c u a t r o
El reloj del coche marcaba las cinco y media de la mañana. A lo lejos, en el horizonte, donde la carretera se estrechaba tanto que parecía desaparecer, esperaba ver el sol nacer. Tae había puesto a todo volumen varías sinfonías de Beethoven y apenas había hablado en todo el camino. De vez en cuando hacía algún comentario sobre la obra, pero la mayoría del tiempo mantenía el semblante serio y la mirada fija en la carretera. Le pregunté varias veces si estaba bien. Tae asentía con una sonrisa y me decía que no era necesario que me preocupara por él.
—Cómo no voy a preocuparme por ti, idiota, si nunca has sido capaz de atender a la carretera. Y mírate, pareces un cincuentón llevando a su hija al instituto.
—Estoy bien, tranquila.
—No puedo quedarme tranquila cuando no has dicho "oh, este crescendo es el mejor del mundo" cuando has puesto el segundo movimiento de la sinfonía número siete. ¿Qué te ha pasado?
Apartó la vista de la carretera un momento y me miró con una sonrisa, como si se sintiera culpable por algo. Chasqueó la lengua y cogió aire. Devolvió la vista a la carretera, aunque de vez en cuando sus ojos se posaban en mí. Agarró el volante con fuerza, suspiró y estiró la espalda en el asiento.
—Estoy cansado.
—¿Quieres que conduzca yo?
Se rio. No fue una de esas risillas entre dientes, tontas pero sinceras, sino una carcajada más bien amarga. —No, no es eso.
—Tae, deja de preocuparme. ¿Pasa algo?
—Estoy cansado de todo y de nada a la vez; es extraño, no lo entiendo ni yo. Quiero probar cosas nuevas, pero sé que me van a aburrir. ¿Te acuerdas cuando probé el beisbol porque parecía divertido y lo dejé en la misma semana...? Estoy cansado de todo eso.
Le dediqué una sonrisa y le di unas palmaditas en el hombro, como ofreciéndole consuelo. Él también me sonrió de forma dulce. Si no estuviera conduciendo, le hubiera abrazado y dicho que no se preocupara por eso, que encontraría un balance entre lo monótono y lo nuevo que le iba a resultar atractivo. Tae era una persona temeraria. Una vez, cuando éramos pequeños, quiso saltar desde el tejado a la piscina porque saltar desde el trampolín le parecía para "gente normal", y también hacía un montón de bromas con fumar crack, marihuana y drogas varias porque ''quería saber qué se sentía''.
Suspiré. —Tengo hambre.
—Siempre tienes hambre, por eso tienes ese culo...
Le golpeé. Se quejó y empezó a reírse. —Cállate, Tae, cualquiera tiene un culo gordo comparado con el de tu novia. — Solté. Me hundí en el asiento y apoyé el codo en la ventana.
Me miró, divertido, sacó la lengua y empezó a golpear el volante con los dedos de una forma rítmica. Yo desvié la mirada hacia el paisaje árido que tanto odiaba. —¿Eso que noto son celos?
—No.
No supe por qué mentí. La envidia me invadía y, aunque normalmente era sana, había veces que los celos eran tantos que terminaban consumiéndome. Christine, la novia de Taehyung, nunca me había hecho nada malo a parte de tenerme de sujetavelas. Hacía de su carabina. Y no hay peor cosa que ver al chico que te gusta -tu mejor amigo, además- con una chica sentada en su regazo y diciéndole cosas empalagosas mientras ella se reía de una forma que solo podía irritarte.
Tae se rio y volvió a mirarme con una sonrisa, con la lengua entre los dientes. —¿Envidias a Christine porque es mi novia?
— Que no, Tae. Que no tengo envidia de nadie. —insistí.
—¿Ni siquiera un poquito?
—Nada.
Tae me conocía demasiado bien para saber de sobra que sí estaba celosa. Volvió a reírse antes de tomar una salida que nos desvió de la carretera principal. No le pregunté a dónde íbamos porque supe que iba a hacer alguna rima estúpida o iba a darme un contestación fuera de lugar. Suspiré con la cabeza pegada al cristal de la ventana. Me pregunté si ir en coche casi dos horas, escuchando a Beethoven todo el rato y sin apenas hablar no resultaba aburrido a Tae. Supuse que no, porque de lo contrario ya hubiera parado en la cuneta y hubiera hecho la primera cosa que se le hubiera venido a la mente. Las tripas me hicieron ruido.
—Tienes hambre. ¿Quieres comerte una de mis piernas?— dijo, moviendo las cejas de arriba a abajo.
— Por Dios...— suspiré.
