Indecisión
Al momento en que Roma entró por mis ojos una parte de mí se quebró. Sentía como se caían partes de algo que soy y se reconstruían partes que fui.
Rápidamente me incorporé y sacudí la cabeza un poco.
—Hola Roma, tal parece que nos hemos encontrado cuando menos lo esperábamos. —Dije volteándome para extenderle la mano.
Ella la toma con cierto recelo, ¿Cómo no?, si para todo lo que hicimos acabar en una sotana no es lo más esperado.
—Roma dame un momento, espérame en la puerta de allí —Digo apuntando la salida que uso exclusivamente— debo terminar aquí y podremos hablar.
—Eso espero...
Su voz suena confundida y por un segundo me apena aquello. Me volteo y termino de tomarme fotos ya sin el semblante divertido de antes, ahora solo deseo correr a la puerta y saber qué hace aquí, y por qué vino a la iglesia.
Cerca de veinte minutos después termino y corro a la puerta, donde ya no está.
Estoy realmente eclipsado por lo que Roma haya tenido que decirme y sobre todo porque su decepción debe haber sido tal que se marchó sin decir adiós, algo que yo hice años atrás también.
Tenso la mandíbula y termino caminando hacia la salida. Hoy los ayudantes cerrarán la iglesia y yo necesito buscar a Roma y aclarar las cosas, no soy menos humano por la decisión que tomé, pero sí que dejo de serlo para algunos y esperaba que ese no fuera el caso de Roma, a quién considero una persona que me ayudó a sentirme vivo por una sola noche.
Como cada tarde veo la puesta de sol desde el metro tren, desde Quilpué hasta Viña del mar.
En el camino saludo a algunos fieles y les sonrío con mi habitual gracia.
Cuando llego a mi apartamento tras cruzar media ciudad (Sí, yo decidí también vivir en mi propio hogar, a pesar de que esto en un principio me ocasionó problemas) Corro a mi mesita de noche donde guardo los pañuelos de la cena y los tiro a donde caigan, esperaba que el cielo se pusiera de mi lado, esperaba que aun en este pequeño papelito estuviera la oportunidad de hablar con Roma y aclarar qué pasó realmente. Muy al fondo del cajón estaba la frase que una vez ella escribió, y al voltearla estaba justamente aquel número.
—Por favor, que aun sea este... —Ruego sentándome en la cama y marcando.
El sonido de llamada se hace escuchar...
—Para llamar a números internacionales debes tener tu Roaming de datos activado.
La operadora me hizo colapsar. Terminé lanzando el teléfono a la pared. Tengo serios problemas con esta chica que tengo que arreglar porque no dormiré si no vuelve.
Ok. Debo calmarme y pagar un Roaming de datos si quiero llamar. Tomé mi abrigo y salí a toda mecha a tomar un taxi.
— ¡Lléveme al centro!
— ¡Padresito Aguas! ¡Tanto tiempo! —Dice el taxista con una sonrisa viéndome hacia atrás en detención.
— ¡Rápido por favor! ¡Es urgente que llegue al centro!
—Padresito Aguas, tengo una hija que nació hace poco y la tengo que bautizar, ¿Cuándo podría ir?
— ¡Lléveme al centro señor! —Exijo desesperado, si se hacía de noche el lugar estaría cerrado y tendría que esperar a mañana.
—Padre y ¿Usted cree que podamos ir mañana? No será domingo, pero me urge que la pequeña se bautice ya que dentro de una semana viene mi cuñada... y
— ¡SEÑOR! ¡Los domingos bautizamos! Por favor, ¡Lléveme al centro!
— ¿Al centro? ¿Por qué no me lo pidió antes? Claro que lo llevo Padresito.
Asentí con la cólera en las venas pero con la sonrisa pegada a la cara. Debo ser una buena persona, debo comportarme... ¡Joder!
El sol se está acabando... las luces de los postes comienzan a encenderse... ¿Por qué siempre tenía que ser una figura y no una persona? El mundo parece que no me escucha cuando necesito ayuda.
