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c i n c o

Tae empezó a pasar las yemas de sus dedos por mis piernas. Su tacto suave y delicado hizo que se me erizara el vello de la nuca. No tardé ni dos segundos en darle un manotazo, y él, como de costumbre, soltó una carcajada. Le fulminé con la mirada. Él simplemente se encogió de hombros.

—Tus piernas parecían suaves.—soltó.

Odiaba tanto en aquel momento a Kim Taehyung que tuve que bajarme del capó para ir a tomar algo de aire y otra bolsa de patatas. Él se quedó mirándome confuso mientras yo trataba de controlar mis instintos básicos, de que la sangre no me subiera a la cabeza. Al llegar a la parte trasera de la camioneta, puse las manos en los laterales y suspiré, intentando mantener la calma, de no volver con Tae y gritarle que no podía hacer eso conmigo si lo que no quería era besarme un día entero. Inspiré profundamente varias veces antes de agarrar una botella de agua enorme y una bolsa de patatas fritas. Me repetí varias veces que Tae era solo y únicamente mi amigo -casi mi hermano- antes de volver a sentarme en el capó, guardando las distancias. Bebí la mitad de la botella en cuestión de segundos. Tae enarcó las cejas.

—¿Qué?— refunfuñé. 

—¿Bebes así la cerveza también? —Preguntó, con esa sonrisilla divertida que rara vez se le borraba del rostro. 

—No me gusta la cerveza. —dije, abriendo la nueva bolsa de patatas. Él intento meter su mano en la bolsa para agarrar un buen puñado, pero solo consiguió llevarse un manotazo. Tae hizo un puchero y yo moví el índice de lado a lado, delante de su nariz. —No, no. Hay kilos y kilos de comida ahí atrás; levanta el culo y ve a por lo que te dé la gana.

Tae me hizo burla, con una mueca rarísima con la que torció absolutamente todos los músculos de su cara. Después de mirarme un buen rato con la esperanza de que le diera patatas, bufó, se cruzó de brazos y apoyó la espalda sobre la luna del coche. Estuvimos sumidos en un extraño y sepulcral silencio. Fue entonces cuando me di cuenta de que le había ocurrido algo. Le observé. Tenía la expresión de un niño por un centro comercial que después de un largo tiempo no había sido capaz de encontrar a sus padres. Tae estaba perdido, pensando seguramente en qué hacer, porque prácticamente ya lo había hecho todo. Me acerqué a él arrastrándome por el capó. Le di un par de golpes en la rodilla.

—¿Estás bien?

Asintió sin mirarme. Sonrió con los ojos fijos en la puntera de sus converse. —No te preocupes por mí.

—Vamos, Tae...— le di un codazo suave para presionarle, para que me dijera de una vez qué había hecho. —Se te nota en la cara. ¡Dime!

—No me pasa nada.

—Dijimos que no íbamos a guardarnos secretos. De hecho, nos lo contamos todo. He tenido que aguantar tus aventuras con Christine durante horas... —le di un codazo más. Al final, acabé dándole empujoncitos con el hombro, hasta que él empezó a reírse y a jugar con los hilos del puño de la manga de su chaqueta, que se deshilachaba. —¿De verdad? ¿No has tenido ninguna crisis existencial, o algo así?

—No me pasa nada, te lo prometo.

—No te creo.

—Ay, ya estamos. —me miró horrorizado y me agarró fuerte por los hombros. Empezó a agitarme tanto que creí que iba a marearme. Las patatas de la bolsa que aún tenía en la mano acabaron esparcidas por el capó. —Scar, Scar, siempre te digo que creas en mí, ¡y no lo haces!

—¡Si que creo en ti!

—Bueno, pues ya está.—Me dejó de agarrar y aprovechó para arrebatarme las patatas fritas. Volvió a tumbarse sobre el cristal del coche y se puso a comer con toda la calma del mundo. Al darse cuenta de que yo le miraba de reojo, se rio entre dientes y me ofreció de nuevo las patatas. Fui a coger la bolsa, pero Tae la retiró justo antes de que mis dedos rozaran el plástico. Se metió un buen puñado de patatas en la boca mientras canturreaba algo y movía la cabe de un lado a otro, entre victorioso y burlón. —Hay un montón de comida detrás... —canturreó, con sorna.

Puse los ojos en blanco. Le imité y me tumbé también sobre la luna. —Ya hemos visto el amanecer. ¿Qué vamos a hacer ahora?

Tae me miró sin dejar de masticar. Se encogió de hombros. —No lo sé. Quiero ir a Chicago, a las Vegas y a California.

—Necesitamos dinero, Tae. — Le vi abrir la boca para decir algo. Le detuve antes de que metiera la pata. —Y no, ninguno de los dos se va a prostituir. 

—Vaya, me has chafado el plan.

—¿De dónde vas a sacar dinero para la gasolina?

—Podré vender tus órganos, ¿no? Por un riñón te dan unos cuatro mil dólares. 

