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¿No somos nada?


—Sabes Roma... No es primavera, no hay nada que celebrar, es de hecho un día más. Pero estoy llamando para decir que te quiero, y que no importa cuántas veces nos alejemos, porque los sentimientos siguen allí para ti.

Digo a través del ventanal de la iglesia, de Roma no sé hace ya unas semanas. El alto mando ciertamente se enteró de lo que hice aquel día, pero realmente le han dado realce a la forma en que los fieles hablan de mí, están conformes con la mi forma de hacer felices a las personas, más que un guía parezco un libro abierto dispuesto a hacer reír a medio mundo, excepto a mí.

—Buen día Padre, ¿Cómo está?

Es la mujer que vino a mi confesionario hace unas semanas. Le saludo con un movimiento de cabeza.

—Espero que usted esté mejor. ¿Vino por lo de aquella vez?

— ¿Cómo lo sabe? —pregunta la mujer mayor con una agradable sonrisa, es una mujer demasiado cálida que me hace sentir en confianza.

—Lo sé porque además de ser lo único que me ha contado de usted, veo en sus ojos que me trae buenas noticias. ¿Quiere pasar al confesionario o prefiere que lo hablemos aquí mismo sentados?

—Nos sentamos. —Dice la mujer ordenando su delantal— Vengo de la casa de mi patrona, ella me dejó venir un rato.

—Huele bien, ¿estaba cocinando algo? —Pregunto sentándome a un lado de ella en la banca que da a la cruz en frente de nosotros.

—Sí, un estofado. Aunque creo hace mucho calor para cocinarlo, mi jefa lo exigió, hoy vendría su hija que viene de la capital a verla. Pero bueno, en fin, lo oí cantar el otro día por las redes sociales, ¡Qué bien lo hace!

— ¿Tú crees? —Digo ahora entrando en confianza— La verdad es que si no me hacia Sacerdote, me ponía a cantar en las esquinas. —Ambos reímos— ¿Y bien? ¿Qué tiene que decirme?

—No... no hay mucho que tenga que decirle, pero sí debo confesarle que últimamente he estado recibiendo señales de Dios, sí, eso son.

— ¿Señales? —Me volteo a verla mejor y me recargo en la banca— Cuénteme de aquello.

— ¡Sí! Hace unos días, le pedí que por favor me hiciera saber cómo estaba mi hijo, si acaso seguía aquí o estaba lejos de mí. ¿Y qué cree? Por la noche, soñé que mi hijo viajaba y llegaba a este lugar, y estaba usted en el sueño, estaba muy feliz.

—Que gratificante escuchar eso señora...

—Señora Fernández, Padre. Y eso no es todo, otro día encontré el nombre de un hospital entre mis cosas, tal parece que allí se hizo la adopción de mi hijito.

— ¿Y dónde pudo ser eso?, Yo averigüe por mi cuenta, y al final terminé dando firmas a los oficiales, nadie quiso tomarme muy enserio señora Fernández, por eso me disculpo, pero si usted quiere puede darme el nombre del hospital y yo lo busco por usted, sé que debe estar muy ocupada con su trabajo.

— ¿En verdad? Usted es un Sacerdote que no tiene límites, es muy joven, y se ve que disfruta de este, su trabajo.

—Más que un trabajo... pero bueno señora Fernández, hagamos que valgan la pena las herramientas que Dios le entregó. ¡Iré!

Aquella conversación con la mujer terminó en un apretón de manos y una sonrisa de auténtica felicidad. Felicidad que se me fue apagando poco a poco, al enterarme que aquel hospital no estaba aquí, sino en la capital.

Destino el nuestro, casualidad, o planes de Dios, el hecho es que siempre acabamos pisando la misma región con Roma. Quizá deba ir y volver, así evitaría mis ansías de decirle: ¿¡Por qué!?

Calmarme tiene que ser una prioridad...

Decidido a ayudar a la mujer, anuncié mi viaje de dos días a la capital, por lo que la misa se suspendería en mi ausencia, aunque la iglesia si permanecería abierta al mando de las hermanas. A Miriam le dejé la tarea de visitar a mis niños, y como dice la película, Viaje En busca de la felicidad.

El hospital está bastante escondido entre las calles de la estación de Metro con el mismo nombre. He llegado con la dirección y nombre en una mano, y en la otra mi maleta con ropa de cambio.

—Buenos días, ¿Dónde se encuentra el administrativo de este hospital?

—Buenos días, ¿Cuál es su nombre Padre? Y ¿Para qué lo busca? —Pregunta un chico enfermero detrás de un módulo lleno de papeles regados. Levanto la vista y respondo.

—Oseías Lagos, necesito hacer una consulta de suma importancia a cerca de un bebé que se dio en adopción en este hospital.

—Lamentablemente no podemos darle información acerca de las personas que se llevaron el bebé si usted no es el padre biológico.

—Claro... usted imagina que porque hoy llevo sotana no puedo ser el padre desde mucho antes. —Digo con el entrecejo algo fruncido— Entiendo, pero yo necesito hablar con el administrativo, por qué si no lo hago entonces este viaje no habrá valido la pena, no es agradable viajar cerca de tres horas para que digan "No", sin antes haberme escuchado.

El joven detrás del módulo alzó una ceja y sin decirme nada tecleo en su red fija.

—En unos minutos vendrá el administrativo, que sepa que esto que acabo de hacer no se hace y podrían correrme del trabajo por usted.

—Oh hijo, no te van a echar por haberle dado un segundo al prójimo. —Digo antes de estirarle la mano para agradecerle.

