Pinturas
Después de que JungKook viera a su mayor volver a meterse por el pasillo de los baños, dio un giro en dirección a su respectiva mesa, pero apenas un par de pasos ya se había vuelto a detener cuando una mano se posó en su hombro. La mujer que había perdido de vista los pocos minutos que tardó en ir y volver del baño, se mostraba de nuevo con la brillante sonrisa en sus labios, sonrisa que JungKook le inquietaba.
— ¿Te gusta? —señaló al cuadro que había permanecido largos minutos mirando, sin apartar sus ojos de él, sin perderse de un solo detalle.
JungKook se encogió de hombros y la mano, antes posada en su hombro, la levantó para que él la agarrara y así llevarlo con ella. ¿A dónde? No lo sabía, pero aquel pequeño niño tenía tanta curiosidad dentro de él que necesitaba encontrar algunas respuestas.
Y aquella mujer las tenía, no cabía duda.
— Tengo un montón de pinturas como esa arriba. Seguro te gustan —le comentaba la mujer mientras se abría entre la multitud y llegaban hasta unas escaleras, con aquel pasillo más desolado con respecto al resto del restaurante—. Ven —le dijo con una voz tan dulce que cualquier niño habría seguido hipnotizado, como en uno de esos tantos cuentos infantiles donde la bruja vestida con piel de cordero atraía a sus víctimas a lo más profundo del bosque y allí... se los comía.
JungKook miró cada rincón de aquella casa sin soltarse de la mano de la mujer. El pasillo era lo bastante largo como para que éste estuviera adornado con varias pinturas, pero eran pinturas muy diferentes a la que vio abajo, éstas eran más profesionales, sus pinceladas eran perfectas, milímetro a milímetro. Un arte incluso a los ojos del más ignorante.
Se preguntaba dónde estaban las pinturas amorfas, coloridas y de pinceladas gruesas y torpes. Se preguntó si todo había sido una mentira y aquella mujer sólo podría ser como esas brujas malvadas de los cuentos. Pero cuando la desconocida abrió la puerta del fondo, supo que no mentía, pues allí estaba lo que hubo prometido.
Las cuatro paredes estaban repletas de esos mismos dibujos, sólo que con colores y figuras diferentes, pero claramente del mismo autor. JungKook soltó la mano de la mujer y se acercó a uno de los dibujos, quizás el que tenía los colores más vivos; transmitían felicidad, o quizás locura.
— Ese fue pintado cuando un pequeño perro llegó a esta casa —se acercó al que tenía justo al lado—. Y éste cuando al día siguiente dicho cachorro ya no estaba —JungKook miró al dibujo señalado, se veía oscuro y triste, muy diferente al que sus ojos captaron primero—. Aquel de allí fue cuando se llevó todo un fin de semana lloviendo —vio como el dibujo tenía miles de pequeñas rayas sobre un deforme dibujo que mayormente era de un azul grisáceo—. Y éste... —la mujer se detuvo frente a otro— la noche antes de que te fueras.
JungKook apartó los ojos del dibujo y la miró, con los ojos grandes y tan profundos como la mayoría de los dibujos. Pues apena se había dado cuenta de la similitud de ellos, quitando el de abajo y el primero que vio como los únicos diferentes; los únicos con colores vivos.
— JungKook —musitó y se arrodilló ante el pequeño, lo miró de abajo arriba y se detuvo en sus ojos—, ¿no me recuerdas? —el niño no movió ni un músculo, tan sólo la miraba pero poco más podía hacer— JungKook..., soy mamá —el ceño ligeramente fruncido en el menor hizo inquietar a la mujer, pensaba que podría asustarlo, que podría echar a correr y perder su única oportunidad. ¡Tenía a su hijo ante ella de nuevo, después de tantos años, después de tantas miserias y tanto sufrimiento! ¡No podía ni creerlo pero tampoco quería volver a perderlo!
