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ACTO TERCERO: AUBREY I: FUENTE DE LOS DESEOS

Retrocedamos en el tiempo alrededor de cuatro semanas...

Aubrey yacía descansando en su habitación un lunes por la mañana, sus vacaciones comenzaron el sábado y lo único que supo hacer los días subsiguientes fue comer y dormir a sus anchas. Dentro de tres noches más, ella, y su grupo de la facultad, viajarían a Máncora; la pasarían allí hasta el domingo de la próxima semana, en la playa, turisteando y yendo a todas las fiestas posibles.

Aunbrey, quien es dos años mayor que su hermano Norman, estudiaba Astronomía en la Universidad de San Marcos. Llevaba un año de carrera, dos semestres concluidos exitosamente, con notas sobresalientes y con una prolijidad envidiable. Poco ayudaba a la joven su disciplina en dicha ciencia y el exceso de ego que acumulaba con ello, tenía aires de grandeza, como si nadie estuviera su nivel; era la típica persona que se vanagloria de sí misma, de su belleza; ignoraba totalmente que aquella actitud —que denotaba promiscuidad— estaba germinando un sentimiento de odio a su alrededor.

El jueves por la noche, Ignacio —compañero de clase con el que salía en ese entonces— fue a verla en la furgoneta que había alquilado previamente para el viaje; el hombre estaba tan amordazado por Aubrey, que quería pasar un rato con ella antes de ir a por el resto. La muchacha, quien apenas salía de la ducha, pudo escuchar como su pretendiente tocaba el timbre desesperadamente, ella era consciente de que el chico solo quería "desestresarse"; de que, cual león en el Sahel, este se encontraba imperioso por probar de su carne.

A Aubrey no le importó, interpretó que sería mejor bajarle de esa nube instintiva que el hombre había construido. Cuando ella se paró frente a él le dijo: "No hasta que lleguemos a Máncora, ¿entendiste?"; Ignacio palideció con aquella frase, y aunque su espíritu rogaba atención, pudo reprimir sus ansias de coito a duras punas. Sus demás compañeros llegarían pronto, atesorando virtualmente el viaje de verano; ellos estaban cansados de los profesores y sus regaños, la mayoría allí "iba a su bola", sin importarles siquiera el progreso en la carrera; vamos, unos zánganos en todas sus letras.

Partieron hacia al norte ni bien estuvieron todos, de copilota Aubrey: "la abeja reina del panal"; ella aprendió a conducir gracias a un chico con el que salió meses antes, así que estaba tranquila y segura de que todo marcharía perfectamente. Aquel recorrido parecía una fiesta, todos vociferando cánticos: reguetón, rock, pop, etc. La ligereza entre una ambigua rumba y dos piscos sour de maracuyá molestó al conductor, el joven envidiaba a los que a sus espaldas gozaban de la "libertad"; era tan ingenuo, no era consciente de que él allí cumplía el papel de "abeja obrera", de residualizador. Aubrey, quien solo veía en su teléfono imágenes de la casa alquilada, pudo notar la tensión que aglomeraba su "súbdito", así que se valió de astucia para tranquilizarlo:

—No les hagas caso, eventualmente se dormirán, además, ni siquiera hemos llegado al peaje. Piensa, nosotros somos los encargados de esto, si aguardamos ebrios al control de alcoholemia, todo el gasto será en vano.

—Calla, ellos se están pasando, son unos egoístas, ¿no crees? —replicó el chico, el cual se hallaba frustrado, se sintió relegado por los demás.

—¡Ignacio! —exclamó Aubrey, quien miró seriamente al muchacho—. ¡No seas gil! ¿¡Qué, acaso siempre piensas con el pene o por qué no razonas lo que dices!? Escúchame bien, sí sigues actuando así hoy no dormiré contigo, lo haré con Josué, sabes las ganas que me tiene, ¿no? No seas patético —su intención era clara: dominarlo. Para ella, Ignacio era remplazable, un tonto calenturiento más, sin valor alguno.

