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Amor inquieto


Oseías

Días después

Yo no sé porqué no puedo olvidar todo lo que fue. No sé porqué Roma se comportó así, caminando a aquel destino incierto, donde hay mucho de todo, mucha pasión, mucha locura, mucho egoísmo... Jamás pensó en mí y en que podría hacerme daño con todo lo que ella sabía de su pasado, sin embargo entró en mi corazón adornándolo con sus caricias, su forma de actuar, en fin, Roma era mi chica y de haberme dicho alguna verdad podría haber movido el mundo, y fue ella que me sorprendió y movió el mío.

Observo a Kaleb que está dentro de la escuela, hablando con sus amigos antes del toque de salida. Me sorprende que tras unos días se haya adaptado tan bien a sus pares y sobre todo que no demuestre indiferencia por todo lo que sabe, es más, lo hemos conversado cada noche y lo acepta. También acepta que quizá no fue un hijo deseado pero me he preocupado de hacerle saber que hoy por hoy es lo que más amo y que no habría nada que comparar con él.

Las personas por aquí se han olvidado lo bastante de mi salida eclesiástica, se han puesto de acuerdo para observar y simplemente limitarse a saludar, pretenden parecer buenas personas por no hablar de mí en mi presencia, y aun así lo agradezco, porque para ser sincero aquello ayuda a la confianza de Kaleb.

Cuando él sale lo espero con unos de esos caramelos rellenos que le gustan y se los doy escondido de los demás niños.

— ¡Gracias! —Dice echándose uno a la boca.

Juntos de la mano caminamos a la parada. Cuando lo miro de reojo es como imposible no ver a Roma en su espontanea sonrisa, y por poco me entra de nuevo el episodio de histeria, no quiero recordar más a Roma y su absurdo circo, pero aquí está el más indicado para recordármela.

Le abrazo por detrás de los hombros y le revuelvo el cabello.

— ¡Ya no comas más! ¡Deja para más tarde!

— ¡Pero Joder!

— ¿¡Cómo que joder1? —Digo divertido— Cuida de tu boca o te la cuido yo con un guantazo. Tú eliges.

— ¿Me estás amenazando? —pregunta alzando una ceja— No puedes amenazarme, ahora sé cuáles son mis derechos papá, me los han dado a repasar. Dice la maestra que dentro de unos días estaré al día con las materias y podré ir a la par con todos.

—Que bien hijo, de hecho hoy pensaba que podríamos ir por tu uniforme escolar, sé que te debe dar vergüenza ir con la ropa que usas fuera... pero ya me he conseguido un trabajo.

Haber perdido el trabajo en la universidad fue un golpe duro, pero lamentablemente no volvería allí después del caso que me mandé antes en Italia. Hoy por hoy conseguí un trabajo en una Radio como locutor del bloque de la mañana, me da tiempo perfecto para pasar por Kaleb por la tarde. Un adelanto de sueldo, es lo que he pedido a cambio de unos días de trabajo gratis.

Esta tarde, hemos almorzado en un restaurante del centro de Viña del mar, no soy el mismo de antes, pero sigo creyendo que la mejor decisión fue haber elegido a mi hijo por sobre todas las cosas. Estamos comiendo pasta a los cuatro quesos, y el increíble aroma de pesto viajó desde Italia a mis fosas nasales, el cabello de Oriana aquel día que dormimos juntos, y su suave piel al bailar.

¿Qué habría sido de ella?

No he visto a nadie en estos días, es extraño, pero no he buscado a nadie y tampoco le he abierto la puerta a nadie. Pero hoy quisiera hablar con alguien más, y espero no sea demasiado tarde para arreglar algunas de las cosas que se han quedado en pausa en mi vida.

Veo pasear a Oriana por entre las mesas de este restaurante e imagino que me golpea con el menú. Sonrío... y veo a Kaleb que me ve extrañado.

—Creo que hoy tras buscar el uniforme deberíamos ir a visitar a tus abuelos. —Digo con una sonrisa desinteresada—¿Quieres?

—Conocer a mis abuelos.... —Murmura dejando a medio camino su pasta— Sí, quiero. Pero también quiero hablar con la nona de mamá Roma.

—Eso va a estar un poco más difícil, no sé dónde hallarla... y dudo siga en el apartamento en que se hospedaban aquí...

—Por favor —Me pide con aquellos ojos que no puedo obviar.

—Vale, haré lo posible, pero no te prometo nada. A ver si averiguo algo estos días.

— ¡Sí! ¡Vamos! —Exige levantándose viendo el reloj— ¡Vamos a terminar las compras que tengo una video llamada con Monserrat!

