Dos meses después.
Ha pasado mucho tiempo, pero realmente no se siente así. En este tiempo, Mikhail y yo nos instalamos en nuestro apartamento, el cual, según yo, salió muy caro, según él, no fue nada para su bolsillo. Supongo que estoy acostumbrada a gastar sin preocuparme del dinero, pero nunca había comprado un apartamento, así que no sabía que podía valer tanto.
Lo hemos decorado juntos. K y Connor son caso aparte, a Connor intentaron negarle su herencia, pero su madre se interpuso a la orden de su padre y solucionaron. De todas formas, Connor fue inteligente y compró una franquicia de Starbucks, así que con eso tiene para seguir duplicando su dinero. Por ahora, viven en el mismo edificio que nosotros, unos pisos más abajo, pero ellos rentaron.
Igual lo que me interesa es seguir teniendo a K cerca porque este apartamento es enorme. No tanto como la mansión de mis padres, pero la diferencia es que este es nuestro.
Sonrío como idiota mientras veo los mensajes de K, ya sabe usar su celular. O eso intenta. Pongo para grabar un audio y me levanto.
—No me interesa si Connor pega el grito en el cielo, K, tendrás esa despedida porque sí —zanjo y lo envío, riendo para mis adentros. Mi sonrisa se borra cuando aparece el número de mi madre en la pantalla.
Nuestra relación no está mal, pero tampoco muy bien.
No le gustó que me quedara aquí con K después de lo del divorcio de Connor con Mariah, me restregó que mi deber era estar allá, apoyando a mi hermana. No pude contradecirla, pero le dije que mi vida no podía ir debajo de la de Mariah, que aquí era donde yo quería estar. Y con eso, colgué ese día. De eso ha pasado mucho, demasiado. Prácticamente un mes y tres semanas.
Contesto cuando ya está por sonar el último tono.
—Mamá —musito, pasando saliva.
—Hola, mi niña —saluda y no suena molesta. Suspiro, cerrando la puerta del balcón para evitar el ruido.
—¿Cómo va todo? —pregunto porque no sé qué decir, en realidad.
—Ahí vamos, tesoro. Solo llamo para confirmar si estarás en la boda. Por irónico que sea, tu hermana quiere asistir a la boda de Connor con K, dejó dicho que ella aguantó presenciar la suya con Connor, así que no podía apoyarla menos ahora que está feliz con él —me cuenta. Sonrío porque eso es muy de mi hermana.
—Mariah siempre sabe qué decir —reconozco y ella me da la razón del otro lado—. Por supuesto que estaré en la boda, madre. De hecho, creo que podría dedicarme a esto, ¿sabes? No se nos da nada mal planear bodas —confieso, sonriendo por poder contarle mis cosas sin sentir que va a juzgarme. Ríe del otro lado de la línea.
—Qué bueno, mi niña. ¿No has pensado en volver luego de la boda? Aquí se te extraña mucho —confiesa. Cojo aire con fuerza.
—Quiero que conozcas a alguien para la boda, mamá.
—¿Al responsable de que estés allá y no aquí? —replica. Muerdo mi labio inferior porque no sé si lo ha dicho como reclamo o no.
—Yo soy la que no quiere dejarlo todo por nada, mamá —musito. Escucho como coge aire—. Soy feliz aquí. Mucho más de lo que lo fui siempre allá. Los extraño, pero no quiero volver a Malibú de forma definitiva —explico en un susurro todavía, viendo los otros edificios de la ciudad.
—Muy bien, tesoro. Nos vemos el domingo, entonces. Me alegras que estés feliz y ya muero por conocer a ese chico —confiesa. Sonrío, alzando las cejas porque, bueno, Mikhail no es precisamente un chico. Es un hombre en toda la extensión de la palabra.
—Y yo —digo y cuelgo luego de despedirnos. Sonrío porque creo que eso salió bien, ¿cierto?
Con un suspiro, busco en internet justo lo que K no quiere que lleve para su despedida de soltera, pero que claro que no puede faltar.
—K, una despedida de soltera sin bailarines eróticos no sería una despedida de soltera —le digo cuando responde que Connor le está haciendo un espectáculo. Río con ganas, pero dejo de hacerlo con una voz que se hace presente.
—¿Escuché mal o dijiste bailarines eróticos? —replica Mikhail desde la puerta de la habitación, viéndome mal, muy mal. Río bajito por los nervios y lanzo el celular a la cama.