Me parte un rayo que cuando llegué ya estaba todo cerrado y no podría verla. Patee un poste con bastante rabia, pero enseguida unas personas han pasado murmurando tuve que retomar la compostura.
Apenado me voltee para volver a irme.
— ¡Oseías!
Me volteo en el mismo segundo y me encuentro a Roma que está cerrando el local de telefonía.
— ¡Roma! Te estuve buscando toda la tarde, ¿Por qué te fuiste?
Roma se pone de pié tras terminar de poner el candado y me observa apenada una vez más. Ordena sus rizos y me comenta:
—Tuve que irme, era una emergencia... pensaba ir mañana nuevamente a ver si te encontraba.
—Sí, si estaré —Digo apresurado— ¿Tienes tiempo? Tengo cosas que hablar contigo, y la verdad yo...
—Sí, tengo algo de tiempo. Hay una cafetería aquí a la vuelta bastante bonita y creo estaremos cómodos, ya que van solo personas mayores.
Camino junto a Roma que sostiene con seguridad su cartera, ella no me mira pero sí habla algunas cosas triviales de su trabajo, por supuesto soy yo quien la está mirando y analizando cuanto ha cambiado, parece una mujer más adulta, más madura. No hay rastro de la Roma con la que bailé y eso me hace pensar que quizá esta conversación no tenga mucho sentido.
—Eso es en el trabajo, porque lo que respecta en casa es un lío.
— ¿Un lío? —Pregunto ahora intrigado alzando una ceja.
En ese segundo un hombre salió desde un callejón y tiró del hombro de Roma con fuerza arrebatándole su cartera y haciéndola caer.
Él me mira y yo lo miro, por un segundo debió de sentir culpa, pero me vale que con o sin sotana a las mujeres no se les golpea. Acorto la distancia y lo pego a la pared para darle un golpe en el pómulo derecho y quitarle la cartera.
— ¡Vete de aquí! ¡Haz algo para cambiar hombre que no puedes ir por ahí golpeando a nadie!
Lo suelto con evidente fuerza en la pared y le niego, me parece un hombre perdido, pero tampoco es que me vaya a detener a hablar con él después de lo que acaba de ocurrir.
El tipo sale corriendo y levantando a Roma le entrego su cartera.
—Oseías, digo, Sacerdote, mire esos nudillos... —Niega y saca de su cartera un pañuelo que me enreda en la mano— Cuando llegues a casa procura limpiar con algo de suero fisiológico...
—Roma, no me llames Sacerdote, quiero y te siento una amiga cercana... —La corto en esta última frase la cual ella repaso un momento.
—Está bien. Pero delante del mundo serás el Sacerdote y así te trataré cuando estemos en público.
—Pero hoy no estamos en público, o al menos no lo hay cerca.
— ¿Me estás coqueteando? —Ella alza una ceja y divertida se echa a reír.
Mi cara es un poema, claro que sonó así y finalmente termino riendo.
Al llegar a la cafetería pido un jugo natural con una tarta de manzanas. Roma que parece que sí ha madurado culinariamente, pide un frappé con unas medias lunas.
—Entonces... ¿Sacerdote? —Pregunta ella pasando sus manos por encima de la mesa y uniéndolas bajo su mentón.
—Sí, bueno, en ese entonces no tuve el valor de decírtelo, pero ya había comenzado con este camino. —Digo apenado.
—No te sientas mal... tampoco es como si las cosas no se pudieran imaginar, estabas con una camisa y corbata en medio de una fiesta de jóvenes que solo buscaban sexo.
—Pero... debí decírtelo, no sabía que luego volvería a encontrarte. Porque... vives allá y yo estoy a varios países más acá.
—El destino comienza y termina encuentros, al nuestro le faltaba un término, tampoco es como si yo viniese a buscarte, solo ocurrió.
Veo como lleva a su boca un bocado de aquello y trago con pesar mi jugo. Es cierto, ya no la puedo ver más como una mujer. Suspiro y continúo:
—Pero... ¿Por algo has venido a Chile, no?