—Tae, nada de prostituirse, vender drogas, hacernos sicarios o vender órganos. —Suspiré. Lo peor de todo era que Tae podría hacer cualquier cosa de la lista. Sí, hasta vender sus órganos. Y algo me decía que se lo iba a pasar bien si lo hacía; se sentía atraído por todo lo que no fuera del todo legal. —¿ Acaso has traído dinero?

Señaló con desinterés hacia atrás. Fruncí el ceño, no tenía ni idea de a qué se refería. Él, que debió de ver que mi cara era la confusión personificada, se aclaró la garganta.—Hay dinero en la mochila.

—¿Y de dónde lo has sacado?

Él volvió a sonreír enseñando hasta sus encías, como si fuera un niño avergonzado que había hecho alguna travesura. Siempre que sonreía así era porque tenía algo que esconder, aunque acababa confesándolo. Podías presionarle con palabras, con golpes, o hasta amenazarle con un cuchillo, pero nada de eso iba a funcionar. Nada era tan letal como las cosquillas. Aproveché que Tae tenía el cuello descubierto para atacarle. Se encogió sobre sí mismo, riéndose y pidiéndome que parara a la vez.

—Lo gané jugando al póker, lo gané jugando al póker.—confesó entre risas. Dejé de hacerle cosquillas. Él se frotó el cuello mientras me miraba con sus grandes y oscuros ojos. —¿Qué? Es verdad...

Suspiré, dándole un voto de confianza. —Vámonos a Chicago ya. Supongo que tenemos dinero suficiente para gasolina.

Tae se bajó del capó de un salto, sonriente. Se puso a bailar mientras daba la vuelta para subirse al asiento del copiloto.—¡Tú conduces!

*****

El viaje de ida a Chicago podía resumirse en tres cosas: Taehyung cantando y bailando canciones de Elvis con una sonrisa radiante, yo riéndome de él y el piloto rojo que indicaba que la gasolina del depósito se agotaba parpadeando cada vez más a menudo. Tae se puso a gritar cuando me pasé de largo una gasolinera, aunque después se calmó al darse cuenta de que a la siguiente salida también había un sitio donde podíamos repostar.

—¿Te imaginas que es una de esas gasolineras a lo "La Matanza de Texas"? —soltó Tae. Le miré. Los ojos le brillaban con cierta ilusión. Siempre le habían gustado las películas de miedo.

—No. Al menos eso espero. No quiero encontrarme con un tío que lleve una motosierra y cabezas colgando de un cinto.—bromeé, intentado ocultar cierto pavor al ver que la carretera empezaba a estar más y más deteriorada.

Tae me dio unas palmaditas en la pierna, como si quisiera calmarme, aunque lo único que hizo, de nuevo, es que se me pusieran los pelos de punta. —Tranquila, yo te protegeré.

Me sonrió y yo le sonreí a él. Después de un par de minutos conduciendo con los cinco sentidos alerta, sin dejar de mirar hacia todos los lados por si algún loco venía y nos asesinaba, vimos a lo lejos una gasolinera vieja que estaba desierta. Tae soltó una risilla; yo fingí estar llorando.

—No me lo puedo creer...

—¿Ves? Te lo dije. No estamos en Texas, pero la gasolinera es prácticamente igual. ¡Qué guay!

—Odio esa película...

—¡Pero si es fantástica!

Aparqué el coche al lado de uno de los dispensadores de gasolina. Miré un poco los alrededores para asegurarme de que estábamos a salvo. —Oye... ¿Tae? ¡Tae, no me dejes aquí sola!

Había desaparecido del asiento. Casi literal. Le vi cerrar la puerta con un golpetazo. Desaté el cinto de seguridad y me quedé un momento agarrando con fuerza el volante, mirando como loca por los retrovisores con la esperanza de ver a Tae por detrás de la camioneta. Suspiré llena de alivio cuando le vi llenando el depósito, apoyado casualmente en el dispensador de gasolina, que gracias al cielo funcionaba. Me bajé del coche de un salto.

—Esto es genial.

—No, no lo es.

Me miró, divertido. —¿Tienes miedo?

—Para qué mentirte. Estoy acojonada.

Se carcajeó mientras cerraba la tapa del depósito. —Estoy contigo, tranquila.

—Sí, bueno, tranquila dentro de lo asustada que estoy. Eres una gran ayuda contra un señor armado con una motosierra. Y no, el kung-fu no sirve de nada contra un trastornado que es asesino en serie.

Tae, sin más, me acarició la cara. Nunca lo había hecho antes, así que me paralizó por completo, como si fuerza el veneno de una serpiente. —No va a pasar nada, esto está tranquilo. ¿Ves?—Señaló con el índice de la mano que tenía desocupada los alrededores. Yo estaba tan hipnotizada que no fui capaz de girar la cabeza para ver lo que señalaba.—No hay nadie.