JungKook apartó sus ojos de la mujer y observó con más detalle la habitación, apenas se hubo dado cuenta de que era una habitación infantil. Simples muebles como una cama, un armario, una mesita de noche y... un escritorio. El mismo escritorio que se colaba en sus sueños, al igual que todo lo demás. Las paredes, tan estrechas que lo ahogaban con tan sólo mirarlas, todos aquellos dibujos lo absorbían y le hacía recordar cada detalle de ellos; del mismo momento que cogió el pincel y dibujó sobre el papel blanco, donde recordó como el color azul oscuro estaba prácticamente agotado con respecto al resto.
Era su habitación, pero también su pesadilla.
— Quiero irme —susurró y la mujer sostuvo sus delgadas manos, obligándole a mirarla. Y entonces la vio, vio a la mujer de cabellos largos y oscuros, de ojos profundos y grandes, tan joven que a cualquiera sorprendería saber que tenía un hijo. Ahora sus cabellos seguían igual, su piel había envejecido muy ligeramente pero aún seguía viéndose joven para una madre que tenía un hijo de 13 años. Seguía viéndose igual que la misma noche lluviosa cuando la violaron y nueve menes después sintió su vida arruinada.
— J-JungKook... —subió sus manos a las mejillas de su hijo y suplicó porque no echará a correr— Hace tanto tiempo que no nos vemos... No puedes irte así... sin más. Mi pequeño...
Quiso decirle tantas cosas, cuán arrepentida estaba, todo lo que se hubo lamentado; noche tras noche. Ella sólo era una joven asustada, sin familia a la que acudir, sin una pequeña ayuda que recibir. Con sólo una habitación alquilada en el edifico que ahora había podido comprar. Pero para entonces, ¿qué podría hacer? ¿Dejar que su hijo creciera entre penurias? ¿Continuar mendigando comida en la calle y robando dinero para pagar la habitación?
Sus ojos cristalizados y apunto de estallar se detuvieron cuando el chirrido de la puerta los alarmó y vio a dos chicos bajo el marco de ésta; uno de ellos, siéndole familiar.
— Perdone, podr-... —la mujer se levantó sorprendida y miró a los chicos que, tan pronto cruzaron miradas, arrugaron su entrecejo con desconfianza y luego clavaron sus ojos en el pequeño ser de la habitación— JungKook, ¿qué haces aquí? Ven aquí ahora mismo —ordenó su hermano y JungKook caminó hasta él con la cabeza gacha—. ¿Me puedes explicar por qué no me avisaste? ¿Por qué subiste hasta aquí? —pero JungKook no dijo nada y cuando NamJoon lo hizo a un lado, se abrazó a Jimin— Espero que no le haya causado problemas —dijo ahora en dirección a la mujer que no apartaba sus ojos del pequeño cuerpo ahora abrazado por el chico castaño.
— No fue ninguna molestia —musitó sin un ápice de fuerza, la cual estaba gastando en retener sus lágrimas.
— Quizás no sea JungKook la molestia. La he visto abajo con él y no paraba de hacerme preguntas sobre él —arremetió Jimin contra la mujer, que había palidecido—. Vámonos ya de aquí.
NamJoon fue a preguntar a qué se refirió pero cuando la voz femenina lo interrumpió, decidió callar.
— ¡Espera! —cogió de la pared el dibujo más llamativo y se lo entregó a JungKook— Esto es para ti —sus ojos rogaron para que no lo rechazara, y para su sorpresa, no lo hizo. Luego se incorporó y miró fijamente a NamJoon—. Simplemente le gustaban los dibujos y quería verlos —el rubio asintió sintiéndose incómodo bajo la mirada de la mujer, como si intentaran analizarlo o de advertirlo. Y fuera cual fuera el motivo, no se quedó a comprobarlo.
[...]
Jin no dejó de abrazar a JungKook ni un sólo segundo desde que lo volvió a ver. Había sentido el terror bajo su piel al imaginar que éste no aparecía y que toda la culpa caía sobre él, pero sobretodo tenía miedo de que pudiera haberle pasado algo a su pequeño, y eso, nunca se lo perdonaría. No lo soltaría jamás, ni aunque su novio se molestara o le ordenara dejarlo ir, no lo haría hasta que JungKook volviera a estar en las manos de sus padres.
