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Escógeme a mí


Han pasado dos, tres, un mes quizá... y sigo sin saber por qué Roma no habla, se limita a pelar papas mientras nos custodian cinco hombres, ok, en esta instancia lo tolero, pero no tolero que por las tardes no tome valor, es el único momento en el que podríamos hablar sin tener que escondernos. Los cinco que nos custodian, hacen relevo a eso del atardecer, lo sé porque el sol se apaga por la ventanilla que tenemos, y en ese instante podría decirme algo, pero ahí está, inmóvil sosteniendo su cuerpo a la pared.

Kaleb está a mi lado, sabe que yo jamás lo hubiese tirado a su suerte de haberme enterado de su venida, al menos Roma no me contradijo en eso. El niño y yo somos uno...

—Buen día —Dice entrando aquel tipo que hace temblar a Roma, que le sujetó el cabello aquel día— ¿Qué versículo tienes para mí hoy? —Me pregunta con ironía— Traiganla ya. —Ordena a los tipos que vienen detrás.

Enseguida, ante mis ojos, dejan caer amarrada a la señora Fernández que se queja del golpe en su brazo derecho al caer. Está realmente sucia y maltratada, es mi mamá, aun cuando no quiera decírselo...

— ¿Por qué la tiras? —Pregunto muy limitado, no quiero cometer nuevos errores o mi plan de huir de aquí se irá a la coña.

—Joder, una vez más tú. ¿Qué no te dije que te callaras? Tengo unas ganas de coserte la boca Sacerdote de mierda, y de hacerte carbón... —Hace una pausa acercándose a mí que estoy pelando cebollas.

En este punto, todos los rehenes que llevan tiempo aquí me aconsejan que no sea altanero, que demuestre humildad y me ganaré las preguntas que quiero hacer, incluso una llamada por teléfono, pero lamentablemente no le sirvo ni le serviré a nadie que no sea Dios. Pude dejar de ser Sacerdote, pero no soy un criado de nadie.

Roma se estira un poco y mira de reojo a los otros atracadores que están hablando entre sí.

¿Qué piensa hacer ahora?

—Si quisieras hacerme carbón ya me lo habrías hecho, no seas imbécil.

Me suelta un guantazo del que soy postulante uno, caigo al suelo y me levanto con la misma altanería otra vez.

—Ya veo, el pollito en busca de pelea. —Rueda los ojos y comienza a reír— ¿Qué te hace pensar que no te mataré esta noche? Al fin y al cabo, a Roma le parecerá bien verlo otra vez.

Extrañado veo como Roma se encoge y actúa como si estuviese bajo su merced. Se levanta y cuando creo que aquello terminará, la veo pedir disculpas en un murmuro casi inaudible.

— ¿Qué cosas, no? —Me pregunta él acercándose a Roma y tomándole un seno entre las manos.

Yo lo veo y me cruzo de brazos aunque por dentro siento tanta rabia que le reventaría la cara contra la pared.

— ¿Bien, y? ¿Qué quieres demostrar? —Pregunto con calma. Kaleb está detrás de mí, y por ahora debe de quedarse allí.

Las miradas atentas de todos los rehenes asustados me ponen nervioso, aunque no lo demuestro. Me la juego, pero ¿Qué demonios hace tocando así a Roma? Nadie la va a tocar así en mi presencia. Pero si tengo que jugarme las cartas bien, lo haría, ahora no sólo es Roma, ahora está Kaleb que merece vivir, y por extraño que parezca, está la señora Fernández que me tendrá que explicar cómo mierda vino a caer aquí.

—Yo nada, es ella quien tiene que demostrarte cosas. ¿O no, Roma?

Alzo una ceja sin comprender, la sangre de mi pómulo escurre y la detengo con uno de mis puños rasgados.

— ¿Qué tienes que decirme? —Le pregunto sin más rodeos. Aun cuando el hombre parece disfrutarlo yo debo de saberlo.

Frente a todo pronóstico, Roma alza la mirada al hombre mayor y tomando su mano libre la pone sobre su cuerpo y le pide que la bese.

