Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El esclavo del señor Jeon. Parte única.

No tenía idea de quien era el tipo que había detrás de la puerta. Sus dos matones, tipos enormes, me habían pillado robando su coche y me habían atrapado y me habían llevado hasta el despacho de su jefe. No sabía que el coche era de un tipo peligroso, sólo sabía que era un buen coche y que robarlo me daría dinero. Pensé que me matarían en cuanto vi que los dos tipos tenían armas. Estaban a punto de hacerlo cuando uno de ellos cambió de opinión al verme la cara.
- Puede que al jefe le agrade. - Me tiró del pelo y me arrastró. Me dio unas cuantas patadas en el estómago, pero no me golpeó el rostro. - Al jefe le gustan las cosas bonitas.
- ¿Quién coño es tu jefe? - Escupí.
- Deberías saber a quien intentas robar chico. Has cometido el mayor error de tu vida.
Así que allí me encontraba, de rodillas, con un fuerte dolor en el estómago y, aunque jamás lo admitiría, completamente aterrado. La primera información que tuve de él a través de la puerta del jefe Jeon, fue un cristal roto, el lamento de una mujer, un disparo y un golpe seco. La puerta se abrió estrepitosamente.
- ¡Qué alguien la saque de aquí! - Gritó. Sentí un escalofrío debido a su voz autoritaria. Me esperaba un tipo viejo y gordo, quien abrió la puerta, debía tener más o menos mi edad y era delgado y fuerte, con una espalda ancha y músculos bien marcados. Podía notar eso incluso por debajo del carísimo traje azul oscuro que llevaba puesto.
- Ahora mismo, jefe. - Pronunció uno de sus matones entrando a la habitación y cargando a la mujer que yacía muerta y desnuda en el suelo.
- Y limpiad todo este desastre. - Ordenó.
- ¿Qué ha hecho la muy zorra para que la matara, jefe?
- Rompió mi jarrón de cristal favorito. Ese cristal valía más que esa puta. - De pronto bajó la cabeza y me atravesó con su mirada profunda. - ¿Quién es este?
- Le hemos cogido intentando robar su coche. Es un ladrón de poca monta. Un idiota. Iba a matarlo pero pensé que quizá preferiría otro destino para él.
- ¿Por qué pensaste eso? - Habló roncamente. El tipo con el que hablaba me cogió de la barbilla bruscamente y me hizo mirar al jefe.
- Sé que le gustan las caras bonitas. Pensé que podría ser de su agrado.
- No te pago para que pienses. - Opinó el jefe Jeon.
- Entonces lo mataré. - Dijo el hombre.
- No. Espera. No creí que diría esto de ti pero tu pensamiento no es erróneo. - Me miró y me sentí pequeño como nunca antes. - Entrad. - Ordenó. Y el gorila me cogió del brazo y me introdujo a trompicones en el lujoso despacho. - Joder. No he pensado en la alfombra. - Se sentó pesadamente en la silla giratoria que había detrás del escritorio. - Habrá que llevarla a la tintorería.
- Si, jefe.
- ¡Tú! - Me llamó.
- Tengo nombre. - Le espeté. Su matón me miró divertido.
- Lo supongo, pero no me interesa. - Dijo él. - Y si vuelves a hablar sin que te pregunte acabarás como la puta que acabas de ver. - Intenté ser fuerte, pero como, yo nunca había sido nadie. - Desvístete.
- ¿Qué? No voy a quitarme la ropa. ¿Qué eres? ¿Un pervertido o algo así? - Se frotó las sienes.
- Tengo un fuerte dolor de cabeza y si me das problemas te mataré y me buscaré a otro. Igualmente tengo que llevar la alfombra a lavar. - Habló con tono cansado. No parecía tener humor para replicas. - Desvístete ahora.
- Yo que tú lo haría. El jefe nunca bromea. - Tardé unos segundos en ceder pero, que más podía hacer. Quité toda mi ropa y cuando estaba desnudo el jefe me escaneó de arriba a abajo.
- Nada mal. - Opinó. Sacó un collar de cuero marrón de un cajón con una argolla como colgante. Se lo dio a su matón. - Pónle esto y encadénalo a la pared.
- No soy un perro. - Gruñí.
- Sí. Ahora eres mi perro. Y harás lo que yo te diga. Puedes empezar por recoger los cristales y limpiar lo que ha manchado la anterior con su sangre. - Ordenó mientras el otro tipo me ponía el collar al cuello. - Y como vuelvas a hablar sin permiso, te mataré. Es mi último aviso.
Así le conocí. Así llegué a ser suyo. Su esclavo. Era humillante, pero no podía resistirme o me mataría sin miramiento alguno. Además, había algo en todo aquello que me intrigaba. Ese hombre tenía algo que me atraía, pero no sabía que era. De momento, no era más que un monstruo. Limpie y me quedé allí sin decir nada. A lo largo de todo el día, entraron hombres y mujeres asquerosos a aquel despacho y todos me miraban de una forma que me hacían tener ganas de vomitar. El jefe Jeon no me miraba igual. Me sentía denigrado sólo por sus miradas y comentarios al verme. El jefe Jeon me ignoró casi todo el día. Recibía a clientes y negociantes y fumaba hasta llenar la habitación de humo. No fue hasta que se hizo de noche que se pudo relajar en su sillón después de mucho trabajo. Lo que escuchaba cada vez que entraba alguien nuevo me dejaba helado. Había visto quien era ese hombre de verdad.
- ¿Tienes hambre? - Me dijo de repente. Asentí tímidamente. Salió un momento del despacho y volvió a entrar. - Ahora nos traerán algo. - Él tampoco había comido en todo el día. Se sentó y me miró. - Eres bastante atractivo. - Comentó. ¿Qué diablos significaba eso? Comimos unas hamburguesas que nos trajeron. Yo comí en el suelo. La verdad es que estaban bastante buenas. Él se la acabó rápidamente, yo preferí disfrutarla con calma. Mientras yo comía, él cogió un block de dibujo y un lápiz. No dije nada cuando empezó a dibujarme. ¿Qué clase de hombre era este? Yo ya había acabado cuando dejó el dibujo sobre el escritorio. - Recoge y limpia esto. - Dijo refiriéndose a los restos de las hamburguesas. La cadena me permitía llegar a casi todos los puntos de la habitación. Cuando recogí todo, él abrió una puerta al fondo del despacho, quitó mi cadena y me ordenó entrar al otro lado de la puerta. Había una cama, un armario y poco más. Ató mi collar a una cadena más corta que había junto a un colchón tirado en el suelo. - Dormirás ahí. - Me acurruqué sin rechistar. Por suerte, era un lugar cálido. Se cambió la ropa y se acostó en la cama sin decir nada más. Yo no podía dormir. No por la incomodidad pues mi habitación real era incluso menos lujoso que ese colchón. Pronto me di cuenta de que no era el único que no podía dormir, pues el jefe Jeon no dejaba de dar vueltas.
- Esclavo. - Me llamó. - Ven aquí. - Me levanté adormilado y me deslice hasta el borde de la cama, pero la cadena no me dejaba ir tan lejos.
- Señor, la cadena no me deja llegar hasta usted. - Dije respetuosamente.
- Quítatela. No tiene llave ni nada. - Lo hice y me quedé de pie al borde de la cama. Me miró calmado. Sacó una mano de debajo de las sábanas y acarició mis piernas desnudas. Se irguió un poco y se sacó la camiseta que usaba para dormir. - Acuéstate conmigo. - Dudé, pero algo en mí quería hacerlo. No sabía por qué. Me metí con él en la cama. Cerró los ojos como si fuera a dormir pero me acarició todo el cuerpo. - Tu piel es suave. Eres demasiado lindo para ser ladrón.
- Y usted demasiado atractivo para ser un mafioso. - Se me escapó. No debí decir eso. Me tapé la boca con las manos. - No quería decir eso.
- Cállate. - Dijo cansado. Se quitó el pantalón y me tomó por la cadera para acercarme a él. Me hizo enredar sus piernas en las suyas. - Ahora voy a dormir. - Dijo sin más. Y en poco minutos, su respiración se reguló y se quedó completamente dormido. La verdad es que parecía sólo un bello muchacho durmiente. Parecía tan pacífico. Pero en realidad, era un muchacho muy peligroso.

