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Cigarrilo


Roma

Hace unas horas atrás 2:00 Am.

—Fue una locura —Le oí decir con una sonrisa de satisfacción a Oseías, quien me abrazaba a su pecho.

—Realmente lo fue... —Argumenté besando una vez su pecho y viéndolo hacia arriba— ¿Crees que es lo mejor casarme? ¿En verdad me dejarías hacerlo?

Oseías se gira y acaricia mi mejilla con el gesto algo contraído.

—Para todos los efectos Roma, seguirás haciendo lo que más quieras aun si yo me planto delante de ti. ¿No es cierto?

Extrañada aparto su mano de mi mejilla y pregunto:

— ¿Qué quieres decir con eso?

—Que aun si soy el niño bueno de siempre, harás y desharás conmigo, realmente... mi amor no te importa mucho, no soy ningún iluso Roma...

Aquello me pateó el estómago. Esperaba que me dijera una locura, que me atrapase por la cintura y me dijera que no, que sería sólo de él, pero sin embargo con esto me hace saber que...

— ¡Ah! Entonces no te importa compartirme.

Oseías se sienta en la cama bastante serio y mira al frente.

—Yo no dije nada como eso. Pero no puedes negar que hasta ahora solo esperabas que explotara mi paciencia y te tomara de esta forma, ¿Para qué?, si te vas a casar igual, admítelo.

Mis labios se tensaron y me levanté envuelta en las sábanas.

— ¡Pues sí! ¡Me casaré de todos modos!

— ¿Entonces para qué quieres que te mienta? Siempre me verás como la fruta prohibida, y yo que estuve dispuesto a dejarlo todo... ahora me doy cuenta, no debí dejar nada si tú tampoco ibas a dejar nada.

—Yo podría haber dejado a Artemis en cualquier momento, pero no te miento, ese tipo me gusta y mucho.

— ¡Ah! —Oseías se levanta colocándose su bóxer y mirándome sisea— ¿Ahora quién es el que te comparte? ¿Él o yo?

Oseías negó y se volteó para recoger y abotonarse su camisa negra.

— ¿No me vas a decir nada? ¿Me vas a dejar así? —Pregunto desencajada sosteniendo la sábana en mi cuerpo.

—Claro que sí, porque sigo viendo la misma chica, sin ningún cambio. Y yo que pensaba que esto cambiaría alguna cosa entre los dos, sin embargo me dices en la cara que también te entregarías a otro. ¡Qué chiste!

—Yo no dije eso...

—Que te guste otro es un sinónimo pegado del otro. —Argumenta Oseías terminando de poner su pantalón en su lugar— Vístete Roma, te iré a dejar a tu hogar.

— ¡Olvida eso! ¡No me irás a dejar a ningún lugar Oseías! ¡Te odio! ¡Te odio!

Debo parecer bastante estúpida mientras golpeo el pecho de Oseías que me dobla la altura, él mira al techo y suspira tomando mis manos.

—Escucha Roma, si en verdad quisieras que esto cambiara, comenzarías por dejar de afirmar que te gusta alguien más. ¿Sí? ¿Me entiendes? Pero a las personas comunes como yo, nos gusta una sola persona a la vez, una sola persona es la que tenemos en el corazón.

—Estúpido...

—Sí, estúpido, pero enamorado de una mujer que no lo valora.

Las palabras de Oseías me hacen tanto mal, me generan tanto odio contra mí misma, y es que no puedo amar como él quisiera, en realidad no iba a amar a nadie nunca.

—No quiero vivir una vida en la que me levante una mañana, Roma, y tú ya no estés.

El silencio nos invade, pero tras mirarlo tomo mi ropa.

—Esa soy yo, soy un alma libre que no puede quedarse debajo de los brazos de nadie, un día quiero estar aquí y en el otro no sé dónde, no puedo permanecer, no quiero permanecer, no me voy a atar nunca porque yo me muevo con el viento, me muevo y me complemento así.

Oseías tuerce sus labios y resopla.

—Estaré esperándote fuera.

