Capítulo 15 🚘
Narra Megan.
Veo la camioneta cuando estaciona a tiempo, pero comienzo a ponerme nerviosa al notar que Mikhail no baja. No sé si está esperando que me acerque. Pienso en ser yo la que se acerque, pero desisto cuando la puerta trasera se abre y sale Oleg.
Respiro hondo al entender que no se había tardado por mi culpa. Le sonrío a Oleg cuando pasa por mi lado, pero se detiene, tomando mi brazo.
—Él no es para ti, Megan —zanja.
—¿Qué sabes tú de quién es para mí, Oleg? —replico, zafándome de su agarre.
—Porque él no irá contigo a algún lado hoy ni ningún otro día —revira. Lo veo mal, sin importarme que los escoltas que están a nuestro lado nos escuchen.
—Deja que sea él quien me lo diga, porque no ha necesitado de ti antes para dirigirse a mí. Grande ya es como para saber lo que quiere. Y alejarse de mí, no es ese algo —decreto y comienzo a caminar a la camioneta, tomando un poco de mi vestido para poder caminar con más rapidez.
Baja apenas solo me falta unos cuantos pasos y la mirada que me dedica desde su lugar, me destroza.
—Mikhail —musito con el alma pendiendo de un hilo. Niega con la cabeza, saboreando sus labios—. Ten la valentía de decírmelo de frente, joder —ordeno, no queriendo gritar para evitar más vergüenza de la que yo estoy sintiendo.
Mira un momento hacia un lado y luego rodea la camioneta con premura. Al llegar a mí, con la misma violencia con la que caminó, envuelve mi rostro con sus manos y ataca mi boca con desespero.
Suelto mi vestido para poder introducir mis manos por dentro de su saco y clavar mis uñas en su espalda, así como sus dientes masacran mis labios.
Nos separamos, jadeantes. Mira algo detrás de mí, que no quiero darle un nombre porque no quiero cogerle odio a Oleg por separarlo de mí.
—No puedo, americana —musita, devolviendo su vista a mis ojos. Paso saliva.
—¿Por qué? ¿Te importa más lo que él diga que lo que sientes? —reviro.
—¿Qué crees que es lo que siento, exactamente? —cuestiona, sonando muy diferente.
—Sé lo que haces, Mikhail. Leo libros, ¿lo olvidas? Intentas ahora ser un maldito conmigo para que yo me desenamore de ti, y así tú no sentir que estás dañando a lo único bueno que quieres conservar —declaro, viéndolo dar un paso atrás y mirarme con la mirada endurecida—. ¿Adivina qué, imbécil? Sí estás dañándome —reconozco y mis ojos se humedecen.
—Si lees, sabes que no siempre los finales felices son posibles, americana. Regresa a tu habitación y olvida esto. ¿No quieres sufrir? No debiste fijarte en mí. ¿Qué parte de no ser rusa no has entendido? ¡No puedo, maldita sea! ¡No puedo hacerlo! —grita, alzando sus brazos al cielo.
—¡Metete tu maldita nacionalidad por el culo, maldito ruso cobarde! ¡Niégame, joder, niégame que no sientes algo por mí! —grito de regreso.
—Lastima. Lo único que siento por ti es lastima por tu desespero de ser de alguien, americana. ¿Quieres ser la mujer de un hombre? Te equivocaste conmigo porque jamás he querido ni querré que tú seas mi mujer —sisea muy cerca de mi rostro.
—Pues, bien hecho, Mikhail, lo lograste: me rompiste el corazón sin haberme hecho el amor —musito con un hilo de voz y me giro para regresar a la habitación con la mirada gacha mientras veo mis lágrimas caer en el suelo.
Apenas llego a mi habitación, niego con la cabeza, sabiendo que no puedo hacerlo.
Entro y de inmediato ubico mi celular, marcando de una vez el celular de Connor. La primera llamada me manda al buzón, por lo que intento llamar por WhatsApp, contesta al tercer tono.
—No puedo —digo entre sollozos.
—¿Qué pasó? —pregunta del otro lado, claramente preocupado.
—Quiero volver, Connor —respondo en cambio.
—Activa la jodida cámara, Megan —ordena. Niego como si pudiera verme.
—Quiero volver. Oleg está aquí, Connor, y no sé cómo puedo hacer para que no intimen. No lo han hecho, pero no puedo. Yo. —Callo, llorando más fuerte.
—Vuelve. No sé qué pasó, pero no te quiero allá, Megan. Olvida todo esto y regresa de una vez —acepta. Asiento.
