Prefacio
Viajeros sin procedencia.
Y ahí iban los Du Lys de nuevo, en su trayecto a pie de una ciudad a otra.
Sus pies ardían con una intensidad inimaginable, sin calzado alguno y pisando las piedras ardientes bajo la violenta luz del sol que daba de lleno en sus pieles, esa tez clara llena de cicatrices debido a castigos de sus anteriores amos.
Pero estaban en busca de otro, puesto que habían escapado.
El muchacho Du Lys, Aeccir, tenía su largo cabello sujetado en un moño y cubierto por un gran sombrero, mientras que su hermana, Kraser Du Lys, traía una tela envolviendo su sedoso y bellísimo cabello, ambos sujetando con sus callosas manos unos enormes bastones mientras caminaban por el silencioso lugar, donde no pasaban carruajes o algo similar, podían escuchar sus propias respiraciones. Los ropajes ligeros (y los únicos) que tenían encima no estaban precisamente limpios y poseían algunos agujeros, no cubrían sus cuerpos de forma correcta contra el sol, pero estaban, por desgracia, muy acostumbrados.
Aeccir y Kraser Du Lys tan sólo tenían dieciséis y diecisiete años, siendo este su tercer amo en lo que iba de dos años. Su esclavitud era una inmunda injusticia, sin argumentos más allá de lo religioso y el racismo.
La Iglesia Yerea era realmente prejuiciosa con aquellos que tenían la bendición de Fugo, la novena y última cara de la Creadora, la cara más odiada. Esa cara que causaba horribles tempestades en todo el mundo. Pero los hermanos Du Lys eran demasiado incrédulos como para creer aquellas blasfemias que estaban plasmadas en los Nueve Pasajes de Yëre, supuesta creadora de todo el universo.
La sed comenzaba a atacar a Aeccir, sus ojos se cerraron un momento y Kraser tuvo que darle un golpe con el bastón para hacerlo espabilar, él la miró con el ceño fruncido y murmuró un improperio ante la acción de su hermana.
—Si, habla todo lo que quieras Aeccir, pero te ibas a caer —profirió ella, con un tono tan grosero que su hermano tuvo que hacer una mueca—. No me agradezcas.
—Comportate como una señorita, por eso nuestros amos no nos tratan de buena forma —replicó su hermano, pero con una voz más suave. Estaba tremendamente agotado, el sudor baja por su sien, por su frente e incluso podía sentir el salado sabor de este cuando aterrizaba en sus resecos labios—. Eres una necia, Kraser.
—Y tú una delicada doncella.
Ella se adelantó, pero no por el hecho de haberle dicho aquel comentario a Aeccir (que lastimó su casi inexistente masculinidad) sino porque escuchó algo, un zumbido. El característico zumbido del bullicio a la lejanía, el sentimiento de estarse acercando a una ciudad era cada vez mayor y comenzó a correr, con Aeccir pisando (casi literalmente) sus talones. Sonrió con amplitud al admirar la ciudad a la que habían llegado, la observó con la intención de memorizar cada mínimo detalle en esta, cada casa que estaba amontonada encima de la otra y aspiró.
El olor a materia fecal, sudor y carne pútrida ya estaba llegando a su nariz desde tal lejanía, el característico olor a que un grupo de humanos se aglomeró comodamente en un lugar y mientras corría junto a su hermano en dirección a la ciudad cuyo nombre todavía desconocía, pensó un momento en lo que ella encontrarían.
Y sonrió con una amplitud aterradora, ante el repentino pensamiento de lo fácil que sería encontrar un amo en una ciudad con tal olor; tan asqueroso, cómo gran parte de los amos que los acogían.
(...)
¡Hola!
Todavía no voy a subir nada en esta historia, pero quería enseñarles el (cortísimo) prefacio, en lo personal, esta es una de las obras que más me emociona y tal vez pronto sabrán del universo en el que gira esta obra.
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