- Levanta, esclavo.
- Me llamo TaeHyung. - Gruñí. Estaba tan dormido que tarde unos segundos en entender quien y por qué me despertaban con esas palabras tan toscas. - Señor Jeon. - Temblé. Rápidamente me salí de la cama y me tiré al suelo suplicante. - Perdóneme, señor. Estaba dormido y...
- Calla de una vez. - Me dijo. - Dúchate. - Señaló una puerta. - No soporto los malos olores. - ¿Qué olores?, pensé. Si lo cubre todo con olor a asqueroso tabaco. - Cuando salgas vuelves al despacho y te colocas tu mismo la cadena. ¿Me has entendido? - Asentí. - Tienes 15 minutos. - Habló. Tenía el pelo mojado, el ya se había duchado, y no se había puesto la camisa aún. No pude admirar su cuerpo la noche anterior, pero ahora veía su torso en plenitud. Era musculoso, realmente atractivo. Basta, TaeHyung, tuve que recriminarme a mí mismo, ese tipo te tiene como esclavo y tu no dejas de admirar su escultural cuerpo. - No intentes escapar. La única salida es por el despacho y yo estaré allí y te aseguro que no puedes escapar de mí. - Se puso la camisa y salió hacia el despacho. Tiene que ser horrible tener que trabajar en la habitación contigua a tu dormitorio. No tienes donde desconectar del trabajo, sea cual sea. Obedecí y cuando salí y até mi collar a la cadena, ya había un socio negociando con el jefe Jeon. Jeon ya estaba fumando desesperado para apaciguar su estrés. Cuando ese hombre se fue, él dejó el despacho un instante. Trajo un café para él y otro para mí. Lo cogí sin decir nada y bebí un sorbo. Entonces palmeó mi cabeza. - Buen chico. - No se porque, pensé que estaba empezando a volverme loco, pero me gustó su gesto.
Fue toda la mañana igual, horrible. La gente entrando y saliendo y a mí ya me estaba mareando el humo de sus cigarrillos. Cuando se fue el último de la mañana vi su mano temblar, aunque intentara disimularlo. Se dejó caer en el sofá agotado. - Esclavo. Ven aquí. - Me llamó a media voz. Yo me acerqué. - Ponte de rodillas. - Dijo mientras se desabrochaba y bajaba el pantalón y el bóxer. - Mamamela.
- Esto yo... - Le miré confuso. Él dio un golpe con la mano sobre el escritorio. Me aterré.
- ¡Hazlo! - Me incliné sin prensarlo y miré su miembro. Confesaré algo. Me gustan los hombres, creo que eso ha quedado claro, pero nunca he estado con ninguno. - ¿Es tu primera vez? - Gruñó como si me hubiera leído la mente.
- Sí, señor. - Reconocí.
- Siempre hay una primera vez para todo. Chupa. Con ganas. - Metí su pene en mi boca y no podía quitar mis ojos de sus expresiones lascivas de placer. Lamí toda su extensión como si de un perro se tratase. Usé también mis manos, quería complacerle bien. Su sabor no era tan malo como había pensado. No sé en que momento empecé a hacerlo con empeño y gusto. - Ah. - Jadeó grave. Me cogió del pelo y me hizo tragarmela más profundo. - Así... Muy bien. - Era excitante, me estaba poniendo duro. Él llevaba el ritmo y yo lo estimulaba de la forma que mejor podía. - Trágalo todo, esclavo. - Se corrió en mi boca y lo tragué. Me hizo salir de su boca y uso papel higiénico para limpiarse. - No está mal. Vuelve a tu sitio. - Me mordí el labio y obedecí, pero tenía un problema. Yo seguía excitado, pero claro, no era algo que pudiese solucionar. Intenté respirar hondo para olvidarme de mi excitación y bajar mi erección. Esperaba que no se diera cuenta pero... - Separa las piernas. - Me encogí en mi esquina. Cerré los ojos avergonzado y obedecí. - ¿Te has puesto duro dándome placer, esclavo?
- Lo siento, señor.
- No. Al contrario. Me gusta eso. Pero no esperes que vaya bajarte yo la erección. Mastúrbate. - Me ordenó. - Y no olvides limpiarlo todo cuando acabes. - Le miré sin comprender bien. - Empieza. Ahora. - Lo hice. Me excitaba aún más que él me estuviera mirando desde su asiento.
- Jefe. - Dijo uno de sus matones llamando a la puerta.
