No
Roma
— ¡AAAHHH! —Grito angustiada en la fila de la comida. Estoy en mi horario de almuerzo en el trabajo.
— ¿Qué tienes Roma? —Pregunta realmente descolocada mi compañera de trabajo.
—Lo siento, en verdad no pensé dónde estaba —Digo apartando la mirada a otro lugar.
— ¿Es sobre tu esposo nuevamente? —Indaga mi compañera dándome una palmada leve en la espalda— Anda mujer... ya sabes que tienes que hacer con él. ¿Es eso base de maquillaje? —Pregunta ahora bajando la voz.
—Sí, lo es, pero no creas que yo no se la he cobrado, nada de eso, le he golpeado con la sartén en la cabeza. —Murmuro entre dientes. Sé que estoy mal en muchos ámbitos y que no estoy pensando correctamente.
—Tienes que denunciarlo, recuerda que las leyes te van a proteger ahora que empezaste con tu trámite para obtener la cédula de identidad, quizá no la tengas aun en la mano, pero... de algo servirá denunciarlo.
— ¿Denunciarlo?, mejor no hablemos de eso Karen, hay cosas que no te puedo decir, pero que asfixiarían a cualquiera. —Comento agarrando una charola y pidiendo un poco del budín de verduras.
— ¡Roma! —Grita desde la puerta del casino de comidas mi compañero Francisco, un agradable gay que se viste mejor que yo.
— ¿¡Qué!? —Grito devuelta estresada. Estoy muy enfadada conmigo misma por lo que hice en la mañana, ese absurdo de ir a decirle aquello a Oseías... ¡Soy el hazme reír del mundo de Roma!
— ¡Te busca el Padre Aaaaaguas!
Todos los demás trabajadores se voltean a verme. Imagino que mi cara está de arcoíris. ¿¡Por qué habría venido!?
Se ha arriesgado bastante.
¡NO! ¡SE ARRIESGÓ DEMASIADO! Eso pienso, al verlo en la puerta tras Francisco con un ramo de rosas blancas envueltas un hermoso papel crepé azul. ¿¡Qué le ocurría a este loco!?
Apenada me muevo a la puerta bajo un tenue caminar, no quiero que ni los tacones se oigan, pienso que pronto comenzarían los rumores y tendría que inventarme una buena.
—Padre, ¿Qué hace aquí? —Finjo con una sonrisa poco articulada.
—Vine a dejarle las rosas que me pidió para su mamá. —Miente, me mira y me está sonriendo. Yo no le dije nada, pero él ya sabía qué decir y cómo zafarse de las preguntas extrañas.
Extiendo las manos y tomo el ramo para verlo con detenimiento, en el centro hay una tarjeta roja.
—Bueno ya me voy, me esperan las hermanas del orfanato, prometí llegar temprano. Hasta luego, y espero vaya a misa hoy con su esposo.
Aquello fue un patadón al estómago. ¿Qué buscaba con eso? ¿Molestarme o despistar? Como sea, él se marcha bajo una tenida oscura, y obviando aquella cosa blanca que llevan en el cuello, es el hombre más atractivo con él que hasta aun he estado. Agito la cabeza levemente y vuelvo a la fila.
— ¡Hombre! Que no nos habías contado esto. —Dice Francisco colándose en la fila donde ya nos están sirviendo la comida.
— ¿Qué? ¿El Padre Aguas? Por favor... es un Sacerdote, solamente le he pedido un favor.
—El favor de bajarte las bragas y que te la chupe. —Dice Francisco con su habitual lengua larga, siempre habla sin medir, pero esta vez logra hacerme reír.
—Sí, claro, y lo hacemos en el confesionario... estás loco. Es un hombre prohibido.
—Oh sí, me asusta pero me gusta, tal como la canción lo dice. —Pronuncia con una sonrisa insinuante— ¿Me vas a decir que ese hombre no te enciende nada? Está más bueno que comerse dos humitas con tomate.
Karen se echa a reír a carcajadas y mira las rosas en una de mis manos.
—Vaya, que para ser para tu madre se esmeró bastante, mira que buen samaritano. —Dice quisquillosa.
—No, ya paren. Están locos los dos, y como no se callen les doy de comer mis axilas.
Ambos ponen cara de circunstancias y termino riéndome. Mi genio ha cambiado completamente, por un momento me fijo en mi propia sonrisa, me toco las mejillas y siento arder cada uno de mis pómulos. Aquel detalle es algo que siempre quise, me siento deseada por alguna razón.
