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¡Un depravado!

Estoy feliz, pletórica, y la emoción por las ganas de salir de aquí no me cabe en el pecho. Vuelvo a mirar el reloj, impaciente porque den las seis de una vez.

Me doy un último repaso en el espejo de cuerpo entero que cuelga en al puerta de mi armario. Creo que voy bien, simple pero práctica; mis Converse blancas preferidas me aportarán la comodidad necesaria para una tarde de compras, el blanco de mis vaqueros da la sensación de frescor, y el jersey de cuello vuelto color camel, impedirá que me quede tiesa de frío durante los trayectos que vayamos a pie.

Creo que Dafne no estará de acuerdo con la simpleza de mi modelito, pero, ¿qué decir en mi defensa? La que tiene un cuerpo digno de admirar es ella, no yo. Yo soy plana, como una tabla de planchar. Lo único que tiene algo de gracia en mi, es la rebeldía de mis rizos. Bueno.... Vale, y el gris de mis ojos, que todo el que no me conoce se queda mirándolos.

Hablando de rizos... Me los atuso una última vez, los peino con los dedos y dejo caer toda mi larga melena sobre mi hombro izquierdo, llegándome hasta la cintura.

Aparto la mirada del espejo justo cuando oigo el golpeteo de nudillos contra mi puerta.

— Voy.— anuncio, a la vez que agarro el pequeño bolso que hay sobre mi cama. Abro la puerta y...

La sorpresa me deja bloqueada.

— Hola, Ray.— saluda Axel.

Sacudo la cabeza para centrarme. Creo que la sorpresa se refleja demasiado en mi cara.

— Hola, Axel.— salgo al pasillo, cierro la puerta tras de mi y miro hacia los lados.— ¿Dónde está Dafne?

— Me ha dicho que tenía que arreglar unos asuntos de última hora. Así que nos encontraremos con ella abajo.

Me resulta extraño que Dafne tenga asuntos de última hora. Ella nunca deja nada para último momento. Pero ante mi silencio, o mi cara de extrañeza, Axel se encoje de hombros, me guiña un ojo cómplice y, sin darme tiempo a decir nada, me pasa un brazo por los hombros. Su gesto es cariñoso, amistoso. Me empuja hacia adelante, obligándome a caminar bajo su brazo como si nos conociéramos de toda la vida. Me incomoda un poco ese gesto, pero agradezco que sea tan simpático y ahorrarme el esfuerzo de tener intentar que caerle bien por mis propios métodos.

— No te preocupes. No tardará mucho. Además... Quiero pasar un rato con mi cuñada.— sonríe.

¡¿Cuñada?!

Me atraganto con mi propia saliva. La situación es incómoda de narices, y ese apelativo no ha hecho sino empeorarlo. Aún así, parte de mí debe admitir que me gusta la sensación de sentirme arropada por alguien que me acaba de considerar como parte de su familia. Concretamente, esa parte pervertida que suspira por Damián. Pero no, no puedo engañarme a mí misma. Ni a él tampoco.

— Axel... — murmuro.— Verás,— no sé cómo decirle que entre su hermano y yo no hay nada. No sé de dónde se ha sacado esa idea, pero tengo que quitársela de la cabeza antes de que se haga ilusiones y, por ende, me las termine haciendo yo por creer vivir una mentira.

— Ray, ¿Puedo llamarte Ray?— me corta, y yo asiento.— Que a Damián le cueste expresarse y falten muchas cosas por decir, o etiquetas por poner, no significa que yo sea igual.— su explicación me deja un tanto perdida.

— No. No es eso lo que qui...

— Oye, cuñis. Todos saben que os reunís en la biblioteca, que Christian os pilló en...

— ¡Qué!— escupo. ¡Ay madre!— El pedorro de Christian ha ido con el cuento. Será cabrón.— blasfemo para mí, aunque creo que me oye todo aquel que esté en el vestíbulo. Vaya que si me han odio, todos me miran como vacas al tren.

