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SHINAZUGAWA SANEMI » WASTE

Nada ocurre por azar y todo tiene una razón de ser. Durante años, Osaki odió con todo su corazón aquella frase que definía lo que era el destino y se le repetía de manera constante para intentar apaciguar su pena. No lo comprendía o se esforzaba por no hacerlo, la respuesta no era segura. Pero lo que sí era seguro es que sus entrañas se revolvían de asco cada vez que se le mencionaba algo ligeramente similar, porque eso significaba que su padre habría muerto a manos de un demonio hiciera lo que hiciera para impedirlo y ella, de alguna u otra forma, terminaría en manos del mercado negro como una sobreviviente de aquellos asquerosos seres; figurando como un objeto de alto valor económico.

Si el destino era así de cruel, prefería no creer en él, porque le costaba trabajo pensar en las razones suficientes para justificar la perdida de la vida de un ser querido y arruinar la de una niña que deslumbraba inocencia. Si ver marchar a su madre a la pronta edad de cuatro años y comprender que jamás regresaría fue duro, perder a su único lazo sanguíneo en manos de un ser despiadado fue peor. Desde ese momento las cosas parecieron ir en picada. Las personas que la compraron eran seres poco empáticos que la veían como un guardaespaldas dentro del cuerpo de una niña de once años, lo cual se le hacía estúpido. Dentro de la retorcida lógica de ellos, si Osaki pudo sobrevivir a un demonio, podría mantenerlos a salvo si era entrenada correctamente y, es por eso mismo, que invirtieron en ella como un arma sin esperarse que, en el futuro, esa misma arma apuntaría contra de sus dueños en busca de su libertad arrebatada.

Para ese entonces se encontraba en el subsuelo de la pirámide social. No solo era pobre y desempleada, sino que también era buscada por traición a una familia noble que parecía dispuesta a llevarla de regreso viva o muerta. Ya poco les importaba con tal de que el juguete más caro que tenían estuviera en casa.

Las cosas lucían terribles en el futuro de Osaki hasta que pleno día lluvioso, donde el cielo parecía querer caerse a pedazos, su extraño salvador apareció delante de ella con una expresión de búho feliz entretanto repetía "umai" sin dejar de devorar su comida debajo de una sombrilla. Rengoku Kyōjurō no le hizo muchas preguntas acerca de su vida al notarla tan reticente y le dio algo que nadie le había dado hace mucho tiempo: opciones. Sin presentarse oficialmente como un pilar, le ofreció quedar a su cuidado y ser su alumna sin condiciones de por medio: solo beneficios. Su casería terminaría y obtendría un trabajo matando a los seres que destruyeron su vida.

Era un ganar/ganar.

Nyoko no está segura si en ese momento se debió a la amabilidad de él, al delicioso sabor de poder elegir por sí misma después de tanto tiempo, o a la sed de venganza que corría por sus venas lo que la impulsaron a aceptar antes de si quiera tomarse el tiempo de pensarlo dos veces. Pero, fuera lo que fuera, no se arrepiente.

Gracias a estar bajo el resguardo de Rengoku, conoció a los demás pilares con el paso del tiempo e intento entrenar con todo ellos para ser capaz de pulir al máximo sus habilidades. Si quería sobresalir, debía aprender de los mejores y que opción más conveniente que los sujetos que se encontraban en la cúspide del poder. Algunos de ellos, como Mitsuri, aceptaron sin rodeos a su propuesta; otros como Tomioka, la rechazaron de manera cortés pero firme; y luego estaba el irrespetuoso de Shinazugawa Sanemi, quien parecía hasta ofendido con la petición de la joven.

No seas estúpida y no me hagas perder el tiempo, niñita.

Frase célebre. Se la soltaba como respuesta a cada petición acompañada de una mueca de altivez y asco, que a Osaki le daban ganas de patearle la cara y de seguir fastidiándolo. La chica le siguió preguntando, ya no porque de verdad deseara entrenar con él, sino que más bien porque verlo molesto gracias a ella le traía un regocijo difícil de explicar; una felicidad de la que los demás pilares se percataron y disfrutaban en silencio porque ver a Sanemi ladrar como perro sin bozal era, a veces, divertido.

Obvio, Nyoko no le temía a Shinazugawa y sus amenazas que lucían vacías hacia ella. Si hubiera querido golpearla de verdad, a la tercera vez lo habría hecho, pero nunca le tocó ningún pelo y solo la atacaba con palabras que se le hacían hasta infantiles a la menor. No fue hasta que Osaki cambió de táctica al sentirse más segura, que consiguió tocar la fibra sensible del chico y conseguir que desenfundara su espada contra de ella.

¿Acaso teme perder contra mí? — El tono burlesco que empleo salió a flote solo, pero fue de ayuda.

Porque el chico cayó dentro de la trampa con tanta facilidad que la muchacha deseaba carcajearse hasta perder el aire.

Solo bastó un encuentro para ser capaz de demostrar su potencial y afirmar que, ser entrenada por cualquiera de los pilares, no era una pérdida absoluta de tiempo. La chica era una esponja que absorbía información a cada instante en medio de la batalla y encontraba la manera de usarla a su favor para, si bien no dar vuelta la balanza, ser capaz de igualarla al menos. Mano o pierna dominante, técnicas favoritas, posiciones, respiración, tocs, largo del arma, etc. Todo quedaba dentro de su cerebro y la ayudaban a que los entrenamientos de combates fueran más divertidos para personas tan competitivas como Sanemi, quien luego, cuando tenía tiempo libre, se aparecía en la hacienda para gritarle que dejara de flojear y se fueran a entrenar.