Al terminar de almorzar volvemos a los teléfonos y mientras contesto llamadas de los clientes miro mis rosas en un costado, observo la tarjeta que aún no he abierto y la ansiedad crece en mí. Me muerdo levemente la uña del pulgar derecho, y ya cuando me decido, cuelgo el teléfono y abro la tarjeta.
"Reúnete conmigo en el reloj de viña del mar. Estaré esperándote allí."
Corto, preciso, y muy sugerente. Mi estómago se contrae tan solo de pensar que nos veremos en un encuentro prohibido y que al día siguiente tengamos que fingir algo que simplemente no podemos ser a la luz del día. ¿Sería eso? ¿O sería que Luis le habría dicho algo?
Vuelvo a mis labores con un poco de dificultad. Siento mil cosas que me están creciendo en el interior, tomo aire, me fumo un cigarrillo, y tan rápido el reloj avanza yo vuelvo a pensar en sus ojos, aquellos ojos color avellana que no son comunes, tampoco tienen porqué serlos, el dueño de por sí es una especie rara.
La hora de salida llega y yo agarro mis rosas y mi cartera y salgo disparada al metro tren, quiero llegar cuanto antes. Mientras viajo me pinto los labios con un brillo casual y me peino los rizos con las manos, tengo muchas ganas de verlo y de besarlo.
¿¡Besarlo!? ¡NO! ¡Joder! ¡No!
Me golpeo las cienes y pienso con calma, ahora significa una situación de riesgo, no podemos permitirnos nada de amor... nada de eso.
Camino con mis tacones bajos, indecisa, vestida de oficinista y pensando ¿Qué rayos haría una oficinista con un Cura de noche?
Cuando estoy llegando, él se encuentra allí con las manos en los bolsillos, lo veo ver la hora en el reloj de flores y tan pronto siente los tacones se voltea con una sonrisa que eclipsaría la luna que hoy está particularmente perfecta.
—Estaba perdiendo la esperanza de que llegaras Roma. No tenía idea si vendrías o desecharías esta oportunidad.
—Vine porque... creo que fue un error haberte dicho eso hoy, sé que estoy mal, y que debo tomar cartas en el asunto.
Oseías mira al hotel Sheraton Miramar que está en frente y vuelve a verme, como si estuviese planeando algo, no lo sé, pero aquel insípido gesto lo sobrevaloré como una boba.
—Para mí hay algo más importante que tan solo saber que lo denunciarás. —Menciona seriamente dejando sus manos otra vez en los bolsillos— Pero, como no pretendo que te ahogues de frío toda la noche, pretendo hacer algo contigo, para que me creas.
— ¿Creerte qué? —Pregunto intrigada.
—Pues, me dijiste que no te imaginabas a un Sacerdote cantando, y te juro que te voy a dejar callada.
— ¿Dónde planeas ir? ¿Quieres que te vean cantar? ¿No estaría mal que un Sacerdote ande de noche en algún bar? —Alzo una ceja dejando mi ramo a un lado de mi cadera.
— ¿Y quién dijo que te llevaría a un bar? Mañana es tu día libre en tu trabajo y yo pienso que, por un día que haga una misa solo en la tarde no hará daño a nadie.
— ¿¡Qué!?
—Que te vienes conmigo, vamos a viajar a un lugar especial.
— ¿Dónde? —Pregunto sonriendo embobada.
En ese instante, cuando Oseías iba a responder, su teléfono suena y el me pide un momento.
Su rostro pasa de ser aquel objetivo hombre a uno molesto. Pasa una mano nervioso por su cabello castaño y suspira.
—Lo siento Roma —Anuncia al colgar— Tendré que dejarte ir... yo...
Oseías mira nervioso a todos lados, comienza a caminar como si lo tuvieran preso, y termina enfadado llorando.
— ¿Qué sucedió? ¿Oseías? —Pregunto al detenerlo por los hombros.
—Ha fallecido el hombre que me crío para esto... El Sacerdote Macedonio, está muerto... se ha ido para siempre... ¡Estoy sólo! ¡Sólo nuevamente! Aunque no lo creas Roma, ese hombre era lo más cercano que tenía a un Padre, él me entendía, me quería, me abrazaba si sentía temor y me decía que sentir cuando sintiese que no podía más... Definitivamente me quedé solo, mis padres jamás me han entendido... y un nuevo Macedonio no existirá...
