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1. Sukuna, por favor, silencio

Solo debía salir de allí. Estar dentro de ese lugar era más peligroso que el exterior. No podía quedarse más tiempo; había resistido demasiado, pero dudaba de lograrlo un día más.

—Te lo dije, mocoso. Te dije que debíamos salir de aquí hace mucho tiempo. —La voz de la pequeña boca en su mano lo hizo fruncir el ceño.

—Mantente oculto —regañó Yuji, mientras buscaba un lugar para esconderse momentáneamente.

—¿No es aquí donde está la mujer con el cuello largo? —preguntó la boca.

—Sukuna, por favor, silencio.

—Vamos, mocoso, solo debes dejarme salir un segundo y nos sacaré de aquí.

—Y matarás a todos en el proceso.

—¿Acaso importa?

Yuji guardó silencio al escuchar el chasquido de aquella mujer caminando junto al sonido de arrastre. Se escondió lo mejor que pudo tras los malolientes basureros mientras veía cómo su profesora de biología arrastraba su cabeza, pegada a un cuello de más de un metro y medio de largo, por el suelo.

Si se dejaba atrapar, ella alargaría su cuello y lo envolvería en él, apretándolo hasta que sus huesos se quebraran. Lo había visto una vez y no quería vivirlo en carne propia.

Llevaba casi dos meses atrapado en ese lugar, dos meses llenos de terror y angustia.

¿Si pudiera cambiar algo, lo haría?

Todo comenzó un día de clases normal, mientras estaba en su clase de inglés, una semana después de la muerte de su abuelo. Yuji no había tenido casi nada en la vida que valiera la pena hasta ese punto, solo la herencia que le había dejado su abuelo: una pequeña casa y una tienda de ropa justo al lado de la vivienda. No era nada lujoso ni glamuroso, pero era lo que los había mantenido todo ese tiempo. No podía perderlo, así que él apenas estaba decidiendo cómo reabrir el negocio.

Debía seguir estudiando, eso fue lo único que le pido la amable amiga de su abuelo —la cual asumió la custodia de Yuji—; tal vez podría seguir pagando a la chica que trabajaba para su abuelo medio tiempo. Algo tendría que ocurrírsele.

Estaba escuchando la mala pronunciación de uno de sus compañeros cuando un grito colectivo interrumpió la clase.

Yuji no lo sabía, pero en ese momento tuvo tres decisiones a tomar: una correcta, otra equivocada y la más acertada. Él tomó la última.

Como era común, la curiosidad levantó a gran parte de los estudiantes, él incluido, y los llevó a las puertas y ventanas del salón. Él se asomó por la puerta trasera junto a un puñado de sus compañeros. Una chica gordita se había hecho a su lado.

Otros se asomaron por las ventanas que daban al pasillo o por la puerta delantera. El resto se quedaron en sus asientos sin saber qué ocurría.

Lo primero que recuerda de lo que podría llamarse el apocalipsis fue la sangre que manchó la pared. Desde el salón de al lado salió algo que solo podría describirse como un insecto humanoide, quizás un saltamontes gigante, que tomó a uno de sus compañeros arrancándole la cabeza y comiéndosela frente a todos.

Yuji ni siquiera dudó. No se detuvo a esperar que su mente procesara lo que veía; corrió tan rápido como sus piernas le permitieron y salió de allí. Fue el primero en irse, luego le siguió aquella chica y después varios más.

Tomó una profunda respiración mientras observaba el discordante cielo azul. Había pasado tan poco y a la vez tanto tiempo desde aquel día.

Escuchó los pasos del monstruo alejarse; era su momento antes de que regresara. Corrió hacia el siguiente edificio, avanzando por la pared y entrando de un salto por una ventana abierta. Una vez dentro, pudo ver a varias personas observándolo expectantes desde las ventanas del segundo piso, donde habían movido el refugio.

Él sabía lo que esperaban. Querían verlo fallar, morir como tantos otros que habían intentado cruzar el pequeño patio.

El sonido de arrastre regresó con fuerza, y los rostros en las ventanas de los pisos superiores se volvieron ansiosos.

Yuji no era el que había llegado más lejos, ese honor lo tenía una chica parte del club de atletismo, cuyo cadáver descansaba fuera del salón de clases donde ahora él se encontraba.

Era tiempo de correr, no había otra solución. Así que lo hizo, salió disparado entre las mesas tumbadas hacia la puerta mientras escuchaba los alaridos del monstruo que empezaba a alargar su cuello para alcanzarlo.

—¡Pon atención, pon atención! —gritaba el monstruo, metiendo su cabeza en el salón.

Pudo salir de este y saltar el putrefacto cadáver de la desafortunada chica. Ahora debía estar alerta, no podía dejarse atrapar por el monstruo que gritaba y chasqueaba tras él, ni dejarse ver por la otra cosa en ese edificio.

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