Capítulo 38 🚘
Narra Megan.
Han pasado dos días desde que Mikhail me pidió vivir con él. Durante este tiempo no he salido de esta habitación y eso solo me confirma que no podría hacerlo.
¿Cómo vivir con alguien sin saber atenderlo?
Intenté ayer cocinar para sorprenderlo, pero eso no funcionó porque cuando llegué a la cocina, siendo apenas las once y diez minutos, ella ya tenía listo el almuerzo y saldría a comprar las cosas para la cena. Obvio me ofrecí, pero me miró con una cara de pena y dijo que ella se encargaba de la comida para que fuese agradable para todos.
¿Eso qué significa?
En ese momento no quise pensarlo mucho, pero ya después sí lo hice y llegué a la conclusión de que se refería que no me quería a mí metiendo mis manos en su comida para no dañarla.
Y obvio que tiene razón.
Ni siquiera he servido en mi vida un tazón de cereal, y debería ser lo más fácil del mundo. Pero no, en casa de mis padres había tres cocineros para nosotros, por lo que, el solo poner un pie en la cocina era tenerlos preguntando lo qué quería.
Suspiro hondo, lanzándome de nuevo contra el colchón.
Sé que quiero esto. Sé que quiero estar con Mikhail. Pero no quiero que él se canse o aburra de estar conmigo.
Seamos honestos, ¿qué sé hacer aparte de leer?
Absolutamente nada.
Además, siento que quiere vivir conmigo solo para estar seguro de que estoy a salvo y no porque no quiera algo más que tenerme siempre con él.
Joder, es en este momento en el que me gustaría contar con las personas que he ayudado durante estos meses, para que me ayuden ahora a saber qué hacer, pero eso no sucederá porque ellos están felices y yo debería dejar de darle tantas vueltas y disfrutar también la felicidad que se me está ofreciendo.
Decidida a hacer justo eso, me levanto y cojo mi celular del tocador para escribirle un mensaje a Mikhail primero y luego otro a Emma. Mikhail responde enseguida, diciendo que estará aquí en unas horas. Suspiro.
Cuando Emma responde que no hay problema en ir a verla, sonrío y salgo de la habitación para ir a la mía y cambiarme por ropa para salir.
[***]
—Megan, ¿me estás escuchando? —pregunta Emma, agitando sus manos frente a mi rostro. Parpadeo, enfocándola.
—Lo lamento, me distraje —admito. suspira y deja el paño con el que limpiaba para sentarse en una silla alta a mi lado.
—¿Qué sucede? ¿Mikhail hizo algo? —insiste. Sonrío.
—A veces desearía que de la misma manera que he estado para Connor y K, ellos estén para mí. Pero sé que están disfrutando de todo el tiempo que pasaron separados, simplemente, no lo sé, los necesito —reconozco, pero desvío la mirada porque me he sentido egoísta por querer su ayuda, cuando yo he dado la mía sin esperar nada a cambio.
—No soy ellos, pero si me cuentas, quizás puedo ayudarte —musita. Sonrío, viéndola.
—¿Podrías enseñarme a cocinar? ¿Me contarías cuáles son los gustos de Mikhail? ¿Tiene algún deporte que le guste? ¿Qué podría regalarle cuando cumpla años? ¿Y cuándo cumple años en sí? —Me callo porque Emma abre mucho los ojos, así que entiendo que estoy preguntando mucho—. Lo lamento.
—Tranquila, no pasa nada. ¿Por qué no le preguntas eso a él? —Suspiro, jugando con el paño que ella soltó.
—Conocemos a la perfección nuestro cuerpo, lo que nos gusta hacer y cómo hacerlo, pero me temo que sigo desconociéndolo fuera del sexo —explico, sintiéndome avergonzada por hablar de esto con ella.
Creo que con K sería más fácil. Después de todo, es mi mejor amiga, ¿no?
—Es comprensible, pero créeme cuando te digo que si le preguntarás hasta su grupo sanguíneo, te lo diría. Está enamorado de ti —asegura. Sonrío.