Cuando la puerta se cierra tras de él tiro de mi ropa con fuerza, entiendo que no puedo escoger a ninguno, pero no entiendo porqué siempre lo tengo que hacer sufrir. Aquel día en el ascensor, me importó un rábano besar a otro delante de él, y hoy por hoy sigo haciéndolo.

El doctor dijo que mi hijo me dejo una depresión postparto, pero yo sé bien que mi problema es el de siempre, jamás logré ser amada por mi padre, y hoy yo soy la que repite sus acciones, aquellos quince años no se me van a olvidar, cuando en vez de venir a mi graduación de la primaria, me mandó un obsequio con un cartero.

Sugiero creer que, mi forma de actuar la imito de él, porque me hirió desde pequeña, y aun ahora eso repercute en mí. Su falta de querer... es simplemente mi realidad de hoy.

Cuando salgo de la habitación ya vestida, Oseías no me mira, pero si camina a la par conmigo. Salimos del edificio tras pagar y aun ahora ninguno se esfuerza por mirar al otro. Caminamos por las calles de Santiago de Chile, de madrugada. Un hombre con sotana como escudo y una mujer que tiene un demonio por dentro.

Me volteo levemente a verlo, y cuando lo hago un cuchillo se antepone en mi cuello, y me percato rápidamente de que un hombre me tiene sujeta desde atrás.

— ¡Oseías!

Grito al ver como otros dos evitan que me ayude y comienzan a golpearlo, aun cuando se ha intentado defender.

—Muévete ahora mujer. —Me indica el hombre que me tiene sujeta desde la espalda.

Asiento con temor viendo como golpean fuertemente la espalda de Oseías y le ponen un pañuelo en su boca.

Nos suben a ambos en un furgón de dos puertas oscuro y comienzan a andar con nosotros dentro.

— ¿¡Quiénes son ustedes!? —Grito desesperada al ver que han hecho dormir a Oseías.

Artemis, se voltea desde el asiento delantero como puede, está amarrado, pero viendo con ojos acusadores mi cabello revuelto y luego a Oseías que duerme como en otra galaxia gracias a lo que sea que le hayan puesto en el pañuelo.

—Ya lo ves, hijo. Tu novia no era la mujer de tu vida.

Me sorprendo al oír la voz grave de un hombre de ojos azules eléctricos bajo unas cejas seguras que me analizan por el retrovisor.

—Roma... ¿Qué hacías con él nuevamente? —Artemis me observa apenado.

—No es lo que crees —Argumento— Ha venido de improviso, jamás nos hablamos para encontrarnos.

—Pero te has quedado de todas formas con él...

El hombre que conduce vuelve a verme por el retrovisor.

—Que mejor forma de conocernos, ¿No es cierto nuera querida?

—Usted no tiene derecho a llamarme así, ¡Apenas si lo conozco! —Siseo intentando zafarme del hombre que mantiene el cuchillo en mi cuello.

—No me hable así mi bella mía. —Comenta juguetón el hombre al detenerse en un puente.

—Papá, no sigas con esto, te van a hallar, deja a Roma, no me interesa, déjala ir.

— ¿¡Cómo!? —Pregunto desencajada— ¿Cómo que no te intereso?

— ¿Cómo me ibas a interesar después de que te descubro cerca de las tres de la madrugada con un tipo que seguro te hizo de todo? Yo no quiero estar con una mujer así, Roma.

No doy crédito a lo que oigo. Artemis es claro, y no tiene puntos que lo acobarden y eso me hace sentir inferior, sí, muy por debajo de él.

El hombre mayor ordena a uno de los hombres vestidos con mascarillas oscuras que bajen a Artemis.

— ¿¡Qué va a hacer viejo canalla!? —Siseo con temor pero envalentonada de todos modos.

El hombre mayor enciende un cigarrillo y tira las colillas por la ventana abierta, me ignora.

— ¡Óigame! ¡Usted no es nadie! ¡No tiene derecho a hacernos nada de esto!

El hombre suelta una palabrota y sale del furgón ignorándome por completo.

Es él mismo quien ordena al que me tiene sujeta que habrá la ventana para que yo pueda ver lo que sucedería.

El hombre se recarga en la ventana un poco y me suelta el humo en la cara.

—Mira esto. —Me ordena sujetando mi rostro en una de sus manos.