—Oh basta de espectáculo Roma. —Le digo sonriendo algo nervioso— ¿Qué haces?

El hombre toma el rostro de Roma entre sus manos y la besa con detención frente a todos nosotros y la lanza con fuerza hacia un lado.

Trago con pesar, me tengo que seguir tragando mi rabia o Kaleb saldría herido.

—Que te quede algo claro Sacerdote. ¡Aquí soy yo el que manda! ¡Y tú no vas a venir a implantar nuevas reglas! Si a alguien le deben respeto es a mí, porque tarde o temprano puedo hacer lo que yo quiera con todos ustedes, Roma lo sabe de sobra, mantente al margen, porque te aseguro que la Monja que vino desde tu país no durará mucho libre si me colmas la paciencia.

¿La monja? ¿Se referirá a Miriam?

Dejo caer mis brazos y miro a Roma con rabia y luego a él.

— ¡Basta ya! ¿Qué demonios quieres? ¿Me quieres a mí? ¿Quieres a Roma? ¿Quieres a todas estas personas? ¿¡Qué quieres!?

—Ah, después de todo si tenías cabeza. Pensé que eras como los monitos que cuidamos, que se rascan y se comen sus pulgas. El tipo me rodea y ve de reojo a Kaleb, a quien tomo en mis brazos.

—Aléjate de mi familia. —Exijo.

Roma alza la mirada desde el suelo y me ve como si no lo comprendiera.

— ¿De tu familia? ¡Já! —El hombre se jacta y me empuja— Tú nunca has tenido familia, te han peloteado de lado a lado, al final ni te das por enterado quién es tu familia, maldito campesino, hijo de empleada barata.

Observé hacia otro lugar, sus ofensas no pueden ofenderme más, porque ya lo han hecho miles de veces en este mes.

—Bueno, como te veo empeñado en hacer el bien y salvar a tu puta de turno —Observa a Roma y vuelve a verme a mí— Te daré la oportunidad. Pero, si te vas tú con el niño, se queda ella y la vieja.

La señora Fernández asiente, me ve y sigue asintiendo.

—Me quedo, me quedo. —Dice con seguridad.

Roma por otro lado niega y pide con temor en sus ojos que decline.

—Y si ellas se van, les daré hasta diez para que crucen la línea da la frontera que tenemos con el mundo exterior, si antes de eso no llegan, ¡Paf! —Me dice en el oído— las reviento de lejos.

— ¡Claro que no! ¿Cómo sé que no lo harás de todas formas?

—Soy un hombre de palabra, a mí me interesan dos cosas, el dinero y la venganza, la primera ya la he conseguido, deberías preguntarle a tu familia sino. Y la segunda la cumpliré, hay alguien que no cumplió su promesa conmigo —Observa a Roma nuevamente—Tengo una hija muy desalmada, y lamentablemente tengo que seguir corrigiéndola.

— ¿¡Hija!?

Mis ojos se van directo a Roma que asiente con temor.

— ¡Pero no es lo que crees Oseías! —Grita sacando de onda al mayor que se acerca y la golpea haciéndola caer de nuevo— No es lo que crees...

— ¡Elige de una vez! —Grita el supuesto Padre de Roma sacando un revólver y disparando a una persona que estaba más allá— La siguiente le reviento la cabeza a la vieja de tu madre si no decides.

La señora Fernández me ve y sigue pidiéndome que me marche, no le sorprende aquello, no le sorprende escuchar que soy su hijo por alguna razón.

—Quiero saber la verdad —Murmuro a mi madre, pero ella se rehúsa.

— ¡Oseías créeme a mí! ¡No es lo que crees todo lo que te ha dicho!

El hombre dispara a otra persona más y luego pone el cañon sobre la cien de Roma.

—Escóge...

Observo a Kaleb que está aterrado temblando tras de mí, mi corazón está dividido, quiero saber la verdad y salvar a mi madre, quiero saber que tiene que decir Roma respecto a todo lo que ocurrió antes de mí, pero también tengo que salvar a Kaleb de este mundo y encierro...

Me volteo y le doy un beso a Kaleb en su mejilla.

— ¿Qué escogerás? Papá...

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