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Dulces


Cada paso que daba, cada gota de sudor que bajaba por su frente, cada aliento que exhalaba lo hacía caer poco a poco. Su espalda encorvada lo gritaba, gritaba por un descanso. Incluso ya sentía ampollas en sus pies doloridos. ¿Cuándo tiempo más debían caminar? Su estómago rugía en una batalla contra la naturaleza por saber cuál de los dos era capaz de rugir más fuerte, si los árboles y la maleza o su estómago vacío. Aunque no le importó demasiado aquella lucha, lo único que quería era desmayarse y caer al suelo para así descansar un poco.

Sus pequeñas manos entrelazas con unas un poco más grandes lo desviaba a veces de su mente y su agotador cuerpo. ¿Por qué se sentían tan cálidas? ¿Por qué lo sostenía cuando podía ir perfectamente él solito?

El pequeño JungKook no conocía aquellas respuestas; demasiado joven, se dijo a sí mismo y apartó esos pensamientos de su mente, volviendo a notar el gran peso del cansancio. Se maldijo por hacerlo, pues mientras pensaba en esas preguntas y miraba sus manos, por un momento se olvidó del dolor.

Conocía a los amigos de su hermano cuando ya era pequeño, a veces NamJoon los traía a casa para jugar y el pequeño de no más de 5 años los observaba en alguna esquina de la casa, pensando que él también podría jugar. NamJoon y JungKook solían tener enfrentamientos incluso a su temprana edad, pues el mayor nunca estuvo de acuerdo cuando ese pequeño de cabello azabache, piel pálida y ojos grandes llegó a aquella casa. Él nunca quiso un hermano, estaba bien como estaba, teniendo todos los caprichos de sus padres y una casa entera para jugar con sus amigos sin ningún estorbo. Pues para él, JungKook era una especie de estorbo en su vida.

El pequeño llegó al hogar con 5 años de edad, al principio se sintió feliz por salir de aquel orfanato deprimente donde le hacían comer comidas horrible e insípidas y dormir en una dura cama que no se pudo comparar con la que los Kim le compraron exclusivamente para él. Incluso tuvo que acostumbrarse a tal comodidad. Pero, más allá de conseguir una buena comida y una mullida cama con sábanas a olor lavanda, obtuvo el afecto que desconocía desde que tuvo memoria.

La familia Kim había sido muy amables con él desde el primer día que entró en aquella casa en mitad de un pueblo rural que le pareció bonito y divertido. Aún podía recordar cuando asomó su cabeza por la ventanilla del coche y jugó a imaginarse entre esas calles; recorriendo todas y cada una de las tiendas que había, correteando por ese verde pasto y, sobretodo, llegar a su casa y sentir el calor de una familia.

El día que los amigos de NamJoon llegaron y comenzaron a jugar, él decidió acercarse, pero tan rápido su hermanastro se dio cuenta lo expulsó de la sala y le advirtió que no podía estar con ellos; él sólo era un mocoso entrometido. "No dejaré que también me quites a mis amigos", aquellas fueron las palabras que más marcaron al pequeño y, tal y como su hermano le ordenó, él dejó de acercarse a ellos. Tan sólo se limitaba a mirarlos desde lejos hasta que un día uno de ellos se acercó a JungKook.

El chico de pequeños ojos y gruesos labios se acuclilló a su lado y le dedicó una dulce sonrisa que provocó en JungKook gran desconcierto. Se fijó en sus regordetes mofletes y no pudo evitar sonreír internamente. Aquel individuo le extendió una mano y, sin saber muy bien qué hacer, la aceptó, llevándolo con el resto de los chicos. Todos le sonrieron y bromearon con él, incluso se presentaron, pero por culpa de sus nervios se olvidó de casi todos los nombres al instante. De todos, menos de uno.

