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Capítulo 41 🚘


Narra Mikhail.

No sé qué cambió en Megan, pero ayer cuando regresé de encargarme de unas cosas, ella tenía una sonrisa de oreja a oreja y señaló con gran orgullo la bandeja con huevos revueltos, pan francés, mermelada de fresa y tajadas de queso blanco... Mi desayuno favorito.

Por supuesto que no dije nada por ser casi las siete de la noche, solo besé sus labios y le pregunté qué tanto había disfrutado hacer eso. Su respuesta me fascinó: Mucho.

El que le guste cocinar me gusta a mí, porque no quiero volver a verla insegura de no saber hacer algo tan simple como batir unos huevos. Mientras le coja el ritmo a su propio ritmo, podrá hacer todo lo que se proponga.

Total, lo que le dije es cierto, la quiero en mi cama, no en mi cocina.

Y ahora, he recibido un mensaje suyo mientras estoy contando una mercancía, en el que solo puso tres cosas: Cena hoy, y la hora.

Alzo una ceja porque creí que eso de invitar a cenar era obligación de los hombres y no de ellas, pero es mi americana.

Le respondo con un ok y guardo el celular para concentrarme de nuevo en las cajas de mercancía frente a mí. Reviso una por una y cuento varias veces lo mismo, solo para confirmar del todo, porque, aunque mi cuerpo está aquí, sigo pensando en esa cena. Mañana debo volar a Rusia para ser quien lleve esta mercancía personalmente.

Obviamente no es lo que quiero, pero ahora que Oleg se ha negado a viajar de nuevo para acá, me toca hacerlo a mí. Si mi padre se entera de que estoy moviendo mercancía para Oleg, querrá que me haga cargo de su negocio desde ahora, porque estaría haciendo lo que me he negado hacer siempre, pero prefiero mover mercancía para Oleg durante un tiempo mientras busco la manera perfecta para acabar con mi padre sin que nadie haga algo en contra de la americana o Emma y los niños, que sentarme en ese maldito trono y renunciar a mí para ser alguien que nunca he querido ser.

Una cosa es acabar con la vida de otro cuando la mía peligra, otra muy distinta es creerme Dios e ir asesinando a quien no me sirva.

De eso puede encargarse Oleg, yo no.

Creo que lo que cambió mi mentalidad fueron los mellizos, el ser una parte tan activa de sus vidas me hizo darme cuenta lo diferente que pudo haber sido la mía si hubiese tenido a alguien como yo, dispuesto a cuidarme siempre como yo los cuido a ellos.

Y justo porque no quiero dejar de cuidarlos es que no quiero arriesgarme a ser un monstruo al que le teman y no quieran tener cerca.

—Bien, todo va correcto. Mañana lo revisaré de nuevo antes de partir. Encárgate de no colocar ninguna caja sobre otra y dejar suficiente espacio para caminar en el avión y revisarlas —ordeno y el hombre asiente, quitándose el sombrero que siempre mantiene.

Subo al auto justo mientras le escribo a Oleg que está todo listo. Dicho eso, lo enciendo y conduzco a la mansión, deseando poder ver de nuevo a Megan. Anoche durmió con la señora K, lo que me hizo ir a dormir casa de Emma, porque ahí, al menos tengo el ruido de los niños hasta que me duermo y no me la paso dando vuelta en mi cama de lado a lado por sentir que algo falta en ella.

Al llegar, arrugo el rostro por no encontrarla en mi cama, pero suspiro porque necesito relajarme luego del día de mierda de hoy, así que salgo de nuevo y voy a la cocina por una botella de whisky, Lorena ríe al verme tomarla.

Me detengo de golpe y la miro.

—Lore, ¿qué harás luego de que la señora K decida ya no volver más? —pregunto porque una parte de mí quiere estar seguro de que Megan sí aceptará vivir conmigo, cuando eso pase, deseo que se sienta cómoda donde nos vayamos. Quizás le guste la idea de que Lorena esté ahí, digo, las he visto charlar varias veces.