Siento a Axel tensarse a mi lado, su mano se aferra a mi hombro en un gesto tranquilizador. Me pega aún más contra él, obligándome a seguir el ritmo de sus rápidos pasos hacia el exterior del edificio, y no dejándome mirar a los espectadores.

— A ver, cuñis.

— No. Espera.— Intento escapar de su brazo, pero titubeo cuando pienso que se lo tomará como un rechazo. Hago un esfuerzo sobrehumano y aguanto el contacto mientras hablo. —Es que Damián y yo no somos nada. Él me besó, bueno, no, yo le besé. Christian nos pilló pero...

Axel aparta la mano de mi hombro y me sella la boca. Pega mi cabeza a su pecho y se ríe a carcajadas.

— A mí no tienes que darme explicación alguna. Además, tu hermano ya ha hablado con Damián y está solucionado. No lo ha visto con buenos ojos, pero supongo que mi hermano ha sabido hacerle entender que no tiene por qué ir mal. Así que ha medio aprobado lo vuestro. A regañadientes, claro.

Me paro en seco, me quedo muerta. ¿Que qué? ¿Que mi hermano ha aprobado lo nuestro? Esto es increíble. De hecho, es tan increíble que, en cualquier otra circunstancia, hasta me alegraría. ¡Pero es que no hay ningún "lo nuestro"! ¿En qué narices piensan ese par de imbéciles?

Mi hermano es imbécil por ir ha hablar con Damián en lugar de venir donde mi. No puedo creer que se haya creído el chisme de Christian sin antes oír mi versión. ¡Esto es increíble! Y Damián... Joder. Qué coño habrá pensado Damián.

Me apuesto el cuello a que si Mik se ha presentado ante él como un energúmeno hermano protector, Damián a fingido tener algo conmigo solo para joderle. ¡Me cago en todo!

Mierda. Siento una bola de rabia en la boca del estomago, y aunque me alegro de que esa rabia sea normal, mía, y no el despertar de mi yo endemoniada, quiero que me tragué la tierra. Que me trague ahora mismo y  que me escupa en la otra punta del mundo si hace falta  

Necesito gritar y patalear. Lo haría aquí mismo, sino fuera porque cuando miro a Axel y pretendo liberar mi histeria, veo la inocencia en su cara, su sonrisa tierna, y la esperanza, la ilusión y el cariño iluminando el chocolate de sus ojos.

Ay madre... tengo que aclarar esto. Pero, sinceramente, no me siento capaz de quitarle la ilusión a Axel. No podría mirarle el resto del día a la cara sabiendo que soy la causante de su cambio de humor. Además, no puedo hacerle pagar mi mala leche a él. Esa bronca es para su hermano, o para el mio. Para el primero que pille antes.

Desvío la vista hacia el frente, evitando mirarle para poder mentir sin ser muy descarada. Respiro hondo y, con toda la falsedad que puedo reunir, murmuro:

— Genial.

«Se van a cagar cuando los pille.»

Atravesamos el camino asfaltado que nos dirige hacia el aparcamiento, y en cuanto vislumbro el despampanante BMW de mi hermano, siento las irrefrenables ganas de rajarle las ruedas, reventarle los cristales, y hasta mancillar su brillante pintura naranja. Si no lo hago, no es porque no se lo merezca, vaya, sino porque sé que, algún día, esa preciosidad será mía.

— ¿Es tuyo?— pregunta Axel, intuyo que siguiendo el curso de mi mirada.

— Hasta que mi hermano no se compre otro, no.— me lamento.— ¿Cuál es el tuyo?

Espero que Axel tenga coche, porque ni Dafne ni yo tenemos.

— Es ese que tiene un bombón recostado sobre el capó.— señala al frente con la cabeza, y cuando miro, no puedo evitar exclamar un efusivo:

— ¡Ostras!

No puedo cerrar la boca. La impresión que da Dafne, con esos vaqueros claros rasgados, el top blanco que muestra su plano vientre, y esa chaqueta de cuero negro que realza los tirabuzones violetas que le caen a los laterales, opaca totalmente el precioso Jeep negro que tiene detrás.