Jimin, así se proclamó el chico de sonrisa radiante que había ido a buscarlo, haciéndolo sentir como uno más, no como la sombra que se veía. Por supuesto, su pequeña felicidad no tardó mucho en caer cuando su hermano mayor entró por las puertas y lo echó de la sala. No se quejó; tampoco es lo hubiese hecho alguna vez, y en cambio salió de allí con una leve sonrisa en el rostro.

Después de aquel día el JungKook de 7 años salió corriendo hacia el patio de su casa y comenzó a correr con una pequeña avioneta de juguete entre sus manos. No había razón para malgastar aquella felicidad y energía que brotaba por sus poros.

Y aquella tarde jugó hasta caer la noche.

— ¿Tienes hambre? —preguntó Jimin soltando su mano y bajando su mochila de la espalda para pasarle algo sólido que llenara el ruidoso estómago— Toma.

— Gracias, hyung —JungKook se llevó a la boca un bollo relleno de crema mientras se sentaba y sentía el hormigueo por sus doloridos pies.

— Hyung, ¿quieres? —preguntó ahora al otro chico que no dejaba de mirar a su alrededor. Tan sólo asintió y le pasó otro de esos esponjosos y deliciosos bollos— Yo también me comeré uno. —dijo sonriendo y sentándose junto a JungKook.

— Empiezo a arrepentirme de haber hecho esta escapada —comentó YoonGi a la vez que imitaba a los otros dos y se sentaba con el bollo metido en la boca—. Es una locura, no debimos cruzar por aquí.

— Era la forma más segura de llegar al pueblo vecino, era esto o la carretera.

— Sí, pero...

JungKook se limitó a observarlos mientras comía y sin decir una palabra.

Cuando se hablaba de sensatez se hablaba de YoonGi, él era la cabeza del grupo por así decirlo; el más cuerdo, maduro y realista. Ésta había sido su mayor locura en la vida, pues a pesar de las gamberradas que había cometido con el resto de chicos, él siempre intentó no destacar demasiado; quedándose atrás y supervisando que todo estaría bien, por no hablar de las veces que se libró de hacer alguna tontería que luego pudiera lamentar.

Como aquella vez que decidieron robar en una pequeña tienda porque los padres de todos se pusieron de acuerdo en dejarlos sin comer todo un día por haber desatornillado la silla del profesor y dejar que éste cayera de culo y provocaran las carcajadas de todos los alumnos. Y aunque tenían bien merecido tal castigo, no podían aguantar todo un día sin una pizca de alimento. ¿Qué había de malo en comer un poco? Eran niños y tenían que creer, aquella fue una gran excusa para entrar en la tienda de alimentos y salir con sus sudaderas y bolsillos cargados de comida. Lo que hizo que YoonGi se sintiera mal, a pesar de sólo haber estado vigilando desde afuera.

Min era un chico silencioso, como lo eran sus abuelos. Reconocidos por todos por ser personas civilizadas, cariñosas y educadas. El chico no quería avergonzar a su familia, porque sí, aquellos señores mayores eran toda su familia. Había perdido a su madre al nacer y a su padre después de que una enfermedad se lo arrebatara. Igual él era feliz con sus abuelos, no necesitaba más. Con ellos y sus amigos se sentía completo. Pues así era él, comprensivo y maduro.

— ¿Deberíamos descansar aquí? Está anocheciendo —dijo el mayor antes de obtener la respuesta afirmativa del castaño—. Sacaré las mantas.

— Estaría bien que cuando encontremos un pueblo compremos unos sacos de dormir.

— Jimin, una vez lleguemos al pueblo no creo que volvamos a dormir a la intemperie.

— ¿Acaso tenemos dinero suficiente como para pagar un motel todos los días?

— Esa es una buena pregunta, pero espero que sí, ya no soporto más las malditas piedras que se me clavan en la espalda —Jimin rió por las palabras de YoonGi y luego giró su cabeza hacia el pequeño, encontrándose con una imagen bastante tierna para sus ojos. JungKook se había quedado dormido con su cabeza echada hacia adelante y un trozo de bollo en su mano.