Lorena parpadea sin control hasta que arruga el rostro.

—No había pensado en eso —confiesa. Sonrío.

—Si te pidiera trabajar para mí, ¿aceptarías? —pregunto, su respuesta es la última que esperaba, lo reconozco.

—¿Tendrías para pagarme o sería por mero cariño? —revira, pero sonríe con burla. Por primera en mi vida, desearía poder restregarle en la cara a alguien los dígitos en mi cuenta bancaria y confesar que el trabajar para Oleg nunca ha sido remunerado con dinero porque, dinero es lo que me sobra... Pero solo río, siguiendo su broma.

—Si aceptas por mero cariño, tendré que creer que no te imaginarías viviendo sin mi presencia —bromeo. Ríe con ganas—. Pero claro que te pagaría. Y te pagaría mejor si prometes ayudar a Megan cada que ella quiera incendiar la casa —comento. Los ojos de Lorena se llenan de lágrimas de pronto. Arrugo el rostro y ella mueve las manos, restando importancia.

—Lo siento, es que, es tan hermoso verte enamorado —suelta. Giro los ojos, pero siento mis orejas calentarse como cuando los niños se burlan de mí delante de Megan—. Le enseñaría de gratis —promete, haciendo que vuelva a verla. Sonrío.

—Primero debe aceptar —admito y ella ríe.

—Te la está poniendo difícil, ¿eh? —se burla. Bufo, recordando la cena de hace dos noches.

—Ni que lo digas —reconozco y salgo de la cocina escuchando su risa de fondo.

Con la botella en la mano, regreso a mi habitación y sigo derecho al baño donde pongo a llenar la tina mientras destapo la botella y bebo un trago seco. Arrugo el rostro por su sabor fuerte, pero enseguida siento como mi cuerpo empieza a relajarse.

Llevo claro que no puedo emborracharme, así que reduzco la frecuencia con la que bebo mientras me relajo en la tina, cerrando los ojos.

Si llego a empezar a tener días como los de hoy o el de mañana, me va a dar un infarto pronto, antes de que cumpla los veintiocho años en cinco meses más.

Y me gusta lo mucho que ha cambiado mi vida últimamente, como para querer morir tan pronto.

Después de un tiempo prudente, me baño bien y me arreglo pronto, tardando solo en el elegir un reloj acorde con la ocasión.

Llego justo a tiempo al frente de la mansión para encontrar a Megan con un vestido largo, lo reconozco porque es el mismo que usó la noche que la invité a cenar, pero no pudimos hacerlo porque Oleg me prohibió estar con ella. Sonrío de oreja a oreja y le ofrezco mi mano. La acepta enseguida.

—Bonito vestido —confieso, enterrando mi nariz en su cuello porque el perfume que usa es el mismo que usaba la primera noche que la tuve así de cerca. Huele a mandarina.

—Bonito traje —responde, presionando mi brazo con su mano cuando suelto la suya para coger su cintura. Río.

—Entonces, como hoy tú has invitado, ¿debo sentarme en el puesto de copiloto? —bromeo. Megan ríe.

—En realidad, Steffan nos llevará y tú irás atrás conmigo —declara. Quito la sonrisa y parpadeo, viendo a Steffan abrir la puerta trasera del auto para nosotros.

—Megan —advierto porque, no puedo explicar lo mucho que odio ocupar ese lugar, me recuerda al Mikhail que soy en Rusia. Me recuerda al hombre al que todos sirven por un simple apellido.

No me gusta ese hombre aquí en Estados Unidos. Se supone que aquí yo soy libre de mi apellido, de lo que eso pesa.

—Solo hoy —promete, tomando mi mano y dando un apretón para que la vea. Cojo aire.

—Solo hoy —acepto y camino con ella delante de mí. Sube primero, veo a Steffan—. Gracias por esto —le digo porque, no lo sé, siento la obligación de hacerlo.

He trabajado codo a codo con él desde que entró a la mansión hace un año. Sentir que ahora va a servirme de alguna forma, no me gusta.

