Capítulo 18 🚘
Narra Mikhail.
Sabiendo que no tendré otra oportunidad como esta, aprovecho que todo ha encajado para que pueda ser posible, y camino de forma despreocupada por el jardín para no levantar sospechas de ninguno, porque, aunque las cámaras estarán en mantenimiento hasta mañana al mediodía, quien le informó al jefe fue una persona.
—¿Mikhail? —musita Megan, sobresaltada cuando entro en el lugar feliz de la señora.
—Ven conmigo —pido y salgo, pero ella no lo hace. Me asomo de nuevo—. Por favor, americana, ven conmigo —insisto.
—¿Qué es lo que quieres, Mikhail? No puedes romperle el corazón dos veces a la misma persona —zanja. Miro al cielo y vuelvo a entrar.
—Megan, por favor, confía en mí y ven conmigo —insisto, tomando sus manos. Veo el tormento en sus ojos, pero silencio esa molesta voz en mi mente que me pregunta por qué diablos estoy haciendo esto.
No tengo una respuesta para eso, solo sé que es lo que quiero.
Suspira y se suelta de mis manos para coger de nuevo su libro y salir primero que yo. Al salir, tomo su mano y ella mira la unión.
—Debemos correr y ser muy silenciosos. ¿Estás lista? —pregunto. Parpadea a lo loco.
—¿A dónde iremos?
—A mi habitación —respondo y aparto la vista porque sé que no solo a ella le ha sorprendido, a mis oídos también le sorprendió escuchar eso.
Sin embargo, mi habitación es la única que no tiene cámaras en la entrada porque exigí privacidad, eso en caso de que lo de las cámaras esté listo antes de mediodía, porque realmente no pretendo soltar el cuerpo de la americana en toda la noche...
Si es que me deja tenerlo, claro.
Emprendemos la huida, comenzando a correr y escondernos entre los arbustos más grandes para evitar a cualquier empleado que ande por ahí. Al pasar por debajo del balcón de la habitación principal, lo hacemos caminando y con mucho cuidado para no hacer ruido alguno, pegado a la pared abajo.
Apenas cierro la puerta de mi habitación, no le doy tiempo a Megan de nada porque tomo su rostro con mis manos y la beso. Ambos jadeamos en la boca del otro al mismo tiempo y ella mete sus brazos por dentro de mi saco para tirar de mi camisa por fuera y arrastrar sus uñas por mi espalda. Me separo, gruñendo.
—¿Así lo quieres? ¿Salvaje? —interrogo con la voz enronquecida. Sus ojos se han oscurecido varios tonos.
—No. Yo. ¡Joder, Mikhail, ¿por qué me haces esto?! —grita, alzando sus brazos a los lados y caminando varios pasos hacia atrás—. No puedes hacerlo. Te lo prohíbo, joder. ¡No soy tu puto juguete o premio de consolación! ¡No soy un pasatiempo, Mikhail! —grita.
—Se escucha, Megan. Afuera se escucha y aquí adentro solo estamos nosotros dos, no tienes que gritarme para escucharte —declaro, controlándome porque tiene toda la razón de reaccionar así. Me mira dolida.
—Pero sí para que me entiendas, Mikhail. ¿Qué creíste? ¿Qué la americana iba a estar disponible para ser la puta personal del maldito ruso cada que su mujer no quiera hacerlo? —sisea, queriendo sonar hiriente, pero notándose en sus ojos el dolor que esconden sus palabras.
—No eres mi puta, jod...
—No dije ser tuya, Mikhail. Jamás sería tuya después de lo que dijiste ese día —me corta y seca una lágrima de mala manera para comenzar a caminar de nuevo hacia mí—. Tenías razón, ¿sabes? Estaba desesperada, realmente estaba desesperada por ser tu mujer porque, tú, Mikhail, tú eras el hombre al que quería pertenecer, pero me hiciste entender dos cosas —dice, pero calla al llegar a mí.
Controlo mis ganas de tomarla por la cintura y volver a callarla metiendo mi lengua en su boca para luego pasar a recordarle a su cuerpo, quién es el que lo hace correrse a chorros.
—Que soy mucha mujer para un hombre que no vale nada, y que, tú eres muy poco hombre como para darte tanto valor —sisea.
Eso, lo reconozco, me ha dolido.
—Tienes razón, americana. Eres demasiada mujer para este poco hombre sin valor, pero, tú eres la que lee, americana. Tú eres la que debería saber que cuando amas a una persona, amas la persona que es, y no la que te gustaría que fuese —zanjo, usando una frase que sé que conoce. La forma en la que parpadea, me lo confirma.
—¿Cómo sabes esa frase? —cuestiona. Muerdo mi labio inferior.