Retiró su mano de mi rostro. Esperé que no hubiera notado lo caliente que estaban mis mejillas. Me tapé la cara con el pelo y carraspeé varias veces antes de ordenarle, con el tono de voz más firme que pude encontrar, que fuera a pagar la gasolina. Tae insistió en que podíamos irnos sin hacerlo, y como yo era demasiado legal, tuve que ir a la pequeña tienda para soltar un par de billetes que cogí de la mochila. Tae, que era muy buen amigo, me abandonó y se fue al baño, dejándome sola ante un señor viejo y que no inspiraba demasiada confianza. qMe miró de arriba a abajo tan lascivamente que me hizo tener náuseas.

—Bueno, guapa, ¿no vas a comprar ninguna chocolatina?

—No.—Respondí secamente. Dejé los billetes en la mesa esperando a que el hombre los guardara en la caja registradora. 

—¿Seguro? Tengo algunas que pueden gustarte.

—Señor, quiero la vuelta, gracias.

El hombre se removió en su asiento. Hizo una seña para que yo esperara, se levantó y empezó a caminar despacio por la tienda, con los ojos clavados en mí. Resoplé. Noté al hombre cerca de mi espalda. También lo vi reflejado en el cristal de la vidriera llena de tabaco que tenía enfrente. No me moví, porque si lo hacía, seguramente mi cuerpo se iba a rozar con el suyo, y eso era una experiencia asquerosamente aterradora que no quería que ocurriese. Empecé a impacientarme por Tae.

—Mira, muchachita, estas chocolatinas son especiales...

Y el cabronazo del señor se inclinó para alcanzar un paquete de chocolate, pegando su cuerpo contra el mío. Me giré de inmediato y le empujé lo más fuerte que pude, horrorizada, y cogí los billetes del mostrador. El hombre levantó las manos en son de paz en un principio, aunque luego tuvo intención de agarrar mis antebrazos. Le alejé con un manotazo. En cuanto vio que me iba directa al coche, me cogió de la muñeca y tiró de mí.

—¡Señor, que no me atraen los depredadores sexuales! - exclamé. Supe que lo que dije sonó estúpido, pero siempre solía decir idioteces cuando empezaba a ser presa del pánico. Forcejeé con el hombre, pero no cedía, y por si fuera poco, cada vez me acercaba más a él. —¿¡Está enfermo!? ¡Taehyung...!

Tae apareció raudo y veloz en escena. Se quedó un momento mirando al hombre, que no reparó en él, y después de calcular las probabilidades de salir herido, le dio una patada en el costado, sin apenas moverse. El señor me liberó. Yo salí corriendo hacia la puerta, pero Tae se había quedado agachado en el suelo, agarrando al hombre del cuello de la camisa y diciéndole con aire amenazador cosas que obviamente no llegué a escuchar o entender. Me sorprendió tanto que Tae estuviera a punto de matar a golpes a un cincuentón que no fui capaz de reaccionar en un buen rato. Al final, conseguí llamarle.

—¡Taehyung, vamos!

Él levantó la cabeza y me miró algo confuso. Empujó al hombre hacia atrás con brusquedad para que su cabeza se diera contra el suelo. Tae caminó hacia mí, tranquilo, y de paso, se metió en los bolsillos de la chaqueta un puñado de chocolatinas aprovechando que el dependiente tenía mejores cosas por las que quejarse. Cuando Tae estaba suficientemente cerca, le tendí la mano, impaciente, y tiré de él hasta que llegamos a la camioneta. Me puse el cinto de seguridad con rapidez, arranqué y pisé el acelerador con fuerza.

—Estoy bien, estoy bien, estoy bien.—repetí antes de que Tae me preguntara. - Un poco alterada, quizá. Traumada un poquito, también.

—Mira el lado bueno, gasolina y chocolatinas gratis. —soltó Tae, que ya masticaba el chocolate. Se hundió en el asiento. —Al menos no te ha hecho nada...

—Estoy bien. —dije otra vez. —Tendré un trauma de por vida, pero estoy bien.

Busqué la mano de Tae al cambiar de marcha, con la esperanza de que él me diera la suya. Lo hizo. Tragué saliva mientras él, con la mano que no sostenía la mía, me daba golpecitos en la palma a modo de consuelo. Después de que me notara todavía más nerviosa, me miró con los ojos de un cachorrillo.

—¿Quieres que te cante algo?

Asentí. Tae se puso a jugar con mi mano mientras cantaba una canción para niños, aunque con su voz profunda y ronca le daba un toque para nada infantil.

Y así es como pasé el resto del viaje a Chicago, con Tae cantando un repertorio entero de canciones de nuestra infancia con una voz que me hacía pensar en cualquier cosa que no fuera el señor baboso de la gasolinera o la carretera.

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para editar este capítulo he tenido que hacer una proyección astral para comunicarme con la elsa de 2016 y preguntarle qué coño estaba pensando al escribir esto

Besis 💁🏻✨

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