— ¿Quién es Monserrat? —Pregunto levantándome también, extrañado. ¿De qué hablaba este pequeño diablillo?

—Es una larga historia, pero para resumirlo, es una amiga que hice en Italia. —No se inmuta un segundo en dicho eso, tal parece que no le molesta que todo el mundo se entere de que tiene una "amiga" del otro lado del mundo.

—Mmmm... Vale, pero pobre de ti que te vea tan tarde pegado en la internet porque te sacaré a de cabeza y te haré dormir en el balcón.

Ambos reímos, sabemos que no cumplirá y que de hecho yo tendré que ir a buscarlo cuando se quede dormido frente a la pantalla, es todo un caso este niño.

Cuando terminamos de comprar todo y ya tras la cena lo descubro durmiendo en el sofá con el teléfono por el suelo, lo recojo y lo voy a acostar a su habitación en mi apartamento. Hay cosas que simplemente no se pueden explicar, como por ejemplo el estallido de pasión que resultó ser Roma, la calidez de una mesera en Italia, y el incondicional amor de una supuesta hermana...

Me acerco a la cocina y sirvo en una copa un poco de Vodka, lo bebo lento, no quiero atosigarme recordando nada, ciertamente necesitaba del trago para no morir en el intento de vivir con mi hijo, aun sabiendo que mi madre está presa, y Roma se quedó con una verdad a medias.

La puerta de mi apartamento es abierta por mi Miriam que se asoma con su atuendo oscuro de Monja, divertido le suelto una risilla.

— ¡Hala! Que te sienta bien el negro. —Digo divertido acercándome.

—No me has querido abrir, y respeto que durante días lo hayas decidido así, pero hoy estuviste en el centro con mi sobrino y apenas te limitaste a sonreír. Papá y Mamá estaban esperando tu llegada, pero no pasaste con Kaleb.

Me volteo y camino hasta el balcón con hastío.

—Sé que debería haberlo llevado, pero la verdad es que él me pidió estar aquí temprano porque tenía que hablar con una de sus amigas de Italia, y nada, me quedé. Ya mañana lo llevaré.

Miriam me sigue hasta el balcón y afirmándose de la baranda me ve beber.

— ¿Qué sucede? ¿No vas a abrazarme? —Pregunta bajo una sonrisa temblorosa— Porque yo te extrañé mucho, no quieras obviarme Oseías...

Enternecido por sus mejillas temblorosas le paso un brazo por sus hombros y la pego a mi pecho abrazándola.

—Mi pequeña Miriam. —Digo apenado viendo al cielo estrellado— ¿Qué fue lo que me pasó?

—Te has equivocado... nada más. —Responde bajo separándose— No hay nada más, porque todo lo que decidiste después fue correcto, incluso salir de este mundo eclesiástico.

Observo de reojo a Miriam que me quita la copa y bebe un poco.

—No deberías beber.

—Sí, pero ¿para qué le vamos a contar a los demás?

Aquello me hace reír.

—Mocosa del demonio, sigues siendo la misma debajo de ese disfraz.

— ¿Cómo? A mí me gusta mucho, ¿No crees que es linda? —Dice viéndose así misma— Es lo último en moda. —Señala sus tacones negros.

—Ya veo, en verdad el mito es cierto, aquello de que las Monjas están locas.

— ¡Infeliz! —Se queja sacando una cajetilla de cigarrillos, pone uno en mi boca y lo enciende.

Automáticamente le doy una calada larga y exhalo el humo con bastante tristeza.

—Es necesaria soltar en el humo todo el dolor, sé cuánto estás sufriendo hermano.

Observo como ella se voltea a ver el mar que está frente a nosotros, iluminado bajo luces de los cruceros que están allí, preciosos, impolutos...

— ¿Cómo es que se pueden sentir tantas cosas y no morir? —Me pregunta y yo me encimo en la baranda dando otra calada.

—Pues, esa es la pregunta que me hago todos los días desde que estuve con Roma, Miriam. No sabría responderla aunque repitiera toda esta historia.

Miriam apenada me quita el cigarrillo de la boca y da una calada ella.

— ¿Tuviste algo con aquella mujer en Italia? —Me pregunta dejándome perplejo.

— ¿Estuviste en Italia?

—Fui a buscarte... Y ella estaba allí, Oriana es su nombre, ¿No es cierto?

Me recargo de revés al mar y pienso un momento en qué decirle para no mentir ni tampoco lastimarla.

—Una amistad que aspiró a ser más y que no lo logró. —Aclaro— Pero jamás tuve la oportunidad d besarla o tocarla de la forma que puedes imaginar.

