La cuenta regresiva
Eduardo
No sé por dónde es que comenzaré a decírselo a María Elena para que me crea. Han pasado tantos años que temo haber cambiado demasiado físicamente, ya no soy aquel niño flacucho que le cantaba en los amaneceres o le hacía sorpresas en cada rincón de la casona. Tampoco sé cuánto ha cambiado ella y me acelero pensando que quizá ella siga siendo la misma mujer de la que tanto me enamoré.
He dejado a Francesca con mis padres en casa, la excusa fue "Una cosas que me faltaron en el mercado", lamento que nuestro nuevo encuentro sea de la misma forma, siento mucha pena por nuestro truncado destino y que la instancia ya no sea para amarnos.
La veo aparecer en el túnel que conecta con el avión, ella no me divisa. Hoy lleva gafas, y su cabello ya no es el que recuerdo, incluso sus facciones están más trabajadas y sus ojeras me hablan de cuan terribles años tuvo que vivir gracias a mi monumental cobardía de vivir por siempre, digámoslo por lo que es, una persona sin recursos.
Tuerzo el gesto antes de acercarme, no sé qué le diré cuando la tenga de frente. Pero aquí estamos, ella me ve y me detengo como si ella me lo ordenase, se acerca y detiene la maleta aun lado.
Ahora que veo sus ojos detrás de los cristales puedo saber que las cosas no pasaron por encima de mí y me arrepiento otra vez de no ponerme la valentía necesaria para defender lo que era mío, la que era mi verdadera familia. Tantos años pasé llenándo el vacío con otras personas y justo en este instante me siento completo.
—Eduardo. Ya vine.
—Pues... tardaste muchos años... ¿No crees?
Ella infla sus mejillas y me tira a un lado, abriéndose paso para ver el camino a la salida.
—No cambias, sigues igual de payaso. ¿Dónde está?
—Vamos. —Le digo caminando por delante de ella— Te sienta bien ese abrigo rosa.
Ella no hace ningún comentario, simplemente asiente. Ahora también veo la coraza que se ha puesto encima para rehuirme. Apenado por aquello miro a nuestros costados y veo a dos parejas besándose, de reojo me observan y yo extrañado tomo por la cintura a María Elena.
— ¿¡Qué traes!? —Grita frunciendo el ceño— ¿Ahora te bajo el amor?
—No hables. —Murmuro mirando nuevamente nuestro alrededor— Hay algo muy raro aquí...
Seguimos caminando y cuando llegamos a las filas de embarque a otros vuelos me detengo en seco.
Frente a nosotros hay cinco hombres de negro que hacen disparos contra el cristal que nos separa de ellos.
— ¡Al suelo!
Tiro a María hacia el pilar de a un lado y yo hacia el del lado contiguo. Las personas gritan despavoridas tapándose los oídos en el suelo. Los atracantes entran y mi corazón late a un millón por hora, miro a Maria y ella a mí, está llorando, no entiende lo que sucede. Yo articulo una palabra sin hablar, ella lee mis labios y entiende al ver que yo miro sus tacones.
Asentimos juntos y me agacho para ver de reojo en qué momento debemos de correr.
Uno de los atracadores se acerca lentamente hacia nosotros y ahora temo por mi vida, sé bien en lo que me metí, sé bien que perderé mi vida, pero Maria será feliz en lo que resta de tiempo para ella. De mi Abrigo saco el revólver y lo cargo. Ella ve horrorizada lo que hago, pero yo le tranquilizo con aquella manía que teníamos de jóvenes, un guiño con un beso al aire, que da vueltas por el techo y llega hasta ella.
1...2... ¡3!
Salgo del pilar ella también, pasa delante de mí mientras yo disparo a los Candeleros que cuelgan del techo, caen y dificultan la visión de los atracadores. Tomo la mano de Maria y corremos a la salida entre disparos que no nos dan.
Nos subimos a uno de los automóviles que me esperan y cuando cerramos arranca el conductor con nosotros dentro.
—Lo siento, en verdad lo siento —Murmuro agitado aun— María... no puedo retroceder el tiempo, no puedo hacerte sentir como antes, pero a nada ni nadie le he entregado todo el amor que yo profesé para ti, soy un cobarde, no supe valorar lo que tuve y lo eché a perder, mírame Maria. —Le digo volteando su rostro— Sé que en tus ojos todavía hay amor para mí ¿No es cierto? Maria... —Sollozo— No importa lo que haya pasado contigo, para mí sigues siendo la ideal, la que yo más adoro. —Con un gran pesar cierro los ojos y me recargo en el asiento.