—En toda despedida siempre hay bailarines, Mikhail. Es ley. Así como en la de los hombres hay stripper —resalto. Bufa.
—¿Acaso quieres ver a otros hombres desnudarse, americana? —replica, comenzando a dar pasos cortos hacia mí que van asentando un picor delicioso en mi coño, sabiendo que me estoy ganando unos azotes. Río antes de responder:
—De hecho, esa es una de mis actividades favoritas, rusito —me burlo de forma descarada. Gruñe como me encanta y se regresa, saliendo de la habitación. Abro los ojos de par en par, creyendo que ahora sí la embarré, pero regresa en un dos por tres con una silla que coloca en el medio de la habitación.
—¿Quieres ver a un verdadero hombre desnudarse, americana? Pues, disfruta del espectáculo —ordena, sentándome en la silla y abriendo mis piernas con sus pies.
La boca se me hace agua cuando retrocede unos pasos, pidiéndole al sistema integrado de la casa que coloque música erótica y está se hace escuchar por los altavoces.
Contengo la respiración y presiono el coño cuando, con solo aflojar la corbata, ya yo me estoy derritiendo por el coño. Saborea sus labios, sonriendo al notar cómo me tiene sin quitarse, al menos, una prenda de su cuerpo aún. Comienza por los zapatos, quitándolos sin agacharse, con el otro pie, para mover su cadera de un lado a otro, al ritmo de la música mientras desabrocha su pantalón.
—Ay, joder —susurro como un escape para coger más aire cuando lo deja caer al suelo y su polla se marca por debajo de su bóxer, suplicando ser liberada—. ¡Dios mío! —chillo cuando camina hacia mí, colocando sus piernas a cada lado de la silla, dejando su polla justo frente a mi rostro para coger mi cabeza y bailar de frente, acercándome y luego alejándomela, dejándome con las ganas de sacarla y meterla en mi boca.
—¿Te gusta, americana descarada? —pregunta con la voz oscura, sexual, perfecta.
Ya me corrí dos veces con esa sola pregunta, maldición.
Gimo un sí cuando se vuelve a alejar y quita su camisa, tirando a ambos lados y haciendo que los botones vuelen por el aire. Abro la boca en busca de aire al quedar solo con la corbata y el bóxer. Me abro de piernas, invitándolo a hundirse y él ríe.
—¿Vas a ofrecértele así a otro? —pregunta, regresando y mordiendo mi cuello. Gimo, aferrándome a sus brazos que apoya en mis piernas.
—Solo si luce tan de puta madre como tú —acepto, haciendo que vuelva a gruñir y se aleje. Saboreo mis labios, riendo bajito. Me levanta y coloco de espaldas la silla.
—Manos al respaldo —ordena, levantando el vestido suelto que tengo puesto. Contengo más la respiración y presiono el coño, obedeciendo, quedando arqueada para él—. Vas a disfrutar esto, americana, lo sé, pero no tanto como yo —promete y entonces, se clava en mi interior, sin saber siquiera en qué momento movió la tanga.
Comienza a bombear con fuerza, haciendo que las piernas me tiemblen por la brutalidad con la que me está follando, pero no me quejo. Jamás lo haría.
Cojo bien la silla que se tambalea con cada nuevo empellón suyo en mi coño y gimo sin control su nombre, lo rico que se siente y le ordeno tanto en inglés como en ruso, que no pare. Que me siga taladrando el coño.
Eso lo pone loco y me levanta por el medio de los senos, sin salir aún de mi interior, hasta guiarnos a la cama, donde me tira de frente y vuelve a cogerme con frenesí.
—¿Sigues queriendo contratar a esos malditos bailarines, americana? —sisea con rabia en mi oído, levantando mi torso para pellizcar mis senos. Gimo, pero no respondo, solo presiono las sábanas con mis manos.
—Me voy a. ¡Joder, Mikhail! —chillo cuando no me deja terminar porque aumenta aún más la fuerza de sus embistes y empapa mi clítoris con nuestros fluidos al tocarme y yo correrme como siempre, mojando todo a mi paso. Quedo sin fuerzas, estremeciéndome sin control.
Decido responder ahora sí su pregunta, girando el rostro para verlo todo rojo por el reciente orgasmo.
—Ya me disté lo que quería, rusito, ¿por qué darte a ti lo que quieres? —pregunto, haciendo que maldiga en ruso y salga de mi interior.
Esta Megan, jajajajaja.
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