— ¡Estás preciosa!— chillo emocionada.

Jolín, ahora ya no hace falta ni que me eche la bronca por ir tan simplona como voy. Hasta yo misma me veo como una pordiosera a su lado. Aunque, bueno... Echo un vistazo a Axel y repaso su atuendo; vaqueros negros, camisa de cuadros y unas Vans un pelín destrozadas.

«Bueno, ya somos dos pordioseros al lado de la chica modelo.» Me consuelo tontamente.

El viaje hasta el centro de Richmond es bastante divertido. Axel es mucho más simpático de lo que creía, y habla con nosotras como un amigo más. En ningún momento desvía la conversación solamente hacia a Dafne, y eso me agrada; no me hubiera gustado sentirme como un sujeta velas, ahí sentada, en silencio custodiando la parte trasera del todo terreno. Hubiera sido incómodo y un recuerdo difícil de olvidar.

Dafne por el contrario, parece olvidarse de que el Jeep es de Axel, y empieza a toquetear la radio sin ton ni son. No hay dial que la agrade, así que termina por poner un pendrive que ella misma a saturado de música variada. Al principio me vuelve un poco loca; las canciones varían del tecno al reggaeton constantemente, y aunque yo no hago ascos a nada, esos cambios de ritmo me cortan un poco el rollo. No digo nada, pero Axel, al menos nos hace un favor a todos cuando dice:

— Ese pendrive parece una ensalada mal aliñada.

Al final, Dafne pasa a una segunda carpeta en la que encuentra música que nos gusta a los tres; desde novedosas canciones de música pop, hasta las preciosas baladas de Metallica, y, la que jamás podría faltar en un álbum creado por Dafne... ¡La Macarena!

Mientras cada cual canta su propia versión de la Macarena, no puedo evitar sentirme felizmente normal. Me siento tan, pero tan bien, que no puedo evitar desear ser así de por vida.

Me encantaría no saber que a veces oculto una diabólica yo bajo la piel; omitir el recuerdo de que alguien a quien creo que he puesto nombre y cara intentó ahogarme; obviar que guardo la pluma del ángel que sé que existe y del cual voy a descubrir su identidad, cueste lo que me cueste; y olvidar que llevo una misteriosa runa nórdica tatuada en el tobillo. Si... Todo eso me encantaría, y podría hacerlo sino fuera porque, cada vez que me muevo, la gasa que envuelve el tatuaje me roza el pantalón y ese simple contacto, detona todos los recuerdos en efecto dominó.

«Vaya mierda»

Me miro el tobillo derecho, sopesando seriamente la idea de arrancar la dichosa gasa. Idea que, cada vez que llega a mi mente, me parece mejor. Llevo un pantalón largo, así que no tiene por qué verse si no me remango la pernera, ¿no?

«¡A la porra!» Pienso, a la vez que deslizo los dedos entre mis Converse y el pantalón, y tiro de la gasa. La arrugo a más no poder y me la guardo en el bolsillo del trasero.

— Ya hemos llegado.— canturrea Axel, entrando al aparcamiento de Willow Lawn.

Nada más entrar en el centro comercial, Axel y Dafne debaten sobre a qué tienda ir primero. Evidentemente, el debate lo gana Dafne en cuestión de dos segundos y con solo un argumento contra los miles que tiene Axel. Y es que su argumento, tiene más peso que ninguno: ella es la que lleva el dinero.

Dafne encabeza la marcha, haciéndonos recorrer todo, todito el centro comercial. Y no para, hasta que los tres estamos tan cargados de bolsas, que nos vemos obligados a tener que llevarlas al coche. Después de semejante paliza a comprar, creo que nos merecemos merendar antes de seguir comprando, así que hacemos una pequeña parada en una de las tantas coquetas cafeterías que hay en el interior.

— Um... — saboreo el pastel de limón, jugoso y blandito.— Está buenísimo.

