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Capítulo 16 🚘

Narra Mikhail.

Ha pasado un mes desde que todo con la americana llegó a su fin. Creí, juro que creí que regresaría a Malibú cuando la vi irse con la cabeza gacha y llorando por mi culpa.

Pero no, o es más fuerte de lo que pensé o disfruta el hecho de que mi condena sea verla perfecta, riendo y hermosa cada día, pero que sus ojos en ningún momento busquen los míos y que sus sonrisas no me pertenezcan.

Me equivoqué con aquello que dije, a los hombres sí nos da algo el ser el hombre de una mujer... Nos da orgullo.

Maldita sea, sí, lo reconozco, sí me encantaría ser el hombre de la americana.

Sí quiero que sea mi mujer solo porque yo quiero ser su hombre.

¿Qué se sentiría ser llamado por ella como suyo?

Quiero esa respuesta de forma auditiva. Quiero escucharla llamarme suyo.

Su hombre.

Froto mis ojos cuando el cansancio de no haber dormido en toda la noche llega, pero como ha sido desde entonces, no estoy durmiendo en la mansión.

—Tienes una cara, que mejor ni te digo de qué, eh —advierte Emma, dejando frente a mí una taza de café con leche.

Odio el café negro.

—No soy ciego y también tengo espejo en mi baño, Emma —me defiendo, aceptando la taza y bebiendo mientras me echo hacia atrás en el sofá.

—¿Adónde fuiste que no llegaste a dormir? ¿Algún club? Aunque no hueles a zorra —dice, sin dejar que sea yo quien responda. La veo mal.

—¿Crees que todas las mujeres que me follo son zorras? —cuestiono. Se encoge de hombros, intentando lucir relajada, pero sé que no lo está—. ¿Por qué aceptas esto, Emma? —interrogo ahora. Suspira.

—Porque no tengo opción, Mikhail. Sabes que no tengo opción —asegura. Niego con la cabeza.

—Eso es una mierda, puedes revelarte, puedes irte, alejarte de mí. Puedes ser libre, joder. Te quedas por ti, no por mí, no me hagas ver a mí como el culpable de tu miseria porque el culpable es tu padre al haberte regalado a un mal hombre, maldición —espeto, sin llegar a gritar, pero me levanto, dejando la taza en la mesa.

—No todos podemos ser tan rectos como tú que no se desvían de su propo...

—¡Me gusta una maldita americana, joder! —grito, haciendo que calle y sus ojos se abran.

—¿Qué? —musita y puedo detectar el miedo en su voz. Cojo aire.

—Me gusta. Y el maldito de Oleg no va a dejar que la tenga porque sigue siendo más importante el jodido apellido de mi padre, que lo que nos une. Llevo años siendo para él un puto soldado perfecto, olvidando lo que somos, solo para servirle y no confundir mi rango por ti, pero no, no le importa —confieso, ya cansado de toda esta mierda.

Emma se levanta del sofá y se acerca a mí hasta tomar mis manos y hacerme verla a la cara. Tiene lágrimas cayendo por sus mejillas.

—Si Oleg le dice a tu padre dónde estoy, moriré, ¿cierto? —musita. Asiento—. Entonces, gracias por poner mi vida por encima de lo que sientes por ella —dice ahora.

Suspiro porque no quiero reconocer que poner su vida por encima de la mía es algo que llevo haciendo durante los últimos seis años y que, desde hace un mes, cuando vi a Megan llorar por mi culpa, ya no quiero hacerlo.

—Dejemos esto hasta aquí, Emma. Ve a cambiarte, busquemos a los niños al colegio y vayamos a comer algo para celebrar tu cumpleaños. Muero de hambre —confieso.

—Puedo preparar algo para ti y así puedes dormir antes de que ellos lleguen. Te ves terrible, de verdad —señala. Sonrío y pellizco sus mejillas.

—Comeremos afuera. A los niños les encantan los toboganes en McDonald's. Y dormir no es posible para mí todavía. Tengo la tarde full —confieso. Hace un gesto en desacuerdo, pero obedece y va a su habitación.

Voy a la cocina por más café mientras pienso en que, no se sintió mal reconocer que me gusta una americana, pero cuando recuerdo lo que le hice a ella, eso sí se siente mal.