—Me casé con alguien hace ya tres años. Vine a buscar trabajo, la economía no está tan buena como uno cree.
Está casada... aquello me hizo quedarme en silencio un momento mientras me recargaba en la silla.
—Entonces ya debes tener hijos. —Afirmo con cierto tono fuera de lo común.
— ¿Sólo por estar casada ya me condenas? ¡Por favor! —Ella sonríe— No quiero tener hijos, siento que me detendrán en el camino a ser todo lo que quiero. Pero lo que acabas de decir me afirma una cosa. —Vuelve a tomar un bocado de la media luna y antes de comerlo afirma— Tú deseas tenerlos y no puedes.
— ¿¡Qué!?
—Eso, ¿Por qué te iba importar tanto que yo los tuviera sino? —Me guiña y yo termino bebiendo el jugo más rápido.
—Nada de eso, tengo un orfanato que dirijo y aquello ya me llena por completo. Tengo una persona especial en cada niño al que logro que adopten, es decir, cada pedazito de mi corazón se va a ser feliz en algún lugar, eso es lo que elegí...
— ¿Nunca quisiste ser algo más? —Indaga tomando una de mis manos por encima de la mesa.
Yo observo su mano y luego a ella que no tiene intenciones de apartarla.
—Quiero viajar por el mundo, si es a lo que te refieres. Pero de ser algo más en el ámbito profesional, me hubiese gustado ser cantante.
— ¿¡Cantante!? —Ella alza ambas cejas y sacude sus rizos hacia atrás— No me imagino un Sacerdote cantante... son tan...
—Adelante, dilo —Digo con una evidente sonrisa.
— ¿Cuadrados?
Niego sonriendo y termino por alguna razón sintiendo nostalgia.
—Bueno... aun puedo cantar sin que nadie me vea. —Argumento viéndola a los ojos oscuros que una vez, alguna vez me hicieron sentir el hombre más feliz.
— ¿Eres feliz ahora, Oseías?
—Soy feliz. —Digo aun cuando mi convencimiento está a la mitad— Y espero tú también lo seas en tu matrimonio.
Ella mira a nuestras manos que siguen por alguna razón unidas sobre la mesa.
—Sabes Oseías, a ratos siento que me he equivocado con mi decisión... pero eso deja de importar cuando ya tienes tantas cosas levantadas con esa persona y de separarlas... habría todo un caos.
—Como Sacerdote yo debería ser quien impulse el matrimonio adelante, pero Roma... te veo y no hace falta que me digas nada más, la felicidad a veces no le pertenece a otra persona, sino a uno mismo.
—Para ser Sacerdote hablas como un buen amigo. —Comenta ella alzando su frappé— Por nuestro reencuentro, Oseías.
—Por que sigas viéndome como a tu amigo, Roma —Digo alzando mi jugo casi inexistente.
Esa noche acabó cuando compartimos el taxi, descubrí dónde vive, pero también descubrí que algo andaba mal en mis pensamientos. Tan solo por eso decidí esta noche pensar viendo por el balcón, buscando respuestas a aquel encuentro, porqué Dios la trajo de vuelta a mí, porque el destino no existe, claro que no...
Me volteo y vuelvo a entrar en el apartamento, vivo solo, siempre estoy solo... a veces veo a mi hermana, solo a veces veo a mis padres... pero por alguna extraña razón ahora me siento acompañado más que por mi fé, también por Roma, que entró sin pedir permiso aquí.
Enciendo la tele para distraer estos pensamientos y de una vez relajarme para dormir. Me recuesto y me quito mi camisa.
Enseguida la estancia se llena de recuerdos que no deberían estar aquí. Cierro los ojos, y escuchando aquello de Luis Miguel, "La incondicional" me pongo de pié y me tiro del cabello con indecisión, desesperado por saber que nada puedo hacer para que me elija a mí antes que a su esposo, por ser yo quien la conozca más, porque si algo sé es que Roma no se repite dos veces, Roma es una vez y nada más.
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