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No me estás ayudando

Novela: Los años son más cortos en Mercurio
Capítulo: 8. Ese barco ya zarpó, Astrid
Nota: Cuando comencé a escribir esta historia, tenía la idea de que Aura se daría cuenta enseguida de los sentimientos de Astrid por Emilia, y sería ella con quien podría hablar de ello todo el tiempo. Conforme fui avanzando, decidí que Astrid estaría en negación por mucho tiempo. Esta es la primera versión de la conversación que tiene con Aura, respecto a ser la única que no se ha encontrado a Emilia en meses.

***

En diciembre, durante la cena de Navidad en casa de Astrid, Aura aprovecha un momento en el que se encuentran a solas en el sofá del fondo del patio, para iniciar una conversación que probablemente lleva tiempo en su mente.

—Hace un par de semanas me encontré a Emilia en el centro —dice y hace una pausa.

Astrid levanta una ceja con curiosidad, pero no responde.

—Estuvimos platicando como una hora, ya sabes, de todo un poco. El caso es que, en algún momento, mencionó que no ha vuelto a verte desde tu cumpleaños —Aura clava sus ojos en los de Astrid por un instante, antes de bajarlos hacia el contenido de su copa.

Astrid sigue en silencio. Es una técnica que aprendió de la relación con sus padres: no asumir ninguna culpa mientras no hayas sido acusado de nada en concreto.

—Y me pareció muy extraño —Aura mira su vino tinto como si fuese una fuente de conocimientos que contiene infinitas respuestas sobre la vida y el universo—. En primer lugar, porque a estas alturas, todos nos la hemos topado. Es simple probabilidad y estadística en una ciudad de medio millón de habitantes.

Astrid no la interrumpe, presiente hacia dónde va la conversación.

—En segundo lugar, porque cuando alguien te cae bien, te preocupas, te involucras, estás al tanto de su vida —Aura se aclara la garganta—. Y no me cabe la menor duda de que Emilia te cae bien.

Astrid asiente levemente.

—Entenderás que la situación me resulta extraña y, por lo tanto, le he estado dando vueltas en mi mente. Después de mucho pensarlo, solamente pude llegar una conclusión —Aura por fin la mira a los ojos nuevamente. Esta vez, ninguna desvía la mirada.

Astrid le indica, con un movimiento de su cabeza, que prosiga.

—Te gusta Emilia.

Astrid tarda unos segundos en vencer su inmovilidad. Asiente un par de veces, suspira, cierra los ojos.

Cuando los abre, es para clavarlos en la puerta de la cocina, deseando que ninguno de sus amigos decida asomarse en ese momento. Esta es una conversación que necesita tener con Aura.

—Te he visto irte de frente en toda clase de relaciones: con hombres, con mujeres, incluso fuiste poliamorosa en una época en la que ninguno de nosotros sabía qué era eso —dice Aura, bajando un poco el tono de su voz—. Nunca has huido de la atracción. Incluso cuando has tenido que pagar consecuencias severas por haber seguido a tu corazón, eso nunca te ha quitado las ganas de embarcarte en la siguiente aventura que se te presenta.

Astrid asiente una vez más, sonriendo al recordar la cantidad de problemas en los que sea metido en su afán de fluir con la vida.

—Así que lo único que puedo imaginar, es que te pesa la diferencia de edad.

—Es una niña —dice Astrid, por fin. Y su voz suena casi como un susurro.

—Emilia dista mucho de ser una niña —asegura Aura—, pero puedo ver las complicaciones que podrían derivar de que intentaras algo con ella.

Aura suena como si estuviera queriendo convencerse a sí misma de esos argumentos, más que a Astrid. Para bien o para mal, su amiga se toma la vida entera con la misma filosofía libre y fluida con la que Astrid ve las relaciones humanas.

—Por otro lado —continúa Aura—, Emilia es un alma vieja y es tan fácil platicar con ella; es interesante, tiene una energía positiva divina, es alegre y tiene un magnetismo natural...

Astrid le pega un codazo en las costillas.

—No me estás ayudando, comadre.

—Lo siento —Aura se ríe—, pero es que hasta yo dudo un poco de mi orientación sexual en su presencia.

Ambas se ríen. Javier y Quique salen al patio y se acercan, justo a tiempo para salvarlas de sí mismas.

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