- Adelante. - Me asusté y me detuve.
- El señor Yang ya está aquí.
- Que pase. - Un hombre viejo y gordo entró.
- Jefe Jeon. Cuánto tiempo sin verte...
- Hola Yang. Disculpame un segundo. - Me miró. - ¿Te he dicho que pares? - Le miré confuso. No quería hacer eso. Negué suplicando con la mirada. Alzó su pie y creí que iba a darme una patada, pero lo que hizo fue presionar mi mano y mi erección.
- Ah... - Me quejé.
- Sigue. Ahora. Hasta que te corras. - Empecé a masturbarme de nuevo y no pude evitar echarme a llorar. - Si vas a llorar que sea en silencio. - Se volvió al señor Yang. - Disculpa. Estoy educando a mi nuevo esclavo. - Me costó mucho, pero la sensación de correrme delante de ese hombre, que no era el jefe Jeon, fue horriblemente humillante. Lo limpie todo sin decir una palabras mientras ellos discutían y me encogí de nuevo en mi esquina.
La noche llegó de nuevo y el jefe Jeon de nuevo me dio de comer y luego fuimos al cuarto para acostarme de nuevo en el colchón en el suelo. Pero, esa vez, no lo aguanté más y me eché a llorar. Había aguantado toda la tarde y, en el silencio de la noche, ya no pude soportarlo. - No llores. - Me gruñó. Pero yo no podía evitarlo. Estaba seguro de que me mataría. Se levantó de la cama enfadado y se inclinó ante mí. - No llores. - Repitió. Juro que lo intenté, pero no pude. - ¿Por qué lloras?
- Quería hacerlo delante de usted, señor. - Confesé. - Pero no quería hacerlo delante de ese hombre. No delante de él. - Conseguí articular. Temblé. Estaba seguro de que se burlaría de mí y luego me mataría. Pero no lo hizo. Quitó la cadena y me cogió entre sus fuertes brazos sin ningún esfuerzo y me depositó en la cama. Se quitó la camiseta y el pantalón de su pijama. Luego el bóxer. Se acostó y nos tapó a los dos.
- ¿Eres virgen?
- ¿Cómo? - Pregunté.
- Tu ano, esclavo. ¿Es virgen? - Tuve que asentir. Cogió lubricante del cajón de su mesilla de noche y lo esparció en sus dedos. - Túmbate boca abajo con las piernas bien abiertas. - Obedecí y no perdió el tiempo. Acarició mi entrada y metió dos dedos dentro de mí.
- Mgh... - Gemí. Nunca había tenido esas sensaciones antes. Se esmeró en dilatarme mientras yo hacía todo lo posible por no moverme, pero me retorcía de placer. - Señor...ah...
- ¿Te gusta, esclavo? - Su voz me excitó aún más. - Ponte encima mía. - Lo hice lento, sabía lo que venia después, pero no sabía si estaría a la altura. - Vamos. Hazlo. Móntame. - Tomé su pene en mis manos y lo alinee con mi entrada. Dolió como mil demonios cuando su glande entró. No me atreví a seguir. No sabía cuanto dolería ni como hacerlo bien. Una lágrima recorrió mi mejilla. - ¿Duele mucho? - Asentí. Gracias a dios tomó el control de la situación, porque, en la posición en la que estaba no podía moverme pero no aguantaría mucho tiempo así. Me giró y me puso debajo. - Esto va a dolerte al principio, luego pasará. - Me explicó. - Relájate. -  ¿Estaba siendo amable conmigo? Lo hizo despacio, pero se enterró en mí profundamente. Dolió mucho. Le abracé con brazos y piernas y escondí el rostro en su pecho. - Calma. Pronto pasará. - Permaneció quieto durante unos minutos. Empecé a sentirme un poco más cómodo y probé a moverme. Ya no dolía tanto así que me moví cada vez más. Entendiendo mi intención él empezó a moverse también. Al principio muy lento. Luego un poco más rápido. Cuando quise darme cuenta ya era suyo. Me tenía siendo embestido veloz y profundamente mientras yo gemía alto pidiéndole por más. Me corrí primero y él poco después. Se corrió dentro mía y, a decir verdad, me encantó sentir como su semen me llenaba tanto que se desparramaba y escurría por mis piernas.
- Desea que me vaya a dormir a mi colchón, señor.
- No. Duermo mejor contigo aquí. - Confesó cansado y medio dormido mientras me abrazaba sin importarle lo mucho que la habitación olía a sexo.

