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Capítulo 9 🚘

Narra Mikhail.

—Mikhail, ¿me estás escuchando? —pregunta Emma, moviendo sus manos frente a mi rostro. Parpadeo y la enfoco.

—Emma, no tengo paciencia ni cabeza justo ahora —confieso. Suspira, tomando mis manos para sentarse a mi lado.

—¿Qué pasó? —musita con ese tono de voz meloso que tanto me gusta de ella.

Cojo aire, recordando qué día es hoy y por qué estoy aquí, en vez de la mansión, disponible para ser yo quien lleva a la americana al aeropuerto para que aborde un maldito avión que va a llevarla demasiados kilómetros lejos de mí, de las cosas que quiero hacerle.

He reproducido durante dos días enteros, las palabras que escuché de ella ese día. No solo lo de que volvería a Malibú hoy, sino lo que dijo antes.

Confesó que le gustaba, incluso dijo que le gustaba más que para solo follarla, entonces, ¿por qué siento que eso fue una clara declaración de amor?

Incluso pude visualizarla a ella desposándome en un altar y eso, eso me aterró.

Creo que nunca el gustarle a una mujer me había jodido tanto como con ella. Y es, que, seamos honestos, es preciosa.

Y más que eso, me encanta cómo sabe, cómo se siente, cómo responde a mí, pero sigue sin ser rusa, así que no pienso hacer nada para impedir que se aleje porque, en el fondo y muy en el fondo, reconozco que eso es lo mejor.

Yéndose la causante de mis problemas, estos deben desaparecer, ¿cierto?

Volveré a dedicarme enteramente al trabajo y luego podré cogerme a algunas de las chicas que he descuidado últimamente en el club ruso de la ciudad.

—¿Es una mujer o problemas en el trabajo? —tantea Emma, escondiendo muy bien el hecho de que, el solo formular la pregunta ya le disgusta. Cojo aire.

—No es nada, tengo que irme. Vendré el domingo —prometo y me levanto, soltando mis manos de las suyas para coger su rostro y dejar un beso en su frente.

—Vale, te quiero —confiesa. Sonrío, guiñándole un ojo, pero sin responder.

Sé que la quiero y ella sabe que lo hago, pero no tengo que decírselo a cada rato como ella sí lo hace conmigo.

Llego a la casa que compré para ella y los niños y dice te quiero, comemos y lo vuelve a decir, busco a los niños al colegio, otro te quiero, le llevo un regalo, nuevamente un te quiero. Venga, ya sé que me quiere, pero me desespera tener que responder tantas veces, por lo que, nunca lo hago. A menos que lo diga delante de los niños. Ahí sí debo decirlo, obvio.

Subo al auto al mismo tiempo que me entra una llamada entrante de parte del jefe.

—Señor —saludo.

—Tenemos problemas —suelta y eso me alerta.

—¿Qué sucedió?

El suspiro resignado que se escucha del otro lado me advierte que no es nada bueno.

—Los Varsovia están poniendo las cosas difíciles. Este maldito viaje se alarga a medida que pasan los días —se queja y suena cansado.

Evito hacer un comentario porque de decir algo sería un "se lo dije", porque sí se lo dije. Le dije que esa gente no era de fiar y que a lo que supieran sobre la muerte de Alek, iban a querer comprar su parte como las sucias ratas que son, pero claro que el señor estaba confiado en que tendría con qué responder porque, bueno, al final de cuentas, sigue siendo suyo el otro 50% de la sociedad.

Pero ellos han usado la forma en la que murió Alek para resaltar la falta de raciocinio del jefe. Venga, para mí le sobraron cojones. No todos podrían acabar con la vida de su propio hermano. Menos, siendo este, tan unido.

Y él lo hizo.

Aunque mi padre también, pero ese no es el punto.

—Si necesitas que vaya, Oleg, pídelo. Puedo encargarme de ellos personalmente —aseguro, deseando que acepte y me pida ir. Así dejaré de vaguear como alma en pena por la casa, buscando en cada rincón un olor que ya no estará.

Ya no estaré afilando mi audición para escuchar su risa escandalosa desde la cocina.

Ya no estaré encontrándola masacrando su uña mientras tiene un libro en sus manos y sus mejillas están rojas.