— Ya te digo.— me apoya Axel. Da un trago a su Capuchino y la espuma le dibuja un gracioso bigote que no tarda en quitarse con la punta de la lengua.

— Si, bien.— Dafne sigue entretenida mirando el papel que sostiene en las manos. Creo que es una lista interminable que ha hecho para acordarse de todo lo que tenemos que comprar. Alza la cabeza un segundo y creo que se fija en la hora que marca el reloj de la cafetería. Me percato de que se tensa un poco y que arruga los bordes del papel entre sus dedos. — Vamos a tener que separarnos para que nos dé tiempo a todo.— comenta, pero antes de que podamos decir nada, directamente ordena — : Axel, tú irás a comprar la bebida.

— ¿Y nosotras?— cuestiono.

Dafne vuelve a mirar al frente, y esta vez, en lugar de intuir que mira el reloj, sigo el curso de su mirada para comprobarlo. No puede ser tan tarde como para que se tense tanto.

— No me jodas.— farfullo por lo bajo. Frente a nosotras, justo subiendo por las escaleras mecánicas, tengo la mala suerte de ver a Kenia. No me puedo creer que esté aquí. Puñetera casualidad.

— Vosotras vais a ir a una tienda de ropa atestada de gente.— asegura Axel con la mandíbula tensa, quién también se ha girado para ver a dónde narices miramos Dafne y yo con tanta rabia. 

«¿Una tienda de ropa atestada de gente? ¿Por qué narices querríamos ir allí?»

Creo que Dafne se está preguntando justo lo mismo que yo. Su ceño fruncido y esa inquisitiva ceja alzada me lo demuestran. Pero me sorprende cuando, de pronto, Axel se vuelve hacia ella, se encoje de hombros en señal de disculpa, y ella calma la tensión de todo su cuerpo.

— Lo que Axel quiere decir, es que tienes que comprarte un vestido, y yo voy a encontrarte uno precioso.

— Ya... ¿Un vestido? — cuestiono. Espero que sea una broma. Dafne sabe lo poco que me gusta ir de tiendas y probarme modelitos.

— Exacto.— Dafne me agarra del brazo, y sin dejar de mirar a Kenia contoneando su cuerpo por el pasillo superior, alejándose de la escalera por la que acaba de subir, me arrastra fuera de la cafetería.— Date prisa Axel.— apremia antes dejarlo atrás.

«¿Pero qué narices pasa?»

Básicamente me arrastra hacia la primera tienda que vemos. Aprieta el agarre en mi brazo, y acelera el ritmo de sus pasos. A medida que avanzamos por la tienda, Dafne elige un montón de vestidos y zapatos que parece que escoge al azar, y me los lanza a mi mano libre.

— Este también.— me lanza otro vestido.— Y este otro.— añade uno realmente horrible.

— Ni de coña.— protesto.— Es horrendo.— Lo dejo sobre un montículo de ropa que hay a mi lado, y, sin querer, veo el precio. ¡Es carísimo!

— Vale, pero ve a probarte todos los demás.— tira de mí hasta la zona de probadores, y, literalmente, me empuja dentro de uno de los cubículos libres.— Quédate aquí. No te muevas por nada del mundo.— ordena.

¿Pero qué le pasa? Si no fuera porque estamos en una  tienda de ropa, podría asegurar que Dafne me está escondiendo o algo así. Frunzo el ceño, le dedico mi mirada más severa y, cuando me dispongo a exigirle una explicación, ella sonríe y añade:

— No vas a escaparte de aquí sin un vestido.— y desparece. En serio, se va, y me deja con un monto de ropa sobre el pequeño taburete en el interior del probador.

— Vale... entendido.— le confirmo a la nada.

Cierro la puerta con el pestillo y echo un vistazo a la cantidad insana de vestidos que me esperan sobre el taburete. Después, mi mirada recae en los otros tantos zapatos desperdigados por el suelo. Madre mía... Vaya taconazos. ¡Son como andamios!