Estupefacta y con mi cuerpo temblando veo como los dos hombres forcejean con Artemis que grita desesperado cosas en italiano, mi corazón se está desbocando, siento que desfalleceré en cualquier momento de no ser por la mano del hombre que me observa de reojo como analizando mis expresiones.

— ¡ARTEMIS! ¡NO!

Grito al ver como intenta girarse para verme en el momento en que los otros dos hombres lo sueltan y lanzan por el filo del puente.

No doy nada de crédito a lo que mis ojos acaban de ver, mis labios están secos, mi presión sube y comienzo a llorar totalmente sin sentido.

—Artemis... Artemis no, Artemis no pudo ser... no... ¿¡Por qué hizo esto!? ¿¡Es usted en verdad su padre!? ¿¡Quién rayos es usted!?

El hombre sube rápidamente en compañía de los otros dos y arrancan con fuerza en dirección a la ruta 68 que nos lleva directo a Viña del Mar.

— ¡JODER! —Grito desesperada— ¡Diga algo! —Ha pasado cerca de una hora y media desde aquel incidente y mi incertidumbre y dolor no dan más.

—No tengo nada que explicar, te lo mostré gráfico y todo niña. ¿Qué quieres? ¿Un mapa con dibujos?

El hombre se detiene a un lado de la carretera y se baja para bajarme con él.

— ¡Suélteme! —Exijo, pero él me sostiene con fuerza.

Me inclina sobre el capó y acorralándome entre sus brazos definidos bajo un traje sastre me ve directo a los ojos.

—No dirás nada de lo que has visto porque si lo haces, tendré que ir detrás de tu hijito, y no creo que te guste que desaparezca.

— ¿Qué sabes tú de mi hijo? No creas que es tan importante...

— ¿No? Pues si supieras cuán importante es para otras personas... —Niega con una sonrisa que me aterra— Yo creo que a ti te interesa que no te acusen por los pecados que has cometido.

— ¿Qué dice?

—Que ese hijo es del mojete este, y que aunque no quieras admitirlo las pruebas valen, y me pregunto, ¿Qué castigo existe para las pecadoras como tú en las leyes eclesiásticas?

Aquello me hizo sentir extraña, ciertamente yo no sabía que castigo había para mí más allá del que Oseías podría obtener al perderlo todo. Tragué con dificultad.

Al sentir uno de sus dedos delinear mis labios lo miré.

—Aunque si tú quieres las cosas pueden ser más calmadas.

— ¿C-cómo? —Titubeo por el temor, por el frío, y por lo en desventaja que me siento justo ahora.

—Podrías casarte conmigo, y obviar a mi hijito muerto.

—Casarme... ¿Con usted? —Extrañada repasé con la mirada sus ojos que parecían ir demasiado enserio.

—En un mes, vas a terminar diciendo "sí" —Asegura con altanería el hombre al dejarme un beso en la comisura de mis labios.

Esas horas arriba del Furgón tras esa conversación me han hecho sentir realmente extraña, es la forma en que me ha hecho sentir la decisión que estoy deseando tomar, porque me parece peligroso, tentador, realmente algo que quisiera obtener pero que no conozco nada.

Observo a Oseías de reojo, a quien le están pegando las manos con algo extraño.

— ¿Qué pasará con él? —Pregunto seria.

—Regresará a donde pertenece, recuerda que, si tú dices algo, a quien sea, vas a tener graves problemas.

—Acepto, intentémoslo. —Digo con certeza aun sintiendo extraño lo que ahora debía de fingir.

—Recuerda, desde que el sol salga, vas a tener que ponerte de rodillas o sino también seguiré contigo. Imagino como se vería tu rostro deformado tras caer por los mismos veinte metros.

— ¿Qué motivos tiene para hacer todo esto?

El hombre alza una ceja en el retrovisor y ríe.

—Primero vas a tener que hacerme unos favores ante de la verdad niña... aun te esperan muchas cosas...

Escucho sus palabras, pero también veo cómo es que los hombres abren las puertas del costado de la iglesia y entran con él aun dormido y sus manos pegadas.

Es extraño, pero este hombre mayor me parece familiar... y extrañamente sensual...

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