—¡Maldita sea! Está bien, estate quieta y no hagas ninguna estupidez, ¿ok? —él se hizo el fuerte, pero realmente el miedo inundaba todo en su ser. Aubrey lo puso notar al ver como agarraba el volante con fuerza, a tal punto de que en su antebrazo se marcaron las venas pronunciadamente. Ella sonrió ligeramente y volvió a mirar su teléfono, pensaba: "Qué imbécil, no puede hacer nada si no cacha, parece que sus neuronas no le funcionan. Cuando volvamos me tiraré a Josué en sus narices".

Al otro día, cerca de las 7:00 PM, ellos arribaron en Máncora, la casa se encontraba justo delante del mar; las vistas al océano y un clima agradable, los condimentos idóneos para perderse durante un tiempo. El habitáculo que alquilaron contaba con dos pisos, en el primero yacían un conjunto de muebles blancos con una mesilla en el centro; un televisor medianamente moderno con un aparato de sonido decente; los bordes de las columnas eran rústicos, con una arquitectura que imitaba a una muralla virreinal, compuesta de ladrillos desde sus cimientos; un comedor traslúcido, de los de centro comercial de platería, con un color gris penetrante en los bordes; ventanas polarizadas que mostraban el exterior generosamente, implementando en ellas cortinas de finas capas de totora, con un mecanismo de cerrado algo lento, pero entendible para el material que lo compone; las paredes laterales se hallaban impregnadas de un color crema muy brillante, propio de una sala de "spot"; y para finalizar, una cocina "tech", con un tablero de mayólica azul en el centro y un congelador espacioso con pantalla integrada.

El segundo piso seguía un patrón similar respecto a las paredes laterales y la decoración minimalista. El recinto contaba con seis habitaciones de dimensiones pequeñas, carentes de baños —pues en la angosta residencia solo había uno, y este se hallaba justamente debajo de las escaleras—. No podían hacer mucho, el precio era comodísimo y la estancia allí sería corta, además, la idea era salir y "perderse", que fue justamente lo que hicieron tras dejar sus equipajes.

Antes de proseguir con el flujo natural de la historia...

Paula, amiga de Aubrey, en el fondo la detestaba. Ella gustaba de Ignacio, pese a que su novio era Josué. La joven sabía que ambos chicos estaban detrás de ella, no concebía el hecho de que otra mujer sea mejor y que tenga comiendo de la mano a los demás; denotaba una profunda envidia que ocultaba tras una relación amical "envidiable", pero era consciente de que todo se resumía a las apariencias. Las notas en la universidad, la preferencia de los docentes, la atención de los hombres; todo lo que alguien con déficit de atención podría querer, aquel paraíso de la superficialidad, eso es lo que más anhelaba obtener. Cegada por sus patéticas ambiciones, se ofreció sexualmente a un profesor a cambio de que humille la exposición del trabajo final de su "amiga", perdió su dignidad por algo que no merecía la pena y fue rechazada sin obtener lo que tanto deseaba ¿Una persona integra?, para nada, solo era un pelele que hacía todo lo posible porque su alumna —notablemente inferior en edad a él—, Aubrey, le voltee a ver con condescendencia; un zoquete con pensamientos morbosos y con una vida miserable, un "don nadie" más.

Volvamos a Máncora...

En la localidad, la discoteca de mayor renombre era RunaWasi, los extranjeros la preferían por su ambiente ribereño y exótico y por el interiorismo de tendencias caribeñas que le daba una identidad excelente. Es allí a donde fueron los muchachos, pidiendo cada uno un trago diferente, resaltando el de Ignacio, con agregados de camu-camu en el fondo; era la especialidad de la casa, que en preparación no se alejaba mucho de un chilcano común y corriente, pero con ese marketing tropical en su presentación.

Ellos reservaron un "box" medianamente amplio, no escatimaron en gastos ni nada; sobre todo Josué, que, a la hora de beber, era un desconocido total. Después de las "previas", que terminaron al dejar en nada sus cocteles, decidieron comenzar con un "bucket" cervecero de holgado tamaño; supieron dejarlo vacío en menos de media hora, y así lo harían con cuatro más hasta hartarse del licor de maltosa, ahora tocaba un poco de "piscola" y luego lo que surja.

