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One-shot


Atención! 

Esta historia está siendo reformada, tendrá unas 5 partes y se subirán a continuación de este fragmento. No hace falta leer este fragmento si vas a leer la historia. Muchas gracias.

Los nombres de ciudades y de la tribu son inventados y no tienen nada que ver con la realidad cualquier coincidencia es pura casualidad.

    Izuku había recorrido más de lo que su cuerpo podía bajo el sol del desierto. Había conseguido escapar de la subasta de esclavos aprovechando la revuelta que se causó por unos asaltantes. No sabía muy bien donde estaba pero seguía sus instintos y creía que iba de vuelta al pueblo de donde lo agarraron, no debería de estar muy lejos ya que sólo caminaron una jornada para llegar al pueblo de la subasta.

    En medio del desierto vio dos figuras. ¿Tal vez eran un reflejo por qué estaba anocheciendo? No eran dos personas. No tenía nada de valor así que no podrían robarle. Mala suerte también la suya con lo grande que es el desierto y encontrarse con dos personas. Peor fue su suerte. Reconoció los colores de la ropa de esas personas cuando ya estaban más próximas a él, eran los Krevest. Ellos nunca lo dejarían ir, eran conocidos por utilizar cualquier cosa a su beneficio. Incluso en el poco tiempo que llevaba en ese país había escuchado rumores sobre ellos.

    —Mira los que nos trajo el viento —dijo una mujer de ojos escarlata. Era lo único que podía ver de ella, el resto de su cuerpo se encontraba cubierto con una capa para evitar la arena del desierto— muchacho, ¿Vienes de Kudeck?

    Izuku no sabía que responder, hiciera lo que hiciera sabía que su destino estaba sellado. Al no oír respuesta la mujer le pateó tirándole al suelo.

    —Responde

    —No sé como se llama dónde estuve, sólo sé que había una subasta de esclavos al ocaso.— aquella patada le había ocasionado más daño de lo que le gustaría admitir.

    —¿Pasó algo en el lugar? —la mujer aun tenía su pie sobre él.

    —Hubo un asalto, arruinó el mercado entero.

    —Y la subasta supongo —dijo la otra persona que acompañaba a la mujer parecía la voz de un hombre por el tono que tenía. Aun no se atrevía a alzar la vista a pesar de que la arena se le estaba metiendo por los orificios de su cara.

    —Sí

    —Muy bien, por esa información no te mataremos pero vendrás con nosotros. Es un favor que te hacemos—dijo la voz femenina.

    —Tendremos que volver al campamento Kudeck ya no tiene nada que nos interese —habló la voz masculina.

    —Así es, aprendes rápido. Cuando una ciudad es asaltada estará llena de guardias y personas miedosas que ya habrán guardado sus cosas de valor o ya se las han sido robadas.

    El que parecía ser el hombre lo levantó del suelo y le indicó que caminara empujándole. Parecía ser un joven adulto, era un poco más bajo que él pero de la misma altura de la mujer. Tenía el cuerpo desarrollado por lo que no podía siquiera intentar luchar contra él. Tampoco sabía si alguno de los dos tenía armas y él mismo ya no podía hacer un esfuerzo más. Se acabó su vida ya estaba acabada. Había decido partir a oriente para encontrar algún tesoro de gran valor pero lo único que consiguió fue que lo timaran y secuestraran.

    Ya entrada la noche llegaron a una serie de tiendas en medio de la nada, no sabía como esas personas podían localizar su campamento si para él le pareció que estuvieron dando círculos todo el rato. Había alguna que otra persona que los observaba pero ninguna se acercó. Lo metieron en una de las tiendas.


    —Bebe —la misma voz masculina le habló de nuevo. Frente a él se encontraba un cuenco con agua. Ni siquiera pensó que eso podría tener veneno o estar en mal estado. Había estado día y medio sin meterse nada en la boca y cualquier cosa le valía para no desfallecer.

    —No te encariñes con él —dijo la mujer. Izuku la ignoró sólo le interesaba conseguir más agua. Cuando acabó con el cuenco se lo tendió al muchacho. Lo pudo ver más detenidamente esta vez. No llevaba la capa de antes. Su cabello era rubio y los ojos carmesí como los de la mujer de antes. Se giró a ver los de la mujer para comprobarlo. Así era, esta tampoco llevaba puesta la capa. Ambos parecían ser dos gotas de agua salvo que ella parecía ser más mayor.

    —Madre, no digas tonterías. Sólo quiero que esté en buen estado. No podemos utilizarlo si no está en buenas condiciones. Lo inspeccionaré para ver que no lleve nada oculto.

    ¿Qué podría llevar el de cabellos verdes? Sólo llevaba unos harapos que lo cubrían hasta las rodillas y la manta que robó en el mercado para utilizarlo como protector del sol.

    —Ya, seguro. Me iré con tu padre, también a comprobar que no lleve nada oculto. Hazte cargo de él. Después veremos para que nos sirve.

El rubio le colocó un collar de metal, aquella cosa pesaba. ¿Acaso pensaba que iba a escapar? ¿A dónde cree que iría? No había nada en quilómetros.

    —Sabes que no te dejaré ir, ¿cierto? Es difícil encontrar personas interesantes en el desierto.

Sabía a lo que se refería interesante. Sabía que su vida dependía de gustarle a ese hombre. Sabía lo que debía de hacer.

    —Sí, amo— lo único que recibió como respuesta fue unos golpes suaves en su cabeza.

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