Con el paso del tiempo, ambos se fueron acostumbrando a pasar el tiempo juntos. Ya sea entrenando arduamente como descansando y conversando de cosas triviales. Hacer que el peliblanco hablara con ella fue difícil, teniendo en cuenta que para aproximarse a él había que derribar un montón de murallas de concreto reforzado. Complicado, pero era posible con la determinación adecuada.

Si ver a alguien tan impulsivo, maniático e irrespetuoso como Sanemi tener una conversación civilizada bajo la luz de la luna era con otro ser humano era difícil de asimilar; verlo sonreír con sinceridad, sin una gota de arrogancia o sarcasmo, pegaba de manera diferente. Era un knockout sin lugar a dudas.

— ¿Qué te pasa?

— Nada — responde de forma casi inmediata Osaki, desviando la mirada del rostro ajeno al percatarse de que se quedó más tiempo del debido admirando esa extraña pero linda sonrisa que pocos tenían la fortuna de ver.

Linda.

Dios, otra vez estaba pensando en que la sonrisa de Sanemi era linda.

No era la primera vez que sucedía y, cada vez que se daba cuenta de ese hecho estando junto al él, conseguía que su corazón se disparara. Parecía estar sufriendo de un ataque de arritmia y, tener los afilados ojos grises de su superior sobre su cara, analizando cada una de sus expresiones en busca de algo que le diera la respuesta que buscaba, no ayudaba en nada a calmar sus nervios. ¿Por qué ahora se sentía tan nerviosa? Era absurdo.

— ¿Tienes fiebre?

Salta de su lugar como gato atemorizado al sentir su áspera mano sobre su frente. ¿Estaba sonrojada? Probablemente parecía tomate maduro si había podido notar el color de su rostro a pesar de la poca iluminación y, caer en cuenta de ese hecho, solo consigue que su cara hierva con furia.

— Estoy bien — musita, más para sí misma que para él.

— No lo pareces — replica, extrañado, hasta sonando ligeramente preocupado.

Respirando de forma superficial, mirando de reojo a Shinazugawa, toma su mano con el objetivo de quitarla de su cara. No le gusta la sensación de temblor en su propio cuerpo y, mucho menos, de ansiar más proximidad con él.

Está harta de eso. No es la primera vez que su cuerpo reacciona de esa manera y, como confirmar sus teorías es lo que más desea, termina haciéndole caso a su lado más impulsivo y se lanza sobre los labios de Sanemi.

Le hubiera gustado poder contarles a sus amigos que todo salió bien, que actuar sin pensar no es un problema para ella, pero mentiría de forma horrible. Su ojo izquierdo ahora arde, lagrimea, tras haber sido golpeado con la nariz del pilar, quien no pudo evitar moverse ligeramente del susto al notarla acercarse muy rápido. Dios, toda la situación grita inexperiencia y Osaki solo desea buscar un agujero en donde poder meterse.

— ¡¿Estás bien?! ¡Joder, Osaki! ¿Qué tratabas de hacer? ¡Me asustaste! — habla rápido, intentado poder verla a la cara y confirmar su ojo aún funciona o su nariz es un arma mortal.

— Perdón...

— Tú eres la única que salió herida. Que tonta. ¿Qué diablos te pasó? ¿Qué querías hacer?

— Nada.

— Oh, vamos. No seas mentirosa. ¿Pretendías atacarme con la guardia? Que poco...

— ¡Intenté besarte, neandertal! — chilla con enojo, mejillas rojas y el corazón en la garganta.

No es capaz de mirarlo por mucho tiempo, por lo que termina desviando la mirada y limpiándose la humedad de su ojo malherido. El silencio parece querer comérsela viva. Le molesta, le pone los nervios de punta y, no es hasta que se gira otra vez hacia él con la intención de disculparse y pedirle que se olvide de todo lo acontecido, que nota como el Pilar de Viento está rojo hasta las orejas por su confesión.

— Ah...— musita en tono bajo, sin saber qué más decir al respecto porque no se esperaba que ella saliera con esa confesión.

— Oye, solo...

— ¿Y no volverás a intentarlo? Sería un desperdicio no hacerlo ahora que ya te heriste el ojo — la interrumpe y mirándola de reojo, incapaz de poder controlar su propio organismo ahora que su corazón late con fuerza.

Osaki se queda de piedra.

Está sonrojado. Horriblemente sonrojado. No parece en lo absoluto el Sanemi al que está acostumbrada y, tenerlo así, tan cohibido pero ansioso le causa un revuelvo interno.

Quiere tomarle una foto. No, tomarlo de las mejillas y comérselo a besos porque se ve jodidamente lindo. Es algo único la imagen que tiene frente a ella y desea tallarla en piedra, porque olvidarla no es una opción y está segura de que, aunque se lo cuente a sus amigos, nadie le creerá que el gran Sanemi está rojo hasta las orejas.

Sus nerviosos ojos grises chocan otra vez con los de ella. Le enarca una ceja, disgustado por la espera.

— ¿No lo harás?

El cuestionamiento es suficiente para que la chica reaccione. Lo toma por las mejillas y disfruta de la poca distancia entre sus rostros, aumentando la ansiedad de ambos. Lo admira una vez más, con los nervios a mil, y, sin mediar palabra, une sus labios en un beso corto y delicado.

Se separa lo suficiente como para poder sentir la respiración contraria impactando sus propios labios, los cuales cosquillean de felicidad. Sanemi, embobado, sumiso ante la chica frente a él, le susurra lo que pretendía ser una orden pero que se escucha más como una petición.

— Otro...


Me gusta mucho este loco. Eso, besitos. 

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