Y a la mañana siguiente desperté con el señor Jeon aún abrazándome y completamente dormido. Tenía el rostro de un ángel, pero yo sabía que era más parecido a un demonio. Un demonio que me volvería loco y que tenía mi cuerpo y mi mente completamente atrapadas en su hechizo. Abrió los ojos y se despejó un poco antes de hablarme.

- Ven. - Dijo mientras se levantaba adormilado. - Dúchate conmigo. - Rodé por el otro lado de la cama, pero cuando me senté para levantarme sentí una punzada al final de mi columna y que hizo soltar un quejido. Él volteó a mirarme y chasqueó la lengua. - Quédate en la cama. - Ordenó. - No puedo creer que de verdad fueras virgen. - Comentó mientras entraba en el baño. - Hoy te quedas aquí. Mandaré que te traigan comida y algo para el dolor. Dúchate  y limpia esta habitación. Apesta a sudor y a sexo. - Casi no le vi en todo el día a pesar de que estaba al otro lado de la puerta, fue un día aburrido y sin reloj ni ventanas no sabía que hora era. Cuando entró, supuse que ya era de noche, pues él entraba sólo a dormir. Yo le esperaba sentado en mi colchón, con la cadena atada y pensando en nada. Más bien, pensando en la noche anterior, en lo que había sentido y en lo tonto que estaba siendo por dejarme embaucar por un hombre que me mataría en cualquier momento. - ¿Te sigue doliendo?

- No, señor. - Agaché la cabeza. El señor Jeon se quedó observándome. Me levantó la barbilla para que le mirara.

- Eres atractivo. - Dijo de repente. - Y tu cuerpo me gusta. Levanta. - Lo hice. Manoseó mi cuerpo mientras yo me moría de vergüenza. Me sentía tan expuesto y vulnerable. - Tus manos son grandes. Dame un masaje. Me duele la espalda. 

- Yo... no sé dar masajes, señor. - Aseguré.

- Me da igual. - Dijo quitándose su camisa y tumbándose en la cama. - Hazlo. - Quité mi cadena, me senté en el borde de la cama y le masajeé la espalda. Antes de que pudiera terminar estaba dormido. No sabía que había pasado al otro lado de la puerta ese día, pero debía haber sido agotador. Volví a mi pequeño colchón y dormí. - TaeHyung. - Me despertó su voz muy adormilada. Sentí un escalofrío al oír mi nombre en sus labios.

- ¿Qué desea, señor?

- ¿Dónde estás? Duerme conmigo. - Con los ojos cerrados, tanteaba la cama alargando el brazo para intentar alcanzarme. Parecía un niño buscando a su madre. Me subí a su cama y dejé que me abrazara. - Así duermo mejor. - Murmuró. Durmió toda la noche del tirón, pero yo no dormí nada y sólo cuando debía ses de mañana, conseguí dormirme. - Esclavo. - Odié su voz, por despertarme y porque parecía haber olvidado mi nombre. - Levanta. Dúchate, arregla el cuarto y ocupa tu lugar en el despacho. 

- Sí, señor. - Lo hice y até mi cadena en el despacho. El señor Jeon ya estaba hablando con otro cliente. No puse atención a la conversación. Estornudé. No era la primera vez en la mañana. No me extrañaba, llevaba días sin una sola prenda más que las colchas de la cama del señor Jeon. Debía estar constipado. Estornudé otra vez sin poder evitarlo, aunque el cliente y el señor Jeon no me miraron con buenos ojos. Cuando el cliente se fue, otro entró y así toda la mañana. Cuando iban por el quito, el señor Jeon empezó a fumar mucho. Tal era el humo en el despacho que me ahogaba y mareaba. Además estaba congestionado lo que lo hacía peor. No dejé de estornudar en toda la tarde.

- Tú eres nuevo. - Me dijo el sexto cliente. Bajé la cabeza. - Te buscas esclavos lindos, jefe Jeon. - Él no dijo nada. Hablaron de sus negocios, pero no me quitaba su mirada sucia de encima. Me repugnaba. - Quizá me lo puedas prestar un día de estos. - Dijo al finalizar su charla. - Me gustaría tenerlo en mi cama.

- No comparto mis cosas. - Aseguró fríamente. Era un alivio para mí. 

- Te pagaría una buena suma. - Se me acercó y yo me encogí en el rincón. - Levántate esclavo. Déjame ver tu cuerpo sin que te escondas. - ¿Debía hacerle caso a él? Él no era el señor Jeon. No sabía que hacer, estaba asustado de él y el señor Jeon no decía nada. Enfurecido por mi no actuación, me cogió del brazo con rudeza y tiró de mi hacía arriba. Solté un quejido angustiado. Pedí mentalmente que el señor Jeon me salvara de aquel tipo asqueroso y luego me insulté mentalmente por estúpido e iluso. Se oyó el martillo de un arma al ser cargada y tanto el hombre como yo nos bloqueamos.

