SEIS
Durante las últimas tres semanas, me encontraba atrapado en un ciclo aterrador, como si mi mente estuviera jugando conmigo. Cada noche corría sin descanso a través de un bosque oscuro y húmedo, con el aire helado rasgando mi piel. Sentía que alguien me seguía, aunque nunca podía ver su rostro claramente. Lo peor era la sensación, esa presión constante que me decía que esa persona quería matarme.
El dolor que experimentaba en esos sueños no era solo psicológico. Lo sentía en cada rincón de mi ser. Algo desgarraba mi carne, el olor a tierra mojada y sangre inundaba mis sentidos. Cada vez, al despertar, mi cuerpo temblaba, mis músculos adoloridos como si hubiese estado luchando en el mundo real. Despertaba empapado en sudor, la respiración errática, como si mi alma hubiese quedado atrapada en esa dimensión oscura por un instante.
Esa madrugada no fue diferente. Me levanté de golpe, jadeando, las sábanas enredadas en mi cuerpo y empapadas de sudor frío. Las quité rápidamente y descalzo me dirigí a la cocina. El frío del suelo bajo mis pies era lo único que me mantenía anclado en el presente. Mis manos temblaban cuando saqué una bolsa de té de hierbas y vertí agua caliente en una taza esperando que la infusión me ayudara a calmarme.
Mientras esperaba que el té se enfriara pasé una mano por mi cabello despeinado, intentando disipar la sensación de incomodidad que me acosaba. Fue entonces cuando sentí una mano sobre mi hombro.
Giré de golpe y vi que era mi madre. Ella estaba a mi lado, sus ojos llenos de preocupación mientras me acariciaba el cabello.
—Debe ser duro —murmuró con voz suave, casi un susurro de tristeza.
—Solo un poco... —respondí, forzando una sonrisa cansada. Mis pesadillas se estaban volviendo tan reales que me era difícil distinguirlas de la realidad. —¿Tú también tuviste una pesadilla?
Ella negó con la cabeza, sin necesidad de preguntar lo que realmente me pasaba. Miré el reloj de la cocina, marcando casi las cuatro de la madrugada. Mi madre parecía tan agotada como yo, aunque por razones distintas.
—Estaba haciendo el libro diario —dijo, restándole importancia.
El libro de cuentas, ese cuaderno interminable de números que nunca entendí del todo. Sabía que era importante para ella, pero sentía que esas cuadrículas solo le sumaban más peso a sus hombros ya cansados.
—Vuelve a dormir un poco más, te despertaré y haré algo para que llegues a la segunda hora —dijo, sonriendo con esa ternura que siempre lograba calmarme.
Asentí agradecido y subí las escaleras hacia mi cuarto. Al acostarme, con la mente agotada pero mi cuerpo incapaz de relajarse, mis ojos vagaron hacia la ventana. La cortina se movía ligeramente y por un instante creí ver sombras que se desplazaban de manera extraña. Parpadeé entrecerrando los ojos, pero cuando volví a mirar, todo parecía en calma. Lo atribuí al cansancio acumulado.
Juré haber parpadeado solo una vez, pero cuando abrí los ojos nuevamente ya había amanecido. Como prometió, mi madre tocó la puerta para despertarme.
—Ya estoy despierto —dije lo suficientemente fuerte para que me escuchara desde el otro lado.
Me estiré, sentí la presión en mi pecho que no se iba, pero la ignoré. Recordé el sudor frío de la madrugada, así que me dirigí al baño, encendí la ducha y dejé que el agua caliente me envolviera durante casi media hora.
Cuando salí y me vestí, me miré brevemente en el espejo. Mis ojos estaban hundidos, alg oscuros, como si no hubiera dormido en semanas. Suspiré, resignado. No podía permitir que mi madre se preocupase más.
Bajé las escaleras, encontrando a mi madre en la cocina, preparando café. Me recibió con una sonrisa suave, aunque en sus ojos se notaba el cansancio. Colocó una taza de té frente a mí, sabiendo que el café no haría mucho por mi sistema nervioso en ese estado.
🍂
Cuando llegué a la escuela, el bullicio de los estudiantes me distrajo momentáneamente. Caminé hacia mi casillero con la mochila colgada del hombro. Mientras lo abría Jimin apareció a mi lado con su sonrisa radiante.
—Pareces hombre muerto—dijo, señalándome con un gesto que mostraba preocupación—. Deberías dormir, Jungkook.