Minutos después aparece un hombre de edad con traje de oficina y un archivador bajo sus brazos.

— ¿Padre Oseías?

—Soy yo —Digo levantándome desde el asiento.

—Bien, sígame a mi oficina. —Dice caminando delante de mí.

Me molesta un poco la ausencia de cabello en su cabeza, me veo en ella, es demasiado reluciente.

Al estar dentro de la oficina nos sentamos y él que no sabe decir ni "Hola" pregunta:

— ¿A quién busca y por qué?

—Hay una mujer que vino a mí en busca de ayuda, y yo estoy cumpliendo con ello. —Observo el papel que me ha entregado la señora Fernández con los datos del día, fecha y hora en que tuvo a su bebé— Busco saber, quién se llevó al bebé de Gloria Fernández Cifuentes, quien estuvo el día 17 de mayo 1994 hospitalizada, pues estaba dando a luz a las 23:05 del mismo día.

—No podemos darle esa información, usted no puede pretender que por llevar una sotana se le entregará algo tan confidencial como lo es una adopción de un menor, bueno, a estas alturas ya un joven adulto.

— ¿Pero usted puede vivir sabiendo que ocurrió un delito en su hospital? Porque esa mujer no ha querido levantar cargos, pero aún puede hacerlo y esto se vendría abajo, yo creo que siempre es mejor ayudar a reunir la verdad antes que negociarla.

— ¿Me está chantajeando? —El hombre se recarga en su silla y ríe— Muchas personas vienen aquí a chantajearnos, y le aseguro que no, que no resulta.

—No ha resultado antes porque nadie se ha atrevido a demostrar el terrible delito de muchas mujeres, porque estoy seguro no ha sido la única. Aunque yo pienso que si no les han creído a ellas, le creerán a un Sacerdote. ¿No quiere ver si me creen a mí?

El hombre arruga el entrecejo y se acerca al escritorio que está detrás de él para tomar un archivador con miles de hojas dentro.

—Para ser un Sacerdote usted parece más un detective, no sé por qué no se dedicó a eso. —Sisea mientras busca el nombre que le di antes— Bien, aquí lo tiene.

Me lanza frente a mí una carpeta.

—Tan solo la puede leer, no se la puede llevar ni tomarle fotos. —Me advierte.

Yo abro la carpeta y comienzo a leer lo que ya sabía, pero me detengo frente a los nombres de quienes han adoptado.

— ¿Está seguro que estos son los padres adoptivos del menor?

—Sí. ¿Qué más quiere?

—Es que... aquí dice... ¡Nada!

Cierro la carpeta y comienzo a unir cabos sueltos. Me levanto y salgo de aquí sin despedirme.

Tomo el metro y voy al centro de la capital, necesito comer algo que me llene todos los espacios vacíos que acaban de abrirse después de leer aquello.

— ¡Anda un Padre! —Dice el mesero de aspecto Europeo y cabello rubio alocado— ¿Aquí comen afuera de la iglesia?

— ¿Qué? —Pregunto confundido y también molesto. Estoy sumamente molesto con lo que descubrí.

—Perdone, parece que tiene un mal día. ¿Quiere que le traiga el menú o pedirá lo de las ofertas?

—Quiero que me traigas tu mejor vino y un sándwich de churrasco y palta y ojalá traiga de todos los condimentos, necesito quedar mal. —Inquiero con una pequeña sonrisa.

Entonces veo como el joven deja su bandeja aun lado y se sienta delante de mí.

— ¿Qué te sucede? ¿No estás muy joven para ser Sacerdote?

— ¿Yo te discuto que seas mesero? —Pregunto alzando una ceja— por favor, trae lo que te pido y no hagas preguntas.

—Uuuff.... Tal parece que le falta ponerse a rezar. —Dice levantándose. Aquello me ha molestado en demasía.

El joven mesero se aleja y trae unos minutos después el vino que descorcha delante de mí.

— ¡Roma! ¿A qué te dio hambre ya?

Enseguida me volteo enfadado al oír el nombre de Roma, sus ojos se encuentran con los míos y no hay excusas para huir. Me levanto y la tomo por la mano.

—Te he pillado. Ya basta de jugar a las escondidas. ¿Quieres?

— ¡Déjame Oseías! —Dice zafándose con fuerza— ¡No eres mi dueño!

Estaba por responderle cuando el joven mesero se atravesó con la misma empatía que tuvimos antes.

— ¿¡Qué es lo que le sucede a usted!? ¡No toque así a la dama!

—Roma... ya deja de huir... —Digo ignorándolo por completo.

Todas las personas en las demás mesas ven la escena, y me percato de que otra vez están grabando mis acciones, molesto dejo dinero por la botella en la mesa y tomo a Roma de la mano para salir de este lugar.

—No, No, No. ¿¡Dónde crees que te llevas!? ¡Es mi chica!

Las palabras del rubio me detuvieron en seco y soltando a Roma me volteo a verla.

— ¿Cómo que su chica? Roma, ¿Qué haces? ¿Quieres que me vaya? ¿No es verdad nada de lo que pasó?

—Oseías... tú eres un Sacerdote... y no puedes estar conmigo.

Aquello me subió a las estrellas y me dejó caer como un pobre hombre a la tierra. Rápidamente me alejé de esta escena y me senté en la plaza de enfrente ya abatido, había reunido mucho para tan poco tiempo.

Roma no se iría con otro, no podría irse con otro sin antes ver que podía hacer yo por ella, y sobre todo no podía dejar de elegirme a mí. 

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