Mientras YoonGi preparaba las "camas", Jimin se limitó a mirar el angelical rostro de su menor. Tenía la boca entreabierta, abultando el labio inferior más de la cuenta. No pudo evitar sonreír y pasar su mano por el oscuro cabello, deleitándose con la imagen más tierna que había visto nunca. Apenas pudo dar unas pequeñas caricias antes de que escuchara la voz de YoonGi a su espalda; retirando entonces su mano. Retiró el trozo de bollo y lo guardó en el envoltorio para que mañana pudiera terminar de comerlo.

— ¿Duermes tú con él? —Jimin asintió y cogió en peso el pequeño cuerpo del menor para acomodarlo a su lado y taparlo hasta arriba con la manta.

El mayor se removió incómodo por los próximos diez minutos hasta que consiguió conciliar el sueño. Y Jimin quién no se sentía tan incómodo por la naturaleza lo estaba sintiendo por tener a JungKook tan pegado a él. A veces no podía evitar sentirse mal, el sólo mirarlo o dedicarle una sonrisa hacía que su cuerpo se estremeciera de forma extraña. Sólo es un maldito niño, se decía cada vez que esos pensamientos confusos llegaban a él.

¿Qué significaban? No lo sabía con certeza, lo único que tenía claro es que aquel individuo con cuerpo de niño lo ponía demasiado nervioso. No desde el día que se acercó a él cuando tenía 9 años, sino unos años más tarde cuando lo llegaba a buscar ignorando las palabras de NamJoon. ¿Qué había de malo en buscarlo? ¿Qué había de malo en jugar con él? ¿Qué había de malo sonreírle y recibir una sonrisa más cálida que la que él mostraba?

No había nada de malo, él sólo quería verlo feliz,;ver sus labios ensancharse gracias a él y ver cómo sus pómulos se ruborizaban cuando el mayor lo abrazaba. Era jodidamente tierno, ¿por qué no hacerlo?

Jimin a pesar de su pequeña obsesión por la sonrisa de conejo del menor, era increíblemente popular en la escuela. Las chicas babeaban por su cuerpo, e incluso algunos chicos lo hacían. No era un gran estudiante, pero su popularidad no lo dejaba pasar desapercibido en ningún momento. Pero como toda popularidad, tenía su lado malo. Y era el centro de cotilleos y cuchicheos de la escuela.

"¿Por qué no tiene novia? ¿Por qué no tiene más amigos? ¿Alguna vez ha estado con alguien? ¿Hubo alguna chica afortunada en probar su bien formado cuerpo?"

Las preguntas de terceras personas llegaban a él quisiera o no, no podía evitar sentirse incómodo con las personas a su alrededor. Incluso el decir o hacer algo en público lo reprimía fuertemente. ¿Qué pasaría si llegara a decir algo fuera de contexto?, ¿qué pasaría si llegara a hacer algo que molestara a los demás?

A pesar de ser personas desconocidas para él, no quería enfrentarse a polémicas, por lo que siempre intentó mantenerse al margen y hacer caso omiso a lo que se decía de él. Aunque a veces le costaba mantener esa imagen.

Los padres de Jimin solían viajar mucho, eran unos increíbles investigadores de medicina y aunque tenían el dinero suficiente para permitirse un buen hogar en la capital, los médicos preferían un lugar más tranquilo, dónde tuvieran un descanso lejos de la civilización.

Cuando sus padres viajaban solía quedarse en casa de su mejor amigo TaeHyung, pero como estos eran vecinos, prácticamente terminaban en casa de Jimin todo el día; incluso para dormir.

Gracias a Jimin y a su cartera más rellena que la del resto, podrían sobrevivir más de la cuenta, pero como todo, también se acaba. ¿Cuánto les durarían?

Siendo ahora un tema menor, ninguno llegó a preocuparse más de la cuenta. Además, Jimin tenía en su cabeza un mayor tema al que enfrentarse.





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