel y las costuras que la cruzan, no son superficiales ni suficientes para solo sangrar.

Ojos muertos que miran, que siguen el camino de las cloacas a la superficie donde las piedras brillan bajo la suciedad. Con una mano presionando su hombro y los cabellos empapados.

Hace los ojos pequeños pues la peste carcome su garganta reseca.

Trata de mirarlo.

Trata. Trata. Trata.

Somnoliento abre los ojos para contemplar la oscuridad entre sus brazos. Deslindándose de sí mismo, después de varios segundos, recobró las memorias de la noche anterior. El aire soplando desde las cañerías y las cloacas de sus sueños. Acarició la madera de su escritorio, concentrándose en sus pensamientos, y miró a su alrededor esa oficina que les había pertenecido a ambos. La Oficina de un Ejecutivo. Muebles altos rellenos de libros que pocas veces eran tocados por él, pero que, según recordaba, Dazai los consultaba con bastante frecuencia. Todo tintado en caoba, oscuros y elegantes, tan propios de él. Cerró los ojos. No había querido remodelarla nunca ¿Para qué hacerlo? Seguiría conteniendo las mismas páginas aburridas, seguiría haciendo el mismo monótono trabajo de oficina.

«Al menos así... algo entre nosotros sigue siendo igual. »

La silla crujió con su peso al recostarse con la cabeza echada atrás. Desde que se había vuelto Ejecutivo él seguía sin frecuentar demasiado aquella oficina. Incluso luego de su reencuentro no se habían visto demasiado, al menos no a propósito, el mundo parecía querer unirlos siempre que se pudiera, llevando en las bocas de otros sus nombres hasta que fueran escuchados entre ellos. 

En Europa su vida era más sencilla y aunque intentó volver no se le concedió huir. Tampoco podía permitírselo. En cuanto le miró de nuevo supo que no podía hacerlo.

Aspiró con lentitud, saboreando el aroma a oxido de la sangre aun impregnada en su nariz. El crujiente oxido y las aguas danzantes bajo sus pies que temblaron con sus piasadas al acercarse absurdamente a uno de los peores de sus males. Aquella extraña ansiedad que se sobreponía al horror del cadaver, esa sensación que no habría tenido nunca con un subordinado o un desconocido, le hacía apretar los labios constantemente.

Él no necesitaba que las pruebas de ADN se lo dijeran, no como los demás, pues apenas volvió de esa escena supo que harían los análisis correspondientes, que todos aguardaban en una fría sala de espera a distancia. Los de la agencia y la organización. Ellos pensaban que podía ser un error, el optimismo enviable de los de su estirpe. Él no esperaba. Conocía esa imagen, ese olor, lo que significaba. Esos ojos, llenos de un desbordante vacío que nunca volvería a contemplar, después de todo a Dazai tampoco le gustaron mucho las fotografías. 

Permaneció un instante más en esa posición, escuchando el fantasmal sonido del agua bajo sus pies al recorrer el sótano de la mansión, oliendo la putrefacción. Entre su abrazo se sintió pequeño y escuchó sin la mínima atención los toques suaves a su puerta.

— ¿Jefe? ¿Está allí?

Respiró profundo antes de enderezar su espalda contra el respaldo. Dedicó unos segundos a admirar los libreros al fondo, las cortinas cerradas le daban la ilusión de torres oscuras y sombras en las esquinas de los muebles. Desde que se había apartado del sector de investigación y la zona ya privatizada por la mafia, sentía que su pecho latía despacio. Mori había dado la orden indirecta de mantenerlo apartado de la investigación, dejándola en manos de otro Ejecutivo que no había sido llamado a Yokohama desde hacía cinco años. Katzenbach, un hombre entrado en los plenos años de madurez, calmado e inteligente, tan capáz como lo era Dazai de conseguir el puesto de Jefe, pero desinteresado, así como Dazai. 

Katzenbach deseaba más que cualquier puesto el conseguir una vida renumerada y prodigiosa, tranquilidad y una jubilación sin faltas ni problemas. Una vida larga sin dinero que falte ni la vieja tecnología, aunque muy lejos de ser un ermitaño y muy lejos de ser una persona ordinaria. Como Ejecutivo Katzenbach era implacable, el mejor en el mercado armado, sus tareas dentro de la Mafia Portuaria consistían únicamente en detectar fallas marítimas, consultarlas y posteriormente mandar resolverlas, todo remotamente desde su sede en Shibuya. donde gozaba de comodidades idénticas a las de cualquier Ejecutivo. Katzenbach tenía algo de lo que Chuuya envidiaba. la tranquilidad de un puesto en una ciudad rica, tocando los temas de vanguardia dentro de la organización, entablando y desarrollando relaciones criminales con la Mafia Central del país, lo que quedaba de la vieja Yakuza y que se extinguiría tan pronto las mafias de los puertos la consumieran.