No sé lo que lee, pero no debe ser nada sano. Esas imágenes que usan para las portadas dejan claro que son pura perversión.

Y una parte de mí desea ser su ratón de laboratorio para que experimente conmigo todo lo que lee...

—No, a ti te necesito pendiente de las chicas. ¿Cómo están ellas? —pregunta. Suspiro, queriendo decirle que Megan se irá hoy, porque sé que él es el único que puede convencer a la señora de la casa para que ella convenza a Megan de quedarse más tiempo.

Pero, él tiene razón...: Megan está aquí por la señora.

Si se queda, seguirá siendo por ella, no por mí...

Y eso es lo que me está jodiendo la vida.

—Bien, la salida de estos días estuvo controlada como le conté, y estos otros días han sido tranquilos, señor. Solo han salido ayer a cenar afuera, pero estuvimos al pendiente de todo. Y la señorita Miller se ha quedado en la habitación con la señora de la casa anoche —le cuento.

—Perfecto. No quiero que K se sienta sola —confiesa.

Si supiera que lo hará...

—Todo está controlado, señor. Dígame si necesita que lo ayude con algo —pregunto, deseando ya acabar con la conversación para salir de ahí.

—Te avisaré cualquier cosa —dicta y cuelga. Cojo aire y enciendo el auto

¿Por qué diablos lo estoy pensando?

¿Por qué demonios lo estoy considerando?

¿Por qué jodida razón quiero ir ahí e impedirlo?

¿Qué usaría? ¿Qué le diría?

Nada. No puedo decir nada porque nada voy a cumplirlo.

—Entiende de una maldita vez, Mikhail, que la americana está prohibida para ti —me reprendo en voz alta—. Ya tuviste su cuerpo, pero no puedes quedarte con ella —zanjo y decido ir a distraer mi mente con otra cosa para no llegar todavía a la casa.

La tarde se me pasa volando entre organizar mercancías, beber como alcohólico y ahora estoy intentando probarme a mí mismo que no estoy borracho, mientras apunto al blanco, con mi cabeza palpitando y la visión fallando. Suelto el disparo y maldigo cuando no da donde apunté porque el pulso me ha temblado.

—Venga, hombre, ¿qué fue eso? Has perdido práctica —se burla Carlos, el encargado del club, apenas me quito los auriculares.

—Con tragos encima, cualquiera pierde práctica —me defiendo.

—Y venir a disparar borracho es muy estúpido —replica. Bufo.

—No estoy borracho —declaro. Carlos me mira divertido.

—Y yo no estoy cansado —dice. Rio y palmeo su hombro, girando para salir de ahí.

—Nos vemos luego, amigo —le digo y me voy, viendo la hora en mi reloj. Ya van a ser las diez de la noche, por lo que he pasado mucho rato ahí.

No quiero estar borracho por muchas razones, pero en primero porque estar borracho significaría haberme emborrachado a propósito, y eso nunca lo hago.

No sé ni cómo llego a la mansión porque en todo el camino me la pasé intentando ignorar mis estúpidos pensamientos recriminatorios por no tener, ni siquiera, su número de celular para escribirle.

Además, ¿con qué propósito le escribiría? ¿Qué le diría?

Un: hola, americana; no parece ser lo mejor del mundo.

Bajo del auto, agradeciendo y odiando en partes iguales el ver a Alonso en la puerta. Agradezco que esté ahí, pero a la vez lo odio porque sé que él no perdería la oportunidad de cuidar la puerta de la habitación de Megan si ella siguiera aquí.

Entro sin dirigirle la palabra a alguien y subo de inmediato hasta el segundo piso. Mis piernas parecen tener vida propia y caminar por sí mismas hasta la habitación de la americana. Me detengo en la puerta, con el picaporte en la mano y suspiro.

Sé que ya no está ahí dentro, pero puede que su olor siga impregnado en sus sábanas. Solo quiero confirmarlo, solo eso.

Culpemos al alcohol por esto, porque sobrio jamás pensaría en eso tan cursi que vino a mi mente, pero borracho..., borracho el acostarme en su cama suena como lo más normal del mundo.

Ay, wey, me encanta Mikhail, jajajajaja.

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