Era casi caricaturesco el escenario, los rostros de los chicos mostraban pómulos enrojecidos, sudoración intensa y falta de vigor; Paula, por su parte, bebió poco, se encontraba algo picada, ya que no era buena en ello. Después de eso, y con esa carga en los hombros, las chicas tuvieron que responsabilizarse de dos dipsómanos sin consciencia. Paula se durmió en la brevedad ni bien tocó la almohada, se cansó de arrastrar el cuerpo de Josué por todo el camino: Aubrey, sin embargo, esperó a que todos estén en silencio y volvió a salir.

Ahí la podías ver, caminando por la playa, en la noche; se topaba de tanto en tanto con bolsas de acampar repletas, con gente haciendo fogata y llevando el ocio a otro nivel. Ella entraría a una cantina algo escondida en los rededores del malecón; estaba aburrida, no concebía cómo sus compañeros podían quedar en ese estado tan lamentable, sintió leve frustración y arrepentimiento: "Esto no vale tanto la pena si los que vienen con una es ordinaria".

Cuando meditaba eso, después de pedir un mojito al dueño del bar, una mujer se sentó a su lado y pidió un trago también; la miró y le dijo: "Pareces decepcionada, ¿te pasó algo?", una desconocida se dirigía a ella, aquella chica era espontánea. Aubrey permaneció en silencio, no iba a contestarle: "¿Quién se cree para hablarme así, de la nada?", se dijo a si misma. Para esto, los cocteles habían llegado, y en un instante, una charla daría inicio:

—Así que eres ese tipo de persona —musitó la desconocida mientras posaba su mirada con interés sobre Aubrey, su expresión era delicada, como un tenue suspiro de admiración.

—Sí te escuché, dilo fuertemente —exclamó Aubrey con un tono vulgar, mostraba una faz con profundo desprecio; es una mujer tan difícil de atravesar en algunas ocasiones, tiene el ego tan arriba que así trata a los desconocidos, con frialdad.

—Me pareces bellísima, y creo que deberíamos conocernos, podríamos ser amigas. Mi nombre es Lorena, un gusto —la joven, que con atrevimiento ignoró "La capsula de narciso", actuó furtivamente con Aubrey, con solo cruzar un par de palabras pudo leerla como a un libro.

—Qué molesta que eres, Lorena, al menos invítame un trago, esto ya se acabó —Aubrey, que estaba acostumbrada a dar órdenes a las personas, supuso que aquella mujer le haría caso inmediatamente. Soltaba una ligera sonrisa y la observaba, como retándola.

—Oiga, dele un Machu Picchu a mi amiga, esta será una larga noche— exclamó Lorena, como sí aceptara un juego de miradas y de espíritus, devolviéndole el gesto de menosprecio que anteriormente Aubrey le tiró—. Y dime, "Eva", ¿cómo te llamas? Si eres educada, también te presentarás —seguía insistiendo con las palabras, mientras contemplaba a su homóloga refunfuñar.

—Me llamo Aubrey —contestó, sintiéndose presionada por Lorena, era como si aquella persona al frente de ella rompiera de a pocos su cáscara, se sentía vulnerable—. Oye, ¿por qué persistes conmigo...? ¿No te das cuenta que te estoy rechazando...? —terminó. El nerviosismo le estaba consumiendo al ver en ella tal ademán, como si un gigante ubicara la totalidad de su atención en el regador de las habichuelas.

Mientras Aubrey cuestionaba frágilmente a Lorena, con la nervadura alborotada, de fondo sonaba el inicio de Chibola Manyada de "Temple Sour". La letra empezaba:

"Que mirada la que regalas

La gente te mira con ganas

Pero te cagas

Te crees tanta huevada

Pero pa' mí no eres nada

Chibola Manyada, ja"

—Porque me divierte molestarte. Si sigues con ese temperamento, ya te digo que no me detendré, al contrario —contestó Lorena confiada y con la conversación bajo su control—. Además, ponte feliz, está sonando tu canción, manyadita. Ja, ja, ja, ja, ja —finalizó, con esto sabía que ella se pondría furiosa, lo pudo notar por la reacción que tuvo.

Aubrey, quien no probó la bebida que "la chica esa" le había invitado, decidió tomársela de un tirón, se paró y se fue. Inmediatamente, Lorena le perseguiría para cogerla del brazo y darle un beso; todo para las miradas atónitas de los demás allí, más aún de los hombres, que se invitaban solos a una función de secuencias lésbicas, producto claro, de una ebriedad considerable y de la soledad que les consumía.