Ella sigue asustada, está viéndome pero de sus labios no sale ninguna palabra. Sé que probablemente salió más de alguno herido y pronto vendría incluso la justicia por mí. Nos abrazamos, lo hacemos porque sí, nos hace falta y nadie nos va a detener esta vez.
Un automóvil sale de una avenida derrapando y comienza a seguirnos, de la que sigue sale otro más, mis minutos están contados y debo comenzar a hablar para salvarlos.
— ¡Escucha María, no tengo mucho tiempo! —Miro por el retrovisor, están muy cerca— Nuestro Hijo está aquí, se llama Oseías y hoy por hoy es obispo, antes estaba muy cerca de ti y yo que lo sabía nunca te lo dije, perdóname —Muerdo mi labio inferior y veo cómo es que disparan desde los automóviles, incluso más atrás viene la policía siguiéndonos.
— ¿¡Oseías!? ¿¡El mismo que yo conocí!? —Su pecho se agita y pone una mano sobre su corazón. Yo pongo la mía sobre su pecho también y la detengo antes de que le dé algo— ¡Agáchate!
Nos escondemos deslizando nuestros cuerpos un poco más hacia abajo y me acerco para tomar sus manos y verla fijamente.
—Tú eres mi última esperanza Maria...
—Eduardo.... ¿¡En qué te has metido!?
—En una mierda sin retorno. —Un nuevo disparo rompe el cristal de atrás y la cubro antes de que nos hagan daño los cristales— ¡María! ¡Nuestro hijo se metió con la hija de Emilio el tirador Rodríguez!
— ¿¡El tirador!?
— ¿¡Conoces las guerrillas!? ¡Bueno no importa! ¡El hecho es que ese tipo es el tirador por debajo del jefe, se ha robado un millón de personas en el mundo! ¡Niños, adultos, jóvenes! ¡Y está detrás de nuestro nieto! ¡No pudo jamás con Oseías porque llegaron tarde a nuestra historia, ¡él llegó a Chile cuando tú y yo ya no estábamos juntos! ¡Pero él sabe que su hija está con Oseías! ¡Sabe que tuvieron un hijo y se lo llevará para seguir con su venganza! ¡No le importa si tiene que matar a su propia hija, te aseguro que no dudará si la haya primero!
Sí... sé que también soy un mentiroso, sé que encubrí también a Roma que no es una buena madre, pero ¿Saben?, sé cuánto ama a esa mujer mi pobre hijo, y yo mejor que nadie sé lo que es vivir sin amor. Maldita Roma, si no hubiese sido por ella jamás hubiese tenido la oportunidad de conocer a tan precioso niño, mi Kaleb, y mi Oseías.
— ¿¡Venganza de qué!?
Un nuevo disparo atraviesa ahora el retrovisor y el conductor derrapa en una avenida haciéndonos inclinarnos hacia un lado del automóvil quedando estampados en la puerta.
— ¡El maldito está enganchado de los millones que le tengo de herencia a Kaleb! ¡Me he escondido todo este tiempo con el niño! ¡Recuerda! ¡Se llama Kaleb y vive en mi casa pero debes de llevártelo! ¡Llévatelo todo! ¡Si me matan rómpelo todo!
— ¿¡Dónde vives!? ¿¡Qué hago Joder!?
— ¡Escucha mujer! ¡No hay más tiempo! ¡Siempre te voy a amar! ¡Pero ahora te toca a ti! ¡Sálvalo de su padre y esa horrible mujer que no tiene ningún interés por nuestro nieto! ¡Cuida de ellos!
Nos miramos y no lo evitamos, estamos llorando.
—Espero que tu perdón me alcance... porque yo te voy a esperar toda la vida María... —La pego a mi pecho y suspiro rindiéndome.
En mi alma hay paz frente a todas estas confesiones, más mi corazón está oprimido por lo que pasará ahora. Ella me ve como si todo esto fuera una mentira, desesperada, atemorizada. Los grupos de las guerrillas son una realidad, las personas jamás pueden huir de allí y están condenadas a trabajar en condiciones inhóspitas, son asesinados frente a millones de espectadores para demostrar que tú puedes ser el siguiente, no hay un filtro, todos somos iguales. Por Francesca, no tengo miedo, sé que mis padres la aman y la cuidarán con su vida, pero con gran pesar me despido de esta historia que no supe cuidar.
Le abrazo una vez más, con más fuerza y le dejo un beso cargado de alma, no quiero morir...
Nos observamos un solo segundo y abro la puerta lanzándome del automóvil. Mi inconsciente lo sabe, sabe que me quieren a mí, también sé que Maria es una mujer a la que no van a mirar y que podrá salvarlos...
Disparos se escuchan sobre mí y no hay nada, nada más... un corazón sin vida gritando a la mitad.
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