— Ya he hablado con Jackson —dijo YoonGi cuando volvió del baño de la habitación de invitados.
— ¿Y bien?
— Simplemente quería saber cómo estábamos —respondió con simpleza.
Mientras que Jin estaba en la búsqueda del menor, había recibido una llamada de Jackson, pero que ignoró, no estaba para responder llamadas cuando su pequeño pelinegro seguía sin aparecer.
— ¿Nosotros... o cómo estabas tú? —rió HoSeok por lo bajo, y se llevó un golpe en la cabeza— ¡Auch! Oh, venga, no te pongas así, es tan... tan... predecible.
— Vete a la mierda —YoonGi le devolvió el móvil a Jin y se fue a una de las dos camas individuales que había para acostarse.
— Será mejor que vayamos a dormir. Necesito consultar con la almohada cómo le haré saber a mi madre todo esto —dijo Jin tendiendo unas mantas en el suelo y, después de golpear la almohada varias veces para amoldarla, se acostó a dormir, o al menos a intentarlo.
Ya que sólo habían dos camas, se habían echado a suerte quienes dormirían en ella, siendo cuatro de ellos los ganadores; YoonGi, JungKook, TaeHyung y NamJoon, pero éste último cedió su hueco a Jimin para así dormir junto a su novio.
— Kookie —susurró Jimin cerca del oído del menor, que se encontraba en la misma cama que él—, ¿estás despierto? —el pequeño se removió bajo las sábanas y sacó su cabeza en silencio.
— No puedo dormir.
— Yo tampoco —acarició delicadamente su mejilla—- He estado dándole vueltas y... JungKook, aquella mujer... ¿por qué te llevó hasta arriba? ¿Tú se lo pediste? ¿De verdad querías ver esos dibujos? —sin pestañear, fue bajando sus ojos lentamente hasta que su campo de visión ya no podía ver a su mayor.
— Buenas noches, hyung —susurró mientras lo abrazaba y se dejaba embriagar por el aroma del castaño, el cual era su favorito.
— Buenas noches —imitó Jimin dejando un casto beso en su cabeza y envolviéndolo entre sus brazos—, mi pequeño.
— TaeHyung, deja de abrazarme y ponerme la pierna encima —saltó de repente la gruñona voz de YoonGi, recibiendo un fuerte siseo por varios; los cuales se habían despertado sobresaltados. No es que YoonGi hubiese elevado su voz más de lo normal, pero en aquella habitación se había escuchado lo bastante clara.
A la mañana siguiente, el primero en despertar fue Jin, que más nervioso que anoche comía sus uñas sin apartar la vista de la puerta, imaginando cómo o qué cosas decir para que el rostro de su madre no cogiera un color demasiado rojo... o quizás demasiado blanco. No estaba preparado para enfrentarla, y prefería a su padre antes que a ella. Lógicamente el señor Kim era mucho peor, pues cargaba un humor de perros, pero Jin tenía más confianza posada en su padre, pues a su madre sólo la veía de verano en verano y a veces en navidades, pero no tenía muy claro sus reacciones.
— Ya estamos listos —dijo NamJoon subiendo la cremallera de su pantalón.
— Bien.
— Relájate, hyung, estamos contigo —Jin acarició los cabellos de TaeHyung y le sonrió más calmado y confiado.
La señora Kim bebía su taza de café matutina mientras miraba una de sus revistas favoritas. Escuchó como unas pisadas bajaban las escaleras de su casa y sin mirar dio los buenos días a quien supuestamente ahora estaba en la entrada de la cocina; su hijo. Pero cuando no recibió contestación decidió dejar la taza sobre la encimera y mirar a su costado para ver, no sólo al castaño, sino a unos cuantos chicos más detrás de él.
— Mamá, ¿podemos hablar? —Jin mordió su labio inferior mientras que el de su madre bajaba dispuesta a soltar la primera palabra; estupefacta y sorprendida.
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