—Me pidió vivir juntos —suelto de una vez, porque si no lo digo ahora, probablemente nunca lo diga. Emma echa su torso hacia atrás con sorpresa y sus ojos demuestran que lo está.
—Oh —musita, pero no dice nada más. Muerdo mi labio inferior y desvío la mirada.
—No quiero vivir con él sin saber, siquiera, cómo le gustan los huevos. O si prefiere el té al café. ¡Ni siquiera sé si le gusta un olor en específico para el champú! —chillo, alzando las manos al cielo para enfatizar mi punto. Emma me mira parpadeando—. Lo quiero, Dios, lo amo, joder. Estoy enamorada de Mikhail mucho más de lo que me he enamorado de cualquier personaje literario, incluso más que de Mr. Darcy, pero él no conocer nada interno de él..., me asusta —añado, dejando pasar unos segundos para pensar bien mis palabras.
—No sé quién es Mr. Darcy, lo siento, pero te agradezco por sentir tanto amor por él. No se merece menos —asegura. Respondo su sonrisa con una mía—. Ven, te enseñaré cómo le gustan los huevos. De hecho, voy a enseñarte cuál es su desayuno perfecto, ¿sí? —propone y se levanta, tomando mi mano para que la siga. Lo hago, asintiendo a lo loco.
Mi corazón parece querer salirse para ponerse él mismo en la tarea de preparar el desayuno favorito del hombre que lo hace latir con tal violencia.
El hombre que ama.
Que amamos.
—Pero tienes que prometer que vas a preguntarle por sus gustos, ¿ok? —declara.
—Vale, lo haré. Gracias —musito, sonriendo tímida. Emma hace un gesto con la mano, restando importancia.
—No es nada. Entonces, si conoces más de sus gustos, ¿aceptarías? —pregunta de pronto, sacando un bol y echando dentro tres huevos para luego coger un batidor de mano y ofrecerlo. Parpadeo y lo cojo—. Bátelos hasta que estén espumosos —dice. Asiento y comienzo a hacerlo.
—Tengo miedo —musito, concentrada en los huevos para no verla mientras hablo.
—¿De qué?
—No ser suficiente —susurro y la escucho bufar.
—¿Por no saber sus gustos? —replica. Niego con la cabeza y la miro.
—No, por no saber complacer esos gustos —explico. Emma parpadea.
—¿Por qué crees que no sabrás?
—Mírame, Emma, es la primera vez que sujeto un batidor en mi vida, ni siquiera sé si debe hacerse hacia un lado en específico o si estoy sujetando bien el bol. Sonará mal, pero soy inútil cuando se trata de llevar una casa. ¿Cómo podré saber cómo llevar una casa si siempre son terceros quienes han manejado mi vida? —cuestiono, esperando una respuesta cuerda, porque yo sigo aterrada de no poder recibir una nunca. Emma sonríe triste.
—Tenía el mismo miedo que tú —confiesa—. Cuando quedé embarazada tenía solo quince años, me pregunté mil veces sí podría darle una mejor vida que la que tuve. Aprendí, no sin fallar, por supuesto. Pero ¿sabes qué es lo mejor del hombre del que te has enamorado? —pregunta y yo niego con la cabeza. Sonríe—. Que es un gran maestro, Megan. Jamás va a dejar que aprendas sola, no si él puede estar ahí contigo, enseñándote y aprendiendo de ti —promete.
Las lágrimas suben a mis ojos, por lo que suelto el bol y el batidor para poder secarlas mientras ella seca las suyas.
—No quiero que se aburra de mí —susurro con los ojos cerrados, manteniendo mis manos cubriéndolos para ir limpiando las lágrimas. Me siento tan estúpida por estar llorando por la inseguridad que siento desde que me enamoré de él.
¿Cómo es que pasé de insultar a las protagonistas débiles, a sentirme débil por amarlo?
Ese es un miedo real. Uno real y muy, pero muy feo.
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