- No soporto que toquen lo que es mío. - Aseguró el señor Jeon apuntando a aquel tipo. - Suelta a mi esclavo. Sólo yo soy su dueño. Jamás permitiría que otro lo tuviese en su cama. ¿Crees que es cuestión de dinero? Para eso me habría buscado un prostituto. - Habló despacio. - Largo. No tenemos más de que hablar por hoy. - Me soltó y caí al suelo aturdido por la facilidad con la que el señor Jeon hablaba tan calmado a la vez que apuntaba a un hombre. Se marchó y nos quedamos solos. - ¿Querías que ese hombre te tocara? - Le miré sin comprenderle. - ¿Querías que te llevara a su cama? ¿Qué te hiciera suyo? - Negué rápidamente. - ¡Mientes! - Dio un fuerte golpe a la mesa. Seguí negando. ¿Cómo podía pensar algo así? Se acercó a mí furioso. Me asusté. Me cogió del cuello y tiró hacia arriba, me puse de pie. - No forcejeaste cuando te tomó del brazo. ¿Por qué? - No entendía. ¿Debía haberlo hecho? - Me perteneces a mí, TaeHyung. - ¿Mi nombre? Había dicho mi nombre. - Yo soy tu dueño. El único que puede tocarte soy yo. - Apretó mi cuello. - Jamás te entregaré a otro. - Apenas podía respirar. Y lo único en lo que podía pensar era en lo feliz que estaba de oírle decir que era solo suyo y que nunca me vendería a otra persona. Sería siempre suyo o moriría a sus manos. ¿Qué estaba mal en mi cabeza? - ¿Me has entendido? - No podía hablar y estaba perdiendo la conciencia. - ¡Respóndeme! - De pronto se dio cuenta y me soltó, pero no me dejó caer al suelo, rodeó mi cuerpo, me quitó la cadena y me llevó a la habitación, dejándome sobre su cama. Comprobó que mis signos vitales eran bueno y se marchó de nuevo a trabajar. Todo era tan absurdo. 

Regresó cuando yo ya me había repuesto del todo y le esperaba en mi colchón como un buen esclavo. Me sorprendía a mi mismo la facilidad con la que me había resignado a esa vida. Quizá porque temía mucho al señor Jeon, quizá porque la vida que él me ofrecía allí tenía más sentido para mí que la asquerosa vida fuera de ese lugar donde a nadie le importaba mi presencia. Se agachó y revisó mi cuello. No había dejado demasiada marca. Me quitó la cadena.

- A la cama. - Se desvistió y yo me escondí bajo las sábanas buscando su calor. Quitó sus boxers también y abrió el cajón de la mesilla para coger la botellita de lubricante que guardaba ahí. Definitivamente algo estaba muy mal en mi cabeza, porque me alegré de que lo hiciera. - Ponte en cuatro. - Lo hice deprisa y le mostré mi cuerpo tal y como él me pedía. Sobó mi espalda. - ¿A quién le perteneces, esclavo?

- A usted, señor Jeon.

- Eso es. Eres sólo mío. Más te vale recordarlo. Porque si te vuelves a dejar tocar por un baboso como el de esta mañana, juro que te haré sufrir. Repite conmigo, esclavo: Soy y siempre seré propiedad de Jeon JungKook. - Su nombre. AL fin sabía su nombre y me estaba permitiendo pronunciarlo.

- Soy y siempre seré propiedad de Jeon JungKook.

- Buen esclavo. - Oí como se abría el tapón de la botella de lubricante y empezó a masajear mi entrada. - Abre más las piernas. Déjame ver bien tu trasero. - Obedecí. Metió dos dedos de golpe y los movió con destreza. Me penetraba con habilidad y me hacía sentir un delicioso calor en todo el cuerpo. Empecé a jadear sin pode evitarlo. Metió un dedo más. Me moriría de deseo. Quería más. Le quería a él. No aguanté callado.

- Señor, por favor... - Supliqué.

- ¿Qué quieres esclavo? ¿Crees que tienes derecho a exigir algo? - Rió. Tuve que callar, tenía razón. Sacó los dedos de mi interior. - Vamos. Pídemelo correctamente.

- Por favor, señor Jeon, hágame suyo. - Dije. Pero el no se mostró complacido y volvió a reír. 

- Ya eres mío. ¿Qué es lo que quieres que haga exactamente?

- Penétreme, señor. Se lo suplico. - No me avergonzaba decirlo. Lo anhelaba de verdad. - Introduzca su gran miembro en mí.

- Eres perfecto, esclavo. - Se colocó. - Me encantas. - Entró de una sola y rápida embestida. Esta vez no dolió casi nada. - Quiero que lo mantengas en tu mente. Eres mío. Sólo mío. Y voy a follarte todas las noches para que no lo olvides. - Sus estocadas eran cada vez más fuertes y veloces. 

- Por favor, señor. No deje que lo olvide. - Estaba fuera de mí. Me encantaba como me lo hacía el señor Jeon. Nada de lo que ocurría allí me importaba si le tenía así conmigo. Nos corrimos es vez, pero ninguno de los dos quedamos satisfechos del todo. Estuvo gran parte de la noche tomándome. Tantas veces que yo no sabía como podía seguir eyaculando de esa forma. A veces dentro de mí, a veces sobre mi cuerpo y otras veces en mi boca, para que yo lo saboreara. No importaba donde, cualquier opción me hacía delirar de placer. Cuando se mostró agotado, una vez más, quiso que durmiera con él. 