Asentí sin decir mucho. Sabía que Jimin notaba mi estado, pero no tenía ganas de hablar al respecto. Él lo entendió y cambió de tema, hablándome de alguna actividad escolar del fin de semana. Aprecié el esfuerzo.
A lo largo del día intenté concentrarme en las clases, pero mi mente volvía una y otra vez al mismo lugar: el bosque. Algo dentro de mí me decía que tenía que ir allí.
Después de clases, mientras Jimin y los demás se dirigían a sus actividades extracurriculares, me escabullí hacia el límite del campus. Justo detrás, el espeso bosque se extendía hacia el horizonte. Sin pensarlo dos veces, comencé a caminar entre los árboles, sintiendo el crujir de las hojas secas bajo mis pies.
A cada paso el aire se volvía más pesado, como si el bosque me estuviera advirtiendo que me alejara. Las sombras entre los árboles parecían moverse, pero en lugar de retroceder avancé más adentro.
De repente, un escalofrío recorrió mi columna. Me detuve en seco y lo escuché: el crujir de una rama rota, demasiado cerca para mi comodidad. Miré en todas direcciones, pero no vi a nadie. Mi respiración se aceleró. Estaba atrapado, igual que en mis pesadillas.
De pronto, una figura apareció entre los árboles, moviéndose con una velocidad inhumana. Finalmente, pude ver al hombre de mis pesadillas.
—¿Pensabas que podías escapar? —dijo con una voz áspera, llena de malicia—. Tu olor...
Sin pensarlo, intenté reaccionar. Me giré y comencé a correr, con todas mis fuerzas, pero él fue demasiado rápido. En un instante, me tenía arrinconado contra un árbol, su mano fría apretando mi cuello con una fuerza sobrehumana. Intenté zafarme, golpeándolo con todas mis fuerzas, pero era inútil. La presión sobre mi garganta aumentó, casi asfixiándome.
—Suéltame —dije en un susurro, mi voz casi inaudible. Mi muñeca dolía por la presión de su agarre.
El hombre sonrió maliciosamente, acercándose aún más a mi cuello con sus dientes. Sentí el frío de su respiración y mi corazón latió con fuerza. No podía escapar.
En ese momento, una figura apareció entre las sombras. Sentí cómo la presión sobre mi cuello desaparecía de golpe. Caí al suelo, tosiendo, mi mano sujetando mi cuello.
—¡Que lo sueltes, imbécil! —gritó una voz profunda y autoritaria, que resonó como un trueno en el bosque.
Era Taehyung. Su mirada era peligrosa, sus ojos brillaban con una intensidad que no había visto nunca. De un color dorado.
—¿Te atreves a tocarlo? —La furia en su voz era palpable.
Junto a él, Chanyeol se adelantó, su postura amenazante, su mirada llena de rabia y del mismo color. En un parpadeo, ambos atacaron al hombre, su agilidad y rapidez desconcertantes. Me quedé allí, respirando con dificultad, incapaz de reaccionar.
El atacante intentó defenderse, pero Taehyung fue imparable. Con un golpe certero, lo derribó al suelo, y Chanyeol lo inmovilizó, observando con indiferencia.
—¿Lo quemamos o lo dejamos ir? —preguntó Chanyeol, como si nada de esto fuera fuera de lo común.
La presión en mi pecho volvió, el miedo se apoderó de mí. ¿Qué harían? Quería gritarles que lo dejaran ir, pero mi cuerpo no respondía. Estaba paralizado, mirando cómo la escena se desarrollaba ante mis ojos.
Taehyung miró a Chanyeol, su expresión aún tensa pero determinada.
—No aquí, no frente a él —murmuró, mientras aún mantenía al hombre inmovilizado con su peso.
La figura que intentó atacarme estaba vencida. Mi respiración se calmó un poco, pero no podía quitarme la sensación de que estaba atrapado en un mundo que ya no comprendía.
Taehyung se acercó a mí, su mandíbula aún tensa. Sus ojos buscaban los míos, pero en lugar de la calma que esperaba, vi una preocupación profunda en su mirada.
El miedo que había estado controlando mi cuerpo aumentó y mi corazón latió desbocado. Intenté hablar, pero mis palabras fueron apenas un susurro y antes de poder decir algo más, la presión en mi pecho creció demasiado. Mis piernas ya no respondían y el suelo se acercaba rápidamente.
Unos brazos me alcanzaron justo cuando mi cuerpo cedió. En un instante, me desmayé sintiendo frío mientras todo se desvanecía en la oscuridad.
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