Apenada por oír aquello lo abrazo a mí y acaricio su cabello con una de mis manos, él llora desconsolado y me abraza por los hombros con fuerza. Estamos unidos pero ciertamente siento el dolor de este hombre tan personal... tan... genuino... si supiera que no está sólo, que tiene un hijo que tiene siete años y que piensa que estamos muertos...
Me odiará...
Oseías se separa y me observa sin soltarme de los hombros, me mira los labios y me suelta.
—Tengo que ir...
—Sí...Ve... no hay problema con eso, ya será otro día...
Lo veo irse, sin decir un adiós, sin decirme nada. Simplemente se me va.
Mis brazos siguen ardiendo producto de aquel efímero abrazo, y apenada y me volteo para marcharme a casa. Sé que no debo sentirme enamorada, porque he sido la mala de esta historia desde siempre, le he ocultado a un niño la posibilidad de conocer a sus padres, y a su padre de conocerlo y aceptarlo.
Yo nunca quise ser mamá, siempre desee ser un alma libre, y hoy siento una ancla atada a mis pies.
Al abrir la puerta de mi apartamento, veo sentada en el sofá que da de frente a mi Madre.
A su lado está el niño durmiendo cubierto con una frazada, y del otro lado una gran maleta.
—Hola Roma. Veo que te decepciona vernos.
—Hola... —Menciono aterrada de ver a aquel niño tan cerca de nosotros— Te dije que no quería verlos acá mamá.
—Sí, me lo dijiste. —La mujer se pone de pié con dificultad— Pero lamentablemente eres la madre, y vas a tener que hacerte cargo, yo ya no puedo, y sabes algo Roma, le pido a Dios que un día te habrá el corazón y te conmueva esta criatura que no pidió venir al mundo. Quién sabe con cuántos hombres te acostaste antes, pero este niño no tiene la culpa, es exclusivamente tuya, que ya eras mayorcita y no pudiste decir "no", o simplemente cuidarte.
— ¿Dónde está Luis? —Pregunto sin verla.
—Ha salido.
Aquello que me ha dicho me ha sacado de mis últimas casillas, me trae de puta desde que tengo memoria.
—Sí, ¿Y qué?, el cuerpo siempre ha sido mío lo uso con y como quiero mamá, tu bien sabes que nunca lo quise tener, pero tú siempre me exigiste que me lo quedara, yo te hice caso en plan que no volvieras a traérmelo, ¿y qué obtengo? ¡Entiéndelo! ¡No quiero!
—Shh... —Ella observa al niño, aun duerme— Sé lo que te pedí en su momento, y me alegro de tener un nieto como Kaleb, es todo lo que una abuela quisiera, pero mi condición física ya no me lo permite... Roma ya está, estamos aquí y no puedo más. Hazte cargo.
—No, no me haré cargo de algo que no quise.
—Roma, te has puesto a viajar por el mundo quién sabe porqué, has disfrutado de la bohemia toda tu vida, estuviste con todos los que quisiste, obtuviste todo lo que más querías, y aun así, ¿No tiene un segundo para observarle la cara a tu hijo? Tengo... tengo una pena horrible roma —Mi madre solloza y yo gruño— No concibo que mi hija sea tan fría con algo que la acompañó ocho meses en su vientre... no... no lo dimensiono. Yo no te críe para esto...
— ¡Exacto! No me criaste para ser una maldita empleada de un niño que no pedí, ahora, te pido una sola cosa... vete y dalo en adopción o como tú quieras, pero ese niño no se queda conmigo.
— ¡Roma! ¿Qué clase de mujer eres? A veces pienso que no tienes corazón...
— ¿Qué sabes tú de corazón?
Ambas nos observamos inamovibles, ella bien sabe qué es lo que ocurre en esta discusión, y sólo por eso no me responde. Paso de ellos a mi habitación, no volveré a verle el rostro a Kaleb, no. Me lastima no ser la madre que él quiere, pero ciertamente nunca lo seré, soy un alma libre que no puede hacerse cargo de nada... de nada...
Lloro... solo recordar aquel episodio en el que desee matarme para así no tener al niño me hace cuestionarme y sentirme un adefesio, mi madre se encarga de hacérmelo saber siempre que me ve, y por supuesto Luis, quien sabe cómo me siento con esto, toma ventaja en todo lo que respecta a mí...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro