2. Somos cuatro
Recuerda llegar al club de ocultismo después de su huida. Su plan inicial era correr hacia el primer piso, luego salir del edificio para cruzar al otro y abandonar la preparatoria, pero esa idea quedó frustrada rápidamente. Las escaleras de bajada estaban sospechosamente silenciosas; no se atrevió a seguir por allí e incluso detuvo a su compañera, que lo había estado siguiendo todo el camino.
Fue una buena decisión, pues poco después un grupo de chicos se apresuró escaleras abajo, ignorando la advertencia de Yuji. Era como oír varias ramas romperse una tras otra. Después de eso, no quiso saber más; corrió sin rumbo fijo, con su compañera detrás. Solo cuando vio las puertas del salón de actividades del club de ocultismo decidió esconderse, no sin antes echar un vistazo de precaución.
—¿Itadori? —dijo una chica desde el interior.
—Sasaki, estás aquí. Esto es... —Esperó a que su compañera entrara para cerrar la puerta, pero esta fue sujetada por el otro lado y abierta a la fuerza.
Las jóvenes gritaron; Yuji se preparó para luchar, pero se detuvo al reconocer a la otra persona. Era el otro miembro del club, Iguchi, quien traía consigo una gran bolsa de basura.
—Estaba en educación física, eso fue... —dijo Iguchi, cerrando la puerta tras él—. Rompí un par de máquinas expendedoras cuando pude escapar de esa cosa. Apocalipsis por monstruos, les dije que era más probable que fuera un zombi.
Dejó caer la bolsa en el suelo, derramando parte del contenido: latas de bebidas y varios dulces.
—¿Hay botellas? —preguntó la chica.
—Por supuesto, necesitamos rellenarlas.
—Somos cuatro —comentó Itadori.
—No podemos dejar entrar a nadie más. Tenemos un mes antes de que nos quedemos sin alimentos —indicó Iguchi—. Tenemos que salir de aquí antes de eso.
Corría, corría por los pasillos llenos de sangre y cadáveres. Nadie había pisado ese lugar en un mes, más bien, ningún humano lo había hecho, pero él no contaba ahora como un humano.
Escuchó pasos acercándose, bajaban por las escaleras del segundo piso. Debía llegar a la entrada rápido, por lo menos había logrado escapar de la profesora.
—Esto es un desastre —murmuró Yuji, mientras tapaba su nariz.
—Yo nos mantendré vivos, mocoso.
Yuji hizo una mueca. Ya no sabía qué pensar sobre su huésped no deseado, pero era lo mejor que tenía, después de todo, por eso seguía vivo, por eso no había muerto aún.
—Si no me matas primero —dijo el chico, dando una vuelta en la esquina y deteniéndose de repente.
No sabían qué había en el otro edificio, solo lo que habían logrado ver por las ventanas y eso era muy poco. Ahora sabía que el peligro no era por parte de un solo monstruo.
Un enorme, gordo y grasiento se le acercó abriendo una boca que le llegaba al vientre.
—Mocoso.
Yuji reaccionó, tomando una piedra del bolsillo de su sudadera y la lanzó con toda su fuerza a la cabeza del monstruo. Eso lo aturdió, lo suficiente para que pudiera esquivarlo y correr de regreso a su ruta original, pero ahora con aquella cosa siguiéndole de cerca.
—Comida, comida.
—Que asqueroso —dijo Sukuna.
Corrió por los pasillos, buscando la salida. El monstruo, por suerte, era muy lento. En una esquina logró tomarle suficiente ventaja, pero entonces lo vio: aquel al que todos temían y el motivo por el que nadie había salido de la preparatoria desde el frente.
—Sukuna.
—No tengas miedo, mi mocoso.
—Ya ha pasado una semana. ¿No deberían habernos rescatado ya? —soltó de repente Sasaki.
—Nadie va a venir a rescatarnos. Oíste las noticias, estamos en emergencia nacional —reprochó Iguchi—. Este es el fin del mundo.
Yuji estaba en silencio, mirando por la ventana del salón del club. La situación fuera de esas cuatro paredes era una locura; la cantidad de monstruos en el edificio iba en aumento mientras los humanos disminuían.
Una enfermedad, una enfermedad que convertía a las personas en espantosos monstruos, eso habían dicho en la última transmisión de alguna estación de radio. El primer síntoma era un abundante sangrado nasal, y luego una voz atormentaba a los infectados hasta que estos perdían el control.
—Itadori-kun —llamó Ozawa, justo antes de que los altavoces de la preparatoria sonaran.
—Atención a todos los sobrevivientes. Si es posible, reúnanse en el comedor del primer piso. Por favor, lleguen; tenemos agua y comida —dijo un joven—. Repito, reúnanse en el comedor si les es posible.
La transmisión se cortó de repente.
—¡Eso es una locura! ¡Ir al comedor! ¡Ni siquiera podemos bajar por las escaleras! ¡Unas están bloqueadas y las otras tienen un monstruo! —exclamó Sasaki.
—Aún tenemos mucha comida aquí, no creo que sea bueno arriesgarnos —respaldo Iguchi, mirando la puerta sellada con miedo.
Un terror silencioso recorrió la sala del club mientras los pocos presentes pensaban en qué hacer. La locura de salir era casi tan grande como la de quedarse. La esperanza ya se estaba perdiendo para casi todos; sin embargo, Yuji no quería terminar allí, muriendo de deshidratación o de hambre en ese pequeño cuarto.
—Yo iré —dijo después de un largo tiempo.
—¡¿Estás loco?! ¡Hay un monstruo en las escaleras!
—También se escuchan pasos extraños por la noche; realmente no estamos seguros de que haya algo allí afuera.
—No importa, yo iré. No quiero morir aquí.
Todos lo miraron como si de repente le hubiera salido otra cabeza. Era una locura lo que él pensaba hacer, pero también tenía razón.
—¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó su compañero de club.
—Bajaré por la ventana.
Nadie dijo nada. Solo vieron aquel cuadrado apenas iluminado por el sol pensando lo mismo: era una locura.
—Yo iré contigo —dijo Ozawa.
Nadie dijo nada más para detenerlos.
Al final, el plan de Yuji fue sencillo. Usó su celular, una caja y una cuerda para ver lo que sucedía en el edificio de abajo. Grabaron por un buen rato y luego observaron el video hasta saber que era relativamente seguro pasar al tercer piso.
Lo que realmente costó fue bajar a este. La ventana abierta del salón de abajo fue de ayuda; la vieja cuerda resistió el peso de los dos, y después de un vertiginoso descenso, ambos se encontraron en el segundo piso.
—Los libreros resistieron nuestro peso —dijo Yuji, mientras ayudaba a Ozawa a regresar al suelo—. Ya estamos aquí.
—¡Están bien! —gritaron desde arriba.
—¡Sí! ¡Deberían venir también!
Hubo un pequeño silencio.
—¡Les deseamos suerte! —Con esas palabras, un morral viejo fue bajado.
Yuji lo tomó; tenía un poco de comida y dos botellas de agua. Eran todos los suministros que ellos dos aceptaron llevar, pues sabían que sus compañeros necesitaban la comida más.
—¡Gracias! —gritó Yuji.
Esa fue la última conversación que tuvo con sus compañeros de club.
Hola, si volví, un capítulo más, no sé si les está gustando, como es de otro fandom, pero realmente espero que les guste.
Si les gusto, por favor, voten y comenten, si no saben que decir pueden dejar un emoji de calavera (💀).
No siendo más, nos leemos en el próximo capítulo o en otra de mis historias.
Los quiero.
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