Chuuya deseaba esa tranquilidad, moverse en aguas más formales, en situaciones delicadas en las que pudiera desenvolverse como le gustaba. Grandes fiestas y grandes charlas, lejos del desastre en el que Dazai había sumergido su organización natal.

Pero no había nada que envidiara menos de Katzenbach que obtener la investigación directa del asesinato del hijo prodigo de la mafia. La quería, pero no la deseaba, después de todo ser rechazado y relevado a las manos de un extranjero era un insulto directo a todo lo que ha dado de si dentro de la organización. Era ser llamado incompetente en su propia casa.

De alguna forma no se sentía insultado.

Quería sentirse así.

—Pase.

Cuando habló no se escuchó a si mismo, aunque el subalterno lo percibiera apenas áspero.

—El jefe Mori terminó los resultados de ADN, los he traído por pedido personal.

Nakahara le prestó la suficiente atención para sentirse sobrecargado, un montón de información en una sola linea, le pareció que todo alrededor de Dazai era justo así, demasiado en tan poco. Le dejó entrar en otra palabra y, cuando tuvo el sobre frente a su rostro, apenas se sintió incomodo. Miró el sobre entre sus brazos, sujeto con cuidado antes de acercarse, dejando que la puerta se cerrase. Alzó su mano con lentitud para llamarle a entregar los papeles, con un suave abrir y cerrar de dedos. 

—Retírate y dile a los de la sección D que no me molesten —fue franco y los seguros de la puerta chasquearon al marcharse, dejándolo solo con el sobre amarillo sobre la mesa de caoba. Era el definitivo. Las excusas para no tomar el registro se habían agotado. Habrían sacado una prueba en tan solo un par de horas pero, su Jefe, Mori Ougai, se había tomado la gentileza de sacarlas el mismo una y otra vez. Como las fotografías en su cabeza. Una prolongada repetición que era imposible de retener. Un gesto ansioso de ambos.

Permaneció un momento con los nudillos sobre el papel. Deseó que bajo ellos esperara el habitual papeleo de tráfico, instrucciones nuevas para una misión suicida o una simple petición de algún subordinado para pasar un fin de semana lejos de la ajetreada Mafia. Lo que fuera.

Entrecerró los ojos, ladeó la cabeza y entonces logró advertir la presencia de Ozaki junto a la puerta, que había entrado sin que la notaran. Ozaki se acercó y Chuuya lo supo, aun sin levantar la mirada, porque su presencia se cernió como la sombra protectora de una madre, opacando la suya que parecía no existir ya contra la madera. Ambos guardaban silencio y en vano intentaba ignorar que sabía lo que ocurriría. Siendo que no lograba alzar la mirada a la única mujer que consideraba su familia. Su mentora. Su instructora. Madre y maestra. No quería escucharla, al menos esta vez de verdad no quería hacerlo.

Comenzó a sentirse impaciente. Incluso se sintió ridículo cuando trató de alejar su mano del sobre tan rápido como intentó fingir que se reponía de su propia insuficiencia: fracasando al tener los cálidos dígitos sobre los suyos, impidiéndole huir más, provocándole volver a morder el interior de su mejilla.

— ¿Dónde estuviste anoche, cariño?

El terciopelo de su voz pareció cruzar de sus oídos a su garganta y atascarse allí. Ozaki había pasado la mayor parte de su adolescencia instruyéndolo lejos de la presencia de Dazai, enseñándole sus puntos buenos y malos, abogando por mandarle lejos cuando esté desapareció. Conociéndole por todas partes a la hora de ese tema y escupiéndole la verdad cuando trataba de huir como hacia ahora. Chuuya no era cobarde, ella lo conocía bien, pero era más noble y humano que Osamu, mil veces más humano. Su corazón se encogía cuando perdía a sus hombres, sabia sobrellevarlo, las lágrimas nunca surcaban su rostro frente a sus compañeros, era un líder no nato al contrario de ese hombre que tanto despreciaba su madre, ese al que nunca se le crispaban los nervios ante la muerte de todos a su alrededor, quien sonreía cuando veía a su pequeño sangrando y destrozándolos a todos. Él no había nacido como un líder, claro que no, pero se había vuelto uno.

Llamándole en silencio acarició el dorso de si mano con su pulgar.

—Debes abrirlo, debes leerlo.