No pienso probarme todos ni de broma. Decido descartar los que ni siquiera me atraen a simple vista. Los que no me gustan, los dejo colgados sobre la puerta, mientras que a los que al menos quiero darles una oportunidad, los dejo sobre el taburete donde estaban. Me desnudo y empiezo la tortura.

«Demasiado corto...

Muy entallado...

Parezco un saco de patatas...

Parezco una...»

Para cuando quiero darme cuenta, solo me queda un vestido por probarme, y Dafne aún no ha venido. Hace rato que ya no oigo a nadie pulular por el pasillo de los probadores y, ¿la verdad? A mí también me dan ganas de largarme y que le den a este último vestido. Seguro que todas las chicas que estaban correteando por aquí hace unos minutos, ahora están formando la cola mas larga de la historia para pagar sus nuevos trapitos.

Miro el vestido desganada. Hasta el momento a todos les he sacado un "pero" y estoy segura de que este no va a ser la excepción. Pero bueno, supongo que tampoco tengo nada mejor que hacer mientras espero a Dafne. Me quito el vestido de estampado floral y deslizo la nueva prenda por mi cuerpo.

Cuando alzo la cabeza y veo a la chica que se refleja en el espejo, siento mi mandíbula tocando suelo. A pesar de la sencillez del vestido, es perfecto. Es más, es tan perfecto, que creo que nunca había visto a la mujer que me devuelve la mirada en el reflejo; la seda negra y brillante se aferra a mi cuerpo como una segunda piel; la caída se abraza a mi pierna derecha hasta la altura de la rodilla, mientras que la izquierda, no me llega a mas de medio muslo. Es insinuante, muy insinuante. Y el fino lazo rojizo que me remarca una cintura de avispa que hasta ahora desconocía de mí, consigue acentuar aun mas el escote corazón que se adhiere a mi pecho a la perfección. Este vestido realza mi cuerpo como si de verdad tuviese algo que lucir.

— Es perfecto.— murmuro para mí.

Con un entusiasmo que me sorprende incluso a mí, rebusco entre todos lo pares de zapatos hasta encontrar unos que deslumbren tanto como el vestido. Esta prenda no se merece cualquier par de zapatos: se merece los mejores.

Descarto unos de color amarillo canario que ni sé cómo Dafne ha podido escoger; otros de color rojo fulana demasiado llamativos como para combinar con el tenue rojizo del lazo de la cintura; y unos de un feo color gris mate que parecen hechos de hierro. Por descontado, que aparto con asco todos los que tiene estampado animal. Al final, me decanto por los que menos me hubiera esperado: botines. Unos botines negros y brillantes, delicados y elegantes, de tacón fino y escandaloso y, lo mejor de todo y en lo que hasta el momento ni me había percatado porque ni siquiera lo había recordado, me tapan el tatuaje. Se acoplan a mis tobillos con una sutileza tan perfecta, que casi ni siento su tacto sobre la piel.

Me levanto del sillón y me miro en el espejo. Este, este es el vestido. Estos son los zapatos. Esta es la Raysa que me encantaría ser a diario. Me observo sin ser consciente del tiempo. Me veo tan atractiva, elegante e insinuante, todo a la vez, que hasta me cuesta reconocerme.

Y de pronto, como en todo mágico sueño, mi nube de fantasía se disipa gracias a los golpes provenientes del probador de mi derecha. Quién quiera que esté ahí, perece tener serios problemas con el espacio del cubículo. Eso o... Alguna parejita está aprovechando la intimidad de los probadores para satisfacer su morbo.

Me río por lo bajo, escandalizada por tener que ser testigo de esto. Pero mi risa se apaga, se desvanece, en cuanto la lampara que cuelga sobre cabeza tintinea y su luz refleja una sombra. Miro hacia arriba, conteniendo el grito que se me atasca en la garganta.

«¿Pero qué coño...?»

Alguien esta... esta... ¡Trepando hacia mi probador! Y por las fuertes manos que veo aferrarse a la parte superior de la pared que separa cada cubículo, adivino que es un hombre. ¿Un ladrón? ¿Un mirón? 

¡Joder! ¡Un depravado!

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