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03. La Infiltración

Los últimos rayos del sol se desvanecían en el horizonte cuando los vehículos que transportaban a los prisioneros se estacionarían en el hangar de un aeropuerto clandestino que se alzaba como un monumento a la decadencia y el olvido. Situado en un rincón remoto y apartado del mundo, sus pistas de aterrizaje yacían cubiertas de maleza y parcheadas por el paso del tiempo. Un recinto aparentemente abandonado. El escenario perfecto donde los coyotes escondían sus presas y carroñas -- Un lugar fuera del alcance de la ley.

El silencio del ambiente se rompió con los llantos y quejidos de las mujeres cautivas, todas vestían túnicas blancas, pies desnudos aprisionados por grilletes, al igual que sus manos. Dos hombres jalaban las cadenas que las unían mientras otro se encargaba de revisar el estado en que estaban; separando a las que mostraban heridas por el viaje.

Un hombre se acercó a la furgoneta que transportaba a Lobo y a Aria.

―Lleva a nuestros invitados a la prisión dos ―ordenó ―, el jefe los recibirá después de que el cargamento haya despegado de aquí. Y asegúrate de que nadie se acerque a la mujer... todavía.

El conductor observó a su superior por solo unos segundos y, finalmente, asintió sin decir otra palabra, conduciendo a un lugar más apartado, lejos quedaron los llantos y miradas quebradas de las mujeres que solo servirían como mercancía. 

―Creo que estás empezando a ganarte mi aprecio ―Lobo, recostado en el asiento del copiloto con una confianza apenas disimulada, rompió el silencio que había envuelto el vehículo y se dirigió al piloto. Vestía el uniforme que antes había sido propiedad del otro lacayo, inconsciente gracias a la conveniencia estratégica de Aria ―. Casi tanto como las habilidades mortales de la asesina personal del señor Dragunov, pero no lo suficiente.

Aria dirigió sus ojos avispados, como los de un depredador en la oscuridad, hacia Lobo. Su actitud despreocupada estaba colmando su paciencia, tal vez debería deshacerse de él enseguida. 

No.

Aria en su lugar mantuvo la compostura, frente al torbellino de pensamientos que se creaba cada vez que los ojos verdes de Lobo se posaban sobre ella con un calidez desconocida, detrás de un semblante sereno. Lobo, un hombre cuya astucia rivalizaba con su arrogancia, era un elemento impredecible en la ecuación, ya encontraría el momento de eliminarlo.

―La apreciación es mutua, supongo ―respondió ella con frialdad, apenas ocultando la ironía en su tono. Su voz, suave como una brisa matutina, era la herramienta perfecta para la manipulación.

―¡La dama habla! ¿Lo oíste, amigo? ―exclamó "Lobo", dirigiéndose al piloto con una sonrisa amplia, acercándole  peligrosamente el cañón de su revolver.

―¡Por favor, no me mate! ―sollozó el piloto con la voz entrecortada, mientras la navaja de Aria seguía amenazadoramente cerca de su garganta ―¡Hice todo lo que me pidieron!

La expresión de "Lobo" cambió dramáticamente.

―Bueno, ahí va el respeto que te tenía.

El conductor detuvo el vehículo en uno de los hangares más distantes, justo cuando un imponente avión descendía suavemente hacia la pista central. Era evidente que aquel sería el medio de transporte para llevar a las mujeres lejos de sus hogares y seres queridos, directo a una vida de esclavitud.

Lobo murmuró algo que Aria no pudo escuchar debido al tumulto ensordecedor de los motores del avión y sin titubear, descargó un golpe contundente en la base de la nuca del conductor. El impacto fue suficiente para hacerlo caer pesadamente hacia adelante, su rostro chocando de manera violenta contra el volante.

Con cautela, emergieron del hangar, Aria escudriñando los alrededores en busca de cualquier posible instrumento de defensa. En un instante, su percepción aguda captó un sutil zumbido en el aire, instándola a blandir su daga en dirección al objeto que se aproximaba furtivamente. 

