Miriam

Hemos viajado a Italia desde el primer momento en que la policía internacional se comunicó con la de Chile, no puedo creer que Oseías esté preso de libertad bajo una guerrilla, es aterrador, no le perdonaré jamás a esa mujer lo que ha hecho con él, lo ha acabado hasta donde se le ha plantado el culo. Mi Oseías... Toco mis labios inconscientemente al recordar aquel beso y tiemblo pensando que quizá ahora me lo devuelvan, pero sin vida. ¡No! ¡Me niego!

—Miriam... —Papá me avisa que hay que bajar y yo lo hago recogiendo mi hábito del asiento.

Ahora ya no soy una aprendiz de Monja, ahora lo soy. He alcanzado lo que más quería y soy feliz con mi decisión, pero no puedo olvidar a Oseías, no puedo decir que no me hace falta si en cada Misa con el Sacerdote nuevo por poco me quedo dormida. Yo no podré ser jamás su objetivo, pero al menos quiero verlo vivir, no puedo con la pena que siento, y con la rabia que le tengo a esa maldita mujer del demonio, que toda la vida se ha jactado de ser "La elegida" bajo acciones poco honorables.

También Oí que se habían llevado a Kaleb, aquello me puso incluso colérica, la perra de Roma no sabe cuidar ni de sus calzones. Ahora todos están metidos en una suerte de mierda. Lo que sí ha llamado mi atención es que aquella mujer, María Elena Fernández esté también en la noticia del rapto, ¿Qué haría mi tía allí?, Mamá no en esfuerza en responder, y yo no quiero preguntar, está muy nerviosa.

Hemos llegado a la avenida de los hechos al siguiente día, casi en el atardecer. Una banda policial cerca el recinto, y veo cómo es que hacen dibujos con tiza de los lugares en que estuvieron los cuerpos. Mi corazón se oprime y no puedo más con aquello, me alejo de la escena a una esquina a tomar aire, Oseías debe estar sufriendo, Kaleb también... ¡Dios Mío! Encima fue destituido... tantas veces le advertí que lo dejase por su cuenta...

— ¡Mi dispiace tanto! —Escucho a una mujer que me ha golpeado sin querer con su bolso. Imagino que por su cara me ha pedido disculpas.

—No te preocupes...

—Oh, perdóneme no sabía que usted hablaba español. —Dice la mujer dejando el bolso en el suelo— ¿Es usted amiga de Oseías?

Aquello me tomó por sorpresa.

—Sí. —Suelto sin saber por qué, podría haberme aprovechado y decir algo más, pero no lo necesito, no quiero marcar territorio como las locas— Vengo desde Chile. Somos su familia, yo, soy su hermana.

— ¿Hermana? —Ella alza ambas cejas y me extiende la mano— ¡Ya la recuerdo! Él una vez me habló de ti. Dijo que te habías quedado muy triste cuando se vino.

—En efecto. —Tomo su mano algo extrañada.

La verdad es que en ese apretón de manos me fijé en la chica, no es atractiva del todo, aunque sí tiene su encanto. Me molesta, ¿Acaso él estuvo con ella? ¿De verdad?

—Y tú... ¿Qué eres de Oseías?

Ella tuerce el gesto y alza los hombros. Aquello me da ideas pero no quiero escandalizarme.

—Una conocida, quizá... no lo sé, nunca me lo dejó claro. Bueno, hermana de Oseías, con permiso, vengo a hablar con la policía.

— ¿Qué sabes? —Me interpongo en su camino.

—Nada. Solo quiero preguntar unas cosas —Dice algo incómoda.

—Espero que sea eso. —Digo sin mucha cara de amigas, y es que en el fondo me molesta mucho que Oseías me haya seguido llamando a veces y por otro lado hubiese estado con esta mujer.

La dejo ir, pero advierto a mi cabeza que pronto, cuando háyase a mi hermano, me tendría que dar explicaciones, y sobre todo tendría que prepararse, porque nadie me lo arrebataría así de fácil.