No le sorprendió que ella se lo ordenase, aun cuando fingía esa calma.

Volvió la cabeza para evitar pensar en ello y separó, con el crujido de sus músculos tensos, la mano de entre las suyas.

—Murió. No necesito leerlo para saberlo.

Ella no contestó de inmediato. Procesaba la ronca y profunda voz de quien era lo poco que tenía. Más amarga y débil que en cualquier ocasión en que pudiera escucharla antes. Sin mirarla aquello revolvía algo en su interior.

—Pero no lo crees.

— ¡Yo lo creo!

El puño de Chuuya junto a su habilidad habrían provocado un golpe que resonó al momento de colisionar contra la madera del escritorio, astillandolo casi al instante a su alrededor. Su ceño se desvaneció entre las cejas pelirrojas, sorprendido a su vez por la reacción de ambos, Ozaki que había retraido su mano al instante, sin realmente ningún miedo a que pudiera lastimarla. Nakahara se descubrió incapaz de controlar su cuerpo después, moviendose en una sucesión de lo que después le parecerian fotografias. Giró la silla del escritorio, se levantó y salió a paso presuroso de su oficina, abandonando a Ozaki que no actuó al momento, que decidió dejarlo marchar.

El sabor amargo de su repentina contestación le cobraba con temblores en sus manos que presionaban el ya arrugado papel y sus guantes. En su camino los pasillos parecían eternos y las habitaciones interminables, al tomar el ascensor trató de encender un cigarrillo entre sus labios.

—Estas muerto...

Cerró los ojos y se recargo en la pared de frente a las puertas metálicas, dejando caer el cigarrillo a medio encender. Un ardor en sus ojos y un picor en su nariz le hicieron golpear con sus puños la pared a su espalda en un sutil movimiento. Abollando el aluminio pulido.

—Muerto...

Mordió su labio ahora marcado en rojo.

Siguió bajando con prisa disimulada entre pasillos y escalones, evitando las oficinas de otros Ejecutivos o subordinados allegados, especialmente la de él.

Deslizándose entre los pasillos salió al húmedo exterior. Las luces naranjas del cielo golpearon contra su enrojecido rostro deteniendo su andar apresurado. El atardecer caía y con ello un día más que terminaba. 24 horas concluidas desde ese momento.

Avanzó en silencio a las callejuelas del puerto.

La brisa acariciaba sus mejillas como recordaba desde que tenía memoria, con ese aroma a sal y algas que flotaban desde las entrañas del mar. En muchas ocasiones ese mismo hedor se impregnaba en su nariz cuando el castaño volvía a su habitación con el musgo pegado al traje y raspones en el rostro.

Sonrió de lado al azul amarillento que la oscuridad comenzaba a opacar al verlo tras sus parpados como el vivido recuerdo de su gabardina goteando contra la alfombra, despertándole de su sueño de media tarde, justo cuando el sol se ocultaba tras su ventana con aquellos colores. Con aun puesto el pijama y el rostro adormilado entre las sombras.

— ¿Por qué no te dejas arrastrar por la corriente de una vez y me dejas dormir?

En esa ocasión él sonrió y avanzó con el cuerpo empapado en suciedad hasta su cama.

—Maldito bastardo...

Trató y trató hasta que las horas cruzaron llevando entre ellas los recuerdos.

El empedrado junto a la corriente salada lo empujó a una serie de restaurantes ya alejados de la caótica ciudad y la inquebrantable Sede. Se detuvo a observarlo, tras la ventana del local una figura conocida le daba la espalda. Tomó los extremos de su gabardina y se acurrucó dentro de ella dudando un par de segundos antes de entrar.

Al cruzar el umbral el aroma de especias, hierbas y pasta empujó lejos de si el recuerdo de la pragmática sal. La gente lo miraba casualmente sin mucho interés pero alertas, se sabía que la Mafia no cruzaba tan lejos del centro pero la noche ya era dueña y el traje del joven Ejecutivo llamaba la atención de algunos.

—Se enfriara si no lo comes ya.

La ronca voz que salió en el casi absoluto silencio lo hizo alzar la mirada enrojecida del caliente platillo de Chazuke que con su humo le soplaba el rostro. Nakahara dejó que lo contemplara un momento apreciando sus ojos hinchados y la corriente seca de lágrimas en sus redondas mejillas. Aún conservaba ese rostro adolescente de 15 años que le recordó a si mismo por un instante. Corrió la silla frente a él y el pelirrojo acomodo su gabardina para sentarse sin aplastarla, con esa elegancia tan natural que lo distinguía del mentor de Nakajima, siendo la primera diferencia que encontró entre ambos. Tragó un poco de saliva para aclarar su garganta a la par que seguía sus movimientos al quitarse los guantes y llamar a la mesera para pedir una taza de té. Su sombrero no estaba y el albino se animó a sonreír un poco tras recordar el griterío que armaban aquel dúo tras la mención de uno de ellos sobre esa prenda.