―¡No, espera! ―exclamó Lobo― ¡Tranquila! ¡Son simplemente los suministros que pedí! ―El intervino, rompiendo la tensión con su voz tranquilizadora.

El susurro del viento apenas disimulaba el zumbido distante del dron, portador de una valija negra. Lobo, con movimientos felinos, extendió sus brazos para interceptarla, y luego, con la discreción de un fantasma, activó su micrófono oculto. 

―Agradezco tu intervención, Águila ―susurró con gratitud―. Cuando todo esto acabe, te aseguro que te recompensaré con una cena en tu restaurante favorito.

Aria, aguzando su oído como un cazador acechando su presa, se esforzó por captar cada palabra de la conversación entre Lobo y su cómplice.

―Hey ―susurró Lobo, con la calidez de un eco lejano―. Mi amiga también ha enviado algunas provisiones para ti ―añadió mientras deslizaba los cierres de la maleta. En su interior reposaban una serie de artefactos: armas relucientes, un juego de micrófonos para comunicación encubierta, un conjunto de prendas de vestir meticulosamente dobladas y, entre ellas, un surtido de medicamentos.

Lobo le entregó las provisiones con una reverencia implícita, incluyendo un arma de fuego y, como un regalo adicional, deslizó sobre ellas un set de sables gemelos. 

―Apuesto a que estos te serán de agrado, "Sable"  ―murmuró con un guiño travieso, un gesto que tomó a Aria por sorpresa, aún desentrañando la novedad de escuchar su alias en labios que no fueran los de su mentor.

De repente, la imagen de su mentor yaciendo en el asfalto arremetió con renovada fuerza en la mente de Aria. Un dolor desconocido, como un puñal afilado, le llenó el pecho, amenazando con desbordar sus emociones. 

Sin embargo, Aria, se aferró a la fortaleza de siempre, inhaló profundamente, anidando todo aquel torbellino de sentimientos en un rincón olvidado de su alma. Sin pronunciar una sola palabra, aceptó las provisiones que le ofrecía Lobo, como si con ese gesto sellara un pacto silencioso con el destino.

Preparándose para volver al hangar, ambos se dispusieron a cambiar sus atuendos. Lobo consideró ofrecerle a Aria un momento de privacidad para que pudiera vestirse dentro del vehículo, pero al girarse, se encontró con la impactante visión de la espalda desnuda de Aria. Con una precisión clínica, ella se despojó sin vergüenza alguna de su  vestimenta, revelando un paisaje de cicatrices de variadas formas y profundidades. Sobrecogido por la revelación, Lobo apartó la mirada en silencio, perturbado por la crudeza de lo que vio y simplemente se limitó a ocuparse de su propio equipo.

Con la preparación completa, Lobo dio inicio al plan con una exposición clara y concisa. 

―Águila estará dirigiéndonos a través de la radio. Su dron está en posición fuera del edificio. Es crucial que estés atenta a sus instrucciones ―explicó, su tono firme y determinado―. Si tenemos suerte, podremos evitar las cámaras de seguridad que nos aguardan más adelante. Y recuerda, lo más importante de todo: no mueras ―añadió con un peso significativo en sus palabras.

Aria contempló con incredulidad las palabras de Lobo. Entre todas las instrucciones que había recibido en su vida, aquella sin duda figuraba entre las más absurdas. Para ella, el éxito de la misión eclipsaba cualquier otra consideración. Nada, absolutamente nada, se interpondría en su tramo hacia la meta. 

Así fue como, con diferentes convicciones  en sus corazones, ambos se adentraron en la oscuridad, con paso firme y decidido, preparados para enfrentar todo lo que quisiese interferir en su camino.

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¡Hola! Vengo con un nuevo episodio de esta novela dark. 

¿Qué ocurrirá a nuestra protagonista Aria a partir de este punto?

¿Qué opinas de "Lobo" en cuanto a sus palabras y sus acciones?

Me encantaría siempre que me digas qué te está pareciendo el rumbo de la historia y... 

¡Muchas gracias a quien leer! 

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