La mañana siguiente me la pasé estornudando de nuevo. Las mañanas eran frías allí. Además de que me las pasaba desnudo y sentado en el suelo. Entre cliente y cliente, el señor Jeon me llevó unos pantalones suyos de chandal, camiseta, sudadera, boxers, calcetines, deportivas y una de las matas que quitó de su cama. 

- Vístete y arrópate. No vayas a coger un constipado peor y me lo pegues a mí. - Me sorprendió , creí que realmente le gustaba verme desnudo en su despacho. - Además, estoy harto de que cada persona que entre aquí te coma con los ojos. Tan difícil es entender que eres mío. - Dijo molesto. - Tú lo entiendes. Ellos también deberían. 

Las semanas siguientes fueron rutinarias, pero magníficas. Me pasaba la mañana observándole. Comía y cenaba con él comida deliciosa. A veces gourmet a veces comida rápida. Me dejó conservar la ropa incluso cuando ya no me sentía enfermo. Por las tardes, a veces salía a hacer algún encargo y me dejaba en el cuarto. Era aburrido, pero me distraía leyendo los libros que había en la pequeña estantería del dormitorio en mi colchón. Era la única vez que usaba mi colchón, porque por las noches, él siempre me hacía entrar en su cama y casi siempre me poseía. A veces más suave y dulce, a veces más salvajemente. Siempre delicioso y perfecto. A veces, incluso, no esperaba a la noche y me tomaba a la hora de la comida. Yo lo deseaba cada vez más. Me conocía su cuerpo de memoria y él el mío. Nuestra relación seguía siendo la de un esclavo y su amo, pero su trato conmigo era mucho más fluido. Autoritario, por supuesto, pero más cómodo. En ocasiones, a mitad de la noche, me despertaba con él acariciando mi pelo. Si no fuera porque no tenía sentido, pensaría que había cariño en sus caricias. Yo también quería acariciarle como él a mí, pero no podía. No me atrevía ni cuando estaba dormido. 

Una tarde como otra cualquiera, tuvo que salir para hacer unos recados. Yo me aburría cuando él no estaba. Así que no pude evitar mostrarle alicaído. Él se había convertido en todo lo que yo tenía.

- Volveré antes de que te des cuenta y te lo haré duro para compensarte. - No supimos en qué momento él me había empezado a hablar como si realmente le importase lo que yo sintiese, pero ya era algo normal. - Sigue leyendo el libro ese que habías comenzado. - Palmeó mi cabeza y se marchó dejándome atado en la habitación. Leí un rato y me quedé dormido después. De pronto, empecé a sentir mucho calor. Abrí los ojos y vi humo entrar por debajo de la puerta. ¿Qué ocurría? Me quité la cadena y abrí la puerta. Entonces vi el fuego. El gran despacho del señor Jeon estaba en llamas. No había escapatoria. El humo me ahogaba y el calor me quemaba. Iba a arder allí. Estaba aterrado y sin saber que hacer. Me escondí en el baño y puse una toalla mojada en la rendija de la puerta. Aún así, no duraría mucho. El humo llegó antes que el fuego y me intoxicó hasta dejarme inconsciente. En mi último delirio pensé en Jeon JungKook. 

Desperté en la cama del hospital, mareado. Uno de los guardaespaldas del señor Jeon estaba allí. 

- Estás despierto. - Observó. 

- ¿Cómo? - Pronuncié. - ¿Cómo es que he llegado aquí? Pensé que moriría. 

- A punto has estado. - Aseguró y desvió su mirada a otro lado de la habitación. Había otra cama. Jeon JungKook estaba en ella. Abrí mucho mis ojos e intenté incorporarme, pero no pude. - Entró a por ti en plan suicida en cuanto se enteró del incendio. En cuanto consiguió ponerte a salvo se desmayó intoxicado por el humo.

- ¿Y cómo es que yo estoy despierto y él aún no?

- Los pulmones del jefe están bastante dañados. Fuma demasiado. Pero los médicos dicen que se pondrá bien. - Los ojos se me llenaron de lágrimas.

- ¿Por qué? - Lloré. - Yo no soy nadie. - El hombre se encogió de hombros.

- El jefe no se apega demasiado a las personas. Sabe que la vida es frágil. Pero se ha apegado a ti, esclavo. Quien sabe porqué. Debes ser muy bueno en la cama, pero ni por esas me la jugaría yo.

JungKook, porque para mí ya era JungKook, aunque eso no se lo dijera a él ni a nadie, pasó otro día inconsciente y varios días más ingresado dependiendo de una mascarilla de oxígeno. Se la quitaban para comer y se ahogaba a los 10 minutos. No soportaba verle así. Le dijeron que debía dejar de fumar y antes de salir del hospital ya estaba verdaderamente agitado por no poder hacerlo. Me mantuvo en su habitación a base de talonario incluso cuando yo ya había sido dado de alta. Cuidé de él lo mejo que supe. Cuando le dieron el alta le dijeron que tenía que seguir poniéndose oxígeno un rato cada dos horas por unas cuantas semanas. Para él era un fastidio. La oficina estaba calcinada, así que no sabía a donde iríamos. Detuvieron el coche frente a un chalet lujoso pero no excesivamente grande.