Luego de aquello, Aubrey quedó en un estado de shock por unos segundos: "¿¡Me acaba de besar una mujer!?", pensaba. Cuando volvió a la realidad, Lorena estaba riendo, lo que le avergonzó y molestó al grado de que esta hizo un escándalo allí:

—¿¡Qué tienes!? ¡No soy de las de tu tipo, mongola! —gritó furiosa, estaba confundida y sonrojada, era un caldo de sentimientos desconocido para ella—. ¡Realmente estás mal! ¡Esto ya se salió de las manos, mujer! —persistió con su frustración; con leve razonamiento lógico concluyó en que el accionar impredecible de Lorena denotaba una inclinación sexual ajena a la "suya".

—¡Yo me largo de aquí, la gente del mundo cada día está más loca y hormonal, es exasperante! —finalizó Aubrey para salir corriendo del lugar, todo sin voltear a atrás, con sus lagrimales humedecidos de rabia por no comprender el latir de su corazón.

Lorena, quién la siguió tras su berrinche, no dudó en presionarla con su comportamiento, simplemente sintió que había encontrado el oro tras el arcoíris, una chica idéntica a ella pero que aún no conocía su "verdadera personalidad".

Cuando ambas se hallaron afuera, Aubrey ladeó su cuerpo para pegarle una cachetada por el oprobio que anteriormente le hizo pasar, pero fue detenida en el acto por Lorena, quien le sujetó fuertemente, imponiendo con rudeza su carácter, el cual sabía ser más brusco que el de su homónima espiritual.

—No deberías agredir a la gente de esa forma. Es de mala educación —comentó Lorena mientras en ella se mostraba un semblante serio, pero ligeramente pícaro, o al menos eso dijo su leve sonrisa.

—Tú... ¡Tú! ¿¡Cómo quieres que no actúe así!? —replicó Aubrey aún con los ojos sollozados—. ¡Me has denigrado a niveles que no son ni normales, no entendiste con palabras mi declinación! ¡Me hostigaste tanto al grado de hacerme llorar! ¡Eres mala! — exclamó la joven para inmediatamente llorar, ella no asimilaba la realidad en la que estaba metida justo en ese momento, jamás fue sometida en su vida, y menos ante una mujer. Lorena acertó en el pensamiento de soltarle el brazo y dejarla un rato sola, ya que percató que sus acciones pecaron de imprudentes, incluso para una chica como ella.

Mientras la muchacha de piel tosca esperaba a la "Emperatriz de cristal", sacó un cigarrillo de su saco y empezó a fumar; pensó en voz alta: "Hahh, esta va a ser una noche larga", lo cual era cierto.

Por su parte, Aubrey se sentía asqueada, como si la hubieran desnudado emocionalmente para después despellejarla y dejar expuestos sus músculos sanguinolentos a la intemperie; si bien era presa de una grotesca imaginación, esa era la anáfora idónea para ejemplificar el desprecio que ella sentía por sí misma, de soportar a "Pandora" y su juguetona volatilidad.

Cuando la flagelación de Aubrey terminó...

—¿Por qué fumas? Eso es dañino y deteriora el cutis —preguntó Aubrey, observando a la chica que descubrió su "show" de artificialidad y reveló la figura amorfa de la flor.

—Por placer, la gente se deja consumir por los vicios para satisfacer su infinita curiosidad. Cuando la curiosidad es "satisfecha" genera un residuo llamado "placer", un vínculo de lo más puro con el instinto primitivo de la especie —esa fue la contestación de Lorena, solo con el fin de sonar interesante, quería impresionarla.

—Ya... Tampoco tenías que narrarme a Nietzsche, solo quería ser cortés, cosa que tú no eres —replicó Aubrey, aún con algo de rencor, pero con el aura en vibraciones tenues, sin movimientos desorbitados.

—Oye, disculpa... Solo hice eso porque me gustas, no pude evitarlo. Además, también es tu culpa, ¿no? Tú eres muy tierna —respondió Lorena buscando que ambas estén en la misma sintonía.

—Eres una sinvergüenza. Solo te perdonaré si me invitas otro trago, pero en otro lugar, en un sitio algo apartado de este pueblo. Ya que hiciste lo que hiciste, al menos compénsame como es debido, ¿no? —continuó Aubrey, intentando crear una atmosfera idónea entre las dos.

Justamente, Lorena conocía un pequeño lugar llamado La Ruta, era un restobar muy pintoresco, con adornos muy ochenteros; así que allí fue a donde se dirigieron. Si bien en el local hacían de comer, ellas solo buscaban emborracharse, así que fueron a lo suyo. Ya adentro, esperando sus bebidas pacientemente, charlaron sobre todo lo que los llevó a Máncora, se podía notar en el escenario un entorno ameno, de reciprocidad y calma, que era acompañado con música Rock de fondo, y con el sonido de las olas bañando las costas apaciblemente, estando la luna como confidente de estas, y de las chicas también.

En plena plática, con los tragos asentados hace ya una hora en la mesa, en plena madrugada, la conversación profundizó en sus temas: familia, amigos, preferencias, gustos, hábitos, etc; se encontraban inmersas en la "Laguna de los Cisnes", ignorando a la jungla, a los depredadores; nada más les importaba, solo la conexión existente que cambiaba el entorno a uno acogedor y reconfortante:

—¿Y él siempre toca la guitarra cuando se encierra en su cuarto?

—Sí, así expresa su desagrado contigo, es un mundillo su cabeza.

—Se nota que son hermanos.

—No te entiendo, ¿a qué te refieres?

—Los dos son unos chicos muy sentimentales y cada uno tiene una fachada para ocultar su fragilidad, ¿no?

—¡Oe, no te burles de mí!

—Al contrario, me agrada que seas así, me gustan los retos.

—Otra vez con lo mismo...

"Dicen que existe un hilo conector, que es invisible, que se esconde entre la muchedumbre para evitar romperse. Pero, ¿qué tan cierta es esa leyenda?, ¿se aplica en todos los casos, o solo en esos donde lo que se entrelaza es débil, de fácil quebrar en la sociedad? Se habla de los valores éticos, morales, de un sin fin de normas tradicionalistas; de esquemas, de proyecciones. En ocasiones, los lazos forjados que son más complejos que otros, corren de mayor riesgo, de violencia, de ofensa, de críticas negativas; sin embargo, cuando estos son entendidos, rara vez se aceptan, pues la verdad duele y el mundo no está preparado para oírla".

El tiempo trascurrió y ambas apenas podían moverse. Lorena, que estaba más consciente que Aubrey, se encargó de revisar su teléfono para descubrir en dónde se hospedaba y dejarla allí. Al llegar a la pequeña casa, cogió las llaves del bolso de la beoda chica, abrió la puerta y la dejó recostada en una de las habitaciones de arriba, la que supuso que era de ella, ya que era la única vacía. Antes de irse, le tomó una foto —ya con el contacto de ella en su celular— y se lo envió a Whatsapp con el siguiente mensaje: "Debes de tener más cuidado al beber conmigo. Cuídate, espero podamos volver a vernos. La pasé genial contigo, Aubrey". Después de eso, la muchacha se retiró en silencio del lugar para no despertar a ninguno de los presentes, ya que todos allí eran desconocidos y no quería problemas. Así fue como Aubrey se hizo, no solo de una amiga, sino que conoció a la persona que sería la más importante de su vida y la que ocuparía su corazón.

Unas horas después, la muchacha se despertaría al baño, ya que la cantidad de licor que con anterioridad había bebido estaba haciendo añicos su vejiga y ella tenía que liberar toda esa orina de inmediato. Cuando se encontraba sentada en el retrete, pudo escuchar de forma muy tenue unos gemidos que provenían de la habitación donde dormía Paula, estos estaban acompañados de un movimiento brusco que se podía sentir a través de las finas paredes de la edificación. Al principio Aubrey no le tomó importancia a tan raros sonidos, imaginó que simplemente Paula se estaba masturbando para aliviar su incesante libido ya que no podía hacerlo con el aún dormido Josué.

Cuando ella estaba por entrar en su habitación, oyó la voz agitaba de Ignacio salir del mismo lugar de tales gemidos frenéticos de Paula, entonces lo pudo comprender: "Ellos fronicaban a las espaldas de ella". Es cuando entró —colérica — al cuarto para confirmar con sus propios ojos su deducción:

"¿¡Qué se supone que haces con esa perra, Ignacio!? ¡Tú eres mío! —gritó eufórica, expresando indignación por el accionar de sus asiduos, de cómo ambos, en su pensar, se estaban riendo en la cara de ella despreocupadamente.

—Era tuyo, puta. Cierra esa jodida puerta y no despiertes a mi Josué. Ah, no, que él también quiere violarte como este de aquí, ¿no es así? —respondió Paula sin miramiento alguno, sin temor a las represalias de Aubrey y con una felicidad enorme que nacía del sentimiento de mancillar a alguien a quien odias, o al menos eso comunicó la expresión que se dibujaba en su rostro.

Aubrey cerró la puerta con fuerza y bajó al primer piso a desahogarse por lo que acababa de pasar, estaba "rabiosa", al grado de patear repetidamente, en patrones irregulares, las paredes de la sala; su pecho le dolía, pero no por la decepción de un amor traicionero, sino que por la burla enorme que dos tipos mediocres, en su criterio, le acababan de hacer, aquello era imperdonable para ella.

Aubrey, quien no pudo aguantar el enojo, necesitó desahogarse con alguien, y es allí cuando cogió su teléfono después del alboroto y vio el mensaje de Lorena en las notificaciones, y en lugar de gritar hasta el cansancio como era lo usual, se aferró al dispositivo para caer entre lamentos y penas. Recordaba la cara de Ignacio, que ni se dignó por rogarle o pedirle disculpas, que se ciño al comportamiento miserable de Paula; lo pudo entender al fin: "Aquello era un complot en contra de ella". En el fondo sabía que merecía muy bien todo lo que le  de pasó, por ser cruel con ambos sin esperar consecuencias negativas en el proceso.

Hay que comprender que, toda acción tiene una reacción, y en ocasiones, las consecuencias pueden ser muy negativas si lo que hicimos también tuvo el mismo grado de perversidad. Dice el dicho: "La venganza se sirve en plato frío", y la crudeza con la que está se germinó estaba bañada de hostilidad;  de odio y frivolidad.

Aubrey, quien se quedó dormida entre sus tristezas, descansó durante toda la tarde, mientras los chicos habían salido de juerga en la furgoneta que manejaba Ignacio, así que se encontraba sola. Al despertarse no halló nadie en el lugar, solo se encontraba con las pertenencias de los demás, más no con sus presencias. Es allí cuando, intentando olvidar tal bajeza, llamó a Norman y le pidió que compre un boleto de avión en el aeropuerto de Piura para la noche, ya que haría sus maletas para largarse de allí, en su razonamiento se decía lo siguiente: "No me hace bien estar con estos desgraciados en este momento", así que se fue sin avisar.

Ya en el "Capitán FAP", ella esperaba su vuelo mientras veía su teléfono, ¿qué observaba?, la misma notificación de la mañana que aún no había abierto, el mensaje de Lorena que no deslizó de la barra. En el avión, aprovechando la ausencia de señal, entró a la conversación con esta para mirar la foto que le habían tomado, y subsiguientemente, soltar una agridulce sonrisa: "Maldita sea, nada de esto salió como lo planeé, nunca me habían tratado así, esto es indignante, pero... Pero tú eres lo mejor que me pudo haber pasado en la vida, Lorena". Las lágrimas, que caían como cascadas de rostro, revelaron un llanto silencioso que poco a poco aceptaba su verdadero ser, ella misma se preguntaba: "¿Hasta cuándo durará la fachada de la artificialidad...?". Si bien respuesta no existía para esa interrogante, de algo estaba segura: No se arrepentía de haber viajado.

A veces las lecciones llegan inoportunamente, pero son necesarias para aprender y crecer como persona. "Hay golpes en la vida... ¡Yo no sé!", reza un verso de Heraldos Negros, uno que, en su composición, no pierde razón alguna, en ocasiones tenemos que toparnos con la realidad para madurar, para ser mejorar en prudencia y sensatez. 

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