—He estado leyendo —confieso. Abre sus ojos a más no poder—. Y he descubierto que realmente, lo bien que me chupas la polla es por lo que lees. Son demasiado gráficos. Es como una película porno, pero más romántica y sensual —admito. Sus mejillas se colocan rojas, pero una sonrisa se expande por su rostro.
Sonrisa que me gusta depositar.
—¿Qué libros cómo tal has leído, Mikhail? No, olvida eso, mejor dime, ¿por qué los has leído? —interroga.
—Porque a la mujer que me gusta le gusta leer —simplifico. Veo cuando pasa saliva.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué lee ella? —insiste. Sonrío.
—Cochinadas —respondo muy seguro, haciendo que ría con ganas, volviendo a alejarse.
—Dime otra frase para poder creerte y dejar de pensar que has buscado esa en específico para usarla en algún momento —pide.
—¿Sobre qué quieres que sea la frase, americana? —pregunto, no sintiéndome ofendido por su desconfianza.
—De un corazón roto, Mikhail. No quisiera que olvidaras que le has roto el corazón a una mujer que realmente te quería —musita. Paso saliva.
—Los corazones rotos se curan, Megan. Los corazones protegidos acaban convertidos en piedra como el mío, americana —digo, modificando una frase que me grabé apenas la leí porque al hacerlo, supe que era para ella.
—Dios, estoy tan enamorada de ti —confiesa, pero no se mueve, al contrario, sus hombros caen y veo su cuerpo agitarse al comenzar a llorar.
Suspiro porque sé que no quiero causarle más dolor, pero también sé que no quiero seguir teniéndola lejos. Aunque estar conmigo sea hacernos sufrir, soy egoísta porque no me quiero sufriendo solo.
—Americana —musito, pero alza una mano en mi dirección para que me calle.
—Te vi, joder. Te vi con ella, con esos niños. Te vi sonreírle, te vi feliz de tener a esa niña en tus hombros, te vi cómodos con ellos... Y, aun así, estoy ansiando que me hagas el amor, Mikhail. ¿Qué haces conmigo que me quitas todo el valor con solo aparecer frente a mí? —pregunta, sonando derrotada. Me acerco a ella, tomando su rostro con mis manos.
—Viste todo, pero fuera de contexto. No puedo hablarte de ella o de los niños, americana.
—¿Por qué? ¿Quieres follarme esta noche, Mikhail? —cuestiona. Gruño y niego. Saca la lengua para saborear sus labios mientras asiente lentamente—. ¿Qué es lo que quieres, entonces? —insiste.
—No puedo hablarte de ellos porque tu vida correría peligro. Y ya bastante mal me siento de que la vida de ellos corra peligro por mi culpa como para sumar la tuya —reconozco. Arruga el rostro, confundida—. Y no quiero follarte, americana. Quiero hacerte el amor esta noche... Toda la noche —confieso, notando su pulso acelerarse bajo las caricias en su cuello donde su carne se eleva por su respiración.
—¿Y mañana qué? ¿Otra humillación para dejarme? ¿No entiendes, Mikhail, que estoy enamorada de ti y que me llenas de esperanza cada que dices esas cosas? ¿De qué me sirve hacerme la fuerte todo un mes, si cuando me dices hola, ya yo caigo rendida a tus pies de nuevo, lista para que me pisotees? —pregunta. Suspiro y bajo mis manos de su rostro a las suyas.
—Mañana voy a estar ahí a tu lado, americana. Mañana vas a poder presumir de ser la única mujer con la que he querido compartir mi cama la noche entera. Mañana serás tú quien pueda humillarme delante de todos por estar loco por ti y no poder dejárselo claro a Alonso o a los demás. No digo estas cosas para llenarte de esperanzas a ti, americana, las digo para torturarme a mí con el hecho de que, sin importar qué tanto me gustes o qué tanto te quiera conmigo, no puedo hacerlo —confieso, sentándome en la cama.
—¿Por qué? Solo dime eso, Mikhail. Dime qué te impide estar conmigo y podemos encontrar una solución —propone. Niego con la cabeza, sabiendo que no puedo decirle mi caso con Emma o por qué su vida peligra si uno la mía a la suya.
—Puedes irte si quieres, americana. Puedes decidir ahora el dejarme definitivamente, o puedes dejar que te haga el amor, aún sin poderte contar la verdad —digo.
Megan me mira un momento y luego niega, caminando hasta la puerta. Actúo rápido, acorralando su cuerpo antes de que salga.
—Déjame demostrarte que eres lo que quiero, americana —suplico.
Bendita sea mi manía de crear hombres con una labia innegable, jajajaja. Me encantan.
Perdón por la hora, aquí son las 8:38 de la noche y vengo llegando del trabajo, así que valoren que subiré esto como regalo por mi aniversario. Comenten mucho para ver si se ganan un maratón que pidieron por ahí, jajajajajaja.
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