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No me veas así


Quiero creer una cosa, y es que durante el tiempo que he pasado siendo Sacerdote no ha sido malo, sino más bien un aprendizaje, una lección que me ha enseñado a simplemente a soltar, sí, eso quiero creer.

Esta tarde iré con la mujer del bus y ese niño a hablar con su hija, sé que puede estar Roma del otro lado, como también puede no estarlo, y me inquieta no saber cómo llevarla, se me ha escapado tantas veces que me convenzo no tengo una red para atraparla como quisiera.

Estoy sentado en el confesionario, estoy esperando que las horas pasen con la ansiedad de un nuevo encuentro, estoy sintiendo mis manos arder por alguna razón, pero no me molesta, simplemente quisiera deshacerme de este sentimiento de mierda.

—Shhh...

Me tenso. Veo a Roma a través de las persianas del confesionario y del ridículo espacio entre los dos.

— ¿Te has vuelto loca, ahora sí? —Pregunto alzando una ceja.

Roma no me dice nada, pero se empeña en que ambos caigamos en esta posición. Yo sigo sentado sin mover un dedo, ella es quien se monta sobre mí como si nada hubiese sucedido.

—Roma —Murmuro— Bájate ahora, es una falta de respeto —Digo enfadado más por el hecho, ella me ve como un pañuelo de lágrimas.

— ¿Ya no me quieres? —Murmura ella sobre mis labios.

Trago con pesar aquel nudo que me forma su cercanía y la sostengo desde la cadera, alzando un poco más su cuerpo sobre el mío, no quiero que vean cuatro pies como si fuera un fenómeno.

—Claro que te quiero, no seas así, ¿De qué se trata todo tu juego? ¿No quieres comprobar que puedo hacer por ti porque te da miedo? ¿Es eso?

Roma une sus labios a los míos y no puedo negar que el contacto avivo todos mis sentidos, y es que todo lo que Roma prepara está prohibido y fuera de lugar, no podría hacer nada más que aprovechar los efímeros momentos en que ella viene y lo hace, lo hace para hacerme saber que a un me tiene en la palma de su mano.

Entre besos nos separamos levemente para tomar aire, nos podemos ver aun en la oscuridad del reducido espacio. Nuestras respiraciones también se ven afectadas, y aun cuando soy consciente de ello vuelvo a unir sus labios con los míos, la beso con efusidad, con locura, jugueteo con su lengua y la degusto, no puedo olvidarme de todo lo que ha ocurrido aun cuando nunca podamos ser nada.

Desde su trasero la sujeto ahora con deseo, lo aprieto y estrujo entre mis manos mientras siento como una de sus manos se escapa por entre nuestros cuerpos pegados para llegar a mi dura erección.

—Roma, Roma... —Murmuro sobre sus labios agitado— Aquí, no.

De pronto oigo como es que una persona entra del otro lado del confesionario, observo a Roma con temor y ella me mira con una sonrisa maliciosa que no comprendo.

—Tienes que irte. Ahora —Hablo bajo, temo que pueda oírnos quien sea que esté del otro lado.

—No —Murmura ella pegándose más a mí.

Oigo ahora como tocan repetidas veces la pequeña puertecilla del otro lado y con fuerza la aparto para dejarla detrás de mí, en el espacio en que las paredes se unen, donde simplemente no hay visión del otro lado ni de frente.

—Padre, ¿Cómo está?

La voz conocida de la señora Fernández me hizo blanquear un poco más, ella me ve y pregunta:

— ¿Qué le sucede? ¿Está enfermo?

—No, nada de eso hija. —Digo tratando de calmar mis nervios.

—Bueno... —Continua extrañada— yo he venido para saber si usted averiguo algo, algo sobre mi hijo...

Las manos de Roma me abrazan la cintura, y sin ningún miramiento bajan por mis muslos y los aprieta. Vuelvo a tensarme, soy incapaz de ver a mi madre, ella es mi madre y tengo la situación más incómoda detrás de mí, justo ahora entre mis piernas.

—Sí... sí, averigüe... —Detuve las manos de Roma en mi entrepierna y tome aire— He esperado hablar con usted desde hace tiempo, pero creo que justo ahora no puedo hacerlo, me han llamado de emergencia, estaba saliendo. Señora Fernández, ¿Dónde la encuentro?

La mujer me dejo la dirección en la que vive y trabaja, se ha ido extrañada, ¿Y cómo no? Roma se ha empeñado en hacer una felación que no le ha resultado en absoluto.

Ofuscado aparte las cortinas y salí del confesionario seguido por ella.

—Oseías, tenemos que hablar, ahora.

—No me ordenes cosas Roma, ¿Quieres? No soy tu estúpido caballo de monta que estará aquí cada vez que quieras, ¿Por quién me tomas? —Me volteo a verla y la detengo— Y no me sigas, no quiero que me arruines mi vida, que si ya te la arruinaste tú nada puedo hacer.

— ¿Qué mierda te sucede? —Dice extrañada, sé que le ha dolido, si nunca le hablé así... ahora va a tener de lo que ella me ha dado a mí.

— ¿Cómo? —Murmuro siendo consciente de que hay unas cinco personas más en la iglesia— Roma, fui por ti dispuesto a olvidarme de todo, me la jugué ¿Y qué pasó? Te pasaste por donde querías mi amor, te quedaste con un aparecido que no sé qué tipo de caldo te dio, y ahora, vienes y quieres tener sexo oral en un confesionario ¿Te cuesta entenderlo? No me toques, no puedes tocarme más.

—Estás celoso, esto tienes, porque no te elegí a ti y decidí quedarme con alguien que si me propuso un mundo, un mundo en el que puedo ser yo junto a él, donde no me pone la correa al cuello y me da más de lo que tú puedes, eso es.