El té se sirvió y antes de llevar la taza a sus labios el joven le llamó.

—Na...Nakahara-san...

Lo observó ignorarle hasta llevar la taza humeante a sus labios. Tragó saliva. No se veía bien y estaba seguro que él debía verse peor. Las pestañas oscuras escondían los orbes opacadas por esa tristeza que ambos conocían tan bien. Atsushi bebió de su propio té en el silencio compartido hasta lograr que aquel cosquilleo acido que le incitaba a llorar aún más se desapareciera.

Entre minutos Nakahara se recargó contra la silla con ese cansancio que no sabía que poseía y le miró jugar con los palillos contra la comida.

— ¿Aquí fue donde lo conociste?

Alzó la mirada con sorpresa a su acompañante y Chuuya le dedicó una suave sonrisa.

—Yo también iba al lugar donde lo conocí. —Llevando de vuelta la taza a su rostro dudo antes de hablar— Es tan surreal... —Atsushi le miró con aquellos vestigios de cansancio que el propio Ejecutivo sentía en su cuerpo pero en silencio, tristeza pero no la amargura que se instalaba en él. Eran diferentes ahora— Trate de dispararle una vez ¿Sabias?

— ¿En... enserio?

—Si —Chuuya le sonrió suave pues él había compartido aquella gracia y felicidad tan simple que el otro poseía. Tan natural. Tratando de animarle— El maldito no se moría con nada. En una ocasión, en los dormitorios donde vivíamos, le puse pinchos en las sabanas —Chuuya alargó su gesto con mayor entusiasmo— Lleva cicatrices de eso detrás de las piernas.

Nakajima le sonrió por cortesía de forma corta y tan apagada como en un principio.

El comprendió. Habrían sido similares pero criados diferente.

Volvió la atención a su platillo antes de hablar.

—En realidad fue cerca de aquí. Kunikida-san y Dazai-san me alimentaron luego de salvar a Dazai-san de caer en el río y ser llevado tras la corriente —Volvió a sonreír opacado por sus propios sentimientos mientras revolvía sus fríos fideos— él... me salvó.

Al subir lento observó al segundo Ejecutivo más joven, sus brillantes ojos azules parecían estar a punto de apagarse y su rostro le recordó al de todos sus compañeros luego de la noticia dictada por su Jefe. No sabían mucho el uno del otro, quizá el Mafioso supiera más, pero no habían tenido largas y tendidas conversaciones como compañeros comunes. Aquel hombre que tenía frente a él era un Ejecutivo, un hombre poderoso dentro de la Mafia que tanto trataban de erradicar. Un asesino, ladrón y usuario de la más fuerte habilidad.

—Ustedes... —Chuuya movió sus ojos hacia él— ¿Se... conocían desde hace mucho?

De pronto su corazón palpitó doloroso al mirar esa expresión de duda y dolor en lo que fuese que el pelirrojo recordara.

El Mafioso llevó los cabellos de su frente hacia atrás.

—No desde hace tanto, Dazai me extorsionó y manipuló para que trabajáramos juntos —Con el codo sobre la mesa hundió su mejilla en su palma— Pero mientras más lo pienso él...

— ¡Atsushi!

La voz de Yosano los hizo girar a ambos desconcertados. La doctora entró con rapidez y Atsushi se levantó de su asiento al ver su rostro preocupado. Seguido de ella Doppo entró con seguridad y calma, la cual se endureció en cuanto notó la presencia del Ejecutivo en el lugar. Akiko tiró de su brazo con poca gentileza, su mirada hacia el mafioso era desdeñosa y agresiva. Chuuya solo suspiró, recargó su espalda en la silla y echó la cabeza a un lado sin dejar de mirarles.

—Na-Nakahara-san.

Fue lo último que escuchó de Atsushi al ser tironeado hacia afuera, sin la oportunidad de disculparse o despedirse. En su lugar quedó con la compañía de quien también fuera compañero del escandaloso castaño. Observó a Doppo, ambos en ese silencio del que había huido en los edificios de la Mafia. Él se acercó, sacando de su billetera un par de billetes y colocándolos sobre la mesa. Juntó a los guantes de piel deslizó una pequeña tarjeta que captó su atención. Se enderezó y Kunikida se inclinó como respeto antes de marcharse.

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