—Ah...— Responde sin verme y acabándose el cigarrillo que apaga en la baranda— ¿Y la quieres?

—Claro... —Respondo sin pensar— La quiero porque me ayudó en todo aquel tiempo que necesité ayuda Miriam. Fue una gran amiga.

Miriam mira apenada el cristal por puerta que tenemos para entrar al apartamento, ambos nos reflejamos allí.

—Yo sigo queriendo entenderte Oseías...

—Lo sé. —Respondo apenado— Pero no puedes comprenderme Miriam...

—Claro que sí, puedo comprenderte, pero tú no quieres que te comprenda. —Sentencia con seriedad— Porque le temes al mundo, temes a que te apunten una y otra vez, pero eso es lo que menos debería de preocuparte Oseías, es lo que menos nos dice que clase de personas somos.

—Puede que sea verdad que le temo al mundo, pero tengo razones, y tú no tienes nada que te pueda apuntar. ¿Bajo qué condiciones me entiendes entonces?

Entro al departamento dejando la copa en la mesa de centro, seguido por Miriam que me detiene, me voltea y me besa sin aviso.

—Oseías, no me veas así —Pide separándose y dejando caer su vestido negro— Esta noche te quiero vivir, has lo que quieras conmigo, no pensemos en el mundo, ni en lo que seamos mañana...

Su cuerpo con aquella lencería de encaje me dejan perplejo. No sé cómo tomarme sus palabras, pero su forma de verme me aseguran que es verdad todo lo que está diciendo.

Con calma me acerco y recojo su vestido del suelo para doblarlo sobre el sofá. Su mirada me sigue atenta, y sonrío ante aquello.

— ¿Qué sucede? ¿Sientes miedo? —Pregunto bajo una sonrisa de lado.

—No... —Murmura con su pecho agitado.

—Muy bien. —Afirmo acercándome y tomándola entre mis brazos.

Nos acercamos en silencio hasta mi habitación, ella me mira y siendo como su corazón late a mil incluso bajo su espalda.

Entramos y cierro la puerta con un pié y la dejo con delicadeza sobre la cama.

Ella traga con algo de inseguridad.

— ¿Miedo? —Pregunto desatando los pañuelos de mi muñeca.

—Contigo, ninguno. —Asegura bajito.

Me pongo a su altura y viéndonos a los ojos le beso los labios con calma, profundizando a veces con mi lengua en su pequeña boca.

—No me veas... por favor —Pide ella quitándome un pañuelo y anudándolo tras de mis ojos.

Ahora que no la veo, siento como ella me guía y me recuesta. Siento sus manos levantar mi playera hasta quitármela, su húmeda lengua pasea por mi pecho y me estremezco.

—Miriam... —Murmuro sintiendo como el calor crece entre mis muslos.

Ella desliza sus manos por mi cuello y lo besa, yo la tomo por la espalda y repito la acción en el suyo, bajo por él y quito su sostenedor para descubrir su pecho virgen que comienzo a degustar con morbo. Sé que no debería sentirlo, pero lo estoy sintiendo mientras sus pequeñas manos bajan a mi pantalón y lo desabrochan.

Nos sentimos, y nos acariciamos con paciencia bajo un tenue sonido de agitación de su respiración, bajo el sonido de besos sobre sus senos, y de sus labios que besan mi cabello.

De un jalón la dejo bajo de mí y sin avisarle le arranco las pantaletas. Ella jadea levemente.

—Oseí...Oseías...

—Shhh...Shhh

Digo antes de entrar entre sus piernas lamiendo su hendidura, está húmeda y dispuesta. Aquello no hizo más que encender lo que me quedaba en frío. Con ayuda de sus muslos me quité lo que me quedaba de ropa y posicionándome entre sus piernas alzo sus manos por sobre su cabeza. La forma en que la venda cubre sus ojos, es realmente excitante.

—Oh Miriam... —Murmuro al momento en que voy entrando en ella, sintiendo su estrechez y apretando nuestras manos, convirtiéndonos en uno.

Su espalda se arquea ante mí entrada y un jadeo nuevo aparece sobre mis oídos. Lentamente comienzo a entrar y salir, entrando de a estocadas secas y fuertes, ondulando la cadera sobre ella, sintiendo como mil chispas estallan bajo de mí.

Sus suaves manos delinean mi espalda y se aferran a veces con pasión. Luego siento como es que su boca se levanta junto con la mía, y sentada sobre mí, bambolea su cadera en un suave compás que me enloquece.

—Miriam, Miriam... —Murmuro sobre sus labios, moviendo su cadera con mis manos.

—Te quiero... —Murmura sobre mis labios besándome una vez más.

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