—Vale, no eres caníbal. —dijo asintiendo con la cabeza, como si tratara de convencerse a sí mismo. —¿Pero de verdad no tienes curiosidad...? Siempre he creído que de mis piernas saldrían unos buenos jamones.
—Anda, cállate. ¡Beethoven va a hacer que me explote la cabeza! —Exclamé. Apagué el reproductor de CD que llevaba el coche y Tae me miró horrorizado.
—¿Por qué lo apagas? ¡No ha llegado ni al tercer movimiento aún!
—¿Podemos descansar un poco de tanta sinfonía?
Se hizo el silencio en el coche. Seguía sin saber a dónde nos dirigíamos a pesar de que él me había explicado como tres veces que su plan principal era salir del condado lo antes posible y empezar a visitar lugares estupendísimos cuanto antes. Al parecer, Tae no estaba muy interesado en volver a la ciudad. Taehyung decidió romper el silencio tarareando una canción.
Me gustaba mucho su voz. Si por mi fuera, le dejaría cantar las veinticuatro horas del día en mi oído, y nunca llegaría a cansarme como me cansaba de Mahler o Beethoven. Su voz grave, algo aterciopelada, era ese tipo de voz que te hacía sentir algo por dentro; a veces calma, otras un fuego repentino que te obligaba a abanicarte con las manos. Le observé cantar con ojos brillantes, con la cabeza apoyada en el dorso de la mano. Se dio cuenta de que le miraba como si fuera mi amor platónico -que en realidad lo era- y se rio enseñando los dientes.
—¿Qué?
—Nada.
—¿Quieres que cambie de canción?
Suspiré. No supe muy bien si era uno de esos suspiros de cansancio o uno de esos que soltabas cuando estabas perdida y locamente enamorada. —No sé, sólo tengo hambre. Y ganas de saber dónde vamos.
—Espera y lo verás.—canturreó, moviendo la cabeza de un lado a otro, sin que una sonrisa divertida se le borrara del rostro.
Cuando la carretera empezó a empinarse y estrecharse, supe que Tae me llevaba a un acantilado. A lo mejor decidía tirarse con el coche en picado para ''saber qué se sentía'', pero me sorprendió cuando aparcó la camioneta algo lejos del borde. Después de repasar algunas de las cosas que queríamos hacer desde niños -y no tan niños- y de buscar la lista que él había escrito a mano en la guantera, llegué a la conclusión de que Tae había conducido hasta allí para ver el amanecer. Él había salido del coche mientras yo leía la lista con una sonrisa tonta, y cuando quise darme cuenta, le había perdido de vista. Miré hacia atrás pensando que iba a estar sacando comida de la parte trasera, pero no estaba.
Pegué un brinco cuando devolví la vista al frente y vi a Tae subido de rodillas al capó de la camioneta, con los ojos bien abiertos como si fuera un león acechando a su presa y con la cara pegada al cristal. Llevaba una bolsa de patatas fritas en la mano.
—¡Me has asustado! —grité.
Él soltó un par de carcajadas suaves. —Ven aquí, Scar.
Desaté el cinturón de seguridad y salí de la camioneta con un salto. Primero me apoyé en el capó, pero luego Tae me obligó a subir agarrándome de la mano. Acabé sentada a su lado, con las piernas estiradas sobre el metal y compartiendo una bolsa de patatas que al final me quedé yo, viendo cómo el sol subía por el horizonte y cómo el cielo empezaba a tener matices anaranjados y rosados.
Al rato, mientras yo masticaba las patatas, Tae apoyó su cabeza en mi hombro con delicadeza y puso sus manos en mis piernas, cerca de las rodillas. Giré un poco el cuello para verle. Él alzó la cabeza y me miró con sus ojos oscuros, con una sonrisa dulce.
Ignoré el hecho de que me hacía sentir terriblemente confusa, acalorada y enamorada. Continué comiendo patatas.
—¿Por qué no haces esto con tu novia? —le pregunté con la boca llena.
—Porque ella no mola.
Enarqué las cejas. —¿Y yo sí?
—Tú sí. Eres especial.
No supe si levantarme, ponerme de pie sobre el capó, gritarle a qué narices jugaba conmigo o si quedarme quieta mientras mi mente funcionaba al cien por cien inventando todas las situaciones posibles que podrían suceder después. Opté por la segunda opción.
Y Tae se puso a cantar mientras tanto.
Apreté los labios y me pregunté cerca de treinta veces por qué había accedido a escaparme con él sin apartar la vista del amanecer.
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La elsa de 2020 leyendo un capítulo de 2016:
no os hacéis una idea de las cosas que estaban mal (y siguen estando) en este capítulo WHAT I WAS THINKING???
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