Emma regresa luciendo un jean ajustado con una camisa corta y una chaqueta de jean encima. Ella podrá ser rusa, pero luce como americana.

Ciertamente, su vida sería mucho mejor siendo americana que siendo una rusa en mi vida.

Salimos, ella tomando mi brazo y subimos a la camioneta. El camino es silencioso, siendo así por primera vez. Supongo que entiende que yo no quiero hablar y por eso no me saca tema de conversación. Apenas los niños suben al asiento de atrás, el ruido se hace presente.

—¡Tío Mikhail! —gritan ambos. Ella (Se pronuncia Ela) es la niña y Mael el niño. Ambos tienen la misma edad porque son mellizos y a ambos les hemos enseñado que yo soy su tío, porque no me interesa ocupar una figura paterna en su vida, porque, siendo honesto, no soy una buena figura paterna.

Aunque ellos y su madre sean todo para mí.

—Hey, ¿cómo se portaron, terremotos? —pregunto, viéndolos por el retrovisor, cómo se ajustan los cinturones. Como siempre, responden los dos al mismo tiempo.

El único problema de ellos es que parecen no saber graduar su nivel de volumen al hablar y terminan gritando. Además de que dicen lo mismo, al mismo tiempo.

—¡Siempre bien! —aseguran. Veo a Emma que ríe en su asiento. Sonrío.

—Qué bueno, porque quiero llevarlos a un lugar especial, pero primero muéstrenle a mamá sus libretas —ordeno.

Ambos cogen sus mochilas y sacan sus libretas al mismo tiempo para ofrecerlas a Emma.

—Gracias, ¿y para mamá no hay ningún saludo? —pregunta. Sonrío al escucharlos gritar un: hola, mamá.

Llegamos al McDonald's después de Emma revisar y estar todo en orden. En realidad, son buenos niños y no merecen vivir entre las sombras por culpa de mi padre. Pero yo hago lo mejor que puedo con lo que tengo.

Los niños esperan a que los adultos bajemos primero y luego abrimos sus puertas. Ella salta enseguida para que la suba sobre mis hombros.

—Hey, que ya tienes seis años, eh. Y pesas muchos kilos —le digo, pellizcando suave su pierna. Comienza a reír.

—Mamá pesa más y la alzas —dice Mael, defendiendo a su hermana. Río, despeinando su cabello.

—Mamá pesa menos, mira como Ella me hace tener que bajar y bajar, y bajar —voy diciendo a medida que me agacho más y más, haciendo que rían con gusto. Me enderezo de golpe y dejo de reír cuando entramos al restaurante y dos pares de ojos me miran, pero solo uno intercala su mirada de mis ojos a los de las personas que van conmigo.

Maldigo para mis adentros cuando Emma aferra su mano a mi brazo y se pega a mi costado.

La forma en la que ella hincha su pecho al coger aire y luego lo suelta, girando hacia la señora de la casa que me ve igual de confundida, me hace saber que he vuelto a cagarla.

—Vamos —musita Emma a mi lado, tirando de su brazo para que me acerque al mismo lugar donde ellas están porque debo hacer mi orden.

—Busca una mesa, sé lo que hay que pedir —respondo y subo mis manos para bajar a Ella de mis hombros. Ambos le dan la mano a su madre y van en busca de la mesa. Paso saliva—. Señora, señorita —saludo, viéndolas un segundo solamente.

—Buenas tardes, Mikhail. No sabía que tenías familia —comenta la señora. Evito girar los ojos, no sé si ya Megan le contó algo de lo que pasó y por eso ha hecho esa pregunta.

—Mi vida personal no es algo que deban saber mis jefes, señora. Si me disculpa —digo y camino más cerca de la otra caja para hacer mi orden, aunque escucho a la perfección a la americana llamarme imbécil en ruso, y eso, por muy masoquista que suena, me hace sonreír.

Aclaro de una vez que no, Emma no es hermana de Mikhail ni los mellizos son hijos de algún hermano de él. Mikhail es hijo único, así que asimilen bien sus palabras de arriba al decir que no le interesa ser una figura paterna para los niños por no ser una buena figura paterna. Pero, en realidad, puedo decir con propiedad que Mikhail es el mejor padre que he creado hasta ahora. Lo prometo.

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