- Vamos. - Indicó.

- ¿Ha comprado esta casa, señor? - Negó.

- La casa es mía desde hace mucho. Sólo que nunca estoy en ella. Me viene mejor tener la cama junto al despacho. - Aseguró. Caminar se le hacía bastante difícil aún. Se sentía sin aire constantemente. Se dejó caer en el sofá. Me pidió su mascarilla de oxígeno y ordenó que se fueran todos, menos yo, de la casa.

- Jefe Jeon. - Dijo uno de sus hombres. - Usted está débil aún. El esclavo se escapará o podría hacerle daño. Déjeme atarle antes. 

- ¡Largo de mi casa! - Gruñó y tosió justo después. Le entregué la mascarilla. - TaeHyung. - Me dijo cuando todos ya se habían ido. - Ayúdame a ir a la cama. No me siento bien por el trayecto hasta aquí. 

- Sí, señor. - El hombre tenía razón, yo podría escaparme muy fácilmente. JungKook lo sabía también. ¿Tanto confiaba en mí? ¿O en el miedo que creía que le tenía? La verdad era que ya no sentía miedo a su lado, aún si me mataba, no me importaba siempre que fuera él. Mi vida le pertenecía y eso estaba bien para mí por alguna razón. La verdad era que no tenía ganas de huir de él. No porque le debiera la vida, era por otra cosa. Prácticamente le cargué hasta la cama. Llevé su botella de oxigeno también. 

- Ahora puedes irte. - Me dijo. 

- Sí, señor. ¿Desea algo de comer?

- Digo que puedes irte de la casa, TaeHyung. - Me quedé anonadado. - Vete. - Estaba quieto en mi sitio y él me dio la espalda acurrucado en la cama.

- ¿Por qué? ¿Qué hice mal?

- ¿Qué hiciste mal? - Se extrañó. - Nada TaeHyung. Eres libre. - No pude evitarlo. No lo entendía. Me eché a llorar. Me miró desconcertado. - Si vas a llorar de felicidad hazlo fuera de la casa. 

- ¿Fe...felicidad? - Mi voz tembló. - No me eche, señor. Haré lo que usted quiera. Perdóneme. Yo no quería que le ocurriera nada. - Me arrodille junto a su cama llorando desconsolado pidiendo clemencia. - Debió haberme dejado morir allí. Se lo suplicó, señor. No me aparte de usted. - Se incorporó con dificultad.

- ¿Sabes lo que es el síndrome de Estocolmo? - Me preguntó. Yo asentí. - Pagaré tu psicólogo. - Tosió y se llevó la mano al pecho. Le dolía. - Ahora vete, es lo mejor para ti.

- ¿Lo mejor para mí? Usted me secuestró, se aseguró de que yo fuera sólo suyo. No puede abandonarme ahora. - Le dije. - Y menos ahora que me necesita. Tengo que cuidar de usted. Usted salvó mi vida.

- ¡Basta! No lo entiendes, TaeHyung. Después de lo que te he hecho. No me debes nada. No te estoy abandonando, te estoy dando la libertad. - Habló rápido, sin coger aire. - Aléjate de mí. ¿No ves lo nocivo que soy para quienes me rodean? ¿Crees que ese lugar se incendió sin querer? Alguien quería incinerarme dentro, pero dio la casualidad de que yo no estaba. Si crees que debes estar conmigo es porque estás enfermo. Necesitas ayuda. - Empezó a toser violentamente por la manera agresiva de hablar. Le hice tumbarse correctamente y le di sus mascarilla. Se sentía débil y no le gustaba. No dejaba de toser y se le saltaron las lágrimas del esfuerzo.

- Intente calmarse, señor.

- Por... favor. TaeHyung. - Tembló de la tos, del llanto, de sus sentimientos que le desbordaban. -¿No ves que hago esto porque me he enamorado de ti? - Confesó. - Quiero que estés bien. Que tengas una vida normal. Y eso sólo lo puedes tener lejos de mí.

- Es que yo no quiero una vida normal. Yo no quiero una vida lejos de usted, señor. - Me acarició la mejilla y lo entendí todo. Todos sus gestos amables no me los había imaginado. Él no era como los demás, y cada pequeño gesto suyo era una manera de gritarme que me amaba. No sabía comunicarse de otra forma. Pero lo que más entendí fueron mis propios sentimientos. Nunca hubo ningún Síndrome de Estocolmo. Nada andaba mal en mi cabeza. JungKook no siempre me había tratado bien, pero era porque no sabía como hacer las cosas de otra manera. Enfermizo o no, ya no podía librarme de esos sentimientos.

- Tonto. - Pronunció. - Lo que dices no tiene sentido. 

- Déjeme quedarme junto a usted. - Supliqué con ojos llorosos. 

 - ¿Por qué alguien querría quedarse a mi lado por voluntad propia?  - Dijo sin entender. Sonreí.

- Porque somos dos tontos enamorados, JungKook. - Llamarle por su nombre fue mi manera de decirle que aceptaba mi liberación como esclavo, pero que no me separaría de él. No sabía como se lo tomaría, pero me sonrió. Se quitó la mascarilla. - No debes hacer eso. - Le dije. - Déjatela puesta un rato más.

- No quiero este oxígeno ahora. - Aseguró. - Quiero el tuyo. - Me di cuenta de algo, nunca nos habíamos besado. - Bésame, TaeHyung. - Me acerqué a sus labios tembloroso y le besé. Fue un beso dulce, no demasiado largo, pues a los pocos segundos le hice ponerse de nuevo la mascarilla. 