—No es nada —asegura con una sonrisa y cierra la puerta al subir. Cojo aire, viendo a Megan.

—¿Qué es lo que pasa? —pregunta, acariciando mi mejilla. Saboreo mis labios, no queriendo hacerla sentir mal porque ella no sabe lo que me disgusta todo mi pasado o lo que quiere depararme el futuro.

—Me has cogido por sorpresa, es todo —confieso. Sonríe de oreja a oreja.

—Eso me gusta —admite. Río y me concentro en las caricias que reparte en mis manos mientras que Steffan nos conduce con la ventanilla que une ambas partes abajo. Evito verlo por el retrovisor.

Nos detenemos en el mismo restaurante al que la traje hace unos días, lo que me hace alzar una ceja.

—Dijiste que era seguro —se defiende. Río bajo, negando con la cabeza, pero abro la puerta antes de que Steffan lo haga y le ofrezco mi mano a Megan.

La velada de hoy es muy diferente a la de esa noche, hoy no hay preguntas incomodas o historias tristes por contar. Sin embargo, volvemos a comer en la zona VIP y volvemos a estar solos por completo, atendiéndonos el mismo chico de esa vez.

Cuando ya estamos comiendo el postre, noto a Megan tensarse de pronto, su mano entre la mía sobre la mesa, mano que ella misma tomó hace un rato, parece enfriarse por segundos.

Alzo la vista y la encuentro con la suya fija por la ventana, sigo su recorrido, pero no hay nada fuera que me alerte, así que trago mi trozo de pastel y la veo.

—¿Qué ocurre? —pregunto, haciendo que me mire. Está por hablar, pero el ascensor se abre y el chico que nos atiende entra con la cuenta—. Ni se te ocurra ofrecérsela a ella —siseo cuando noto que le extiende la cuenta a Megan.

—No seas tonto, Mikhail, yo te invité —declara Megan, tomando la cuenta. Maldigo.

—Y yo pago —zanjo, arrebatando la cuenta de sus manos, pero cuando la abro, no hay ninguna cuenta por pagar.

—Ya que insistes —musita Megan. La veo, parpadeando y luego leo de nuevo lo que dice la nota.

—¿Esto es lo que creo que es? —pregunto solo para estar seguro. Megan ríe y se levanta. El chico entiende que es hora de irse y se aleja, volviendo al elevador. Megan me hace mover la silla hacia atrás para sentarse sobre mis piernas.

—¿Y qué crees que es? —pregunta con una sonrisa—. Porque, yo lo que veo es que ya la cuenta está paga —sigue. Bufo, viéndola mal, pero rodeo su cintura con mi mano libre.

—¿Aceptas vivir conmigo? —pregunto, viendo de nuevo el sí que está escrito con lápiz labial en toda la hoja donde debería estar la cuenta. Megan se sonroja por completo.

—Lee de nuevo la nota por si no te ha quedado claro —propone. Río, dejándola sobre la mesa para cogerla bien a ella, odiando que lleve un vestido largo por no poder sentarla a horcajadas sobre mí.

—Prefiero oírlo de tu boca —confieso. Muerde su labio inferior y después abre su boca, cogiendo aire suavemente.

—Sí quiero, Mikhail. Quiero todo lo que sea contigo —admite y, justo ahora, lo que tanto he esperado poder decirle desde que lo leí, parece no ser suficiente para explicarle lo emocionado que estoy:

—Página 245, párrafo 21, voy a cambiar la palabra final que dijo Eric por una mejor —advierto. Megan muerde su labio inferior con más fuerza, sus ojos gritando todo lo que sus labios callan—: "En este instante, oficialmente eres mi mujer, americana". Mía y solo mía —prometo, sustituyendo ese tonto novia por mujer, porque jamás la querría de novia, pero siempre la querré como mi mujer.

Megan sonríe de oreja a oreja y busca mis labios en un beso que no rechazo, al contrario, profundizo.

Los amooooo

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