No puedo creer que Roma haya pronunciado aquello con tanta frialdad. Estoy realmente ofuscado por su maldita forma de proceder frente a la vida real, finalmente la he arrastrado desde la muñeca a mi salida exclusiva.

Estando dentro del apartado anexo la suelto con fuerza y la obligo a verme.

— ¿Qué fue aquello? ¿Cómo que él te da un mundo que sí pueden vivir? ¿Insinúas que yo no hubiese dejado esto por ti?

Roma se aparta ofuscada también, somos dos titanes desafiándonos, ninguno va a dejar que el otro lo aplaste, la tensión y el tiré o afloja es nuestra especialidad, en sus ojos enojados veo mi mirada y tan rápido va a responderme la pego a la puerta para besarla cogiendo con fuerza sus mejillas.

— ¡No vuelvas a decirme algo así! —Le beso— ¡No vuelvas a desafiarme! —Le beso— ¡No digas mentiras Roma! —Le beso con euforia que ella recibe enredando sus manos en mi cabello— No vuelvas a decir que él te deja libre, porque tu dueño soy yo, y para mí no existe competencia, serás mía cuando yo detenga toda esta farsa.

Roma me voltea y dejándome estampado a la puerta se pone de rodillas, me mira hacia arriba mientras lentamente baja la cremallera de mi pantalón, ambos estamos rehuidos por una fuerza mayor, somos deseo y pasión, mi pantalón y boxer caen al suelo. Ella toma mi erección entre sus manos y sin comentarios me hace saber cuánto le ha gustado lo que ve. Le sonrío y observo atento como es que lame la punta de mi miembro que está por demás estimulado, pasea sus labios por su extensión con sus ojos cerrados, así mismo lo hago yo, los cierro y siento como me sube el calor por la espalda hasta el cuello y culmina en mi rostro. Roma hunde mi erección en su boca, y la succiona.

Con fuerza me agarro del pomo de la puerta y disfruto de su felación una vez más, consciente y extasiado suspiro de placer. Roma continúa acelerando su ritmo y le ayudo desde su cabeza a hundirse más, y más.

— ¿Padre Aguas? ¿Está aquí?

Oigo la voz de Miriam, manía que tiene de llamarme así cuando somos hermanos... Roma sigue, no se detiene y yo contesto con un hilo de voz.

—Aquí, sí.

—Están esperándote aquí fuera, ha venido el cardenal con una carta, creo que se trata de la propuesta, aquella para ser obispo...

Mis ojos se quedaron pasmados ante lo que Miriam dijo. Roma se detuvo un poco al sentír como la puerta estaba siendo abierta y rápidamente me he recargado para cerrarla otra vez.

— ¡Ya voy! —Digo ofuscado— ¡Ve con él!

—Está bien...

Oigo los pasos de Miriam alejarse y siento como es que Roma vuelve a tomarla en su boca ahora con un ritmo frenético que acaba conmigo en su rostro.

Roma sonríe aun toda manchada y yo me subo los bóxer y el pantalón.

—Vete Roma, ya no vuelvas por mí. —Gruño ofuscado por el evidente corte.

—Nos vemos, Padre. —Sisea con una sonrisa burlona tras limpiar su rostro. Sale de aquí por el pasillo exterior y yo vuelvo a entrar con una ligera sensación de liberación.

Cuando voy a mitad de camino Miriam se planta delante de mí con sospecha y me escanea de arriba abajo.

—A un lado Miriam, debo ir a ver al cardenal.

—No ha venido ningún cardenal, tan solo quería saber qué hacías allí. Te vi entrar con esa chica.

Enarqué una ceja ante su postura y volví a apartarla.

—No digas tonterías, estaba sólo. No vuelvas a mentirme, sabes bien que espero con ansías esa oportunidad.

—Así veo. —Dice ella mirando directamente a la cremallera de mi pantalón abierta.

Miro hacia el frente y hacia atrás, y me percato de que de hecho, no hay nadie cercay subo mi cremallera,siseo enfadado.

—No me digas que debo hacer y qué no, ¿Quieres? Así nos vamos a entender mejor.

Miriam sonríe viendo al suelo y luego a mí, es una sonrisa irónica que me ha extrañado.

— ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué estuvo mal? Si ya sé que han hecho ahí dentro.

—No presumas de saberlo todo Miriam.

—No, tu no me subestimes hermano.

Miriam se acerca peligrosamente hasta quedar tan cerca de mí que podía sentir su respiración sobre mi pecho.

— ¿Qué haces? —Murmuro extrañado sin moverme.

—Que para guardar un secreto así... deberás complacerme a mí también...

La detengo en ese momento sin creer lo que he escuchado de su propia boca.

— ¿Qué me dijiste? ¡Soy tu hermano! —La vuelvo hacer a un lado y extrañado meto las manos en los bolsillos— Tienes que estar bromeando Miriam.

—No, papá y mamá ya hablaron conmigo, jamás has sido mi hermano... ¿Y para qué estamos debatiendo algo así? Si es obvio, no nos parecemos en nada, y sobre todo hermano es que hemos vivido toda la vida juntos, te conozco completamente, y no puedes pedirme que no tenga ganas de ti... Tú vas a elegirme a mí, porque yo puedo enseñarte quién juega mejor.

—No te atreverías Miriam. —Estoy sorprendido, y sobre todo aquello bastante limitado, sé que no es mi hermana pero yo la veo así y no puedo imaginarla como mujer.

Ella se asegura que nadie está cerca y cuando voy a marcharme me detiene de un brazo y acerca sus labios a mi cuello, dejando un sonoro beso que me provoca un escalofrío.

—No seas iluso... No soy tu hermana, no me mires así... 

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