- Cuando estés mejor te daré todos los besos que me pidas. - Le aseguré. Él sonrió y asintió. Palmeó el otro lado de su cama y me metí bajó las sábanas. Me abrazó con suavidad, pues no soportaba la presión sobre su pecho.

- Tengo miedo. - Dijo de repente. Le miré sorprendido y preocupado. - Miedo de que me despierte mañana y no estés aquí. - Confesó.

- Eso no sucederá. Confía en mí. - Le pedí. - Duerme tranquilo. Yo estaré aquí cuando despiertes. 

Las cosas cambiaron desde aquel día. Dejé de ser su esclavo para ser su pareja. Compró otro lugar para tener su despacho y las oficinas de sus negocios. Yo nunca me interesé demasiado por sus negocios. Lo único que me interesaba era JungKook. Desde entonces me trató como a un rey. Me compraba lo que no necesitaba a pesar de que yo no le pedía que lo hiciera. Me mimaba y me cuidaba tanto como yo a él. No construyó una habitación junto a su despacho y siempre cenábamos juntos en casa. Yo solía ir con él a comer. A veces en la oficina, si tenía mucho trabajo, a veces en restaurantes. A veces yo estaba con él en la oficina y a veces estaba en casa o fuera haciendo cosas. Tenía total libertad. Aunque le costó dejarme salir sólo, no por desconfianza de mí, sino por desconfianza del resto de la humanidad. Por celos y por miedo a que me pasara algo. Pero nada importaba más que cómo me hacía sentir. Amado. Como nunca antes. Cada noche después de cenar me llenaba de caricias y besos. Los besos de JungKook... no sé como pude vivir antes sin ellos. Me hacía sentir placeres de todo tipo y gemía su nombre rogando por más. Yo también le complacía a él. Hacía todo lo que él me pedía y algo más. Mi cuerpo era suyo y le trataba como le daba la gana, pero siempre me gustaba. Y su cuerpo era completamente mío y lo marcaba cuando y como quería para que todo el mundo lo supiera. Eramos posesivos y necesitados el uno con el otro.

Un día me puse a limpiar el despacho de JungKook. Él odiaba que nadie más tocara sus cosas y a mí no me importaba hacerlo. Olía muy bien desde que JungKook había dejado de fumar, pues le encantaban las velas con aromas. Él estaba en el despacho de al lado hablando con alguien. Un hombre entró sorprendiéndome. Le reconocí. Era aquel hombre asqueroso cliente de JungKook que había querido pagar por mí. Le ignoré y seguí limpiando. Seguramente alguien le había dicho que esperase ahí hasta que JungKook llegara. 
- ¿Tú eres el nuevo esclavo del jefe Jeon? - Preguntó. Seguí ignorándole. - Que raro, el último siempre iba desnudo y tú llevas ropa de marca. - Me giré y le miré. Entonces se dio cuenta de que yo era el mismo de la otra vez, sólo que ya no era su esclavo. - ¡Oh! ¡Vaya! Supongo que se ha vuelto un poco blando después de lo del accidente del incendio.
- ¿Quién se ha vuelto blando? - Dijo JungKook con voz grave entrando a su despacho. - ¿Ocurre algo, TaeHyung? ¿Te ha molestado? - Negué con la cabeza y sonreí a mi novio. Le vi sentarse en su silla, dejé las cosas con las que limpiaba y me encaminé dando saltitos hasta él sin importarme lo más mínimo lo que aquel hombre asqueroso pensara. JungKook ni se sorprendió ni se quejó de que yo me sentara en su regazo y le abrazara apoyando la cabeza en su hombro y pecho. Lo hacía a menudo, sin importarnos si lo hacía delante de sus clientes, sus socios o sus enemigos. Me rodeó con los brazos y me acomodó bien sobre él, acariciándome dulcemente mientras empezaba a hablar con el hombre. Me divertí observando como nos miraba mientras intentaba mantener el tipo al mismo tiempo que yo jugueteaba con el pelo de mi pareja y acariciaba su pecho, llegando incluso a desabrochar unos pocos botones de su camisa y tocar directamente su piel si que él me lo impidiera.

Mi vida había cambiado radicalmente. Reconozco que lo pasé realmente mal cuando le vi por primera vez, pero cuando le conocí de verdad, entendí que él estaba destinado a entrar en mi vida sólo para salvarme. Fuimos dos personas que nunca creímos en el amor por la sencilla razón de que pensábamos que en el mundo no habría nadie capaz de amarnos, hasta que nos encontramos el uno al otro. No somos santos, ni si quiera buenas personas, pero nunca lo quisimos ni lo pretendimos. Vivimos de la manera en que sabemos y sólo nos necesitamos el uno al otro.

Una vez más, aquella noche me hizo ver el cielo. Me sentí unido en cuerpo y alma cuando culminó en mi interior. Agotado por el intenso placer que había recibido de él, me recosté en su pecho desnudo buscando su calor, sus caricias tiernas sobre mi piel, su amor.
- ¿Eres feliz, TaeHyunnie? - Me preguntó con su voz más dulce.
- Claro que sí. Mucho. - Le respondí sonriente.
- Yo también soy muy feliz, mi amor. Siempre que te tenga conmigo seré feliz.

*VOTA Y COMENTA si te ha gustado y quieres más historias como esta.

Espero que lo hayas disfrutado mucho!!! Un besazo!!!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro