UNO
"La oscuridad del pasado se cierne sobre el presente, como una niebla que envuelve el valle y yo siento que estoy caminando hacia ella, sin saber qué secretos me esperan en la sombra."
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Nuestra familia alguna vez tuvo todo: prestigio, estabilidad y una vida acomodada en Seúl. Mis padres, ambos contadores, habían construido un legado de respeto y éxito. Mi padre era un hombre pragmático, alguien que solía decir que cada decisión debía ser medida con precisión matemática. Mi madre, por otro lado, siempre tuvo un instinto único, como si pudiera predecir los movimientos de la vida mejor que cualquier cálculo. Parecían el dúo perfecto, dos pilares que mantenían todo en equilibrio.
Pero incluso las estructuras más sólidas pueden quebrarse. Todo comenzó con pequeños rumores, un murmullo en los pasillos de su oficina, y luego, como una avalancha, los problemas se hicieron incontrolables. Mi padre quedó atrapado en una red de movimientos financieros ilegales. Yo no entendía mucho en ese momento: solo era un adolescente que veía cómo su mundo perfecto se desmoronaba. Pero hubo algo que sí comprendí: ese error no solo nos costó nuestro hogar y nuestra vida en Seúl, sino que también destrozó algo dentro de mi padre.
El suicidio de un CEO influyente, vinculado de alguna manera al caso fue la gota que colmó el vaso. La prensa no tardó en convertirlo en un espectáculo público. En cuestión de semanas, pasamos de ser una familia respetada a ser un ejemplo de lo rápido que la fortuna podía volverse en tu contra.
Ahora, íbamos camino a Pyonguk, el pequeño pueblo donde mi madre había crecido. Mientras el auto avanzaba por la carretera serpenteante, el paisaje cambiaba. Las altas torres de Seúl quedaron atrás reemplazadas por vastos campos abiertos y montañas llenas de vegetación. Según había oído, aquí el frío e invierno era eterno, rara vez soleaba.
—¿Qué piensas, Jungkook? —preguntó mi padre, con una mirada cansada en el retrovisor.
Miré el paisaje por la ventana, un bosque que parecía no tener fin. La neblina flotaba entre los árboles, dándole un aire que no podía ignorar. —Es... diferente —respondí, intentando sonar neutral.
Un letrero oxidado junto a la carretera captó mi atención. "Bienvenidos a Pyonguk, un lugar lleno de paz".
—Te encantará —dijo mi madre, con una sonrisa que no lograba ocultar cierta melancolía—. Este lugar guarda memorias muy especiales para mí. Además, tu interés en la botánica...
—Es química, mamá —la corregí suavemente, aunque agradecí su esfuerzo por animarme—. Pero gracias.
Ella asintió y volvió su mirada al frente. Mientras tanto yo garabateaba en mi libreta de dibujo tratando de capturar las formas de los árboles que veía pasar. Pero entonces, algo llamó mi atención: un movimiento rápido, apenas visible entre los troncos oscuros.
—¿Viste eso? —pregunté, inclinándome hacia la ventana.
—Ciervos, seguramente —respondió mi madre, sin dejar de mirar hacia adelante.
A pesar de su tono tranquilizador, algo dentro de mí no estaba convencido. Esa figura que había visto no se movía como un animal. Era más fluida, más rápida, como si las sombras mismas hubieran cobrado vida.
La sensación de inquietud no me abandonó mientras el auto avanzaba por caminos cada vez más estrechos. Finalmente, llegamos.
Frente a nosotros se alzaba una casa de dos pisos, rústica y moderna a la vez. Las paredes de piedra natural estaban combinadas con amplios ventanales de madera oscura. El porche, rodeado de macetas con flores silvestres.
—Es como un cuadro... —murmuré, más para mí mismo que para alguien más.
Al bajar del auto, una brisa fría me envolvió. Miré alrededor, el valle parecía envuelto en una niebla densa que hacía que todo pareciera suspendido en el tiempo. Apenas había ruido, salvo el susurro del viento y el crujir de las hojas bajo mis pies.
Antes de que pudiera explorar más, una pareja de ancianos salió de una casa cercana. La mujer tenía el cabello gris recogido en un moño simple y vestía un delantal que parecía sacado de otra época. Nos observó por un momento antes de sonreír ampliamente.
—¡Ji Won! No puedo creerlo —exclamó la mujer, avanzando con pasos apresurados hacia mi madre.
Mi madre, sorprendida, tardó unos segundos en reaccionar. Luego, una sonrisa se formó en su rostro. —¡Señora Lee! —dijo, con una mezcla de alegría y emoción—. No esperaba verla aquí.
—¿Cómo no iba a estar? Este es mi hogar desde hace más de 50 años. Oh, pero mírate, sigues igual que cuando eras niña —respondió la mujer, tomando las manos de mi madre entre las suyas con afecto.
El hombre que la acompañaba, de semblante serio pero amable, se acercó con un leve asentimiento. —Es un placer verte de nuevo, Ji Won. Parece que el destino te trajo de vuelta a este lugar.
—Así parece —dijo mi madre, con un poco de nostalgia en su voz.
La señora Lee dirigió su atención hacia mí. —¿Este es tu hijo?
—Sí, él es Jungkook.
—Muchacho, tienes los ojos de tu madre —dijo el señor Lee, observándome con detenimiento. Había algo en su tono que me hizo sentir expuesto.
—Es un gusto conocerlos —dije, inclinándome ligeramente.
—El gusto es nuestro. Este pueblo guarda muchas historias, Jungkook —añadió el señor Lee con una sonrisa apenas perceptible—. Quizá encuentres algunas de ellas fascinantes.
Sus palabras resonaron en mi mente mientras los veía alejarse, tomados del brazo. Había algo en su mirada que no lograba descifrar, una mezcla de curiosidad y fascinación.
🍂
La noche cayó rápidamente, envolviendo todo en un manto oscuro. Me encontraba en mi habitación sentado junto a la ventana. Desde aquí tenía una vista perfecta del jardín. Había un estanque de lotos, un pequeño puente de madera y un sendero que desaparecía en la penumbra. Todo parecía sacado de un cuento, pero la tranquilidad era casi inquietante.
Un ruido suave en el jardín captó mi atención. Me asomé, pero no vi nada fuera de lo común. Sin embargo, la sensación de ser observado era innegable.
—¿Jungkook? —la voz de mi madre me hizo dar un pequeño salto.
Ella entró con una bandeja de galletas y leche. Se sentó a mi lado, mirando por la ventana con una expresión nostálgica.
—Cuando tenía tu edad, pasaba horas mirando por esta ventana —dijo suavemente—. Este lugar te encantará.
Asentí, aunque en el fondo una parte de mí no estaba del todo segura.
Después de que se fue, volví a mirar por la ventana. El viento movía las ramas de los árboles, proyectando sombras extrañas sobre el suelo. Cerré las cortinas con un escalofrío, tratando de convencerme de que solo era mi imaginación.
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