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En la cafetería


Novela: Sólo a ella

Capítulo: 39. Intervención a gran escala

Nota: En mi primer borrador de esta historia, Ana tenía una que otra escena bastante «traviesa».

***

Dos días más se fueron en el calendario con la misma lentitud del primero; esa lentitud que solo han experimentado quienes se han encontrado a sí mismos, siendo protagonistas involuntarios de un chisme que ha corrido peor que reguero de pólvora.

El tercer día de mi angustia —y último de la semana escolar—, estaba sola en la cafetería cuando Ana llegó y se sentó a mi lado.

—¿Cuál es el plan para el fin de semana? —Preguntó.

Su frescura me asustó. Las miradas y los susurros fueron instantáneos, replicándose como ondas en la superficie del agua, expandiéndose por varias mesas a la redonda.

—Mis primos quieren hacer una fiesta en la playa —continuó, al no tener respuesta de mi parte—, pero no estoy segura de que eso sea lo que tienes en mente para este cumpleaños.

—No quiero fiesta este año —dije, mientras mi mirada saltaba de una mesa a otra—. Creo que mejor iré en búsqueda de una enorme roca bajo la cual esconderme. O bien, una cueva en la cual sentarme a esperar a que la humanidad evolucione.

—Puedes hacer eso después de tu cumpleaños —respondió mi amiga, que parecía no darse cuenta del modo en que todos nos miraban.

—¿Tomaste un calmante o nada más te importa un comino que nos estén haciendo trizas?

—En tu ausencia he sido la protagonista de la mitad de los chismes que han corrido por aquí —hizo una pausa dramática al ver mi sorpresa—. Ahora resulta que soy tu novia —Ana me guiñó un ojo.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila si ya te arrastré a este desastre? —Mi indignación era por el «honor» de mi mejor amiga, no por el mío.

—Me fue bien, si jugara para tu equipo, definitivamente sería tu novia —otro guiño, ahora acompañado de una sátira al modo en que las mujeres se acarician el labio superior con la lengua cuando quieren verse sensuales.

Ante los ojos de los demás, aquella fue una declaración de amor abierta. Los murmullos incrementaron al instante.

—No puedes negar que es tan ridículo el modo en el que se escandalizan, que termina resultando divertido.

Y lo era. No pude evitar sonreír al ver la forma en que los murmullos habían aumentado ante una acción tan sencilla de su amiga.

—Yo digo que deberíamos darles algo de qué hablar —Ana fue bajando su tono de voz. Acercó su rostro al mío y me habló al oído—. Deberíamos besuquearnos aquí, frente a esta audiencia que tenemos cautiva, y causar algunos desmayos e infartos menores.

—Es un excelente plan, excepto por un detalle diminuto —Ana se había apartado de mí; yo sostuve un espacio pequeño, quizás menor a un centímetro, entre mis dedos índice y pulgar—, tú no eres gay.


—Pequeñeces —Ana sonrío, encogió los hombros y luego pude ver cómo su mirada se perdía en el intento de inventarse otro plan que pudiera dar resultados igualmente escandalosos.

—Deja de estar pensando en esas cosas —mi mente regresó a la realidad al escuchar un comentario cercano—. Lo último que quiero es que seguir dándoles material para destrozarnos; yo solo quiero pasar desapercibida por el tiempo que me queda de la carrera.


Ana también había escuchado el comentario despectivo, ya no estaba ni sonriente ni confiada. Asintió, empujó mi hombro con el suyo y luego me indicó con un movimiento de su cabeza, que la siguiera.

—Vamos. Ya va a comenzar la clase.

Dejamos la cafetería entre miradas criticonas y muecas de asco.

Ana mientras tanto, intentó distraerme contándome sobre el libro que estaba leyendo.

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