—Gracias —musito, intentando controlar el dolor que siento en mi interior, pero es muy fuerte.
—Habla conmigo, Megan. Dime qué pasó —pide. Vuelvo a negar, pero quedo con la palabra en la boca cuando la puerta de mi habitación se abre y K aparece en ella.
—Megan —musita.
—No le digas que hablas conmigo —pide Connor al teléfono. Le cuelgo sin decir nada.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar con Oleg —digo y coloco el celular debajo de la almohada.
—Me pareció extraño que no fueras a despedirte. ¿Qué sucede? —pregunta. Suspiro.
—El final del libro que te conté en estos días, me ha destrozado por completo —confieso. Sonríe triste.
—¿Me cuentas? —pide, sentándose a mi lado en la cama y tomando mi mano.
—El chico es un cobarde y le dijo cosas horribles a la protagonista, K. La puso por el suelo, la envió directamente al infierno sin un pasaje de regreso. Destruyó su corazón, su alma, sus ganas de creer en los finales felices —musito, derramando nuevas lágrimas.
K tira de mi cuerpo hacia ella hasta dejarnos a las dos acostadas.
—¿Por qué tiene que ser un final feliz, Megan? No son necesarios. No lo veo así —dice.
—Si no son finales felices, son finales tristes, K. Me gustan los finales felices. Hay suficiente tristeza en la vida real como para también leerla en los libros —replico. Bufa.
—Me refiero a la vida real, Megan. Entiendo que tú hablas del libro, pero te estoy ofreciendo una solución en la vida real y no en el libro. ¿Por qué esperar un final feliz? ¿Por qué no hacer feliz todo el proceso sin querer tener un final? —pregunta.
—Porque el proceso solo es feliz, pero solitario, K. Me gusta compartir la felicidad con otros, no sola —explico.
—Bien, entonces, ¿qué tal si empiezas un nuevo libro? Uno muy rosa en el que todo sea amor para que te ayude a sanar el mal sabor que te dejó ese libro tan feo —propone. Sonrío porque esto de usar metáforas para básicamente confesarle que acaban de romperme el corazón, es divertido porque ella es muy inocente y no lo entiende.
—Esa idea me gusta —musito.
—Vale, busca uno y léelo para mí —pide. Parpadeo.
—¿De verdad? —pregunto, porque no creí que lo dijera en serio.
—Claro que sí —dice. Sonrío y me levanto para caminar al estante y buscar un libro que me gusta mucho—. ¿Orgullo y prejuicio? ¿Dónde quedó lo de que fuese un libro muy rosa y romántico? —revira al levantar el libro y mostrárselo. Río con ganas.
—Es de comedia romántica, K —explico y me acerco. Enrollo mi vestido para sentarme, pero niega.
—Cámbiate, vamos a mi lugar feliz. Ahí podrás leerme —propone. Sonrío.
—No quiero que me vean de nuevo los escoltas —confieso. K arruga el rostro.
—¿Por qué? Cierto, tenías una cena. ¿Qué pasó con eso? —pregunta. Giro los ojos, pero sonrío.
—Pasemos de esa respuesta. Voy a cambiarme —dicto y dejo el libro en la cama para correr al vestidor y ponerme un pijama largo. Cuando salgo, K está en el balcón—. ¿Qué haces? —pregunto, asomándome y notando que abajo ya hay unas almohadas y cobijas. Me entrega el libro.
—No es muy alto, son solo unos tres metros a lo máximo —dice y, como si fuese lo más normal del mundo, pasa la baranda y se lanza, cayendo de pie. Parpadeo a lo loco.
—K, mi vida es algo que valoro mucho —reconozco desde arriba. Me hace señas para que baje la voz y agita sus manos, invitándome a hacer lo mismo.
Pienso un momento en el cretino de Mikhail y descubro que llevaba varios minutos sin recordarlo. Sonrío.
Puedo demostrarte que no soy yo la que ocasionará la lastima del otro, porque serás tú quien te arrepientas de haberme hecho daño.
Lo prometo.
Salto, gimiendo bajo al sentir un tirón en mi pierna. K ríe histérica.
—¿Qué tal? Divertido, ¿no? —pregunta. Río y la ayudo a recoger todo para comenzar a correr a su lugar feliz. Cuando llegamos, nos ponemos cómodas y abro el libro.
—¿Lista para conocer al señor Darcy, K? —pregunto. Sonríe y asiente con emoción.
Orgullo y Prejuicio es de mis libros de comedia romántica favoritos, aunque siga creyendo que Mr. Darcy es horrible, jajajaja. Físicamente hablando, claro.
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